Vosaltres no sabeu qué es guardar fusta al moll (1925)
Heu´s aquí: jo he guardat fusta al moll. (Vosaltres no sabeu què és guardar fusta al moll: pero jo he vist la pluja a barrals sobre els bots, i dessota els taulons arraulir-se el preu fet de l´angoxia; sota els flandes i els melis sota els cedres sagrats (primer verso de “Nocturn per a acordió”, 1925). En este poema póstumo, el barcelonés Joan Salvat Papasseit (1894-1924) versa sus vivencias como vigilante en el Muelle de la Madera (Moll de la Fusta, hoy Bosch i Alsina) del puerto de Barcelona.
El poeta podría seguir: Vosotros no sabéis lo que es tener un padre marino de esforzado palero del trasatlántico “Montevideo” (Compañía Trasatlántica) que murió en un accidente laboral en el trayecto Barcelona-Cádiz (1901), a resulta de lo cual le embarcaron a los siete años en el Asilo Naval Español, barco fondeado en el puerto de Barcelona, donde varias decenas de humildes huérfanos de marinos recibían formación para ser preferentemente gente de mar. Tampoco vosotros sabéis lo que es salir a los doce años del Asilo Naval, porque su madre le necesitaba, y un lustro después empezar de intelectual comprometido a navegar por la vida contra viento y marea hasta morir con 30 años de tuberculosis. No. Nunca lo sabremos. Para ello habría que vivirlo y esto es imposible: ese mundo no existe. A lo más, su obra literaria nos ayudará a constatar el vuelco que el puerto ha sufrido en un siglo.

La estatua de Salvat-Papasseit en el puerto parece sobredimensionada per se, incluso todavía más respecto a la de Rómulo Bosch i Alsina. Su cercano contrapunto. Son del mismo año (1992), tamaño y estilo (Robert Kreir) a pesar de que Bosch i Alsina tuvo enorme relevancia pública (presidente del Puerto, empresario marítimo, alcalde), mientras el poeta apenas trabajó medio año de guardamuelles y, en cierto modo, fue un irrelevante empleado portuario. Barrunto que a Joan Salvat-Papasseit le han ensalzado gracias a su izquierdismo y catalanismo radicales. Tanto da. Le sobran méritos para figurar allí a lo grande. Su vida estuvo vinculada a la Barcelona marinera, siendo él quien ha poetizado y legado la mejor visión del puerto industrial en su apogeo.

Salvat-Papasseit recibió en el barco-asilo “Tornado” suficiente formación personal y académica para afrontar la vida y llegar a ser un autodidacta intelectual que se implicó con su pluma en las cuestiones políticas y sociolaborales sin renunciar a ser poeta y relator marítimo de Barcelona. Su vida coincide con los mejores treinta años del puerto, desde que se aceleró la segunda revolución industrial (electricidad, química, transportes, cemento, diversificación de productos de gran consumo) hasta que la actividad portuaria se fue frenando a partir de 1917 al tropezar con las diversas crisis que terminaron por estallar en la Guerra Civil. Después fue otra historia. Y a partir de la década de 1960, otro puerto. Se fue derrocando lo que había sido la ciudad-factoría, del carbón y vapor, con la cual el puerto se había retroalimentado, y ambos terminaron compartiendo el mismo destino: su completa e inmisericorde erradicación.

