Antonio López pudo ser tan precoz como para regentar “La California” con sólo 18 años, pues en esa época no era tan inusual que un chaval empezara a trabajar lejos de su familia y poco después intentara hacer las Américas. Martín Rodrigo Alharilla debiera haber sopesado, por tanto, la versión que del joven López ofrece David Jou Andreu en “Els Sitgetans a Amèrica i diccionari de americanos” (1994), publicado dos años antes de que apareciera su tesis magister. Es más, nunca ha citado a David Jou, quien aporta prueba, fechas y foto de dicho comercio; ni tampoco que «La California» sea mencionada por algún otro en relación Antonio López, tal como hace Rafael González Echegaray, aunque con imprecisiones y sin aportar fuentes, en «La marina cántabra. Desde el vapor» (1968, pág. 213). Sin embargo, se inclina por la teoría de que López trabajó en las tiendas Serafín Romeu Casañes cuando de esto último solo tiene débiles indicios que nada corroboran. ¿Por qué soslaya la relación de López con “La California? Un investigador sopesa y tiene la libertad de tomar conclusiones, pero ¡qué casualidad!, Alharilla toma sistemáticamente las menos favorables para López. También cuando ignora uno de los dos viajes que probablemente realizó entre Cuba y la Península antes de casarse en noviembre de 1848, según transcribe quien redactó su expediente matrimonial:
Ha estado últimamente cinco años en Cuba en donde había ya estado pero viniendo largas emporadas a España, que hacen seis meses que salió de allí y ha venido directamente a esta Ciudad [Barcelona].
De tales viajes desde Cuba sólo consta el iniciado en 1841, y conforme a esta cita al menos debió hacer antes otro, quizás también en 1843, por asuntos de negocios relacionados con “La California” o con Manuel Calvo (presunto flete de harina desde Santander a Cuba). Un empleado de almacén o tienda en Cuba no realizaba, en pocos años, largos y costosos viajes de negocios a la Península. Esas temporadas fuera de la Isla ofrecen fuertes indicios de que llegó a La Habana siendo un adolescente con alguna experiencia en comercios (Andalucía) y con ocasiones y años para medrar en una próspera isla antes de 1841.

Nadie se daba a la vela solo para ver a su madre a los pocos años de llegar a La Habana. Ni tampoco un simple empresario, por negrero que fuera, dejaba Cuba en 1848 más de un año para cortejar y casarse en Barcelona. Antonio López no destaca por perder tiempo y dinero, y sus salidas de Cuba debían estar relacionadas con la compra de género al por mayor para sus almacenes u otros asuntos empresariales que ignoramos. ¿Qué tipo de negrero nos presenta Alharilla si sus negocios le llevaban a emprender prolongados viajes a la Península? Tendría sentido si fuese un consolidado tratante de esclavos. Pero no hay ni un solo indicio de que lo fuera en 1841; ni en 1848 porque, según le consta al propio Alharilla, llevaría sólo año y medio intermediando en la compraventa legal de varias decenas de personas esclavizadas.
Hay un problema. Alharilla aporta muy poco sobre López antes de que en 1844 abriese su casa comercial en Santiago de Cuba, donde se registró de empresario dos años después de haber cumplido la mayoría de edad de 25 años requerida para ejercerlo oficialmente. A falta de documentación acepta las versiones de José Antonio Del Río (1883:15) y del Duque de Maura (1949:38) de que hasta entonces “se dedicó a la venta ambulante por distintos puntos de la isla (Cienfuegos, Trinidad…) con género adquirido en sus estancias en la Península merced al dinero ahorrado trabajando por cuenta ajena”. (1996:13; 2002:18). En su último libro desarrolla algo más este episodio (2021:41). Citando a su primer biógrafo (Del Río, 1883), López realizó ventas de más de 5.000 pesos en diversas ciudades de Cuba antes de fijar su residencia en Santiago de Cuba. Tales beneficios serían relativamente escasos para él si no tuviera otros negocios. No queda claro que su nivel de rentas hacia 1843 fuese la de un buen vendedor ambulante. Alharilla ignora que gestionaba un local comercial desde hacía unos años, si es que no tenía otros negocios. Prefiere que el futuro marqués de Comillas hubiese improvisado su fortuna varios años antes de residir en Barcelona gracias al tráfico de esclavos. Pero no fue así.

Después de fundar “La California”, es probable que López comprara mercancías al por mayor fuera de Cuba, como muy tarde en 1841. Y no iba a cruzar el Atlántico para meses después regresar con mercancías de moda francesa que vender en puestos comerciales no estables (mercadillos, vía pública, establecimientos ocasionales). El vocablo “ambulante” no encajaría tal cual en la Cuba de la década de 1840. Pudo incluir allí a los agentes comerciales y empresarios que visitaban las ciudades para exponer/vender sus mercancías a los almacenes y a las tiendas minoristas. No sería lo que hoy entendemos por venta ambulante, aunque dicho término favorece que después Alharilla califique de modesta la primera casa comercial que López.
Falto de datos e incluso de sentido común, Alharilla da credibilidad al vengativo cuñado Francisco Bru: “López alquiló una de las casas de Andrés Bru (…) para instalar un baratillo o tienda de toda clase de géneros de inferior calidad”. Incluso resalta la desdeñosa afirmación de que López “apareció en Santiago de Cuba en equipaje más que modesto, estableciendo en dicha ciudad un insignificante baratillo”, aclarando a pie de página: “figúrese el lector una tienda de toda clase de género de inferior calidad … Es el baratillero un buhonero de puesto fijo”. Esta referencia al libro de F. Bru (1885: 44-45) es una constante en las obras de Alharilla. De aquí vienen las numerosas referencias al “baratillo” de quienes hicieron un ramplón corta y pega para sus artículos y columnas acusando de negrero a Antonio López. Si el investigador de referencia acepta la pérfida versión de Pancho Bru, qué se puede esperar de los oportunistas que se sumaron a la campaña mediática del Ayuntamiento contra el marqués de Comillas.

