Las dos versiones que apuntan que Antonio López llegó a Cuba con al menos 20 años se contraponen a la aportada por la mayoría de los biógrafos, quienes afirman que desembarcó en la isla hacia 1831. Las hagiografías publicadas en 1883 respaldan que López llegó a La Habana siendo muy joven, aunque solo ofrecen indicios poco claros. Alharilla admitiría inicialmente que López zarpase de Santander. Pudiera ser que lo hiciese desde Cádiz, como apunta Julio Molina Font en su libro sobre el vapor “Carlos Eizaguirre” (2002). Otro tanto pasa con sus primeros años en Cuba. Algunos aseguran que fue un comerciante precoz, al extremo de que ya en 1835 regentaba el comercio “La California” (“Els Sitgetans a Amèrica i Diccionari d’Americanos: Aportació a l’estudi de la migració catalana a Amèrica 1778-1936”, David Jou, 1994, pp. 113-116, con dos fotos del establecimiento en el siglo XX y el pie de página 107 referente al “El Eco de Sitges”, 16.06.1918).

El artículo de este semanario sitgetano “Desde Santiago de Cuba. Simpática fiesta en La California”, confirma que Antonio López llegó muy joven a Cuba y demostró gran capacidad de iniciativa empresarial. Parece increíble que con 18 años y pocos años después de salir pobre de España abriese un negocio en la Isla. Pero el texto publicado con ocasión del 50º aniversario de la refundación de “La California” (1868) no dejaría lugar a dudas a que dicho local se remonta a 1835 y al emprendedor Antonio López. Lo afirma en 1918 el abogado de esta empresa y lo corrobora la reseña histórica. Según ésta, Pedro Álvarez, por entonces un empleado del negocio, se quedó con él cuando en 1847 lo liquidó López. Y el tal Álvarez “todavía vive en la esta ciudad”. “La California” estaba en la calle José Antonio Saco (ex Enramadas), el sempiterno eje comercial de Santiago de Cuba. En el Google maps se puede ver que hoy se conserva la centenaria parte alta de la fachada.

El artículo de “El Eco de Sitges” tiene sentido. Se sabe que Antonio López tuvo con Santiago García Pinillos un comercio en esa calle desde no se sabe qué fecha y del cual se deshizo en agosto de 1848 (Alharilla, 2002:20), al tiempo que entre 1847 y 1849 López cambió de razón social dos veces para abrir nuevas líneas de negocio. Emilio Bacardí reseña en sus “Crónicas de Santiago de Cuba” sólo en parte el historial empresarial de Antonio López. Dice que se inscribió de comerciante en 1844 y 1848, lo cual coincide con la constitución de dos sociedades. No reseña la del vapo GENERAL ARMERO, ni ninguna otra. Se entiende. Sus “Crónicas” apenas hacen referencia a los comerciantes inscritos antes de 1842 y admite que en 1839 se extravió el libro donde ellos figuraban. Son, pues, incompletas, aunque valen de referencia.
El local de calle Enramadas podría ser el abierto en 1835 y respaldaría que López figurase a finales de 1836 en la lista de empresarios, hacendados y demás vecinos que pidieron a las autoridades “tomar medidas que juzguen conducentes para ponernos en armonía con la administración actual del resto de la Isla” (14.12.1836). Lo publicó el general Manuel Lorenzo en su alegato “Manifiesto a la nación” (Cádiz, 28.02.1837) tras dejar el cargo de gobernador del departamento oriental de Cuba al perder el pulso que mantuvo con el capitán general Miguel Tacón sobre la aplicación en la Isla, contra el parecer de éste, del Estatuto Real, remedo de la Constitución de 1812, aprobado en agosto de 1836 por la reina regente María Cristina.
En dicho listado, y en otros documentos anexos aportados por el general Lorenzo, aparecen decenas de personas, también Antonio López junto a quienes acabarían siendo amigos, socios y colaboradores, algunos de ellos de por vida: Agustín Robert Gorgoll, Antonio Vinent; otros relacionados con él: Tomas Brooks, José Camps, José Riera, Rafael Masó, Fermín Rosillo… y Francisco García Pinillos, familiar de Santiago García Pinillos, socio y amigo de A. López de primera hora. Gracias también al libro del general Lorenzo sabemos que Andrés Bru Puñet, futuro suegro de López, era en 1836 regidor en el Ayuntamiento de Santiago de Cuba.

