¡Tanto cuesta reconocerle al marqués de Comillas sus méritos sin empañarlos con eso de que en “primer lugar” contó con subvenciones y relaciones privilegiadas! ¡Qué obsesión! ¿Acaso al profesor Alharilla le vale todo contra él después de acusarle sin pruebas de negrero? Pues sí, el vapuleo al empresario cántabro es un torticero suma y sigue. El segundo “rasgo característico” que Alharilla achaca a López no es menos tendencioso que el primero:
2. Otra constante de su trayectoria empresarial es la adopción de comportamientos especulativos. Estos comportamientos, que ayudan a explicar los altos beneficios de la explotación del ingenio de los cafetales en Cuba, se expresan claramente tanto en la operación de la venta de los Campos Elíseos como en su participación en dos sociedades del Ensanche madrileño. De manera paralela destaca el uso que hizo del Crédito Mercantil en su beneficio particular, aun en perjuicio de la sociedad de crédito. No solo López, la mayoría del Consejo de Administración se reservó para sí los mejores terrenos del ensanche así como las casas que había construido en el Paseo de Gracia…
Tanto dislate académico es imposible sin que el autor se ponga anteojeras para no enjuiciar mejor a quien fue un hábil promotor inmobiliario e inversor en bienes raíces, negocios que Alharilla ni los denomina por su nombre, sino que los cataloga de “comportamientos especulativos”. Aprovechar en Santiago de Cuba la oportunidad de comprar, por ejemplo, las fincas ofrecidas por Ricardo Bell no deberían ser calificada de especulación sin más. Se fijó un precio, luego se pleiteó por si hubo engaño, López ganó y se llegó a un acuerdo con los Bell. Unos cafetales e ingenios se vendieron de inmediato y los otros, una década después tras las sentencias firmes, cuando los altibajos del mercado habían cambiado a su favor. Eso es todo. ¿Dónde está la especulación que no sea la propia de cualquier negocio legítimo? En todo caso, López compró las fincas Bell cuando quizás ni pensaba residir en Barcelona, pues por entonces invirtió también en la línea marítima Santiago de Cuba-Guantánamo. Pudo pensar, como su amigo Manuel Calvo u otros, que era buena opción ser hacendado en Cuba aprovechando que otros se deshacían de ellas.

La carga peyorativa que conlleva el término “especulativo” tendría la función de minusvalorar la labor empresarial de López y pringar algo más la imagen de un empresario al que con anterioridad calificó de negrero. ¡Qué entonces con Amancio Ortega (Inditex)! El empresario más rico de España está haciendo algo así cuando invierte en valores refugio y diversifica riesgos comprando selectos edificios en los centros de las grandes urbes occidentales. ¿Especulador? Quizás menos Antonio López, porque éste, al promover la compraventa de solares asumiría en ocasiones, lo común entonces, los gastos de permisos, nivelación, alcantarillado… Un fallo reiterativo de Alharilla es cifrar las ganancias de López comparando los precios de compra y de venta de sus activos inmobiliarios sin especificar los probables gastos concomitantes del promotor, la inflación, los intereses de los créditos… Fantasea que las compraventas efectuadas por Antonio López eran pelotazos y lo presenta con la vitola de historia, materia de la cual ejerce docencia en una prestigiosa universidad catalana. Estas imperfectas cuentas, basadas en las escuetas compraventas firmadas en las notarías, son las propias de un investigador sin escrúpulos que va a saco contra el marqués de Comillas.

Otro tanto vale cuando valora negativamente la labor de promotor inmobiliario que el futuro marqués de Comillas llevó a cabo en los ensanches de Barcelona y Madrid, aprovechando, en parte, su ascendencia en el Crédito Mercantil. El negocio inmobiliario tiene la particularidad, no como el vinícola, de que todos los involucrados en el mismo: el promotor, proyectista, constructor, agente inmobiliario… incluso el comprador final, negocian con el valor de sus activos, soliendo ser el promotor quien más expone y por tanto quien más puede ganar o perder. Es un negocio de tal enjundia que sólo se dedican a ello a lo grande quienes tienen capital, crédito y conocimientos para invertir fortunas sin la plena seguridad del resultado. Algo así como meterse a naviero.
En primer lugar. Un segundo rasgo