Este ciego e irracional seguidismo a Francisco Bru explica que Alharilla considere que López empezó en Santiago de Cuba su casa comercial de 1844 con pocos recursos: “Dado su escaso capital se vio forzado a buscar financiación externa tanto para la compra del género como para el desarrollo del negocio”. (1996:15 y en otras obras). También vuelca de un trabajo a otro que “el asturiano Domingo Valdés (…) fue quien le facilitó (entre 1844 y 1848) los recursos líquidos necesarios. En noviembre de 1847 López le debía un total de 20.132 pesos por dicho concepto” (2000:151).
Alharilla considera que el empresario Antonio López no empezó a abrirse camino de veras hasta 1844, que dependía del crédito por falta de suficientes recursos propios y que arrastraba deudas tres años después.
Resulta, por otra parte, bastante lógico si pensamos que se trataba de un joven huérfano de padre que apenas sumaba veintiséis años y que había emigrado a América prácticamente con lo puesto (2021:42).
La realidad apunta lo contrario. Dejando aparte que tener 26 años suponía entonces ser todo un hombre metido en plena batalla de la vida, para un empresario conseguir tanta financiación en Cuba debía estar al alcance sólo de quien tenía sobrada capacidad para avalarla, pues debido a la falta crónica de liquidez en la Isla los intereses eran prohibitivos, superiores al 15%. Que Valdés le financiara en 1844 dice mucho de la credibilidad que Antonio López despertaba ese año, no de lo hermanita de los pobres que era el prestamista con un modesto emprendedor. Y que en 1847, según Alharilla, a pesar de deberle 20.000 pesos, invirtiese otro tanto en crear con él la empresa colectiva “Valdés y López” confirmaría que el comillano manejaba tal cantidad de dinero que Valdés habría sacado buenos réditos de sus préstamos anteriores, al extremo de asociarse con él. Para ser precisos, López no le debía tanto dinero, sino que Valdés seguía confiándole eso y más, lo cual es muy distinto desde el punto de vista empresarial.
Si éste expuso 40.000 pesos en la nueva sociedad, una dura apuesta, sería porque habría ganado mucho gracias a López. Y que este inversor confiara todavía 20.000 pesos al cabo de tres años sin crearle desconfianza, sino todo lo contrario, es prueba irrefutable de los boyantes negocios del comillano. Lo de “baratillo” no se sostiene. De baratillo son esas páginas de su tesis doctoral. También es significativo que, en dicha empresa conjunta, López pusiera sólo un 30% del capital, contra el 50% de su socio mayoritario, Valdés.

Como demostró López hasta su muerte, lo suyo era gestionar no tanto su propia fortuna, sino las ajenas. El “escaso de dinero” a que se refiere Alharilla solo tiene sentido si admitimos que Antonio López siempre necesitaba más capitales porque sus negocios estaban en continua expansión y él era especialmente ducho en valerse del dinero de sus socios e inversores. Pero este no es el sentido que da Alharilla al “escaso de capital”, idea que refuerza al considerar que López todavía tenía al casarse a finales de 1848 una cantidad poco mayor que la dote aportada por los Bru-Lassús:
Sin apenas patrimonio, el novio no pudo ofrecer entonces a la novia cantidad alguna en forma de esponsalicio o aumento de dote, como se acostumbraba a hacer en esos casos. Sólo pudo prometer donarle … el quinto de todos sus bienes presentes y futuros. (2021:53)
La insidia de Alharilla sobre la escasa fortuna de López al casarse pretende avalar su versión de que éste se enriqueció a lo grande gracias a la trata. Lo más probable es que, en 1844 e incluso años antes, Antonio López fuese ya un empresario consolidado cuyo principal capital, del cual no escaseaba, era su capacidad para gestionar el dinero mayoritariamente de otros. Al menos desde su primera casa comercial con Valdés hasta la multinacional Compañía General de Tabacos de Filipinas, por mucho capital que tuviera, él solo aportaba a sus iniciativas empresariales una parte de éste. Él no debía dinero a nadie. Lo que sí les debía a sus socios, inversores y bancos era la confianza que depositaban en él. En términos financieros, Alharilla ignora qué es o no deber dinero en el sentido de deuda.
No montaba un negocio a solas ni puso más del 50% del total invertido en promover sus iniciativas empresariales. Para su primera naviera, en 1850, la del vapor GENERAL ARMERO, aportó el 20% del capital inicial, la mitad que el socio mayoritario Domingo Valdés y el doble que el tercer accionista, los Brooks. También en la segunda, ya en la Península (1957), no invirtió en ella más de la mitad del capital social; mucho menos si nos atenemos a los cuantiosos créditos y avales que debió obtener para ponerla a navegar.
Gracias al dinero que le fiaban otros (bancos, socios, inversionistas), despegó y consolidó su enriquecimiento rápido hasta forjar el mayor holding español del siglo XIX. Domingo Antonio Valdés fue el primero, que sepamos, en confiarle el dinero invertido sin pertenecer a la familia. Luego lo harían los Satrústegui, Eizaguirre… y para cuando murió tenía en su órbita a buena parte de las mayores fortunas españolas. No hay que estudiar Económicas para evitar decir sin más, sin ton ni son, la imprecisión, una falsedad, de que Antonio López iba “escaso de capital” y que debía dinero.
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