Estos listados plantean las dudas si el tal Antonio López es el futuro marqués de Comillas o hace referencia a algún otro del mismo nombre, que los hubo en Santiago de Cuba. Dos al menos tiempo después, uno médico y otro, empleado de correos. También está documentado que un Antonio López salió en 1826 con 20 años desde Riberas de Navia (Lugo) a Cuba, aunque por las firmas que estampa debía ser analfabeto.
Lo evidente es que con ese nombre no aparece por esas fechas en Cuba ningún otro Antonio López con la proyección empresarial que tendría el comillano. También habría que valorar la posible presencia de Antonio López en La Habana en la primavera de 1836, cuando un libelo contra Miguel Tacón, publicado por “La Abeja” (Nº 645, 2 de febrero, Madrid), movilizó con firmas a los partidarios de este capitán general. Juan Güell aparece en el listado de comerciantes y hacendados de La Habana (27.03.1836), Ramón Herrera en la lista de un barrio y un Antonio López en otro barrio de la capital. Dado que no hay indicios a que este último fuera comerciante, en dicho contexto lo más seguro es que éste no fuera el futuro marqués de Comillas.

Por si quedaba alguna duda, Antonio López figura también en los dos multitudinarios listados de unos 1.500 empresarios, hacendados o propietarios de La Habana que apoyaron públicamente al general Miguel Tacón cuando iba a ser relevado al frente de la Capitanía General. Uno apareció el 22 de abril de 1838 en el Diario de La Habana y otro fue dirigido dos días antes a la reina regente María Cristina lamentando el relevo de Tacón y proponiendo levantarle un monumento. En sus páginas repletas de nombres figuran Antonio López, Manuel Calvo, Ramón Herrera, Pablo de Espalza (primer presidente del Banco de Bilbao, 1857), Ramón Herrera, Antonio Romeu Cassanes, Manzanedo, Ramón Valdés, José de Abarzuza, José Menéndez, Julián Zulueta… más otros apellidos también vinculados años después con él fuera de Cuba: Comas, Gatell, Mitjans, Canela, Masó, Riera, Carreras… En algunas páginas aparece también un tal “Sr. López.
En esos profusos listados de Santiago de Cuba y de La Habana vendrían a estar la mayoría de quienes importaban en el mundo empresarial de ambas ciudades. Y en ellos aparece Antonio López. En el publicado por la prensa habanera figuran en un orden bastante seguido los nombres de Antonio López, Manuel Calvo y Ramón Herrera, como si los tres futuros amigos, si no lo eran ya, hubiesen firmado en los mismos papeles que luego se compilaban, dando lugar incluso a que haya algunos nombres repetidos. También figura un Manuel Calvo formando parte de la selecta tripulación (13 capitanes/patrones de la marina mercante) de la falúa que llevó a Miguel Tacón desde el muelle de La Habana al barco UNIÓN, con el cual partiría de Cuba, con ocasión de los fastos de la despedida apoteósica que le dispensó La Habana el 22 de abril de 1838. Ese año, Antonio López ni estaba correteando por Comillas ni acababa de llegar de México. Más bien, era un joven de 21 años que un lustro después de llegar a Cuba empezaba a tener intereses comerciales en las dos ciudades principales.

A santo de qué se le iba a ocurrir a Antonio López comenzar a hacer las Américas durante cuatro años en la mísera Yucatán cuando la próspera Cuba era el destino preferido por la mayoría. Si así fuese, habría que aportar pruebas que sostengan una fuente oral que desdice a todos los demás biógrafos. De hecho, los tres referidos listados, de 1836 y 1838, contradicen la versión que recoge Alharilla de José María San Pedro. También probaría que López llegó muy joven a Cuba la afirmación que hizo en Barcelona antes de casarse en noviembre de 1848: “Que ha estado últimamente cinco años en Cuba en donde había ya estado pero viniendo largas temporadas a España, que hace seis meses que salió de allí y ha venido directamente a esta ciudad [Barcelona].”

