La trayectoria vital de Antonio López se define no únicamente por su capacidad para enriquecerse sino, sobre todo, por su constante búsqueda de poder. En este sentido, su progresión económica y patrimonial no se concibe solamente como un fin en sí misma sino, además, como un medio para alcanzar prestigio social. Para obtener dicho prestigio López se sirvió, fundamentalmente, de tres herramientas: de una temprana y constante tendencia al lujo y a la ostentación, del mecenazgo de artistas y escritores, y de actitudes paternalistas hacia los que consideraba inferiores. En esa línea, la búsqueda de riqueza y la búsqueda de poder se refuerzan con reciprocidad. (“Lujo, mecenazgo y paternalismo: tres instrumentos de legitimación del poder”, 1996. Esta idea también figura en otras obras al formar parte de los “cuatro aspectos” que, según Alharilla explican el enriquecimiento del marqués de Comillas).

Además de tópicos y perogrulladas, este texto lanza juicios de intenciones impropias de un investigador honrado. Denota encono contra López al adjudicarle turbios propósitos en sus manifestaciones de riqueza, cuando tirando por largo son las propias de un acaudalado indiano acorde a su tiempo, fortuna y residencia. A qué viene la “constante búsqueda de poder” si no se especifica de qué tipo. Se supone que al económico o de toda índole; y para colmo lo considera “un medio para alcanzar el prestigio”. Este razonamiento es hueco y alicorto porque ignora, además de la personalidad del marqués de Comillas, facetas del dinero empresarial gastado en aquello que no siempre está directamente ligado con la obtención de beneficios (lujo, beneficencia, mecenazgo).
En su último libro, de 2021, M.R. Alharilla también ha revisado este desastroso enfoque sobre Antonio López. Elimina varios juicios de valor gratuitos y, a cambio, ameniza por primera vez las últimas páginas con generosas crónicas de sociedad (las bodas de sus dos hijos, las dos visitas reales a Comillas, el entierro…) Maquilla su anterior versión de A. López retirando aristas, aunque mantiene el grueso de sus especulaciones, insidias y sesgos negativos:
Antonio López tuvo la oportunidad de aparecer ante sus vecinos barceloneses como un verdadero mecenas difundiendo la obra del sacerdote [Verdaguer]. Así gozó de la ocasión de practicar un generoso mecenazgo que contribuía a su búsqueda de prestigio personal. De hecho, en su trayectoria vital encontramos entre, otras cosas, dos importantes constantes: su tendencia al lujo y la suntuosidad, por un lado, y el fino cuidado de las apariencias por otros. (2021: 226)
Esto no es serio ni cierto. Alharilla sigue sin abordar mejor las vertientes colaterales, no estrictamente económicas, que tienen las grandes fortunas. La visión aviesa del referido párrafo forma parte del marco, en general negativo, en el que Alharilla encuadra al naviero y propició la decisión del Ayuntamiento de Barcelona de retirar al cántabro del nomenclátor. Motivo suficiente para intentar una revisión crítica también de esta parte de su trabajo.
No es verdad que la “propensión al lujo se manifieste en López tempranamente”, como apunta en otro de sus trabajos académicos. ¿Acaso en Santiago de Cuba tuvo un palacio con negros de librea, quitrín de paseo con queridas emperifolladas para ir al teatro y, encima, se pasase los días luciendo galas y palmito en el casino? Lo único que ha transcendido de aquella época es que trabajó sin descanso; quizá careció incluso de un hogar en propiedad. La única referencia al lujo a cuando era joven la aporta su malquerido cuñado, Francisco Bru, quien en su rencoroso libelo de 1885 apunta con qué aspecto apareció en Barcelona al venir de Cuba para casarse: “López se presentó vestido de caballero en nuestra casa y con un lujo que nos dejó más parados que su tarjeta [de visita enviada un día antes]”. Al margen del valor que concedamos a la opinión de este enfermo de odio, no sorprende que el joven empresario se pusiera las mejores galas para visitar por primera vez a su novia y futuros suegros después de dos años sin verse. Sacar de esto la conclusión de que desde muy joven López tuvo propensión al lujo es coger el rábano por las hojas, un recurso habitual de la prensa del fango.

