La poesía constituye el arte supremo de la literatura. A su vez, por su resultado inmediato y el escaso tiempo necesario para pergeñar unos versos, la poesía ha sido y es el arte primario de la literatura. Otros géneros literarios, y particularmente la novela, requieren técnicas más complejas, muchos medios y años de elaboración. Eso explica la proliferación de poetas en agraz, jóvenes, heroicos y románticos; y la cantidad de vates en tiempos y en países poco desarrollados (Senegal, Mozambique o Vietnam, por ejemplo).
Llegar a ser un buen poeta exige poseer un don al alcance de pocos humanos. Y requiere un buen dominio del idioma, cuanto más profundo mejor. No es imprescindible, pero el poeta necesita conocer, además, la historia de la poesía y haber leído con atención a la mayor colección posible de grandes poetas. Con esos ingredientes, mezclados en cantidades variables, más inspiración y mucho trabajo, surge el poema genial, los versos que recordarán los ciudadanos y cantarán los escritores, los intelectuales y los artistas. Por ejemplo:
La mar es mi destino
En este atardecer, el sol poniente,
con sus rayos de luz amarillenta,
dora la piel rugosa de mis manos dolientes.
Desconfío. Me asaltan las sospechas
en la incierta memoria.
Solo albergo recuerdos inseguros,
que son como mis puertos de refugio
después de navegar los siete mares.
Como nauta en los barcos laboriosos,
y ajeno a las alcurnias terrenales,
a las olas perplejas les pregunto:
¿A quién aguarda allí? ¿A quién recupera?
La mar, en un susurro, me responde:
—Volverás al regazo prenatal,
a los senos y alcores de mis olas.
Se oculta, entre la espuma, el insaciable olvido.
El autor, Francisco González Lozano (Lozano de Fortuna), marino mercante, poeta y escritor, recuerda la mar, mi destino, pero desconfía de la incierta memoria. Los recuerdos inseguros por la edad se guarecen en puertos de refugio, pero incluso allí se decoloran y a veces se corrompen. ¿Quién aguarda, a quien recupera, pregunta a las olas el marino, el nauta? Añora la mar el poeta y desea que ella sea el asilo definitivo, el regazo prenatal que, tal vez, supere el insaciable olvido escondido en la espuma de las olas y en la estela de los días.
Confieso que, como el poeta, también me he sentido muchas veces perplejo, triste, el olvido que desangra la memoria, y soñando con el horizonte marino. Y leyendo el poema en voz baja, mi otoño se ha reconfortado. También para eso sirve la buena poesía.