Está prácticamente confirmado el viaje que realizó a la Península entre 1841 y 1842 (López figura en el padrón de Comillas). De haber hecho al menos otro con anterioridad, conforme a la cita anterior, sería un contrasentido que hubiese llegado a Cuba en 1838 y al poco saliese hacia la Península por asuntos presumiblemente de negocios más propios de un comerciante de ciertos vuelos. La posibilidad de que viviese y se enriqueciese en México no está avalada por datos constatables, incluso es muy improbable que en 1834 llegase a Campeche con una línea de correo marítimo, contratada por el Estado, tal como apunta José Mª Ramón de San Pedro y reseña MR Alharilla.
España no reconoció la independencia de México ni estableció relaciones comerciales con este país hasta el 28 de diciembre de 1836, cuando se firmó el Tratado de Paz y Amistad entre ambas naciones. Aun así, el general Tacón solo se avino a aceptar conexiones marítimas con México y a recibir en La Habana al cónsul mexicano cuando tiempo después se lo impuso Madrid. Las fuentes orales familiares suelen tener un componente de leyenda que merman su fiabilidad. Lo mismo valdría para la recogida por la familia de Fernández de Castro que asegura que el joven López zarpó escondido en uno de sus barcos huyendo de la justicia desde Santander. (“Una naviera gaditana”, Mª del Carmen Cózar, 1998).
Francisco Bru y MR Alharilla son los dos únicos autores que retrasan hasta finales de la década de l830 la llegada de Antonio López a Cuba y, casualidad o no, también coinciden en acusarle de enriquecerse de manera rápida gracias al tráfico de esclavos y al dinero de su familia política. Una versión que reforzaría sus afirmaciones de que el futuro marqués de Comillas no tuvo suficiente tiempo material para llegar a ser un gran empresario sin el dinero de la trata y el aporte de un braguetazo.
Alharilla afirma que López apareció en Santiago de Cuba hacia 1842 o 1843 tras ser vendedor ambulante; en 1848 se ausentó de Cuba poco más de un año para casarse en Barcelona y un lustro después salió de Cuba tras hacer las Américas en un tiempo récord. También afirma que el rápido enriquecimiento de López se dio en torno a 1850 gracias a la trata de esclavos sufragada, en parte, con el dinero de su familia política. Es un modo de cuadrar que llegase a Cuba en 1838, se ausentase de la Isla unos dos años (1841-42 y 1848-49) y gracias a la trata de negros todavía tuviese tiempo para amasar un dineral antes de 1853. Una historia falsa, la conveniente para que solo el tráfico de esclavos pueda explicar la fortuna improvisada de López. El insidioso investigador ignora que Antonio López ya figuraría en Santiago de Cuba, en 1836, en el “Manifiesto a la Nación” del general Manuel Lorenzo, gobernador político/militar de la región de Santiago de Cuba.

Alharilla presenta a López con un origen familiar humilde, algo en lo que todos los autores coinciden, y con escasos recursos propios en Cuba hasta que no intermedió en la compra de esclavos y se casó con Luisa Bru Lassús. Empezó datando la llegada de López a Cuba “entre 1831 y 1839” (1996:12) o “en la década de 1830” (2000: 149), aunque más tarde se muestra circunspecto al dar fechas (2001:18) o acepta que lo hizo siendo adolescente (2002:2). Solo en sus últimos trabajos apuesta por que llegase a Cuba desde México en 1838. Demasiado tarde para diez años después ser un rico empresario capaz de pedir la mano de una joven criolla con 10.000 pesos de dote. Y eso que, de acuerdo al propio Alharilla, empezó de baratillero muy tarde y justo había iniciado la compra-venta de esclavos al por menor en 1847. Hasta después de la boda, según este historiador, no se involucró en la trata al por mayor. Ni un galán conseguiría sin apenas patrimonio los amores de una joven rica y los aportes económicos de su adinerado padre. Tendría una explicación si antes de 1848 López estuviese relacionado con los consorcios negreros o apareciese ahora en archivos que le delatasen. No es el caso. No queda otra que admitir la bastante anterior solvencia económica y empresarial del joven comillano.
Hay alguna coincidencia (no seguridad) en que López desembarcó con 14 años en Cuba hacia 1831 o poco después. Sin embargo, Alharilla recorta, sin pruebas, varios años el tiempo en que Antonio López pudo enriquecerse en la Isla. De paso, aporta la nota negativa contra el futuro Grande de España de que escapó de la Península para no hacer la mili. Esto también es falso. El servicio militar obligatorio se implantó lenta y parcialmente durante el siglo XIX, siendo determinante el Real Decreto de 1834 que llamaba a quintas a 25.000 jóvenes, aunque no fue hasta la ley de noviembre de 1837, y su imprescindible censo municipal, todavía por hacerse, que dispuso su aplicación por sorteo y se eliminaron las exenciones, salvo si se pagaba por no hacerla o si el joven era el sustento de su madre viuda. Nadie ha demostrado que declarasen prófugo a Antonio López por no hacer la mili. En todo caso, Antonio era el varón mayor de una viuda con tres hijos pequeños y si salió hacia México en 1834 no habría modo de que huyese de nada o le declarasen prófugo por no cumplir el servicio militar. Sólo su malquerido cuñado se lo echó en cara y José Mª Ramón de San Pedro lo recoge. Ambos sin pruebas, lo cual no es óbice para que lo copie Alharilla en su afán tendencioso por resaltar cualquier dato peyorativo sobre el indiano cántabro que se cruce en sus lecturas.