Hasta tener 44 años no entró a vivir por primera vez en una lujosa casa propia (Plaza Medinaceli, Barcelona). Y solo mostró símbolos de riqueza ostentosa cuando le correspondía hacerlo por su fortuna y relevancia social. Fue el caso de la compra del palco número seis del Liceo (1865) y de la finca de Santa Perpetua de Mogoda (1866).
Un acaudalado empresario no sólo debe ser rico sino también parecerlo. Además, era un modo de integrarse en la alta sociedad catalana, algo que entonces como ahora resulta más difícil de lo previsto. En ello no escatimó dinero ni anhelos, como lo prueba que fuese miembro fundador del Ateneo Barcelonés, inicialmente llamado Ateneo Científico y Artístico Catalán. Estaba enfermo de cólera en la costa frente a Tetuán (carta,10.02.60) cuando se celebró la reunión preparatoria (09.02.1860) en casa del marqués de Castelldorius. En ella estaban, entre la veintena de reunidos (Girona, Permanyer, Ferrer-Vidal…), su amigo Tomás Coma y su futuro consuegro Juan Güell. Éste último fue el socio número 133 (11.02.1860), mientras Antonio López figura de socio número 349 (27.03.1860). No extraña que tardase en inscribirse si su naviera seguía comprometida en la guerra de África.
Ser socio fundador del Ateneo barcelonés prueba que López no perdía ripio para ejercer de burgués, también con el suntuoso palacio Moja (1870). ¡Solo faltaba! Como hábil hombre de negocios sabía la importancia de la imagen pública y de las relaciones sociales. No era un patán, tenía mundo. Lo había demostrado al agasajar a Isabel II, a los accionistas y a los periodistas con ocasión de la inauguración del ferrocarril Madrid-Alicante (1858). Si para ello tenía que lucir pátina de lujo; ¡por qué no! Riqueza obliga. En su caso, por lo que trasluce lo poco que sabemos de él, sería primordialmente por sus intereses empresariales.

La ostentación aumentó conforme a su fortuna enfocándola, siendo sesentón, cada vez más en Comillas (palacio y capilla-panteón). Aunque él, por sí mismo, no propendía tanto a la ostentación, sino a la elegante sobriedad, procurando educar así a sus hijos. A lo que no podía renunciar era a la función empresarial del lujo. Por entonces, era el modo de publicitarse cuando los medios de comunicación apenas abordaban la relevancia de los hombres de negocios (hoy con entrevistas, reportajes…), salvo en su caso con las dos visitas de la familia real a Comillas, las bodas de sus hijos y algún que otro acto público, todo ello a finales de su vida y siendo él un tanto esquivo a figurar en la mediática vida social.
Comillas, una innovación empresarial

