David Jou es el típico marino que aprovechó los embarques para ser un gran lector y que, por ende, acabó siendo escritor. Sus inquietudes intelectuales venían de atrás y el mar le ofreció la oportunidad de diluir el salitre del trabajo diario con los ríos de tinta impresa que siempre embarcaban consigo en la maleta. Fue uno de sus principales recursos para durante años sobrellevar con agrado la navegación en petroleros de rutas largas y breves atraques. Esta suerte no fue casual. Su padre, escultor relacionado con artistas y literatos, debió transmitirle la sensibilidad para la cultura; y Sitges no era una pequeña ciudad cualquiera. Ya tenía biblioteca pública y museo cuando David Jou era un espabilado chaval al que le entusiasmaba la lectura. Debía devorar antes muchos libros si con 22 años tanto se entusiasmó con “El ancla de leva”, edición de 1888, que compró en Cádiz, una obra del notorio vicealmirante Baltasar Vallarino que sirvió de manual para los guardiamarinas desde su primera publicación en 1868, fruto a su vez de la traducción que hizo en 1842 del concienzudo trabajo del británico Darcy Lever (1818). ¡Qué nivel! Semejante bagaje de curiosidad intelectual lo mantuvo de por vida y estando a bordo no se andaba ni con novelas, sino con libros de más enjundia, de historia, viajes, ensayos.

Mención especial merece que David Jou tuviese en lo recóndito de su pañol íntimo un ancla de leva para que su expuesta vida de marino hiciese cabeza en el firme fondo de sus orígenes: su Sitges, su niñez y su religiosidad; a manera de prevenirse contra los naufragios emocionales, familiares y espirituales que acechan a las gentes de mar, proclives al desarraigo. Y fue la Virgen del Vinyet, advocación mariana local a la que recurrían los marinos pidiendo protección, a quien él encomendó tales afectos ineludibles. Siempre la llevó consigo. Según explica: estando en Cádiz para embarcar por primera vez como capitán efectivo “…vaig fer emmarcar un gravat de La prodigiosa imagen de la Virgen del Vinyet, protectora dels mariners, que havia portat de Sitges i vaig penjar-lo al meu despatx de capità. Desde llavors el quadro em va a acompanyar fins que vaig a deixar de navegar. Era una mena de fil directe amb meu Sitges i el que representava. Un cop vaig deixar de navegar el vaig a posar a l´habitació de casa i encara hi és ara.”
Tan elocuente párrafo confirma que la Virgen del Vinyet le conectaba a David Jou directamente con su profesión, su ciudad, su familia y su religiosidad. Según la leyenda, tras la caída del Imperio Romano, la pequeña imagen de la Virgen se le apareció bajo una cepa a un esclavo moro. La constatación histórica data del siglo XVIII cuando en ese lugar se levantó una ermita en el año 1727, hoy santuario, para el culto preferente de los marinos de la zona que la veneraban como su protectora. Así lo consideró el capitán Jou siguiendo la tradición de Sitges y del Garraf, por la que también se ponían bajo su amparo quienes, como los indianos (americans), se aventurasen en el mar. Prueba de ello fue el júbilo popular y los solemnes oficios que se celebraron en el santuario de la Virgen del Vinyet (26.10.1851) y la misa de réquiem, al día siguiente en la parroquia, por los caídos en combate contra los rebeldes, al saberse en Sitges la derrota y el ajusticiamiento a garrote vil de Narciso López, líder de la primera rebelión contra el dominio español en Cuba. Queda claro que los sitgetans, marinos o no, se encomiendan a la Virgen de la Vinyet cuando les va mucho en el envite. Tal como hizo David Jou cuando embarcó por primera vez de capitán.

Tiene tanto predicamento esta Virgen que los sitgetanos siguen celebrando con gran suntuosidad y festejos su festividad, 5 de agosto, a pesar de que hoy apenas tengan en su entorno marinos profesionales, ni pesqueros, ni puerto comercial, ni calamitosas acechanzas del mar, sino solo el mundo del mar relacionado con el turismo y el deporte (Port d´Aguadolç). Lo más parecido que hay el Garraf a las primeras vivencias marineras de David Jou es el puerto pesquero de Vilanova i de la Geltrú, a duras penas un superviviente entre las marinas de ocio del entorno, Port Ginesta entre otros.

La Virgen del Vinyet tiene algunas otras connotaciones para David Jou. Su padre Pere Jou la volvió a tallar de nuevo tras la Guerra Civil, pues la basílica fue vandalizada por el anticlericalismo republicano y la imagen de la Virgen casi se pudrió del todo por haber sido enterrada para protegerla. Además, le talló a la Vinyet el ángel y el moro con una azada, orantes a sus pies, y restauró los maltrechos remanentes del retablo; y también algunas maquetas de barcos –lo que quedaba de los numerosos exvotos marineros que había–, que hoy lucen en la basílica. Y esta vertiente familiar de La Mare de Deu del Vinyet va intrincada a su vez con su devoción gestada en casa desde la niñez, luego recrecida en los centros de enseñanza religiosos, refrendada al casarse con Lolita en dicha ermita (1952) y celebrar allí la familia Jou algunos aniversarios. Esta ligazón de la Virgen del Vinyet con la mar, los barcos, la familia y, en especial con el capitán Jou, queda patente en el poema que su hijo mayor, David Jou i Mirabent, dedicó a su padre en relación con el cuadro de dicha advocación mariana que éste llevó consigo a bordo durante 13 años y hoy vela sus días y sueños en su dormitorio.
Sus primeros recuerdos le retrotraen a la Semana Santa de 1930, cuando su abuela materna Antonia Mitjans Julià, (1866-1944), Administradora de la Congregación de Nuestra Señora de los Dolores de Sitges (1693), exponía dicha imagen en su casa a modo de altar, decorado por su padre Pere Jou, y él con sólo cinco años participó en la procesión vestido con la túnica negra de dicha cofradía. Como los exvotos, las espectaculares calles alfombradas con flores para la festividad del Corpus y, si es caso, las capillitas limosneras que iban de una casa a otra…era otra de las populares prácticas piadosas que contribuían a dejar la impronta religiosa en los niños, siendo ésta una gracia divina para los creyentes, y solo un quimérico consuelo para la secularizada sociedad actual. A David Jou le acompaña esta gracia de por vida, si bien siendo marino, es decir, un nómada, no habría que esperar de él que navegando fuera muy practicante. Eso no quita que para lamentar la muerte de Pío XII mandase arriar a media hasta el pabellón del barco. Tal proceder sería considerado ahora una capitanada, pero en 1958 estuvo cargado de sentido y sentimiento para él y su época.

Nota del editor. La foto de portada, en la que se ve al capitán David Jou en el puente de gobierno del MONTEMAR apoyado sobre la pantalla de radar y con el uniforme de capitán, está tomada, como otras de la serie, del libro «Memoria de navegacions».
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