La implicación de Antonio López en la trata de esclavos quedaría aclarada si en octubre de 1850 vendió decenas de los bozales que la goleta DESEADA acababa de desembarcar cerca de Santiago de Cuba. La solidez de la única prueba que aporta Martín Rodrigo Alharilla contra el marqués de Comillas merece analizarla con rigor aun a costa de admitir, si fuera el caso, que en algún momento Antonio López se involucró en la trata. Los hechos son tozudos: el barco era negrero sin ambages, fue denunciado por James Forbes, el honesto cónsul británico en Santiago de Cuba, y las investigaciones llevadas a cabo por las máximas autoridades españolas en la Isla fueron un enorme paripé. El grueso de la denuncia no dejaba ninguna duda. (AHN, Estado, legajo 8044)

El capitán general José González de la Concha, y José MacCrohon Blake, gobernador de la región oriental, procuraron solventar esta papeleta negando la mayor con la argucia de afirmar que la delación era inexacta y prometer abrir nuevas diligencias. Todo, menos admitir que España estaba vulnerando los tratados con Gran Bretaña a pleno sol, a la vista de todos y, encima, con la connivencia de las autoridades y funcionarios, por no hablar del público en general. La denuncia presentada por el honorable cónsul aportaba hechos que confirmaban tamaña confabulación, sin por ello demostrar del todo que Antonio López estuviese involucrado.
Forbes denunció sin avenirse a testificar ni a desvelar quiénes eran los testigos oculares que le dieron el chivatazo. Se limitó a señalar por escrito a los presuntos culpables sin dar nombres a MacCrohon, entre ellos al comillano. Bastó que las autoridades se conjuraran para negarle veracidad para que el caso terminase sin consecuencias tras un largo e intenso cruce de comunicados oficiales al más alto nivel (Palmerston/Isturiz, entre otros). No resolvieron nada.
A efecto de las evidencias, la culpabilidad de López quedó incierta porque la credibilidad de Forbes no podía corroborar por sí misma todos los hechos denunciados, aunque por sentido común se tienda a darle la razón al leer lo publicado por Alharilla (2021:63ss). Juega en contra del historiador que su exposición de los hechos es incompleta. Además, su análisis ignora algún aspecto para acusar con más base a Antonio López y, sobre todo, obvia todo lo que pondría en duda su culpabilidad. Una más de su mala praxis en que incurre al investigar al marqués de Comillas, a lo cherry picking (recolectar cerezas), aceptando las pruebas que convengan para denigrarle, por incompletas que sean, y obviando las que le contradigan.
Llama la atención que Alharilla no refleje en su libro hechos gravísimos. Aunque su objetivo en el caso de la goleta DESEADA fuera demostrar que López fue negrero; ¡qué menos que mostrar humanidad destacando la tragedia que conllevó esa expedición! Por inanición y falta de agua murieron durante la travesía 33 personas bozales, aparte de quienes fallecieron de la dotación: el capitán Leandro Cortinas por calenturas malignas y alguno de los tripulantes por causas que no trascendieron. Incluso el sobrecargo Baltasar Puyol desembarcó con fiebre, en un estado lamentable, siendo conducido en litera hasta Santiago de Cuba. La mortandad hubiera sido mayor, quizá total, si otro barco no les hubiese auxiliado en alta mar. Se ignora cuándo y por quién fue socorrida la DESEADA.
Más documentado está que la malograda expedición recaló a tres millas de la isla de Curaçao (Antillas Holandesas, al norte de Venezuela) para hacer provisión, con tan mala fortuna que tuvo que huir sin ella al ser descubierto por un bergantín holandés, dejando en tierra al marinero que había ido en bote para pedir víveres. Fue este tripulante quien contó toda la verdad de la goleta DESEADA, lo cual acabó sabiéndose, dada la gravedad de lo sucedido, también en Puerto Cabello (Venezuela) y a partir de allí en Caracas, dándose la voz de alarma con despachos entre legaciones diplomáticas a la Isla Trinidad (base de la escuadra británica en las Antillas), al juez británico Kennedy del Tribunal Mixto de La Habana hasta llegar a las autoridades cubanas. En todo caso, estas noticias llegaron a Cuba muchos días después de que el barco negrero dejara a mitades de octubre su alijo de 167 bozales en el embarcadero/abrigo de Juraguá, al este de Santiago de Cuba. El capitán general Concha se enteró el 14 de noviembre de esta criminal expedición, gracias al cónsul general británico Joseph Crawford, escasos días después de asumir el mando.
