El profesor Martín Rodrigo Alharilla ha contribuido como nadie a tirar abajo la imagen de Antonio López. No solo acusándole sin pruebas de negrero, ¡qué ya es decir! También menoscabando sin reparos ni ecuanimidad su labor empresarial y señalando incluso torcidas intenciones a sus obras de beneficencia, a su mecenazgo y tren de lujo. Así durante un cuarto de siglo, convertido en el principal autor intelectual del Antonio López Debe caer y del Adéu, Antonio. Solo a resultas de la polémica desatada por la decisión del Ayuntamiento barcelonés de retirarle la estatua (2017), se le empezó a cuestionar sus trabajos al respecto y, por su parte, él se mostró cada vez más comedido al valorar peyorativamente al marqués de Comillas (ponencia en el Salón del Ciento, 06.09.2018; y editor de “Negreros y Esclavos”, 2017). Incluso en el libro “Un hombre, mil negocios” vuelve a rebajar el tono a modo de si no os gusta este Antonio López tengo otro tan negrero como el de siempre, aunque más apañado con lo que debe ser un relevante empresario de la segunda mitad del siglo XIX.
¡A quién importa ese cambio! Los detractores del naviero ya se cobraron su presa gracias a las lindezas de Martín Rodrigo Alharilla. Quienes deciden que “un nuevo futuro requiere un nuevo pasado”, necesitan un nuevo tipo de historiador, orgánico/activista, tal que Alharilla, para tirar abajo la imagen de López. Lo he comprobado. Pedí pruebas a quienes acusaron de negrero a Antonio López (CC.OO., SOS Racismo…), no tenían. Y cuando se las reclamé al comisionado de los Programas de Memoria del Ayuntamiento de Barcelona, la respuesta fue preguntarme si había leído a Alharilla. Ese es el nivel. También en los medios de comunicación (artículos, columnas). Quienes han escrito contra López no se han molestado en investigar por su cuenta ni siquiera en nombrar al investigador de referencia, así que, firmase quién firmase esos trabajos, siempre leía a Alharilla. El mal estaba hecho. Da igual que tres años después publicase una versión más considerada con el naviero cántabro. Siguió siendo necesaria una revisión crítica de sus postulados, en especial, de su Antonio López anterior a 2017.

Lo paradójico es que le critique a pesar de lo mucho que debo a sus investigaciones en mi defensa del marqués de Comillas. Fueron claves para empezar a conocer en profundidad a este empresario decimonónico sin biografía, aunque acabé rebatiéndole porque sus acusaciones de negrero y trepa contra él son injustificadas. Del agradecimiento pasé a las críticas conforme me percataba, tanto de su torticero dictamen contra Antonio López como de su deficiente trabajo académico. Lo primero no tiene pase y solo se explica por su artificio de resaltar lo peor de este empresario recurriendo a suposiciones/sospechas cuando carecía de pruebas. Respecto a lo segundo, su hostilidad hacia el naviero cántabro contaminó sistemáticamente su esforzado trabajo de investigador de referencia. Tuve que cuestionar la totalidad de su obra respecto a López.
Tras rebatir las patrañas vertidas por Alharilla sobre la primera época de López en la Península, prosigo la defensa del Marqués resaltando sus méritos y dotes personales y empresariales, cuestionados por este historiador orgánico y a favor de la corriente. Son infumables, por inconsistentes, sus acusaciones: subvencionado, proclive a operar al margen del mercado, búsqueda del monopolio, especulador, pretendido patriota, adicto al lujo y afanado en legitimarse a través del mecenazgo y la beneficencia. Son aspectos que aquí solo apunto para no entrar de lleno en la labor empresarial de Antonio López, tema al cual he dedicado muchas páginas.
Me gustaría enfatizar cuatro rasgos característicos [del empresario A. López]:
1.- En primer lugar, su tendencia a operar al margen del mercado. El éxito de su empresa naviera no se puede explicar si no es a partir de las subvenciones, que desde 1862, venía recibiendo de las arcas públicas (…). Fue su privilegiado contrato con el estado lo que le permitió a la Compañía Trasatlántica situarse como la primera empresa naviera española. Su comportamiento empresarial al frente de la naviera sitúa a su empresa en las antípodas del modelo de la competencia perfecta, destacándose, por el contrario, la búsqueda del monopolio. (M.R. Alharilla, varias obras).
En los artículos anteriores rebatí que la concesión de la línea marítima de las Antillas no fue un privilegio y que las subvenciones recibidas no explican por sí mismas el éxito de la naviera A. López y Cía; y tampoco de las docenas de empresas que promovió. Y lo mismo vale decir sobre las referencias de privilegio y monopolio. Hay que ser panoli para explicar el éxito empresarial del marqués de Comillas reseñando “en primer lugar” esos rasgos que señala Alharilla, en vez de destacar su capacidad de trabajo y sus cualidades para competir en los negocios, para gestionar los riesgos, para atraer grandes fortunas a sus proyectos, para liderar un equipo eficaz de colaboradores y socios… Son errores de bulto en la valoración empresarial en los que subyace su sectarismo ideológico y su animadversión al naviero, aparte de un pésimo trabajo de investigación por más que parezca serio porque lo repite y repite profusamente en publicaciones, artículos, conferencias… para decir lo mismo. Esquivo a resaltar sus dotes, Rodrigo Alharilla le niega la mayor, que López fue un empresario excepcional. En primer lugar, por su extraordinaria laboriosidad, por su autoconfianza y determinación, por su inteligencia para promover empresas, entablar relaciones de diverso tipo y reunir y gestionar un excelente equipo de colaboradores.
Cogiendo el timón
Antonio López tenía casi 45 años cuando recibió su primera subvención estatal y la logró presentando en el libre mercado de una subasta pública la oferta más barata de las navieras que aspiraban obtener la línea marítima de las Antillas. Un deficitario servicio público se subvenciona, no es un privilegio cobrar por ello y, desde luego, no es garantía de nada. Incluso puede llevarle a la ruina a quien presente una plica muy a la baja o fracase en rentabilizar la línea marítima a pesar de contar con subvenciones. Esto le pudo pasar al consorcio de navieros catalanes (Bofill-Martorell…) que, con anterioridad a Antonio López, se había hecho cargo provisionalmente durante tres años de esa misma línea marítima subvencionada. No le estaría yendo bien a ese consorcio cuando en 1861 no logró mantenerla con una plica competitiva.

