El Ayuntamiento de Barcelona retiró a Antonio López de su pedestal aduciendo que fue un negrero. A ello contribuyó poderosamente MR Alharilla, único investigador con fuentes primarias que le acusó de ello. Pero su labor de acoso y zapa contra el marqués de Comillas no se limitó a ponerlo en la picota al vincularlo a la trata, también mancilló su imagen al considerar que luego se enriqueció en la Península aprovechándose del ventajismo relacionado con el tráfico de influencias, el colonialismo, el monopolio, la especulación y el saqueo del Erario, prácticas empresariales ajenas a la buena lid de la libre competencia.
¿Qué se puede esperar de un autor que en los primeros renglones sobre la vida de López ya le adjudica un homicidio sin venir a cuento antes de zarpar para América y una vez en Cuba le tilda de negrero sin prueba fehaciente que lo demuestre? Puestos a seguir denigrándolo, a zaherirle, pues que afirme sin prevención que al volver a la Península el naviero se enriqueció rápido por motivos ajenos a sus dotes empresariales. La tendencia de Alharilla a dar la peor versión del marqués de Comillas conlleva negarle méritos, salvo los inevitables, a quien fue un extraordinario hombre de negocios, aparte de, hasta donde se sabe, buena persona.
Entonces, ¿a qué viene tanto empeño por parte de Alharilla en desmerecer, incluso vituperar, a Antonio López? Una explicación sería su falta de profesionalidad e imparcialidad académicas, nunca de ignorancia tras un cuarto de siglo publicando y conferenciando sobre él. Este es el grandísimo borrón en sus trabajos sobre los marqueses de Comillas. Asegura que López se enriqueció en Cuba sobre todo gracias al tráfico de esclavos, a la oportunista boda con Luisa Bru y luego, en Barcelona con las privilegiadas relaciones con el Estado, encima resaltando los aspectos negativos de su exitosa vida y obviando en lo posible sus ejemplares cualidades humanas y profesionales.
Un historiador digno y cabal habría resaltado el extraordinario sentido empresarial y financiero de Antonio López. Pues, no. Sólo en su último libro corrige Alharilla el tiro, lo matiza. Demasiado tarde, para entonces hacía tiempo que había tirado su imagen al lodazal. El profesor de Historia de UPF ha desarrollado una investigación deficiente, malintencionada y más propia de la prensa amarilla que de un trabajo académico. Hasta 2021, en sus dos tesis y en sus publicaciones, entrevistas, ponencias… en vez de destacar con objetividad el historial empresarial de López, lo desvirtúa con insidias de diverso tipo que condensa más de una vez de esta manera:
Me gustaría enfatizar cuatro rasgos característicos [de López]:
1.- En primer lugar, su tendencia a operar al margen del mercado. El éxito de su empresa naviera no se puede explicar si no es a partir de las subvenciones que desde 1862 venía recibiendo de las arcas públicas (…) Búsqueda del monopolio.
2.- Otra constante de su trayectoria empresarial es la adopción de comportamientos especulativos.
Los otros dos rasgos que atribuye a Antonio López son: la integración vertical de sus negocios y su propensión al entramado familiar en su holding, así como el recurso al lujo, al mecenazgo y a la beneficencia para su legitimación social y de su poder.

La falta de escrúpulos de Alharilla con López consiste en achacarle un enriquecimiento criminal en Cuba y a renglón seguido cuestionar sus prácticas empresariales una vez en la Península. Negrero allá, ventajista aquí. De delincuente a pícaro, no un excelente empresario sin serias tachas. Su animadversión al Marqués de Comillas es patente en sus juicios de intenciones. Después de cargarle con un homicidio siendo adolescente en Comillas, le atribuye aviesas intenciones para casarse con Luisa Bru Lassús; y a lo largo de sus libros le endosa sesgados rasgos de personalidad incluso contra toda evidencia. Un ejemplo:
Ahora bien, para los hombres de negocios, como López, las amistades tenían obligatoriamente un valor instrumental. En definitiva, se daba en función de lo que había recibido.
En su último libro, en 2021, cuando ya se le ha cuestionado públicamente su trabajo, en concreto también este disparate respecto a sus amistades, Alharilla admite lo evidente, que López era un fiel amigo de sus amigos… Después de muchos años desfigurando su imagen en este aspecto, como en otros muchos, enfoca al marqués de Comillas de un modo más favorable. A buenas horas mangas verdes. La estatua del marqués de Comillas ya estaba arrumbada en un almacén de la zona franca de Barcelona: la feina ben feta de un historiador orgánico. Solo mejoró algo la imagen del naviero cántabro años después de participar decisivamente en los sesgados programas de “memoria democrática” del Ayuntamiento de Barcelona gobernado por los comunes.
Nada indica que Antonio López se rigiese en su labor empresarial por afectos interesados. Al revés, si tenemos en cuenta la profunda amistad que le demostraron sus socios incluso después de muerto legando parte de sus herencias a favor de Claudio López Bru como prueba de agradecimiento a su padre (Manuel Calvo, Santiago García Pinillos). Y a un empresario que falsee la amistad para amasar su fortuna no le levantan y sufragan un monumento sus colaboradores y socios de referencia, como hicieron con López los prohombres de negocios de Barcelona. Y tampoco merecería el honor que le atribuye el historiador Francesc Cabana: “Es uno de los hombres más admirados por la burguesía catalana”. Los estrechos, amplios y duraderos lazos de amistad que mantuvo explican su capacidad de liderazgo y, en último término, su constante enriquecimiento. La lealtad es una de las claves personales de su exitosa vida, no sólo empresarial, tema que Alharilla ignora deliberadamente.
Este historiador comete una y otra vez el error de proferir graves juicios de intenciones sobre alguien cuya personalidad desconoce. Tanto escribir sobre Antonio López: dos tesis, dos libros, artículos, ponencias…, pero ha sido incapaz de marcarse un perfil personal sobre él. Esto no le impide denigrarle atribuyéndole turbios propósitos. La alternativa era haberse trabajado más al personaje dado que sus escasas biografías son tan sucintas y elogiosas como escasas de testimonios y documentos. Es la dificultad que encontró incluso el Duque de Maura (Gabriel Maura Gamazo) cuando escribió “Pequeña historia de una Grandeza: El Marquesado de Comillas” (1949). Apenas tenía referencias personales sobre él:
Ni el menguadísimo documental, carente en absoluto de cartas íntimas, confidencias manuscritas o relatos impresos coetáneos, bastan para reconstruir siquiera los perfiles psicológicos del personaje, sin cuyo previo conocimiento es imposible evocarle tan cómo fue.