Un especulador inmobiliario accidental corre el mismo riesgo que quien juega en bolsa sin apenas idea de renta variable. No era el caso de Antonio López quien ganó por la mano a los dos grandes promotores de Madrid y Barcelona, a José Salamanca y a Jaime Safont, expertos negociantes con patrimonios muy holgados. Definir de comportamientos especulativos esta labor de López sería solo un grave error si no tuviéramos en cuenta que Alharilla carga por sistema contra el empresario cántabro. Porque para este historiador, López fue, además de especulador, un aprovechado al valerse del Crédito Mercantil para beneficio propio y de sus conmilitones del Consejo de Administración. Esta es otra fabula acusatoria que Alharilla explica con cambalaches de hipotecas y demoras de pagos para comprar a precio de ganga. Cómo si fuera tan fácil embaucar a los entonces bregados en las finanzas, Salamanca y Safont; cómo si el resto de capitalistas fueran parvos y no supieran aprovechar las oportunidades de negocio; o peor todavía, que hubiera miembros del Crédito Mercantil despistados ante el supuesto quebranto que estaban sufriendo por parte de su socio Antonio López.
Hay que falsear mucho la realidad para echar sobre el marqués de Comillas la inmundicia de que jugó sucio incluso contra otros socios del Crédito Mercantil. A falta de pruebas, la lógica conduce a pensar que Antonio López salió más beneficiado porque se aplicaría más que los demás; o porque contaba con mayores recursos y no se metía en negocios sin contar con sólidos conocimientos y avales crediticios. Pero el sectarismo impúdico de Alharilla se precipita en insidias y sospechas al estilo de la prensa del fango con la intención de restar méritos al empresario y considerarle desleal con sus socios.

Un caso paradigmático fue el pulso que ganó a José Salamanca, quien jugaba en casa, en el proyecto de ‘Venta y Explotación de Inmuebles’ en Madrid, en el barrio de Salamanca, zona que comprendía una plaza de toros a derruir. El cántabro, apoyado, entre otros, por los hermanos Girona Agrafel, repitió la jugada de Barcelona y aprovechó la insolvencia de Salamanca para embolsarse un buen piñón de tal proyecto. ¿Especulación o buen negocio? Desde luego no fue a costa de plebeyos ahorradores ni de inversores bisoños. Las operaciones inmobiliarias de esta envergadura no estaban al alcance de oportunistas ni tampoco de desprevenidos tiburones de las finanzas, sino de excelentes empresarios, como López, que no dudaban en arriesgar su fortuna. La especulación en bruto, tal como la da a entender Alharilla, carece de razón y no puede explicar que el empresario cántabro siempre saliese airoso. La argucia consiste en tildar a López de comportamientos especulativos cuando podría calificarle con seguridad de hábil inversionista. El caso es dar la peor versión del marqués de Comillas. ¡Odio al rico! ¡Derribemos al triunfador! ¡Destruyamos el trabajo y la inteligencia confundiendo esas cualidades con la avaricia del especulador y los manejos de un delincuente!
También sería más que erróneo afirmar que las compras de fincas en Santa Perpetua de Mogoda y en Navalmoral de la Mata fuesen movimientos especulativos. El propio Alharilla admite que López afrontaba, en su edad adulta, los azares de los negocios con la garantía de sus inversiones en bienes raíces, por ser valores más seguros, al tiempo que así diversificaba los riesgos. De hecho, ambas fincas lejos de ponerlas en venta para ganar plusvalías, trató de ampliarlas. Y las 20.000 hectáreas de terreno que llegó a tener en distintas partes de España le servían, lo dijo expresamente, para resguardarse de los avatares empresariales.

