Antonio López aprovechó las ventajas/ayudas que ofrecía el Gobierno y otras más como cualquier otro capitalista. Señalar el origen de sus beneficios en operar al margen del mercado, en su cercanía al poder y en la especulación supone sesgar las investigaciones sobre López al extremo de afirmar este malintencionado juicio de intenciones: “Aquella guerra que asolaba los campos cubanos desde el otoño de 1868 se estaba convirtiendo en una verdadera fuente de ganancias. Y todo bajo un ropaje pretendidamente patriótico” (2021:220). Aquí el que pretende, con este rejón, es Alharilla para seguir lacerando al Marqués de Comillas aprovechando que las guerras son una excepcional ocasión para hacer mucho dinero, aunque también provoquen grandes pérdidas.
¿Acaso el patriotismo es incompatible con beneficiarse de una guerra en la que se contribuye a la victoria? No sólo es patriota quien pierde su fortuna por defender los intereses nacionales. He aquí otro de los errores conceptuales que comete este profesor perjudicando la imagen del marqués de Comillas. No concibe que un capitalista pueda obtener justos beneficios cuando aporta fondos para lograr objetivos colectivos. Por supuesto que se puede ganar dinero incluso dando dinero. Un paradigma de ello es el Plan Marshall estadounidense para la reconstrucción de parte de Europa occidental.
La maledicencia de Alharilla en este aspecto, pronto patente al achacarle “apoyos interesados” en la guerra de África (1859-60), tiene su derivada al afirmar sin empacho que López gozó de relaciones privilegiadas con el Estado. Y de la misma estofa son sus acusaciones de que la fortuna del naviero cántabro se amasó con el colonialismo, con el pretendido patriotismo, con la guerra y con el largo apéndice de la esclavitud en Cuba. Vendría a decir que el financiero cántabro se las ingenió para que el Estado le pagase más que de sobra por sus servicios. ¿Por qué no admitir que el Gobierno contó con un excepcional empresario que estaba a las duras y las maduras, que incluso le sacaba las castañas del fuego? Sería el caso del empréstito al Estado que amarró López en 1876 para contribuir a que España ganase la guerra larga de Cuba (1868-78) a cambio de unas contrapartidas también ventajosas para él y sus capitalistas socios/accionistas.

Fruto de esta confluencia de intereses, Antonio López creó el Banco Hispano Colonial (BHC, otoño de 1876) para conceder este empréstito con aportaciones, todos a una, de los pudientes catalanes, madrileños y cubanos. Alharilla volvió a desgranar en 2021 las bases del acuerdo entre este banco y el Estado para resaltar, según él, las cláusulas abusivas que obtuvo el naviero cántabro: Altos intereses, gravosas garantías de cobro, sobradas compensaciones para que un banco tan sui géneris nunca saliese perjudicado, aventajada reconversión en banco industrial a partir de 1880 cuando tras la guerra perdió el motivo por el que se creó en 1876. Son aspectos controvertidos que precisan una revisión crítica porque Alharilla reincide, para mermar la imagen del marqués de Comillas, en los presuntos privilegios que obtuvo el BHC.
Resulta lamentable que este profesor, que ha tratado este tema varias veces, con más o menos largueza y siempre repitiéndose, lo haya manipulado sistemáticamente. Al igual que con la concesión de la línea correo a las Antillas (1861), descontextualiza y resalta e ignora los datos según le cuadren o no a sus conclusiones preferidas. Es lo que hay. Un nuevo futuro requiere un nuevo pasado y, por tanto, un nuevo historiador encargado de tamaño sudoku para que los nuevos contestatarios tengan sus pasatiempos quitando estatuas y revisando el nomenclátor. Pues, nada; vuelta a hacer otro largo inciso. Esta vez para rebatir a quien tendenciosamente asegura que el BHC obtuvo ganancias privilegiadas.
De entrada, ese empréstito cumplió su objetivo de ganar la guerra a un precio aceptable y sin recurrir al capital extranjero; quienes cubrieron el crédito se embolsaron lo previsto y el acuerdo pasó por el cedazo de las duras críticas en una época abierta a cuestionar la labor del Gobierno a pesar de la Restauración. Ya fue todo un hito que por primera vez España dejase de depender por sistema de la draconiana financiación que le facilitaban desde París y Londres. Este precedente marcó la pauta para los empréstitos que precisaron las guerras de final del siglo XIX (Cuba, Filipinas), cubiertos por los propios españoles en vista de que el Banco de París o los Rothschild de Londres volvieron a poner exigencias de usura.