Y no sería porque los Güell-López le barrasen información y archivos a Gabriel Maura, de familia de largo bien relacionada con los marqueses de Comillas. Tampoco Claudio Güell Churruca aportó demasiados datos y documentos fiables sobre la personalidad de su bisabuelo Antonio cuando editó con lujo “Cien años de vida sobre el Mar” (1950), escrito por Francisco Cossío. Mucha literatura y poca e imprecisa información sobre el primer Marqués de Comillas. Si Claudio Güell no tenía de dónde ni de qué sacar documentos o testimonios para perfilar la personalidad de su antepasado, no podemos esperar que ahora aparezca un archivo familiar referente a Antonio López. Tampoco los apuntes de Ramón de San Pedro proporcionan gran ayuda. Aportan datos, pero según lo publicado, adolece de fallos clamorosos por más que sus mentores y confidentes fuesen Claudio Güell Churruca y Juan Antonio Güell López, siendo este último quien publicó jugosas vivencias de su niñez referentes a su abuelo materno Antonio.
Esta crónica falta de documentación se solventa hoy algo con datos inéditos y archivos digitales. Ni aun así Alharilla ofrece un bosquejo de la personalidad del marqués de Comillas, salvo algún retoque en su último libro. Si amasó en Cuba su primera fortuna con los bozales, el correlato de este investigador es que después tampoco tendría muchos escrúpulos para ser ventajista en la Península a pesar de que solo conoce en parte los ingresos empresariales desde el verano de 1853, cuando cerró su casa de comercio en Santiago de Cuba, hasta la entrada en servicio de su nueva naviera el 1 de marzo de 1858: el balance aproximado de su principal casa de comercio, incluidas las fincas Bell, el monto de las herencias recibidas por su esposa Luisa Bru, el préstamo de 10.000 duros que dio a la fundación Nogués (1855), la compra de un censo de 5.000 duros (1857). ¡Qué poco para tacharle de enriquecido negrero!

La labor empresarial y financiera de Antonio López no emerge en la Península hasta que en 1857 crea la naviera “A. López y Cía”, impulsa la compañía de seguros marítimos “La Mallorquina” y, de visita en Cuba, proyecta allí una sociedad financiera. Para entonces, el comillano tenía 40 años y todavía no se le podría acusar de enriquecerse en la Península al margen del libre mercado ni gracias a subvenciones arbitrarias y monopolios… Ni se le puede atribuir propensión al lujo y a legitimarse a través de la beneficencia.
Alharilla empieza a tildar a López de enriquecerse gracias al Estado con ocasión de la Guerra de África (1859-60). Está por ver que el naviero cántabro hiciese, como afirma el profesor de la UPF, una fortuna poniendo sus tres vapores a disposición del Gobierno y fletando/gestionando barcos mercantes ajenos para transportar tropas y pertrechos. Su último libro corrobora que él no ha aprendido ni olvidado nada de lo que publicó al respecto en su tesina (1996), en su tesis doctoral (2000), y en el libro “Los Marqueses de Comillas” (2000). Lejos de ahondar en sus investigaciones, su recurrente corta-y-pega de décadas lo refrita en el libro de 2021:
Fue entonces cuando la susodicha naviera [“A. López y Cía.”] tuvo una primera y gran oportunidad para obtener grandes beneficios en un periodo corto de tiempo. Fue gracias a la llamada guerra de África, entre 1859-1860 (…) El gobierno (…) necesitó el concurso de vapores mercantes que transportasen tropas, municiones y víveres hasta las costas de África. El gobierno contó para ello con el apoyo interesado de la naviera de López desde los primeros días del conflicto (…) López tuvo que alquilar al menos ocho buques a diversas compañías de Barcelona con los que efectuar viajes entre España y Marruecos (2021:136-137)
Respalda estas afirmaciones con algún recorte de prensa sobre embarques de tropas y material de guerra y citando la obra “Los buques de la Trasatlántica en servicios de guerra” (Josep Planas, 1965:06) aunque ésta última no sea una referencia fiable, pues carece de documentación y figura en un opúsculo con más errores que pretensiones. También Carlos Llorca Baus sostiene sin notas ni pies de página que Antonio López tuvo “una actuación destacada en el conjunto de operaciones de embarque y repatriación de tropas y pertrechos (…) colabora no solo con sus barcos de la línea del Mediterráneo, sino que se hará cargo del fletamento [de ocho barcos]… fletados en Barcelona” (“La Compañía Trasatlántica en las Campañas de Ultramar” (1989:30). Imprecisiones aparte, al menos ninguno de los dos autores, Planas y Llorca, tilda a López con el juicio de intenciones de que dio un “apoyo interesado” al ejército expedicionario, como sí hace Alharilla en una de sus numerosas insidias contra el mejor naviero de la historia de España.
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