Dado que Alharilla no solo se refiere a la naviera al enfatizar esos cuatro puntos, aún resulta más erróneo que señale las subvenciones cuando López apenas las obtuvo para el resto de sus numerosas empresas. No las recibió en Cuba para emprender su negocio naviero, ni contaba con ellas en 1857 en sus intentos fallidos de crear en Barcelona un ente de seguros marítimos (La Mallorquina) y, en Cuba, otro de crédito/seguros.
El Crédito Mercantil (1863) es un diáfano ejemplo del éxito empresarial de Antonio López basado en la libre competencia, sin subvenciones. No contó con el apoyo oficial y tuvo que competir con las sociedades del mismo ramo ya arraigadas en Barcelona (ej. Crédito Inmobiliario, Catalana General de Seguros), dedicadas a operaciones de crédito, incluidas las ferroviarias e inmobiliarias, negocios en los que él tuvo que abrirse paso por primera vez. Para López, el Crédito Mercantil fue, junto con su naviera, la clave de su entramado empresarial. Y no se lo regalaron, ni lo encontró en ciernes. Tuvo que aglutinar a 25 burgueses, indianos o no, que residían en Barcelona para a través de las finanzas emprender negocios de gran envergadura. ¿Dónde ve Alharilla que Antonio López se beneficiase de las subvenciones, monopolios y privilegios públicos? Su temprana y sólida talla de empresario la plasmó por sí mismo al ser vicepresidente y promotor del Crédito Mercantil, siendo esta la única gran entidad crediticia catalana que soportó mal que bien la crisis de 1866. Su entendimiento con el presidente de la misma Tomas Coma Miró fue total. Su amistad y alianza con este político y empresario textil catalán, no indiano, explican mejor el pujante inicio de López en Barcelona.

Hay que ser un grandísimo empresario para una década después de salir de Cuba empezar a coger el timón de la revolución burguesa y económica de Cataluña, en libre competencia con los acaudalados locales e indianos con más arraigo, sin depender de privilegios ni tener cartas marcadas. Jugó inicialmente con la misma baraja de ayudas públicas que los demás. Ya no digamos de gozar de monopolios o sucedáneos. No los tuvo, salvo en la concesión del correo oficial marítimo de las Antillas, el cual no implicaba el negocio de carga, pasaje y correo comercial/privado, y no siempre el del trasporte de tropas. Ignoro cómo un historiador puede laminar los méritos de un armador sin conocer mejor el comercio marítimo y encima achacarle al conjunto de sus empresas recibir ayudas oficiales, un extremo manifiestamente falso.
Había navieras españolas y extranjeras que competían con la concesionaria. Y en tierra sobrepasó a los burgueses catalanes, acabó por imponerse a sus competidores directos (Salamanca, Safont, de Campo), nunca conoció una quiebra en su vida, ni algo similar a la insolvencia, y prosiguió creando/impulsando empresas en sectores muy diversos…, así hasta morir con las botas puestas al frente de un espectacular holding (Cía. Trasatlántica, Crédito Mercantil, Ferrocarriles del Norte, promociones inmobiliarias, astillero de Matagorda, Banco Hispano Colonial, seguros La Previsión, minas, Cía. General de Tabacos de Filipinas…). Todo un crack, a quien Alharilla desmerece con fábulas que socavan su talla empresarial en mil negocios.
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