En total, en noviembre de 1847 López debía a Valdés un total de 20.132 pesos por dicho concepto [financiación en efectivo]. Pero Antonio diseñó una estrategia diferente que le permitió contar con un capital mayor: aprovechando las buenas relaciones con Andrés Bru pensó en pedirle la mano de su hija Luisa y percibir una dote en absoluto despreciable. (Tesis doctoral, 2000: 151).
En total, en noviembre de 1847 la deuda de López con Valdés superaba los 20.000 pesos (o sea, 100.000 pesetas). Entonces el de Comillas creyó el momento de dar un giro a su camino: aprovechando las buenas relaciones que había tejido con Andrés Bru (el dueño del local alquilado) decidió pedirle la mano de una de sus hijas, movido tanto por la dote como por la posibilidad de convencer a su suegro para que financiase sus proyectos. (“La casa de comercio de los marqueses de Comillas (1844-1920): Continuidad y cambio en el capitalismo español”, 2002: 2).
Estas citas no son versiones para un mismo guión de telenovela. Pertenecen a los trabajos académicos de Martín Rodrigo Alharilla, profesor titular de Historia de la UPF, licenciado en Humanidades, doctor por la facultad de Ciencias Económicas y Empresariales (Universidad Autónoma de Barcelona), investigador de referencia en temas relacionados con la Cuba colonial del siglo XIX y sus indianos residentes en Cataluña, en especial de Antonio López y el grupo Comillas. Con retoques, lo mismo se puede leer en “Antonio López y López (1817-1883) Primer Marqués de Comillas. Un empresario y sus empresas» (1996:15. Tesina Magister) y en el libro “Los marqueses de Comillas. 1817-1925” (2001:19). En su última obra (“Un hombre, mil negocios. La controvertida historia de Antonio López, marqués de Comillas”, marzo de 2021) corrige la maledicencia y se muestra circunspecto:
No cabe duda de que, tras su boda con Luisa Bru, a Antonio López le cambió la vida por completo.
Una obviedad impropia de un texto académico. A Antonio López, como a cualquier otra persona, la toma de decisiones importantes le cambió el curso de la vida: salida a América, trabajo por cuenta propia, vuelta a la Península…
Algo tan frívolo, como las citas iniciales, es uno de los muchos ejemplos que demuestran el sesgo negativo que aplica Alharilla a la figura del cántabro nacido en Comillas Antonio López y López, una manifiesta hostilidad que emborrona, cuando no envilece, sus arduos y fructíferos trabajos. En su último libro evita vilipendiar a Antonio López tanto como solía, pero para entonces el mal estaba hecho: la estatua del marqués de Comilla llevaba casi tres años en un almacén y su imagen en Barcelona arrastrada por los suelos.
Tamaño juicio de intenciones sobre el matrimonio de Antonio López es propio de una crónica novelada al estilo de “Tabaco. El imperio de los marqueses de Comillas” (Ramón Vilaró, 2003). Pero es inamisible en una tesis doctoral, un trabajo que amplía y ahonda el vituperio que Alharilla emprende contra López a las primeras de cambio en su tesina magister (1996). Los compases iniciales de este trabajo marcan el tono del conjunto de la obra de Alharilla, solo parcialmente corregido en su reciente libro cuando el mal estaba hecho.
Porque constituye una irresponsabilidad, una infamia, que en sus tres principales trabajos iniciales cargue al adolescente Antonio López con un muerto inventado:
La causa de su marcha a la isla [Cuba] (no esclarecida suficientemente) cabe relacionarla con una reyerta callejera: al parecer, el joven Antonio mató a un convecino en Comillas y debió huir (escondido en un barco de los Fernández de Castro) con destino a Cuba. (2000: 149).

Para avalar ese “al parecer”, Alharilla remite a un largo pie de página según el cual fue “perseguido por la justicia”. No aclara nada más. ¿Asesinato, homicidio imprudente? nada. El lector desconoce de dónde ha sacado ese muerto endosado al futuro Marqués de Comillas doce líneas después de que, en su primer trabajo de 1996, empezara a narrar los primeros años de vida de Antonio López y un folio y medio antes de involucrarle, también sin pruebas, en la rastrera astucia para aprovecharse de la acomodada familia de su futura esposa. No es de recibo, menos todavía cuando mezcla suposiciones y compraventas legales de esclavos para acusar al futuro Marqués de Comillas de empezar a enriquecerse a lo grande gracias a la trata, contribuyendo a la compra de negros africanos en origen y su transporte, desembarco y venta en Cuba. Los prejuicios contra Antonio López, las insidias y las falsedades desmerecen la obra de Alharilla desde el primero al último de sus trabajos relacionados con Antonio López.
Ya es desgracia que quien más ha investigado al futuro marqués de Comillas sea también quien más le difama. Y lo hace con impunidad: más de un siglo después de que muriese y cuando su imagen no tiene quien la defienda, ahora que en Barcelona sirve de chivo expiatorio para causas irredentas y para otras nuevas de corte vindicativo. ¿Quién se habría de molestar en invertir tiempo y esfuerzo en cuestionar a este torticero investigador? Era para dejarlo estar si no fuera porque siendo marino mercante me llamó mucho la atención el vapuleo que le estaba dando el Ayuntamiento de Barcelona al fundador de una venerable naviera en la que navegué como alumno de Náutica.
