Martín Rodrigo Alharilla también cuestiona a Antonio López al catalogarlo con epítetos peyorativos debido a sus posturas políticas o decantación social: integrista, esclavista, colonialista y reaccionario, en especial, referente a Cuba, al abolicionismo. Y siempre con insidias que destacan los presuntos aspectos negativos y ocultan los favorables. El marqués de Comillas no hizo ni más ni menos que defender sus intereses conforme al formidable grupo de presión del que formaba parte con la mayoría de la burguesía y élites catalanas. A toro pasado, los hay quienes, como Alharilla, critican unas posturas hoy superadas, pero entonces coadyuvantes con las revoluciones que relanzaron el interés general y bienestar del conjunto de la población. Pocos cuestionaban la españolidad de Cuba y el derecho a defenderla con las armas. Si unos ganaban más que otros con el trasfondo colonial, eso iba de sí desde siempre. Lo importante era mantener Cuba, y Antonio López estaba en ello sumando sus esfuerzos a los que había a un lado y otro del Atlántico, también al otro lado del arco ideológico que no eran de su cuerda política: el general Prim, Pi i Margall, Anselmo Clavé…
El colonialismo le aportaba al marqués de Comillas parte de sus beneficios y, a su vez, él contribuyó a derrotar a los independentistas cubanos. Que López se pusiera en primera línea del Círculo Hispano Ultramarino (CHU), de la comisión de los voluntarios catalanes para combatir en Cuba, del empréstito de 1876, del transporte de tropas…, es lo más razonable que podía esperarse de él, burgués y naviero. Lo otro, ponerse de perfil, habría sido duramente criticable. Juzgarle ahora con el rasero de la moral actual resultaría un ejercicio fútil si no lo hubiesen aprovechado en Barcelona para tirar abajo la imagen del marqués. La trampa del anacronismo al servicio de los intereses sectarios del presente.

Igual sucede con su oposición a terminar abruptamente con la erosionada esclavitud, desde 1868 pendiente de ser abolida, una decisión postergada debido, en parte, a la insurrección de los independentistas cubanos. Alharilla obvia que un paso decisivo para acabar con ella fue la comedida Ley Moret (1870), para contento más de los esclavistas que de los abolicionistas; y con el acuerdo entre el Gobierno progresista y los hacendados cubanos para abolirla seis meses después de terminar la guerra en curso. Nadie defendía ya la esclavitud a ultranza y hasta la democrática Revolución Gloriosa terminó aceptando como propio el planteamiento: “La esclavitud la resolverán los propietarios [de esclavos]”. Había quedado claro que sería así tras el fracaso de dos capitanes generales de Cuba, Cañedo y Pezuela, proclives al abolicionismo, corroborado luego con Dulce (1869).
El tema se circunscribía a cuándo y cómo acabarla, pues convenía que no pusiera en riesgo el desenlace de la guerra, la viabilidad de la industria azucarera ni incluso el bienestar de los esclavos que podían ser perjudicados si quedaban libres de forma caótica, tal como había sucedido en Jamaica. En Puerto Rico se abolió la esclavitud en 1873, sin apenas contestación en España en cuanto hubo seguridad de que no afectaría a Cuba, porque en esa isla reinaba la paz, la trata había acabado en 1845 y la esclavitud era sobre todo doméstica.
Al final, la abolición total se aprobó muy tarde en Cuba, pero razonablemente mejor si la comparamos a cómo se terminó en el resto de las colonias esclavistas de las Antillas. Tampoco se sostienen las críticas a López por estar al frente del Círculo Hispano Ultramarino de Barcelona sin explicar la postura de esta entidad que agrupaba a la crema de “toda Barcelona”: “Conforme están los que subscriben en aceptar la idea civilizadora de la abolición de la esclavitud, siempre que se lleve a cabo con tacto y miramiento”. El CHU de Barcelona (1871-1883) no lo componía un grupo de exaltados esclavistas. Gozaba de respetabilidad, patente en que su sede estuvo en el propio Ateneo, subarrendada y separada solo por tabiques, con muchos de sus miembros participando en ambas entidades.

