Lo extraño del caso es que Alharilla, el único investigador de referencia en este tema apenas dedica, antes de 2021, unos párrafos y cuatro citas para asegurar que Antonio López fue un negrero. Lo fiaba al albur de los legajos de algunas escribanías de Cuba y del testimonio infame de Francisco Bru (1885), de una referencia inconsistente al historiador José Antonio Piqueras y abusivas insinuaciones que, al igual que los medios de comunicación amarillos, se basan en “todo indica que”, “al parecer”, “pudiera ser”, con el añadido enfático de imaginarias seguridades, “sin duda”, “no cabe cuestionar”, impropias de un investigador/profesor universitario, y que dañan gravemente la honorabilidad de Antonio López y de otras personalidades del siglo XIX, incluido Francisco Armero, capitán general de la Armada y político.
Las tres principales obras de Alharilla sobre el marqués de Comillas, anteriores a 2021, las de 1996, 2000 (Tesis Doctoral) y 2002 vienen a decir lo mismo. Lo publicado en su último libro (2021), ya es a toro pasado, cuando López ya había sido defenestrado de Barcelona por una alcaldía pintoresca, con mucha ideología rancia y muy poco respeto por la verdad y por los ciudadanos. Cito de su tesis doctoral este párrafo, clave para las acusaciones de Alharilla contra López.
Ya en el verano de 1847, Antonio reiteró los poderes a su letrado otorgados para el pleito contra un particular por el remate de unos esclavos [cita un protocolo notarial]. A partir de 1848 la venta de esclavos pasó a ser el principal negocio de la empresa: rastreando la documentación notarial he podido ver como desde enero de ese año se comenzaron a multiplicar los poderes otorgados por los socios de `Valdés y López´ a sus delegados en otros puntos de la isla para que vendiesen esclavos en su nombre; y como la sociedad pasó a recibir poderes de multitud de propietarios para que procediesen a la venta.” [cita dos protocolos más] (2000:152).

Un texto sobre López que se aparta algo de este largo párrafo es “La Casa de comercio de los marqueses de Comillas (1844-1920)”, del año 2000. No aborda la relación de Antonio López y la esclavitud hasta que a mediados de 1849 regresa a Cuba con la dote de su esposa Luisa Bru.
Con un capital mayor, López pudo ampliar el horizonte de negocio de su empresa: incorporándose de forma intersticial en el negocio ilegal de la trata de esclavos, primero; y, después, en la compra de tierras de labor. (2000:3).
Se puede argüir que esta obra de Alharilla sólo consta de 17 páginas, la última de bibliografía, y por tanto no permite entrar a fondo en los negocios esclavistas de López. Aun así, sin citas ni pies de página, introduce en el texto un término de grueso calibre: “trata”, que figura implícitamente en las obras anteriores de mayor enjundia. No es baladí, pues este vocablo conlleva saltarse las leyes participando en el desembarco y venta directa de bozales. Hasta entonces no explicitó tanto que López se dedicase a la trata, le bastaba con darle el sesgo apropiado para acusar sin apenas molestarse, desde su primera obra (1996) a casi la última (2021), en advertir al lector que en Cuba el comercio de esclavos era legal y su tráfico (la trata) ilegal. Manga por hombro, lo cual no es serio en una tesis doctoral. No deslindaba las ventas de esclavos hechas por López según fueran o no de bozales. Le era imposible por falta de pruebas. Recurrió, pues, al totum revolutum para tirar por la calle del medio dando por hecho que López fue negrero cuando la documentación que presenta se refiere al comercio legal, con notarios involucrados.
La trata de esclavos era otro asunto por más que estuviese interrelacionada con el comercio de compraventa legal de esclavos. Esta indefinición/añagaza va acompañada, a su vez, por vocablos imprecisos: “multiplicar” (sin dar el tanto por cuanto), “multitud” (de empresarios); y “extraordinario” número de transacciones realizadas, que añaden una información acientífica sobre el alcance y ganancias de la compraventa legal e ilegal de esclavos realizadas por A. López. Sería otro de sus enfoques torticeros de cuantos motean las ya de por sí informaciones imprecisas, contradictorias y falsas sobre la época del comillano en Cuba.