Para explicar bien este caso hay que remontarse medio año atrás. Los confidentes de Forbes le alertaron que la goleta DESEADA había llegado a Santiago de Cuba el 16 de abril de 1850 procedente de la isla de Santo Tomás (Antillas danesas) para provisionarse en Santiago de Cuba de aguardiente, café, tabaco… antes de emprender una expedición negrera en África. Dicha goleta ya estaba en el foco del cónsul británico porque éste le puso sobre aviso a MacCrohon para que ordenase inspeccionarla y se advirtiera al capitán y a los consignatarios de que se abstuvieran de emprender tal expedición: “Que si mis informes fueran ciertos y el buque volviese a esta provincia con cargamento de esclavos espero que usted comunicará órdenes oportunas para la aprehensión de uno y de otro [capitán y barco]”. MacCrohon le contestó que tomaría medidas con la autoridad marítima de la ciudad y advertiría al consignatario y al capitán. (03.05.1850)

La Comandancia de Marina comprobó que la goleta no mostraba evidencias de dedicarse a la trata, las propias de la cláusula de equipamiento: escotillas reforzadas con rejas o preparadas para colocarlas, cocina grande acorde para alimentar centenares de personas, número de pipas de agua desproporcionado para su dotación, falso sollado… Superada la inspección, la goleta zarpó el 5 de mayo despachada para Canarias, con escala en Santo Tomás, aunque lo evidente es que acabó embarcando bozales en África.
Alharilla ignora estos prolegómenos. Inicia su narración cuando la DESEADA llega a tres millas de Curaçao, a pesar de que Antonio López también fue investigado por si en mayo de 1850 despachó esta goleta junto a la casa comercial “Antonio Vicent y Hnos.”, lo cual intensificaría las sospechas de que participó en la expedición negrera. Es otro error del historiador de referencia. Tampoco es concisa su prueba estrella contra López:
Según los informantes del cónsul Forbes, una vez desembarcados en Juraguá, se llevó inmediatamente a aquellos africanos hasta Santiago de Cuba y al menos quince de ellos (otras fuentes hablaban de cincuenta e, incluso, de setenta) se embarcaron pronto en el vapor CÁRDENAS para ser conducidos hasta el puerto de Batabanó, primero, y a La Habana, después. (2021:64)
El “al menos quince de ellos” no se sostiene. La documentación cifra el número de estos esclavos en setenta, una partida de cincuenta, presumiblemente bozales, y otra de veinte, además de otros 23 que quedaron retenidos por falta de papeles para embarcarlos en el vapor CÁRDENAS. Números aparte, Forbes advierte por carta a MacCrohon, el 16 de octubre de 1850, que la goleta DESEADA ha desembarcado el alijo de bozales y apunta a los responsables “conocidos por todos”. También se lo comunica a Joseph Crawford, quien a su vez se lo hace llegar a la Capitanía General de Cuba (30.10.1850). La denuncia formal de Forbes data del 28.10.1850: “Me veo en el penoso deber de poner en conocimiento de Ud. [MacCrohon]” que la DESEADA ha logrado desembarcar en Juraguá y pide que se embargue el buque, la carga y se reprima a los culpables. Empiezan los despachos entre ambos, también entre Concha y Crawford, sobre este alijo de 167 bozales, se toman las primeras diligencias para aclarar el caso conforme a Derecho, se avisa a Londres… Para más datos, Forbes comunica el 14 de noviembre a MacCrohon que la DESEADA ha hecho un viaje a Guantánamo del que ha vuelto a Santiago con un cargamento de madera y con un nuevo nombre: COSTERA. Días después fue vendida a un panadero de Santiago de Cuba y dos meses después volvió a las andadas con otra expedición negrera, siendo al fin apresada por los británicos.
