L´irradiador del port i les gavines. Poemas d´Avanguarda (1921)
La desaparición del viejo puerto comercial también rompió el corazón marítimo que irradiaba/proyectaba su actividad a toda la ciudad. Era un patrimonio que las nuevas actividades no las compensan, mientras las conexiones de todo tipo que unían el puerto comercial con la urbe industrial nunca eran suficientes, siempre fueron a más, y hubo que abrir la Vía Layetana en la época de Salvat-Papasseit. Y las exigencias relacionadas con el comercio marítimo llenaban por entonces la Plaza Sant Jaume (concentración a favor de un puerto franco, 1915). Eran conscientes entonces de la riqueza que irradiaba el puerto a toda la ciudad. Nada que ver hoy con las ampliaciones de las marinas deportivas y de los astilleros para yates. Pasan tan desapercibidas que por primera vez se ha rellenado, toda y más, una dársena (norte del muelle Cataluña) y aquí no ha pasado nada, ni a favor ni en contra.
Barcelona ya no vive del viejo puerto, más bien lo ha engullido, y por tanto lo que pase con su patrimonio marítimo le trae al pairo, incluido el cierre de la Facultad de Náutica para dedicar el edificio a saber Dios qué usos. Se ha ido al garete tanto legado que el mar y sus gentes y sus infraestructuras irradiaban en su entorno, que cada vez importa menos lo que queda. El mal ya está irremediablemente hecho.
De la Barceloneta marcharon el Instituto Social de la Marina (ISM), la Casa del Mar, el Stella Maris, el ambulatorio que en exclusiva atendía a los marinos… Hay que hacer memoria, porque hubo un tiempo que el ISM hasta promocionaba y subvencionaba allí edificios de viviendas para los pescadores. Uno de ellos, afamado por su arquitectura, está en el Paseo Juan de Borbón esquina con la entonces calle Almirante Cervera. Estaba tan en privilegiado sitio que el exitoso cómico Pepe Rubianes vivió en uno de esos pisos y de rebote su nombre suplantó a Cervera en el nomenclátor. Fue otra agresión al patrimonio marítimo, irradiado por el puerto, al que se le puede aplicar lo que a las abejas para quién será su miel: “Sic vos non nobis” (Así vosotras, no para vosotras), en referencia a lo que hacen unos y se aprovechan otros.

También vivían del puerto las concurridas tiendas de la Barceloneta a expensas, supongo, de su anterior historial ligado a la pacotilla, entrepot, estraperlo y faifa. Y no hace tanto, hacia el 2019, que cerraron las históricas tiendas de efectos navales y cabuyería de la callé Ancha/Clavé (luego Sensi Seeds para venta de marihuana), así como la histórica Casa Calicó dedicada a arreos de pesca en el Born. Ejemplos, mil. Pasó lo mismo con la centenaria Librería Náutica y aún recuerdo que mi primer uniforme de marino lo compré en una sastrería especializada para gente de mar que estaba en la plaza de Santa María del Mar, a unos pocos metros de la Basílica. No es cuestión de nostalgia, pero las fachadas del paseo Colón estuvieron rotuladas con navieras, agencias consignatarias, seguros marítimos e icónicas cabeceras de prensa marítima El Vigía y el Marítimas…
Primero desapareció el patrimonio industrial que irradiaba el puerto al conjunto de la ciudad, haciendo de la zona Icaria (Poble Nou) una especie de pequeño Manchester… Luego se esfumó lo más cercano al puerto comercial. Y lo que se trasladó más allá del monumento a Colón mantuvo los nombres, sin ser lo mismo. Hace unos años pregunté en la nueva Casa del Mar cuántos marinos había en su centro de jubilados, en la primera planta, y su presidente me dijo que ninguno. Recordé a bote pronto los muchos y bien organizados que estaban los viejos lobos de mar en la Casa del Mar de la Barceloneta, con actividades, excursiones y hasta estadías de vacaciones sólo para los marinos y/o sus familiares.
El relevo que el sector del mar tenía en la Barceloneta lo cogió de alguna manera el Consorcio El Far: centro de referencia del mar. La idea era inculcar los valores asociados al mar, la recuperación de su patrimonio vinculado con la vela y la pesca (astillero propio), actividades extraescolares en que los alumnos también recorrían el puerto en laúd, biblioteca especializada, despachos para entes y empresas del sector… Su amplio y bien situado edificio demostraba que el proyecto tenía pretensiones. No pudo ser.