Tampoco especuló con su primera casa-residencia en Barcelona, en la Plaza de Medinaceli. Fue el primer edificio que mandó construir (1859-61), lo heredó su hija Isabel, ahora es el hotel Medinaceli, pero todavía estaban allí las oficinas de Trasatlántica cuando en 1974 iba yo con el papeleo del carguero BELEN. Otro tanto pasó con el Palacio Moja y el edificio que fue de Tabacos de Filipinas, hoy Hotel 1898, que un siglo después pertenecía, respectivamente, a sus herederos y a la empresa tabaquera. Que se sepa solo vendió en Barcelona, con un proyecto de construcción para él, el solar del Paseo de Gracia/Calles Aragón y Valencia, lado Besós, que compartía con Tomás Coma; y, el ya construido hotelito del Paseo de Gracia/Calle Córcega, que se había adjudicado de los siete chalés que tenía José Salamanca en los Jardines de Gracia. Otro tanto vale decir de diversas inversiones inmobiliarias (Santander, Cádiz, Madrid). Su hijo Claudio, segundo marqués de Comillas pudo residir en Madrid en lo mejor del barrio de Salamanca (Calle Serrano/Plaza Independencia).
Los movimientos especulativos no fueron “el segundo rasgo característico” de la fortuna de Antonio López, quien, por supuesto, debió aprovechar con éxito los intersticios que dispone la política y la economía para quienes gozan de dinero y contactos. A fin de cuentas, López fue un empresario de su tiempo, prácticamente idéntico a los actuales, preparado y dispuesto a invertir allí donde atisba un buen negocio, a riesgo de equivocarse y perder dinero. La información privilegiada, el tráfico de influencias, el predominio, las puertas giratorias… o lisa y llanamente la tangencial corrupción son concomitantes con los proyectos vinculados a las altas esferas del poder y de las finanzas. En todo el mundo con economía de mercado, no sólo en España. No todas ni siempre, pero por ahí vienen parte de las ganancias de los acaudalados con capacidad de influencia personal o arropados por un grupo de presión más o menos poderoso (ej. el marqués de Comillas en la lobista burguesía catalana).
Este es un aspecto de las altas finanzas que va de sí para los ricos y poderosos cuando compiten entre ellos. Los ejemplos de la actualidad, en Europa, en Japón y en Estados Unidos, no digamos en China y otros países con regímenes políticos opacos, son muy numerosos y algunos conocidos siquiera en parte. Antonio López se atuvo a lo que sería de esperar de un empresario serio y legal; carece de sentido acusarle de algo que forma parte del paisaje económico establecido en los países con mejor calidad de vida. Tendría un pase si Alharilla resaltase este aspecto con el mismo encono que otros, tal que las cualidades naturales y adquiridas del naviero cántabro para hacer negocios. No es el caso, pues prioritariamente juzga así la labor de López: “en primer lugar (…) su tendencia a operar al margen del mercado (…); un “segundo rasgo característico” (…) su comportamiento especulativo”, y por consiguiente va añadiendo sus derivadas de “relaciones privilegiadas” y otras lindezas. No es casualidad que tienda a obviar sus méritos no controvertidos mientras repite en sus obras el elenco negativo de “los cuatro aspectos”. Nunca ha ofrecido en 25 años un listado laudatorio con “los cuatro aspectos” de excepcionales cualidades que tuvo López para los negocios. Ni siquiera los compendia algo en su último libro a pesar del título “Un hombre mil negocios”.

¡Especulación! Antonio López no pudo ser un dechado de virtudes contemplativas cuando los demás capitalistas compraban fincas en los ensanches de Madrid y de Barcelona para sus carteras de negocios. ¡Qué actividad económica de envergadura no conlleva su parte alícuota de especulación y riesgo, incluso de ventajismo! Y más cuando las relaciones entre el Estado y los grandes empresarios, lejos de colisionar, se conjugan para generar sinergias público-privadas en los sectores estratégicos o de interés general a costa de obtener trato de favor y demás ayudas oficiales. Fue el caso, a mitades del siglo XIX, con los sectores relacionados con la aplicación del vapor (ferroviario, navegación, textil) mediante subvenciones, exenciones, aranceles, concesiones. De aquí las privilegiadas ventajas fiscales/arancelarias, también para los inversores extranjeros, que se otorgaron desde los primeros gobiernos de Narváez (1844-51), al último de O´Donnell (1865-66) para promocionar el ferrocarril.
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