Las investigaciones chocaron de entrada con la firme negativa de Forbes a destapar quien o quienes le comunicaron el desembarco de los bozales del DESEADA y el embarque días después de al menos 50 de ellos en el vapor CARDENAS. Lo cual es del todo comprensible si hay que proteger las fuentes. Pero tampoco quiso dar el nombre y apellidos de lo que él mismo presenció: “Que yo había visto ocho de los negros bozales introducidos por dicho buque [DESEADA] en casa de un dueño de ingenio” y que según el hijo de éste eran a cuenta de los intereses de mil pesos que su padre había puesto en la expedición negrera. Contra más insistía MacCrohon en que era imprescindible contar con testigos, más en banda se cerraba el cónsul británico:

Esta infracción de tratados lo hice a consecuencia de los informes de un testigo ocular del desembarque de bozales que por tanto en este caso como en el presente [dueño del ingenio] no me creo obligado a declarar el nombre del denunciador, como Ud. desearía para llegar al conocimiento de la verdad, creyendo haber dado suficientes datos sobre el particular. Yo les referiré respetuosamente a los consignatarios de la DESEADA, los que podrán informarle de los nombres del dueño del ingenio a quien fueron entregados los ocho bozales de que se trata y de los demás especuladores (…) Repudio que Ud. me constituya en Agente de la policía y me niego a publicar nombres cuando el desembarco de esclavos es tan notorio.
Forbes también se ampara en que sobra dar más información porque el embarque de los bozales en el vapor CÁRDENAS fue “a la luz del día y de la manera más pública” y, en todo caso, ya ofreció suficientes datos el 1 de mayo de 1850. Claro que tampoco confía en las autoridades: “Supongo que aunque diese los datos que se me piden y se intentase una investigación por Ud. estos datos serían completamente inútiles porque los ocho negros bozales que yo vi casualmente habrán sido sin duda admitidos en el seno de la Iglesia [bautizados, nombres cristianos, formalmente legalizados].”
La actitud de Forbes perjudicaba las diligencias abiertas, y peor, dejaba a las autoridades investigar sin controles independientes. Llamaron a declarar a los implicados. Empezando por los cuatro marineros del DESEADA que estaban en Santiago de Cuba; el sobrecargo previsiblemente estaba ya en Curaçao, donde residía su familia. Todos negaron las acusaciones. Las mismas preguntas obtuvieron las mismas respuestas. Tampoco vio desembarco alguno de bozales el cabo de Matrícula de la playa de Juraguá; ni el comandante de marina tenía dudas de que había inspeccionado bien la goleta antes de que zarpase, corroborando el informe que el 5 de mayo del 1850 había enviado MacCrohon a Forbes de que no había indicios que la goleta DESEADA estuviese preparada para traer bozales desde África. Ni se libraron de declarar el padre y el hijo referidos por James Forbes.
También llamaron a declarar a Antonio Vinent, alcalde ordinario de Santiago de Cuba, y a Antonio López (24.12.1850). El primero figuraba de consignatario de la DESEADA y, aunque admitió que había despachado la goleta en mayo para Canarias, dijo que ya no supo nada más de ella. López fue más rotundo: negó la mayor. Él figuraba directamente implicado en un resumen de acaecimientos presentado por Crawford a Concha: “Los señores López y López comerciantes de Santiago que estaban más interesados en este negocio de la DESEADA iban a mandar el día cuatro del corriente [noviembre] 50 negros, que hacían parte de los 167, a esta ciudad de La Habana tan pronto como el vapor CÁRDENAS los pudiese tomar”. Esta información, no del todo precisa, provendría del testigo directo que vio en el puerto de Santiago de Cuba el embarque de tales bozales en el vapor CÁRDENAS. Como medida preventiva, el general Concha ya había ordenado tiempo antes retener precautoriamente en el surgidero de Batabanó a los esclavos embarcados por López procedentes de Santiago. Hechos los aparentes trámites, los funcionarios confirmaron que todos ellos tenían los pasaportes en regla, que cincuenta iban a un cafetal de la región y veinte para La Habana. Concha mandó, por consiguiente, devolver los esclavos a sus dueños.
Algo no cuadra
Preguntado Antonio López sobre el tráfico de esclavos, la goleta DESEADA, los bozales… él contestó: “Que ignora el contenido de esa pregunta”. Y sobre si remitió por barco desde Santiago 50 bozales el 4 de noviembre, respondió que no eran 50 sino 79 esclavos, todos ellos criollos, los que había él embarcado en el vapor CÁRDENAS una vez comprados a distintos dueños, según era norma de su casa comercial desde hacía cuatro años. Antes de analizar estos hechos, hay que reseñar que el CÁRDENAS salió para Batabanó el 12 de noviembre con 142 pasajeros, todos con sus pasaportes en regla, al menos formalmente.