Da la sensación de que, tras un cuarto de siglo de investigaciones, el experto sigue a ciegas sobre la crucial etapa de Antonio López en Andalucía y en Cuba. Varios viajes, muchos archivos y trabajos publicados, pero a falta de alguna aportación biográfica sólida se apunta a los indicios publicados que le interesan, sin otra premisa que a ti quiero a ti no. Contra peor para López, mejor para su historiador de referencia. Solo coincide con la mayoría de los autores en que siendo un chaval, el futuro naviero dejó Comillas para trabajar en Andalucía, más concretamente en el comercio de un pariente que tenía en Lebrija (Sevilla). A partir de allí, su línea de investigación va al garete. No deja claro de qué puerto zarpó hacia América, aunque inicialmente lo fijó en Santander con la rocambolesca leyenda familiar de problemas con la justicia…; y dando por buena la arriesgada versión de que llegó a Cuba en 1838 después de pasar cuatro años en México. En su último libro se aventura a afirmar que una vez en La Habana “trabajó para el catalán Serafín Romeu Casañes, quien regentaba un almacén de productos textiles”. ¿Empleado de mostrador, de proveedor de mercancías, de vendedor comisionista? No lo especifica, ni da fechas. Contento con que no anteponga una de sus coletillas preferidas: “Sin duda”. A falta de pruebas, avala su versión con el peregrino argumento de que en 1870 López regaló dos esclavas a este empresario para demostrar lo agradecido que estaba porque le hubiese acogido al llegar por primera vez a Cuba.
Esta es otra de sus numerosas hipótesis gratuitas. Obvia otros indicios o versiones que apuntan a que Antonio López ya era empresario hacia 1836 tras entablar relaciones con el joven portugalujo Manuel Calvo Aguirre, quien había llegado a Cuba en 1832 reclamado por un hermano de su padre. También ignora qué hizo López antes de que en 1841 viajase (de nuevo) a la Península para visitar a su familia y comprar, dicen, género textil en Francia para su negocio de venta ambulante en Cuba “hasta que acabó instalándose en Santiago de Cuba … hacia 1842 o 1843”. Es un modo de abocar a Antonio López a un arranque empresarial tardío y sin apenas recursos hasta que se dedicó a la trata y a rondar la fortuna de su futura familia política. ¿Pruebas de semejante historia? Ninguna. No por nada, es que no las hay a favor ni casi en contra.

Si Alharilla da alguna validez al empleo de Antonio López en los comercios de Romeu Casañes, que no está documentado, por qué no acepta también los indicios que relacionan a Antonio López en negocios conjuntos con Manuel Calvo (almacén en La Habana en 1837; flete de harina desde Santander a Cuba en 1840) y con la apertura en 1835 de una tienda propia llamada “La California”. Hay una contradicción básica entre llegar en 1838, ser un empleado de Romeu Casañes, andar aún escaso de dinero en 1844, y una década después haber hecho las Américas. Este asunto clave lo ventila Alharilla en muy pocas líneas que no sean filfa, tanto en sus primeros textos como en su último libro, lo cual no le priva de lanzar contra López las duras acusaciones de negrero que han provocado la retirada de la estatua que el marqués de Comillas tenía en Barcelona. Engañifa intelectual y ausencia de rigor académico.
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