Las obras de Salvat-Papasseit sirven para recordar lo que el viejo puerto comercial arrastró consigo al fondo. No solo de su patrimonio material ligado al carbón y al vapor, del que ha quedado las raspas, salvo la trama de muelles/dársenas, los almacenes Depósito, los talleres Nuevo Vulcano. Tampoco constan hoy aspectos que estaban presentes en la época de Salvat-Papasseit: ni los conflictos portuarios, ni lo que irradiaba el puerto a sus entornos marineros, ni los lazos afectivos que los barceloneses mantenían con el puerto y su patrimonio marítimo.
“Humo de fábrica. Páginas libertarias” (1918)
El libro “Humo de fábrica” es la recopilación de 48 artículos que había publicado Salvat-Papasseit desde 1914 contra la sociedad capitalista. En un tono muy duro, incluso anarcosindicalista, denuncia las condiciones sociolaborales de los trabajadores. Concretamente se refiere a la Barcelona industrial que echaba penachos de humo por doquier, no menos en la Barceloneta, por entonces también un complejo metalúrgico: la Maquinista Terrestre y Marítima, Nuevo Vulcano y el Arsenal Civil, al que se unía la factoría de gas con sus hornos de carbón y los gasómetros.
Este humo de fábrica, entreverado con el de las chimeneas de los buques, dio sus últimas bocanadas hacia 1980, cuando sus industrias terminaron por dejar la ciudad y los rezagados barcos de vapor fueron al desguace (SAC BARCELONA y SAC MADRID, de Cros). De todo ese patrimonio industrial y marítimo queda lo mínimo pues, aparte de los Depósitos Generales del puerto (hoy Palau de Mar) y la fábrica de galletas La Fraternitad (biblioteca de la Barceloneta), siguen en pie poco más que el penoso arco de entrada de la Maquinista y la deshuesada estructura ferrosa de la planta gasística. Los edificios de Nuevo Vulcano son la gran excepción, siendo hoy rehabilitados por la elitista iniciativa privada a cambio de una concesión de sus instalaciones durante treinta años para la reparación y mantenimiento de los esplendorosos super yates de más de 100 metros de eslora y de 4.000 toneladas de desplazamiento (peso).
Con el viejo patrimonio marítimo material se esfumaron los colores, olores y sonidos, el sentir relacionado con la pesca, con los barcos mercantes y sus mercancías, con los trenes y grúas, con los calafates (“Oliendo a Brea”, 1926) y soldadores, con el carboneo y demás contaminación industrial y portuaria. Incluso del patrimonio material ha quedado relativamente menos en el puerto que en el resto de la ciudad, a pesar de que la España Industrial, en Sans, y la factoría Pegaso de Sant Andreu corrieron similar suerte que la Maquinista Terrestre y Marítima.

Para cuando el Ayuntamiento aprobó en 1999 el Plan Estratégico del Sector Cultural para preservar y rehabilitar lo que quedaba de su pasado industrial, la suerte ya estaba echada en el puerto, mientras los derribos en la trama urbana fueron a menos. Algunas fábricas mantuvieron sus paredes y techos para usos alternativos (escuelas, bibliotecas, centros sociales, sedes universitarias, polideportivos), aunque carentes de toda alma al haberse vaciado su interior de cualquier referencia industrial y antropológica, excepto La Harinera del Clot.
No pasó igual con el patrimonio marítimo. Su drama radica en que, al contrario que en la ciudad, no tuvo quien lo defendiera con asociaciones vecinales y movilizaciones populares porque el puerto solo tiene residentes próximos y fijos en la Barceloneta. Ignoro qué hicieron entes como el Museo Marítimo ante tanto atropello. Supongo que no se comprometieron ni entrometieron estando presididos por cargos de designación política. Lo dejarían estar. El resultado es que el espacio abierto por el derribo de los tinglados entre el Paseo Colón y el Muelle Bosch i Alsina lleva años desaprovechado mientras, por ejemplo, el puerto de La Habana conserva los populares Almacenes de Depósito San José (hacia 1850) para múltiples usos. Y Valencia mantiene la antigua estación marítima a la espera de rehabilitarla o no para cruceristas y pasajeros de Balearia. Si hubiese sido derruida no habría ahora polémicas, pero así esas naves siguen en pie a la espera de una decisión. Por de pronto, ésta será más sopesada, que las tomadas en la Barcelona acuciada por los Juegos Olímpicos del 92, a resulta de las cuales con el humo de las fábricas y vapores se fue sin solución de continuidad gran parte del patrimonio marítimo material.

“Un enemic del poble. Fulla de subversió espiritual” (1917-1919)
Salvat-Papasseit lanzó y dirigió la revista vanguardista ‘Un Enemigo del Pueblo’ también comprometida con la sociedad obrera, rompedora en sus formas (caligramas, aforismos) y contenidos (libertaria y futurista), y abierta a la colaboración de la bohemia contestataria, a la que él pertenecía, y de algún intelectual en sus antípodas (Eugeni D´Ors, Ramón Gómez de la Serna). El título de esta revista mensual ilustrada, tomado de Ibsen, era un mensaje contra el capitalismo y la burguesía marcado por el triunfo en 1917 de la Revolución Rusa y por el sonado Congreso anarquista celebrado un año después en el barrio de Sans, de Barcelon. Tenía un porqué.
El puerto era un reflejo directo de los conflictos de clase y laborales (huelga de marinos mercantes de 1914) que soliviantaban a Salvat-Papasseit y a sus amigos intelectuales de la Barceloneta (Joan Alavedra, Tomás Garcés). La contestación personal era compatible con que él debiese su trabajo al enchufe del burgués Eugeni D´Dors y sus mecenas fuesen dos relevantes empresarios (Lluis Plandiura y Emilio Badiella), aparte de la familia Segura, dueña del comercio Fayans y de las Galerías Layetanas en las que había entrado a trabajar en 1917 por primera vez en su vida con unas condiciones buenas para su bolsillo y apropiadas a sus cualidades. Primaban para él más los ideales y la pertenencia a un grupo, clase y barrio que el agradecimiento a los empresarios y bienestantes que le apoyaban.
Para Salvat-Papasseit y sus amigos de la bohemia libertaria, el enemigo del pueblo no podía ser otro que el Capital y los capitalistas. Incluso llegó a aceptar en sus escritos que otros llegasen al cuerpo a cuerpo hasta con el pistolerismo. El enemigo para ellos era el marcado en su barrio obrerista, forjado por el asociacionismo (Coros Clavé, economato obrero de La Fraternidad) y cohesionado por un entramado de pequeños pisos atiborrados de gente que propiciaba compartir desde sus goces a penurias.