Alharilla destaca las presuntas condiciones privilegiadas que López obtuvo de Cánovas del Castillo en el acuerdo de 1876. Sin embargo, pasa de puntillas en la magnitud de las pérdidas que provocó el empréstito que firmó en 1870 Laureano Figueroa, ministro de Hacienda, con el Banco de París para afrontar esa misma guerra. Peor imposible, un fiasco que Alharilla lo apunta sin alaracas mientras pone en la picota el ejemplar acuerdo logrado por López en 1876 para crear el Banco Hispano Colonial.
El llamado empréstito “de los mil millones” de reales (250 millones de pts.), firmado en 1870 con el Banco de París, tuvo mala acogida en bolsa, sus intereses previstos del 6% llegaron a subir al 22% y era tan favorable a la banca francesa que espoliaba al Erario. Para zanjar el desastre, Segismundo Moret, nuevo ministro de Hacienda, rescindió el contrato compensando al prestamista galo. Se optó luego por lanzar en 1872-73 bonos al 8 por ciento (empréstito patriótico) para sufragar la guerra de Cuba. Sus suscritores quedaron pronto vendidos, por falta de garantías, y temiendo por su dinero publicaron el folleto “Unos bonos sin abono”. El pago se les fue relegando durante años y, para colmo, todavía en 1883 tuvieron que contentarse con obtener intereses menores al 3%. Esos sí que eran verdaderos patriotas a tenor del “pretendido patriotismo” que achaca Alharilla a López.

Sirvan de ejemplo estos dos fiascos previos para valorar la labor financiera de Antonio López con el BHC o, al menos, no tergiversarla tan en su contra. Alharilla debería haber sido honesto para resaltar estos desastrosos precedentes y no silenciar los apuros que estaba pasando Hacienda antes de que las grandes fortunas españolas le ofreciesen una salida con el BHC.
Este era López
Al fracasar el “empréstito patriótico” de bonos, el Banco de España y las Aduanas cubanas fueron cubriendo los gastos de la guerra hasta quedar exhaustas debido a que el interminable conflicto enconaba el desbarajuste económico del Sexenio Democrático. ¿Qué hacer? No había otro remedio que recoger la idea lógica de José Antonio Salom, presidente del Centro Hispano Ultramarino de Barcelona: que los ricachones diesen un empréstito al Estado. Eran los más interesados en la Península en mantener sus negocios en Cuba, y quienes en la Isla tenían el poder real sobre el terreno (Voluntarios, Círculo de Hacendados, Comité Español). Coincidían con los Gobiernos, también del Sexenio, en defender a toda costa la soberanía española de la Isla.
Pero estando Antonio López de por medio, el empréstito no fue un regalo al Estado ni mucho menos una aventura bancaria. Amarró el acuerdo con el Gobierno para obtener beneficios y evitar nefastas sorpresas: intereses pautados al 12% y el control de las aduanas cubanas como garantía del crédito y para cobrar el 40% de la recaudación que lograse de más en razón a lo previsto. Además, el comillano no se anduvo con chiquitas. Logró lo inaudito, que el empréstito fuese avalado por un proyecto de ley para que el Estado reforzase con más garantías los cobros si quebraban las aduanas cubanas o venían mal dadas por la guerra u otros imponderables.
Prestar dinero a lo grande, sí; gestionar los riesgos, también. Él contribuiría a ganar la guerra al precio del pollo por lo que vale estando en juego el patrimonio de sus socios del BHC. Este era López. Un empresario que hacía las cosas bien: para él, para sus colaboradores y accionistas, y para sus clientes, en este caso el Gobierno, a quien le sirvió de banquero en 1876. No era quien obtenía, según Alharilla, trato de favor de los poderes públicos.
Las relaciones privilegiadas del cántabro con el Gobierno se las había ido ganando durante muchos años, pero en el caso del BHC estas primaban menos que el dictado del magnate empresario. Algo así como ocurrió en 1868 cuando impuso sus condiciones al Estado para cubrir la línea marítima a las Antillas, toda vez que éste se había quedado sin alternativas cuando el británico Mitchell no puso los barcos comprometidos tras ganar la subasta de 1867.