Alharilla silencia esos hechos mientras entra de lleno en si López ganó una fortuna defendiendo el statu quo en Cuba o si su señora presidió una misiva de indianas previniendo al ministro de lo contraproducente que era en ese momento la abolición. Consiste en poner en entredicho al marqués de Comillas. No vale la pena extenderse en ello porque ya se abordó esto mismo en otros artículos.
Un empresario para cualquier régimen
Negocio y política es un binomio controvertido cuando vienen mal dadas. Hay que ser un gran empresario para, encima de mantenerse a flote, seguir ganando mucho dinero a pesar de los bruscos balances revolucionarios en contra (sexenio democrático). Antonio López lo logró, prueba de que no dependía, como afirma Alharilla, de las subvenciones y privilegios de quienes gobernaban. Mejor aún, constató lo bien que estaba dotado como negociante para maniobrar en política. No se ganó la enemiga de sus oponentes, a lo más se autoexilió preventivamente durante un tiempo en Francia, y defendió sus intereses empresariales apostando con acierto por la restauración borbónica y liberal-conservadora. Demostró cualidades para la política, las relaciones públicas y la resiliencia. Es de destacar su incardinación con los intereses de la clase dirigente catalana y de la Cataluña proteccionista. También con sus valores y principios que hoy están cuestionados para una parte de la sociedad, y que entonces eran predominantes.

Si con el retrovisor y estrechez de miras se valora, como hace Alharilla, sus manejos políticos, es seguro que López saldrá vituperado por quienes rechacen a los Borbones, a los burgueses y el statu quo colonial y esclavista. En ese caso, sería de justicia que se enjuiciase del mismo modo a quienes siendo progresistas fueron también colonialistas y belicistas, dando largas a la abolición en Cuba. Pero, no. Interesa enturbiar, en especial, la participación de López en el CHU, en la Liga Nacional, en el Comité de los Voluntarios catalanes, en el transporte de tropas, en los Círculos Alfonsinos que implantaron la restauración monárquica para poner fin al sexenio dizque democrático, desquiciado por los conflictos (Cuba, carlismo, cantonalismo) y la inestabilidad política (regencia, Amadeo de Saboya, república).

Tildar a López de conspirador pro borbónico, integrista, inmovilista, intransigente, esclavista y colonialista no tiene pase si antes no se contextualizan con rigor e imparcialidad los hechos. Hay que resaltar que numerosos líderes de la Gloriosa acabaron en las filas de la restauración en el trono de Alfonso XII (Mateo Sagasta, Ros de Olano, Víctor Balaguer, Adelardo López de Ayala…). A fin de cuentas, la revolución de 1968 fue un desencuentro entre élites que de algún modo volvieron al cauce de un entendimiento básico. Fue el caso de López de Ayala, ministro de Ultramar con el general Prim y con Alfonso XII, cuyo sobresaliente mausoleo, obra de los hermanos Vallmitjana, fue sufragado del todo por Antonio López y Manuel Calvo.
Esto explica, en parte, que A. López impulsara sus negocios durante el sexenio: dique de Matagorda; subidón del Crédito Mercantil poniendo de presidente a su viejo amigo José Amell, favorable a la Gloriosa; las inversiones en el ensanche de Madrid, compras en Cataluña del palacio Moja…; aparte de que la guerra convirtió a su naviera en imprescindible. Carece, pues, de sentido arrojar sombras sobre el marqués de Comillas cuando sus posturas y apuestas ganadoras cuadraban con las del grupo de presión de la burguesía y élites catalanas, cuyos prohombres apenas son cuestionados hoy por los mismos hechos. Mano de santo para todos los demás: fuese santo (Claret), poeta (Verdaguer), militar (Prim), político (Víctor Balaguer) y demás artistas, intelectuales… Con López, no hay complacencias. Siempre en negro carbón. López ocupando las casillas negras del pasado, López denigrado en mil vertientes… López negrero y trepa presentado por Alharilla para mayor gloria y demagogia de la contestación política en Barcelona.
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