La contestación le venía de sí para quien encima era incapaz de encauzar bien su vida, patente en los varios cambios de domicilio en Barcelona y en la recurrente necesidad de ser ayudado. De hecho, al poeta le sacaron tarjeta amarilla por publicar un irrelevante artículo: dos años y un día de cárcel, que no cumplió por quedar en condicional. Nunca vio la roja. Más bien se fue desengañando de los ideales de izquierda a medida que pasaban los años y abrazaba el independentismo y el antiespañolismo: “Acaba de explotar por la noche en Barcelona una bomba más. Yo ya estoy completamente alejado de todas las luchas político social, pero me voy a permitir un pequeño comentario: esta bomba es castellanista. Se trata de enterrar Barcelona…” (carta a Emilio Badiella, 10.03.1919).
Esta fue otra de las orzadas que el entusiasta poeta dio en su vida según le soplase el viento de la historia (socialista, regeneracionista, anarquista… hasta que poco a poco, enfermo crónico grave, no tuvo fuerzas para más. Murió once meses después de que el general Primo de Rivera diese un golpe de Estado para la tranquilidad de muchos y la enemiga de nacionalistas catalanes y anarcosindicalistas, quienes aprovecharon para sus fines que la dictadura, aunque atemperada por el intervencionismo económico (aranceles, subvenciones), carecía de puerta de salida en un contexto de crisis (Crac del 29).
Lo siguiente es conocido: república, guerra, dictadura y democracia hasta que hoy no queda claro quién es el enemigo del pueblo. El eje del debate político ha cambiado de norte y ya no se rige tanto por las cuestiones sociolaborales, sino por las identitarias (procés, feminismo, diversidad sexual, racismo, xenofobia). Y lo que es determinante: la Barceloneta ha perdido identidad y cohesión tras el desmantelamiento de sus grandes industrias y de su puerto comercial y casi del pesquero. Le eran consustanciales. Más que las marinas, el ocio y el negocio de paseantes y foráneos. Hoy tiene nuevos vecinos: turistas e inmigrantes extranjeros; aparte de la actividad de los manteros, quienes han hecho la ruta inversa que hace décadas tomaron los emigrantes españoles que se apiñaban en esos mismos sitios para embarcarse en los trasatlánticos.

Así resulta que ahora el enemigo del pueblo de la Barceloneta y de otras zonas aledañas al viejo puerto son el incivismo y la delincuencia de diverso orden: droga, botellones, ruidos por la noche, calles conflictivas, playa con reservas, suciedad encostrada… del que huyen quienes se lo pueden permitir. Los estibadores, hoy aristocracia obrera, hace tiempo que en su mayoría se marcharon a mejores zonas y casas, dejando un barrio que desguaza la convivencia y sus señas de identidad. Ellos protagonizaron en los contornos del viejo puerto las últimas protestas y movilizaciones laborales, de corte reivindicativo, que entroncaban con las de la época de Salvat-Papasseit. Hoy el enemigo allí es otro; el pueblo, también
El Ayuntamiento y las autoridades portuarias planificaron en el viejo puerto comercial una zona de ocio, restauración y comercio, pero se le ha descontrolado este proyecto por no prever las consecuencias de posicionar el desindustrializado barrio entre el turismo barato, y de paso, y las cercadas zonas elitistas que ofertan pocos puestos de trabajo y no precisamente a quienes habitan cerca. Muchos de sus residentes lo tienen difícil. Sobrellevan mal las centenarias viviendas pequeñas, las calles estrechas, la diversión de los otros y la falta de recursos que aportaba el viejo puerto. Además, la convivencia degenera en un “nosotros contra nosotros”, que diría Salvat-Papasseit. Y aún peor lo soportan si el nuevo enemigo del pueblo es el propio Ayuntamiento por propiciar el malestar y no tomar medidas ni siquiera lenitivas.
NOTA DEL EDITOR. La foto de portada muestra el Moll de la Fusta en 1925