También se equivoca Alharilla cuando explica las privilegiadas condiciones del empréstito. Cuestiona sin razón “el elevado tipo de interés” del 12%. Sin conocer bien el tema, considero que no existiría ese “elevado interés”. Él lo compara con los intereses de los préstamos individuales…, cuando por sus características debería referenciarlos a los bonos en cartera, que rondaban el 12% en el Banco de España para ese o similares tipos de créditos. En todo caso el empréstito del BHC era al 12% pautado (el más alto previsto, aunque no el probable), y Alharilla no explica qué tipo de interés se firmó, si el fijo o variable, nominal o real, ni según los plazos de amortización a largo o corto plazo. Lo mismo sucede cuando apunta, como ventaja de López, que a los tres años el banco ya había recuperado el 60% del empréstito. Sin embargo, eso indica que se firmó un buen acuerdo por ambas partes, no gravoso para el Estado, pues en 1880 solo le faltaba por amortizar el 10% de este préstamo que al cabo de año y medio había contribuido a la victoria en Cuba (paz de Zanjón, 10.02.1878).
Tampoco tiene razón el historiador al considerar privilegiadas las garantías de cobro, entre ellas “la recaudación de las aduanas de Cuba”. Esto no era un anómalo recurso ni un dispendio, pues la Corona lo utilizaba desde al menos 1835, cuando recurrió a ellas para garantizar a la Casa Rothschild el cobro de un crédito al que no le valían sólo las garantías de las minas de Almadén ni los estancos del Tabaco. Además, López hizo bien en controlar dichas Aduanas por el propio personal del BHC. Sabía que endémicamente estaban carcomidas por la corrupción, el fraude y los intereses creados. Ni el Sexenio pudo con ello por más que lo intentasen los ministros de Ultramar (ej. Víctor Balaguer) porque, entre otros motivos, los cargos eran vitalicios y las malas prácticas estaban arraigadas. López se hizo cargo de ellas para no depender sus beneficios de una Aduana corrupta. Incluso el BHC llegó a sanearlas a su favor al quedarse con el 40% de lo recaudado de más. Al futuro marqués de Comillas no le hizo falta recurrir a las otras garantías del Estado que por si acaso había incluido en el acuerdo de 1876. Todo salió bien.
No vale la pena seguir desmontando las insidiosas consideraciones de Alharilla respecto al empréstito de 1876 cuando éste consistió en un acuerdo bueno para el Estado y atractivo para quienes pusieron el dinero. Lo normal en un empréstito: prestar dinero a cambio de beneficios y garantías de cobrarlos. Ver en ello trato de favor con Antonio López son ganas de acusarle. El privilegiado pudo ser el Estado al contar con un empresario capaz de recabar dinero de suficientes acaudalados de la Península y de Cuba para ganar una guerra que a la larga supuso mantener la colonia dos décadas más y la reafirmación de la españolidad de la Isla.
Cánovas del Castillo no tuvo en 1896 la suerte de contar otra vez con López para cubrir el empréstito con que afrontar la última guerra de Cuba. Rechazó las exigentes condiciones que le ponían los inversores extranjeros, y salió del paso gracias sobre todo a que el Banco de España canalizó el patriotismo de los españoles con algún dinero (empréstito interior, al 5%). Por entonces, la economía había mejorado lo suficiente como para que, a pesar de las penurias del Estado, el país fuese rico al extremo de seguir adelante tras pagar de su bolsillo millonadas de pesetas en guerras (1895-98), sufrir las derrotas y perder las colonias, en especial Cuba, la Joya de las Antillas.
NOTICIAS RELACIONADAS
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (1): Antítesis doctoral
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (3): una tesis de baratillo
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (4): imprecisiones e ignorancia
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (5): atando cabos
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (6): la prueba diabólica
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (7): el caso de la goleta DESEADA
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (8): las fuentes y sus abrevaderos
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (9): amistades peligrosas
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (10): el transfondo del disparate
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (11): un grandísimo borrón
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatántica (14): un empresario bien encarrilado
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (15): línea de sombra
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (16): un cuento
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (17): El espejo del mar
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (18): Lord Jim
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (19): Entre tierra y mar
Contra las acusaciones al fundador de la Compañía Trasatlántica (22): especula que algo queda