Se levantó con la contradicción básica de defender un patrimonio que las propias autoridades del Consorcio estaban derribando o soslayando. Recuérdese el hundimiento a propósito en las costas del Maresme de la réplica de la carabela SANTA MARÍA que se complementaba con la estatua de Cristóbal Colón; y que esta se mantiene en pie porque, con ocasión del Black lives matter, la alcaldesa Ada Colau hizo de perdonavidas diciendo que “es un ícono de la ciudad para bien o para mal”.
Para cerrar El Far no se les ocurrió otro argumento que el objetivo del Far “ya se realiza desde diferentes ámbitos y ha sido asumida de forma paulatina por otras entidades.” Vinieron a reconocer que El Far estaba mal montado y era prescindible.” Nada queda en la Barceloneta que defienda o visualice el patrimonio marítimo. Este queda recluido en el amurallado espacio confort del MMB. ¡Vaya! Quien contribuyó a hundir la SANTA MARÍA es el mismo que rehabilitó el pailebot SANTA EULALIA, la goleta FARO DE BARCELONA y tres llauts (FORMENTERA, CABRERA y SANTA ESPINA, pequeñas embarcaciones típicas de Baleares). No tiene sentido y confunde a quienes transitan hoy por el viejo puerto comercial sin tener referencias porque ni se rinde tributo a quienes navegaron. Lo atestiguan algunos nuevos monumentos y estatuas que se han colocado en el puerto sin relación directa con la mar y sus gentes, al tiempo que retiraron la del naviero Antonio López, dando la impresión de que bastantes obras artísticas del puerto corresponderían más a cualquier parque temático.
Figuran Bosch i Alsina y Salvat-Papasseit que, sin ser marinos, sí han contribuido al mundo marítimo. Y la imponente escultura de acero: “Sediroploide: homenaje a los hombres de la mar” (1963), expuesta de mural en el muelle Pescadores, pasa desapercibida porque su propia ubicación la esconde y es tan abstracta que cuesta vincularla con los marinos. Fue un remedo al prometido monumento a los pescadores de Barcelona, pero por más que la escudriño no acabo de entenderla. Así que solo hay en el puerto o en sus inmediaciones dos estatuas de marinos: la de Colón y la del oscuro almirante Galcerán Marquet (plaza Medinaceli).

El viejo puerto, raseada su historia a nivel de los cantiles de los muelles, mantiene sus dársenas sin la capacidad de irradiar a la ciudad con mucho más que su propio espacio para el disfrute y el divertimento. Y de tan limpio y recogido que está todo no han quedado casi gaviotas que lo decoren al tiempo que devoran, salvo en las pasajeras nubes chillonas que aparecen por la tarde a popa de los barcos pesqueros regresando de faenar. Cambio radical. La Barceloneta de Papasseit tiene de contraportada la novelada por uno de los hijos del barrio (“La playa infinita”, 2021. Antonio Iturbe), que nos irradia nostalgia, denuncia y pérdida, que no es poco.
Poema de la rosa als llavis (1923)
El poema erótico de Salvat-Papasseit no guarda relación con los amores tan fugaces como auténticos que se daban en los puertos a pesar de los tópicos. Solo paralelismos. Eran relaciones amorosas directas y auténticas sin otro considerando que la atracción del tipo: “Bru mariner d´amor/de peu dret a proa/quina noia no el vol! (“Fragments”, Salvat-Papasseit). Y si el poeta tiene tantas referencias al amor como ésta en el contexto del mar y del puerto se explica porque mantenía lazos afectivos con una realidad que no solo le era próxima, sino propia.

Sí, el puerto comercial resultaba tan familiar a muchos barceloneses que la mayoría compartía sus vidas con la gente de mar y podían acariciar sus barcos, pararse a hablar con los marinos… y pasear sus muelles, tal como Papasseit narra magistralmente en el apunte “Domingo por la tarde” (Mar Vell, 1919). Muchos barceloneses tenía familiares, amigos y vecinos relacionados con la armada, la pesca, la mercante o el puerto. Y éste siempre estaba allí cerca. Bastaba dejarse llevar por las calles que desembocaban en los muelles para al menos ver el gran espectáculo que presentaba el puerto; con la maniobra de los barcos y sus roncas sirenas y sus oficiales que acabarían cogiendo estrellas para situarse; con las operaciones de carga y el trajín de quienes iban o volvía diariamente de casa al puerto. ¡Qué diferente hoy! cuando el mayor espectáculo mostrenco del viejo puerto es el que se presentan unos paseantes a otros.
Se recalca la pérdida del patrimonio material, pero se olvidan los lazos sentimentales que la gente mantenía respecto al puerto comercial. Hoy ni se siente tal pérdida porque hace décadas que el actual puerto quedó fuera de la vista y de las mentes. Desde el acantilado de Montjuic aparece en la lontananza tan velado que resulta irreal, y nunca como algo propio. Y si por una casualidad lo visitasen, puede que aún les resultaría más ajeno. Sus muelles y explanadas están más pobladas de maquinaria robotizada que de personas, los vigilantes modelo Salvat-Papasseit no son ni un recuerdo, sus ojos han sido reconvertidos en cristales de videovigilancia. A un puerto logístico, ¡quién le va a querer! Si son todos iguales, sin otra vistosidad que el tetris de saltones colores que presentan los contenedores una vez apilados por filas. De hecho, en los hogares, bares, prendas y complementos… se lucen temas y emblemas de los barcos de vela tradicionales, puede que también de vapores, a pesar de que los últimos grandes veleros de carga en Barcelona datan de 1930. Por contra, los barcos modernos se ven en maqueta o encuadrados en las oficinas de las navieras, agencias de embarque y transitarios que así exhiben la excelencia comercial y tecnológica de sus propios buques. Algo similar pasa con los cruceros puestos de reclamo en la publicidad y en las agencias de viaje. Quizás resulten más evocadores los trasatlánticos, los cuales tocaron Barcelona hasta mediados de los años setenta.
Lo mismo pasa con la imagen de los puertos. Mientras nos admiran el desorden y los estrafalarios estibadores de los puertos anteriores al contenedor, los de ahora, sin apenas estibadores ni tripulantes, nos resultan fríos por ordenados y eficientes. Así que nadie espere hoy que los puertos logísticos unan a la ciudad y a sus gentes, al modo que lo hacía el viejo puerto con ocasión de la festividad de la Virgen del Carmen (“Passeu pel Port”, Salvat-Papasseit) con todos los barcos engalanados. O con hitos como el recibimiento de actores y reyes en las estaciones marítimas o las despedidas de soldados a las guerras. Ya no. Hasta no hace tanto, sí.