Si sumamos esas compraventas de esclavos recogidas por Alharilla en los archivos, el total rondarían los 800 entre 1847 a 1853. Ni saca cuentas de los beneficios que se repartieron los socios y agentes a cuenta de estos centenares de esclavos. Serían irrisorios. Los únicos balances claros, y no del todo certeros, que aporta de los negocios de López en Cuba son los sacados de las fincas compradas a Ricardo Bell, y esto gracias a los pleitos judiciales que provocaron. Además, se le cuela la empresa de la línea marítima mantenida con el vapor GENERAL ARMERO, fundada en 1850 por López y Domingo Antonio Valdés con varios empresarios de Santiago de Cuba. Y eso que es un barco bien documentado. Ya solo en la sección de Ultramar (AHN) figura un monográfico de 117 páginas sobre dicho vapor. Podía habérselo leído tranquilamente, donde le placiera, porque está digitalizado.
También hace caso omiso a la información que aporta de este buque la digitalizada prensa cubana (Gaceta de La Habana, Diario de la Marina). Ni atiende a la noticia de su naufragio también publicada en Madrid (El Heraldo, 19.01.1854). Sin embargo, no siente empacho de considerarlo, antes de 2021, barco negrero por cuanto, según él, repartía por Cuba los bozales adquiridos. De un investigador por medianillo que sea se espera otra cosa si relaciona ese vapor con el gravísimo delito de la trata: conocerlo mínimamente, al menos lo que está a su disposición sin salir de casa.
Otro tanto pasa con las ganancias. Antes de 2021 no da balance alguno de los almacenes/tiendas que llevaba en Santiago de Cuba con Santiago García Pinillos y con otros, en las calles Enramadas y Santo Tomás. Como para ofrecer algún tipo de monto relacionado con la trata. Ignora más de lo que acusa. Se puede tener el firme convencimiento moral de que Antonio López fue negrero, pero para acusarlo sin ambages hay que aportar al menos una prueba irrefutable, y más si con su versión desprestigiando al marqués de Comillas contribuyó de forma decisiva, más que ningún otro historiador, a retirar de Barcelona la estatua del marqués de Comillas.
Alharilla se apoya como puede en los protocolos notariales de compraventa de esclavos. Sus conclusiones son precarias. No ofrece, en caso de que fueran bozales, qué márgenes de beneficios obtenía López. Ni idea. Y cuando da el precio de algún esclavo (ej. 500 pesos, de los caros) confirma, sin querer, que López vendía criollos. Los bozales jóvenes eran siempre más baratos, menos de la mitad, porque muchos morían tras haber llegado en pésimas condiciones y al estar expuestos a endémicas enfermedades nuevas (viruela). Además, para revalorizarlos debían antes ir cogiendo nuevas rutinas de vida y trabajo, aprender o chapurrear español y algunas habilidades, en ocasiones valiosas, en sus labores específicas.
Tampoco Alharilla contextualiza dichas compraventas de esclavos con la crisis de los cafetales en la región oriental de Cuba que supuso, a partir de 1846, una masiva venta de esclavos a las zonas azucareras del centro y occidente. Y no debían ser bozales (introducidos ilegalmente en Cuba), los esclavos que compraba y vendía López si se los ofrecían los propietarios con nombre y apellidos, si bien esto solía ser una de las maniobras de enjuague para encubrir la trata. En todo caso, no tiene pruebas de que fuese así. Lo da por seguro sin fundamento alguno. Y si en ocasiones los esclavos fueron vendidos en nutridos grupos, bien podían ser todos criollos porque uno o varios dueños de los cafetales habían cerrado sus plantaciones. También podía ser que, en la compraventa de una finca, los esclavos figurasen en la escribanía con escritura aparte, dado el especial carácter legal que suponía la venta de este tipo de fuerza laboral: eran personas. Al final de este capítulo volveré sobre ello al tratar las fuentes a las que recurre para acusar de negrero a Antonio López.