Con Antonio López hay un problema. Sus primeros 25 años son una incógnita repleta de indicios contradictorios incluso sobre cuándo y desde dónde llegó a La Habana. Lo mismo sucede con sus inicios laborales y empresariales, envueltos en lagunas e interpretaciones hasta que en marzo de 1844 se inscribió de comerciante en Santiago de Cuba. A partir de allí tampoco hay bastantes datos para sacar conclusiones fehacientes hasta que en 1857 fundó en Madrid la naviera “A. López y Cía.” Sin embargo, Alharilla se toma la licencia de denigrarle versionando su presunta vida en Cuba con sesgos y juicios de intenciones que no solo silencian sus cualidades, sino que pretenden explicar el origen de su fortuna en la trata de esclavos y en un braguetazo.
La manifiesta animadversión de M.R. Alharilla cuando escribe sobre las primeras décadas de López tendrá continuación cuando explique cómo multiplicó su fortuna tras volver a la Península hacia 1854 y la aprovechó para legitimarse socialmente, según él, de modo avieso. Ignoro a qué se debe está actitud de acoso y derribo del marqués de Comillas por parte de un investigador universitario que debía estar comprometido con la imparcialidad y el rigor de los hechos objetivos. ¿Prejuicio ideológico? Cierto es que con los años ha ido atemperando su vituperio, después de que su falta de profesionalidad fue decisiva para arrumbar la estatua de A. López en el almacén del MAHBA de la Zona Franca. ¡Bravo, profesor! Populistas y demagogos se lo agradecerán nombrándole director de un hipotético memorial de la esclavitud en Barcelona.
De entrada, tergiversa el origen de la primigenia fortuna de Antonio López y para ello no tiene empacho en recortar la época en que éste tuvo oportunidad en Cuba de forjarse como empresario y de hacer buenos negocios. Por contra, le involucra en la trata de esclavos y en un innoble plan para aprovecharse de su adinerada familia política Bru Lassús. Vamos por partes.
Alharilla sostiene en su último libro (enero de 2021), y en la entrevista en La Vanguardia, (04.03.2021) que A. López llegó a Cuba en 1838 después de pasar cuatro años en México. Lo basa en el manuscrito inédito escrito por José María Ramón de San Pedro, un banquero ligado casi de por vida a los Güell-López, quien recoge testimonios orales, sobre todo, de Juan Antonio Güell López, tercer marqués de Comillas y nieto que blasona los dos nombres propios y apellidos de sus renombrados abuelos.
La versión de los hechos que siempre escuché fue la de que Antonio salió de su pueblo próximo a cumplir los 14 años. Y que hasta entonces se dedicó a ayudar a su madre, alternando la escuela con trabajos circunstanciales en la campiña que rodea Comillas.
Según Ramón de San Pedro, el futuro marqués de Comillas se hallaba a los 14 años en Lebrija (Sevilla) en la “tienda de montañés” que tenía un hermano de su difunto padre (…); y tres años después, en 1834, zarpó hacia México para no hacer el servicio militar y desembarcó en Campeche (Yucatán) (2021: 33 y 35).
Está versión coincide en parte con la que aportó Francisco Bru Lassús, el cuñado enfermo de odio contra Antonio López (“La verdadera vida de Antonio López y López”, 1885). También éste aseguró que López emigró a América para no hacer el servicio militar.
Mi cuñado se educó hasta los veinte años correteando en las playas de Comillas y más tarde la corriente de sus negocios tan rápidamente le arrastraba, que escasísimos momentos pudo dedicar y dedicó a adquirir conocimiento alguno. (1885:29).
NOTA DEL EDITOR. Este medio informativo ha venido publicando desde hace más de cuatro años diversas series de artículos, en su mayoría escritos por el marino y periodista Eugenio Ruiz Martínez (fácilmente accesibles con el buscador situado en la parte alta de la página), con investigaciones objetivas y rigurosas sobre la trayectoria vital y profesional del naviero Antonio López y López, vituperado en la vida pública española, particularmente barcelonesa, con insidias y mentiras que convertían a un emprendedor extraordinario en un vulgar «negrero» que se enriqueció por un matrimonio de conveniencia (un braguetazo). El principal autor de esa infamia es un profesor de Historia de la UPF cuya hostilidad manifiesta hacia el personaje histórico, por prejuicios ideológicos o resentimiento económico, le lleva a manipular los hechos a base de insidias e insinuaciones propias de la prensa del fango y ajenas a los principios de rigor y objetividad de un profesional de la academia. Este artículo que hoy publicamos inicia una nueva serie escrita por Eugenio Ruiz Martínez que desmonta las falsedades de Martín Rodrigo Alharilla y aporta nuevos datos, cifras y reflexiones que colocan al fundador de la Compañia Trasatlántica y de un impresionante holding de iniciativas empresariales en el lugar que le corresponde.
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