Antes se podía entrar en las estaciones de los ferris que iban a las Baleares y hacer el numerito de que el embarcado cogiese un rollo de papel higiénico para, reteniendo el extremo, lanzar el resto a quien estaba en la terminal para ir soltando el rollo conforme el barco se separaba del muelle y hasta que se terminaba el papel. La hilarante escena era el desespero del primer oficial Buenaventura Taboada Boj y, no menos, del capitán Josep Bruguera Batllori que no toleraban bien semejante broma a costa del barco. Cuento esta escena para plasmar el puerto amable, familiar, que ya no existe. Bin Laden acabó un 11 de septiembre (atentados) con lo que quedaba de la buena fe y la confianza que reinaba cuando se podía entrar en los puertos para tomar un trago en cualquiera de los chiringuitos que rondaban el muelle España e incluso pedir un vermut en señalados sitios.
Las autoridades portuarias repiten cada vez que tiran abajo algo, que así acercan el puerto a la ciudad. Eso fue válido con el desplome del mastodóntico frigorífico que estaba cerca del muelle San Beltrán: “Barcelona recupera el paisaje del puerto más cercano” (Jordi Valls, presidente de la Autoridad Portuaria de Barcelona). Pero en general, acercar más supone apropiarse del espacio libre, sin proteger todo aquello que no esté ligado al beneficio económico. Y contentos, porque cuando no dicen nada, es de suponer que han expropiado partes del puerto al disfrute público. El relleno de la dársena antes mencionado es una prueba de la rampante privatización de las amplias zonas del puerto situadas a espaldas de la playa San Sebastián y a tono con el hotel Vela. Sus principales dueños y clientes tienen poco que ver con Barcelona. Son multinacionales del sector náutico-deportivo que se van haciendo por el ancho mar con zonas de puerto y parte de costa, también en Cataluña. De aquí sus inversiones en Marina-92.
Sin duda son un sector económico legítimo, aunque sean catalogados peyorativamente de elitismo y lujo. Conforma, junto con los otros clubs náuticos de larga trayectoria en Barcelona, áreas privadas al tiempo que las autoridades alardean de que están abriendo el puerto a la ciudad. No es del todo así. Y más cuando los potentados recién llegados se muestran tan voraces como, en el otro extremo del ZAL, las multinacionales del puerto logístico. Tienen tanto dinero como necesidad de éste, el Puerto de Barcelona. Puede haber subordinación. Razón de más para temer que los barceloneses se queden, en la apertura del puerto a la ciudad, con la miel y la rosa als llavis. En el sentido, contrario al que le daba Salvat-Papasseit, de que este tipo de exclusivo puerto náutico tampoco se abrazará ni trenzará lazos afectivos con la ciudad.

Cuando murió el poeta, cuentan, tenía el poema “Noctur per a acordió” bajo la almohada y una de sus estrofas podría ser premonitoria, un aviso a los navegantes:
“Vosotros no sabéis/qué es/ guardar madera en el muelle:/pero todas las manos de todos los granujas/ como en una farándola [baile típico francés]/hacían juramento al calor de mi hoguera./Y era como un milagro/que estiraba las manos ateridas/Y los pasos se perdían en la niebla.”
Pues eso, que mucho divertimento y juramentos, pero el guardamuelles debía estar en 1915 atento porque al fin y al cabo estaba acompañado de granujas. Ahora, poniéndose en lo peor, otro tanto.
NOTA DEL EDITOR. La foto de portada corresponde al Moll de la Fusta hacia 1960.
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