Alharilla asegura que solo formalmente eran legales parte de las compraventas de esclavos realizadas por López, pues había intersticios tramposos en las escribanías para hacer pasar por criollos a los bozales. Cierto, aunque no demuestra que el futuro marqués de Comillas participara en ello. Se lo imagina por deducción prejuiciosa (y maliciosa). Explica el modo operandi de esta corrupción y afirma que López incluso actuó de consignatario de alijos, pero hasta el 2021 ha sido incapaz de relacionarle, siquiera minimamente, con los capitanes negreros y con los consorcios que se llevaban las grandes ganancias, amén de armar las expediciones, pagar los prohibitivos seguros marítimos y sobornar a las autoridades, funcionarios, escribanos…

A Martín Rodrigo Alharilla le es más fácil recurrir a hipótesis e imprecisiones que probar la participación del comillano en la consignación y venta de bozales. A puro de años y de repeinar archivos sobre el negocio clandestino, por fin en el libro publicado en 2021 aparece la goleta DESEADA que vincula a López con la trata, aunque sin confirmarlo, más bien desmintiendo su participación. A estas alturas no ha aportado al respecto más prueba sustancial que ésta, seriamente cuestionada cuando se analiza con seriedad.
Y de otras fuentes solo cuenta para sus acusaciones de primera mano con el inservible libro de Francisco Bru (1885), el cuñado resentido con Antonio López que le retrata con tintes inaceptables, por falsos. Un académico en sus cabales no los daría por buenos sin una mínima investigación previa de este personaje y del conjunto de sus tres libros contra los marqueses de Comillas, cosa que Alharilla evita no sea que se derrumbe su chiringuito de acusaciones. Hay que ser poco profesional para acusar de negrero a una persona sin datos contrastados y de peso. Ningún otro historiador en indianos, de su nivel o mayor, tilda así al marqués de Comillas (Hugh Thomas, Bahamonde/Cayuela). Tampoco lo hacen los expertos en la burguesía catalana (Francesc Cabana, Maria Àngels Solà). Ni los mejores historiadores cubanos lo consideran así. Lo pueden suponer, pero carecen de pruebas para arriesgar una acusación tan dura. Alharilla se mete en este lodazal de injurias hasta las cachas. También con juicios de intenciones gratuitos, peor que sesgados, pura prensa del barro, para implicar a López en la trata.
La venta de esclavos era una actividad más remunerativa que la venta de ropa, y así, en agosto de 1848, no dudarán [López y sus socios] en desprenderse de una segunda tienda de géneros textiles que poseían. (1996:16 y 2002:20).
Después de dar por cierto que López apostó por la venta ilegal de esclavos a través de la tapadera de las escribanías, Alharilla afirma que se decantó por la trata porque así ganaría más que vendiendo ropa. En tal caso, Alharilla debería explicar por qué López mantuvo esa tienda hasta ese momento y por qué todos los comerciantes de Santiago de Cuba no se reconvirtieron en negreros. La comparación que hace Alharilla entre los negocios ilegales y los del textil tampoco se sostiene si se lo aplicara a Amancio Ortega, quien inició en Galicia su imperio Inditex al tiempo que, casi al lado, el gallego Laureano Oubiña iniciaba el contrabando y el narcotráfico que le llevarían tan ricamente a la cárcel.

Es otro de los engaños que subyacen en las obras de Alharilla: López solo pudo amasar su fortuna inicial con la venta de bozales. Por la misma, si no hubiese documentación, dentro de dos siglos alguien podría explicar el espectacular despegue empresarial de Zara gracias a los alijos de cocaína en las rías gallegas. Tanto Antonio López como Amancio Ortega, los empresarios españoles más exitosos y acaudalados de su época, coinciden en tener excelentes cualidades para los negocios, que no son las mismas ni de lejos que para ser negrero o narcotraficante. Salta a la vista al comparar el enorme y firme legado que dejó el marqués de Comillas en relación con la gran mayoría de quienes se dedicaron a la trata. No destacaron como empresarios tanto como cabría esperarse de su acaudalada fortuna. Los hubo que ni sabrían por dónde empezar sin un corrupto apoyo político y, por lo general, apostaron por la bolsa, los bonos o las participaciones en sociedades ajenas. Se lo podían permitir. Antonio López no debería ser tan negrero como lo pintan cuando vino a Barcelona a trabajar y, básicamente, no hizo otra cosa en su vida hasta su último aliento. Otros como él se habrían dado a la vida regalada.