Hasta aquí los hechos. Crawford y Forbes denunciaron a Antonio López aportando como prueba la información que les pasaron sus confidentes, las cuales no fueron confirmadas por nadie en cuanto las autoridades españolas decidieron hacer el paripé. Crawford propuso a Concha que el Tribunal Mixto de La Habana contra la trata investigase este caso. De poco le sirvió, pues le recordaron que sus jueces no tenían atribuciones respecto a los meramente sospechosos. Solo la honradez de los cónsules británicos respaldaría la credibilidad de las acusaciones. Pero algo no cuadra del todo. Antonio López no podía ser tan estúpido como para embarcar sin cuidado los bozales del DESEADA cuando debía saber, quizás desde principios de mayo, que él estaba en el punto de mira de los agentes/chivatos de James Forbes.

Este alijo había sido denunciado por Forbes a MacCrohon el 16 de octubre y las investigaciones estaban en curso antes de embarcar a los esclavos hacia La Habana. No tiene sentido que enviase el 4 de noviembre los bozales al CÁRDENAS, a “plena luz y a la vista de todos” cuando el vapor tardaría días en zarpar. Menos se entiende que unos bozales que habían pasado por la ordalía de una severa inanición y sin agua estuviesen en condiciones de embarcar casi de seguido durante varios días más. Además, dichos bozales debían presentar un aspecto penoso y, sobre todo, necesitaban más tiempo y cuidados para reponer su salud. Lo normal en estos casos era desembarcarlos en sitio remotos y guardarlos en alguna hacienda fuera de las miradas antes de sacarlos a la venta sin problemas (Art. 9 de la ley Penal de 1845 que permitía a los dueños de los bozales tenerlos impunemente siempre y cuando ya llevasen un tiempo a su cuidado).
Quien se considerase un buen comerciante nunca sería tan inconsciente para cometer delitos graves a la vista de todos, fácilmente reconocibles sus bozales de provenir de un reciente alijo y, encima exponiendo la salud de sus esclavos puestos a la venta. Sería un pésimo negocio, también porque perjudicaría su imagen comercial, lo más valioso de una empresa. La compraventa y embarque de esos 50 esclavos en esas condiciones podría confirmar que no eran bozales.
Otro indicio de que Antonio López no podía ser un descuidado negrero con la goleta DESEADA es que entre marzo de 1850 y mayo de 1852 él estuvo tramitando dos importantes solicitudes: la línea marítima Santiago de Cuba-Guantánamo y el abanderamiento del vapor para cubrir esa ruta una vez se construyese en Estados Unidos. Le costó mucho que se las aprobasen, no sólo en La Habana. También en Madrid, donde con el gobierno probritánico de Juan Bravo Murillo (14.01.1851 a 14.12.1852) era una rémora ser catalogado por Londres de tratante de esclavos. Un empresario con proyección es muy capaz de relegar ganancias rápidas con la trata a costa de demostrar una seria imagen a largo plazo, sin chalaneos. Al menos, López no tenía por qué jugársela embarcando un notorio alijo sabiendo que el cónsul Forbes ya le había señalado. Tal proceder no encaja nada con su acertado y limpio historial de hombre de negocios en la Península.
También favorece la presunción de inocencia de López el que solo conste esta única acusación contra él por parte del cónsul británico en Santiago de Cuba. Si hubiese alguna otra referencia a que él fue negrero, la prueba de la DESEADA tendría más consistencia. No es así, a pesar de que James Forbes se distinguió en delatar barcos negreros y sospechosos de serlo. En el expediente AHN Estado 0844 figuran bastantes de ellos entre 1850 y 1851. Pero sus delaciones arrancan desde que en 1844 relevó al frente del consulado de Santiago a Charles Clarke, otro con sobrado celo para combatir la trata. Hasta donde he podido indagar en los “Accounts and Papers of the House of Common”, “General Report of Emigration”, Foreign State Paper”… no aparece Antonio López . Otro indicio de que quizás López nada tuvo que ver con los bozales de la DESEADA es que prosiguió con el comercio de esclavos sin otra acusación por parte de nadie, también con la compraventa de grupos nutridos de personas esclavizadas.