Si los actuales magnates tienen mansiones y yates para concitar a sus colaboradores, socios y amigos, por la misma un burgués de finales del siglo XIX creaba privilegiados espacios de esparcimiento, tal que en Madrid los salones de los palacios de Manzanedo y de Salamanca, o la finca Los Llanos (Albacete) de este último. Y no lo hacían por prestigio y poder, como apuntaría Alharilla. Por ejemplo, Comillas servía para aunar a los colaboradores y socios de referencia, para tejer lazos familiares y empresariales entre ellos mismos y con sus colindantes fortunas. Vino a ser otra genial innovación empresarial por parte del naviero cántabro que logró refrendarla con la repetida presencia de los reyes.
La solidez y viabilidad del grupo Comillas (grupo empresarial catalán) se explicaría, en parte, por la habilidad de Antonio López para convertir su villa natal en un elegante y plácido lugar de veraneo, algo en lo que todavía destaca. Las dos visitas de Alfonso XII, con su familia y séquito de generales y ministros (veranos de 1881 y 1882), fue un espaldarazo a los fines económicos del lujo y la ostentación. Por esas fechas se declaró la grandeza de España de primera clase a favor del título de marqués de Comillas, se refundó favorablemente su naviera (Cía. Trasatlántica) y se negoció la creación de la Cía. General de Tabacos de Filipinas.
El clima de plácidas y compartidas vacaciones engrasaban las cosas, a lo que ya era a esas alturas más una simbiosis de objetivos e intereses público-privados que relaciones privilegiadas con el Estado. De aquí la polémica suscitada años después cuando el Estado aumentó más aún las ayudas y las concesiones de líneas marítimas a la Compañía Trasatlántica.
Volviendo a la vacacional Comillas, aparte de las relaciones dentro del grupo Comillas había otras que le eran esenciales a López, tal que las colaterales con la banca Mitjans de París, concretamente al atraer allí al financiero indiano de origen catalán Fermín Riera (finca La Cotecura, 1871), casado con una de las hijas del banquero Baltasar Mitjans y, por tanto, emparentado con Manzanedo, Movellán… No, lo de Comillas no era una cuestión de ostentación y prestigio personal, sino maneras de forjar/reforzar un holding aprovechando la tan distendida como cómplice familiaridad entre los socios/colaboradores; y, no menos, el lujoso bienestar de que no les falte de nada, incluso el cariño intergeneracional entre las sagas que coincidían allí cada verano. Hasta la endogamia era consustancial con este orden de cosas.
Habría que puntualizar que A. López no se significó en Barcelona por el lujo, la ostentación, el mecenazgo y la beneficencia por más que tuviera un palacio en las Ramblas, un palco en El Liceo, contase con Verdaguer y contribuyera a los entes de Caridad. En la Ciudad Condal se decantó más por la sobriedad y la austeridad personal. Hay que visitar Comillas para recorrer su contribución al esplendoroso legado modernista catalán.

El palacio Moja no fue noticia por sus fiestas y salones, al estilo de los ricos de Madrid, sino por hospedar a Alfonso XII, al emperador de Brasil y a san Juan Bosco. Es sabido que sus estancias eran sombrías y recatadas, se oficiaba misa y rosario todos los días y la seriedad/rigidez del marqués impregnaba el ambiente, incluso a la hora de comer. Pocas bromas. Sus hijos fueron educados en la austeridad y, como apuntó Isabel Güell López, su abuelo mantenía a la vista el baúl-mundo de cuando embarcó para Cuba, un modo de recordar su origen humilde y de advertir a los suyos de que evitasen el esnobismo.
López no murió después de hacer un viaje de placer en yate, ni de celebrar fiestas en palacio, ni de acudir a funciones sin fin en el Liceo, sino al pie del cañón, al día siguiente de que presidiera la primera junta de la Cía. General de Tabacos de Filipinas y a las semanas de tenerlas tiesas en el Moja con el valenciano José de Campo, su incansable rival en los negocios, sobre todo marítimos. Fuera de las vacaciones en Comillas, cacerías en sus latifundios y estancias en balnearios, su vida fue sobre todo trabajo, no lujo ni ostentación ociosa o pretenciosa con que prestigiarse, menos aun siendo joven.
La relativa austeridad de fondo que Antonio López mantuvo en Barcelona (ej. su mausoleo en Poble Nou) continuó con su hijo Claudio y, de algún modo, en cómo su hija mayor, Isabel López Bru, viuda de Eusebio Güell, vendió en 1922 el Park Güell al Ayuntamiento de Barcelona por 3,2 millones de pesetas. Cedió el parque a cambio de un ajustado precio, sin despilfarros bienhechores. Ya los nietos de A. López debieron salir al estilo de los Güell, generosos con Barcelona. Casos del tercer marqués de Comillas (ej. abrió soportales en el palacio Moja para transitar mejor por las Ramblas) y de sus hermanas dadivosas que cedieron el Palacio Güell a la Diputación Provincial a cambio de compensaciones.
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