Una cosa es que López cerrase en Santiago de Cuba los negocios relacionados con la venta de género porque habían cambiado sus iniciativas empresariales, y otra distinta que se dedicase a la trata porque era un negocio redondo al disponer del capital aportado por su familia política Bru-Lassús. Son asechanzas, mentiras que Alharilla refuerza con su recurrente conjetura de que López andaba escaso de dinero. Ya lo afirmó cuando en 1844 López se inscribe como empresario: “Dado su escaso capital Antonio se vio obligado a buscar financiación externa”, siendo Domingo Valdés quien se lo facilita. Cinco años después, en 1849 (esponsales), Alharilla vuelve a lo mismo:
En el contrato matrimonial, la escasa solidez patrimonial de Antonio le impidió asignar a su mujer cantidad alguna como aumento de dote, debiendo conformarse con asignarle el `quinto de todos sus bienes presentes y futuros´. (2000:153 y 2002:20).

Y en otro de sus trabajos también le considera un rico de medio pelo: “La boda (…) permitió al cántabro, en efecto, sumar una dote de 9.000 pesos en efectivo (cifra que casi igualaba su propio patrimonio)” (2001:3).
Quien en 1847 puso 12.000 pesos en su sociedad “Valdés y López” y que al menos había tenido una segunda empresa, a medias con García Pinillos, no se le puede achacar escasa solidez patrimonial. La lógica conduce a pensar que debía manejar decenas de miles de pesos. Habría que saber si esa aportación de 12.000 pesos se refiere o no al capital social inicial para crear una sociedad, el cual siempre es menor que el invertido luego en la misma. Otro asunto distinto es que como empresario él no tenía por qué dar liquidez contante y sonante al matrimonio, pues podía aportar al menos parte de su participación en la empresa que tenía con su hermano Claudio y con Domingo Valdés. Que le asignase a su esposa Luisa “un quinto de todos los bienes presentes y futuros” ya era una buena dote. Vendría a ser las arras de un novio empresario, mientras que en una boda de otro estilo la dote es dinero y bienes inmediatos. Al morir el marqués de Comillas su viuda obtuvo unos tres millones de pesetas a cuenta de los esponsales.
Si Luisa Bru Lassús puso en total 10.000 pesos, podría ser que, haciendo equivalencias, su esposo tuviese en ese momento un patrimonio invertido cinco veces mayor (50.000 pesos). Su suegro no iba a ser generoso con la dote de su pubilla Luisa si por lo menos el yerno no la equiparaba con el valor asignado en su casa de comercio u otros negocios y bienes. La pela es la pela, y más cuando por entonces formar una familia burguesa suponía crear una empresa conjunta. La sólida fortuna que tenía López al casarse vendría confirmada también por la decisión de su suegro, Andrés Bru Puñet, de involucrarse con mucho dinero en la sociedad de “Antonio López y Hno.” y enviar a Cuba a sus hijos Andrés y Ramón para que participasen o tomaran nota del negocio de Antonio.
¡A santo de qué! iba a dar mucha más dote a Luisa que a su otra hija, Caridad, al casarse ésta con Rafael Masó Ruiz de Espejo, un empresario partícipe en Barcelona del negocio naviero de su familia, cuyo padre se había enriquecido también en Santiago de Cuba tanto o más que Andrés Bru Puñet. La dispar dote de ambas hijas revela que Antonio López, huérfano que nada heredaría de su madre, contaba con un fuerte capital propio. No se iba a sobrepasar Andrés Bru en magnanimidad con su yerno Antonio si al casarse él con Luisa Lassús Jannet se atuvo a la justa en sus equiparables aportaciones al matrimonio.
Además, Alharilla se contradice. Si tanto dinero daba la compraventa de esclavos, no tiene sentido que López gozase en 1849 de un patrimonio poco mayor que la dote de su mujer. A partir de sus prejuicios, que rayan en el fanatismo ideológico, Alharilla niega la posibilidad de que Antonio López hubiera prosperado mucho antes de la boda. Así aduciría el braguetazo que le achaca en sus primeras obras y el fulgurante enriquecimiento posterior a la boda gracias a la trata. En todo esto subyace una contradicción básica: un negrero que se aprecie no podía tener un patrimonio apenas superior a 9.000 pesos después de muchos años en Cuba. Ni que hubiese empezado con la trata dos años antes. O una cosa o la otra.
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