La actitud de las autoridades españolas en este caso merece algún tipo de análisis porque desconcierta su cerrazón a reconocer lo evidente. El contexto histórico no era el idóneo para que el cónsul James Forbes delatase la vulneración de los tratados hispano-británicos para la represión del tráfico de esclavos. Las prioridades y preocupaciones de las máximas autoridades de la Isla estaban puestas en combatir por todos los medios la gravísima amenaza que representaba la anexión de Cuba a Estados Unidos. De hecho, pocos días después de que la goleta DESEADA fuera despachada para Canarias, el general anexionista Narciso López invadió la Isla con 600 filibusteros. Las urgencias eran otras. Es sabido que en algún caso la Armada dejó estar al menos a un barco negrero cuando vigilando las costas le persiguió pensando que era una de las expediciones de Narciso López.

Madrid se quejó del tibio apoyo que obtuvo de su aliado británico ante los anexionistas: “Lo sentía mucho”, decía Londres. El caso de la DESEADA coincidió, pues, con el punto álgido de esta amenaza, la cual fue zanjada, de momento y no del todo, al derrotar en agosto de 1851 la siguiente invasión de Narciso López, a quien se le dio garrote vil (01.09.1851). Como para perder el tiempo y la paciencia con las denuncias de Forbes. El general Concha tenía los pies en el suelo y sabía que una dura represión de la trata daba alas a los anexionistas y se quejaba por tanto a Lord Palmerston de que Gran Bretaña insistiese en aplicar los tratados “sin consideración ni tregua”, lo cual “era impropio de un gobierno del cual se espera lealtad”. Lo explicitó mejor:
Que la vigilancia más exquisita no es bastante para evitar de todo punto que alguna vez se infrinjan las leyes por el interés individual; y si los cruceros ingleses de la costa de África, cuya única misión es perseguir a los negreros, no siempre pueden que les burlen su acreditado celo, mucho menos podrá exigirse a las autoridades de Cuba, que no tienen ésta sola y exclusiva atención a su cargo.
El enfado del general Concha con los cónsules británicos subió de tono porque Palmerston trasmitía a Madrid los informes sobre él que recibía de Cuba: “Que se entendía con los negreros (…) que cobraba tanto por bozal (…) cuatro onzas por derecho de desembarco (…) que considera que la introducción de esclavos como necesaria para el bienestar y prosperidad de la Isla y que durante su administración no se conseguirá reprimir el tráfico en lo más mínimo…” De aquí la cólera en que montaba Concha ante, según él, tanta calumnia: “Ningún negocio tengo con ellos [los negreros]”… Se comprende su desconsideración con Crawford y Forbes. Ni caso. Incluso se cerró en banda exigiéndoles que también estos cumpliesen el convenio de 1846, según el cual solo se permitía hacer denuncias y comunicados oficiales al cónsul general británico, no a los cónsules regionales como era el caso del de Santiago de Cuba. Así que dio órdenes tajantes a MacCrohon para que no admitiera a trámite ninguna de las presentadas por Forbes. Éste solo estaba acreditado para avisar de forma reservada del alijo de la DESEADA. Al denunciarlo, al hacerlo público, se extralimitó. El propio Crawford lo admitió: “Forbes creyó oportuno dirigirse a S.E. [MacCrohon] con alguna más extensión que hubiera debido hacer”, si bien alegaba que esto era necesario para agilizar los trámites y reprimir con eficacia la trata.
Tras múltiples cruces de comunicados que involucró durante diecisiete meses también hasta las altas esferas políticas (Gobiernos, embajador británico en Madrid…) el caso de la goleta DESEADA se recondujo desde Londres para “dar un giro amistoso y confiado a la correspondencia que sobre este negocio se siga entre los dos gobiernos (…) que el gobierno británico reconoce la buena voluntad de usted [general Concha]” (27.07.1851). Aquí paz y allá gloria. Gran Bretaña empezaba a desentenderse del control del tráfico de esclavos en Cuba conforme necesitaba sus barcos para explotar sus intereses en Asia y España seguiría siendo un aliado bien avenido si Londres no se entrometía en su objetivo principal de mantener la soberanía de Cuba.
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