El, Museo Naval, situado en el centro de la capital de España, a escasos metros de la Cibeles, lucía hasta su reciente remodelación muy por debajo del valor del patrimonio histórico que atesora. Estaba desordenado, oscuro, los objetos, pinturas, maquetas, instrumentos y cartas náuticas (entre ellas la espléndida carta de Juan de la Cosa) se exhibían en el desconcierto de un almacén de Ikea. Para el visitante era un museo rico, con piezas únicas, digno de un recorrido demorado, pero deprimente. La falta de luz oscurecía el ánimo de los amantes de la historia marítima y consternaba a los visitantes ocasionales.

Lo visité de nuevo el pasado miércoles 30 de marzo (lo he hecho más de quince veces en los últimos 20 años) y me quedé admirado. La Armada, responsable de la instalación, ha acometido, ¡por fin!, una completa reforma y el Museo Naval brilla ahora en (casi) todo su esplendor. Los artífices del cambio han optado por un diseño clásico, alejado de esos caprichos de la modernidad que han convertido buena parte de los museos del mundo (el de Greenwich, por ejemplo) en un Mcdonald para adolescentes. Esos museos dizque modernizados que han perdido la gracia y la misión de cualquier institución cultural: enseñar, mostrar, explicar, y han transformado los museos en parques temáticos para niños mimados en la incultura del ocio permanente. Han depositado en almacenes la mayor parte de sus colecciones y muestran de forma vergonzante cuatro piezas mal seleccionadas. El objetivo no es educar, sino acomodar a los visitantes a un paseo por la nada, sin esforzarse.
Salí feliz del Museo Naval. Han ordenado el tesoro histórico con la sencillez de la cronología, aquí la Edad Media, aquí la época del imperio, allá las aventuras en Extremo Oriente, acullá los orígenes del vapor… Dedicando determinados espacios para recordar gestas monumentales, Blas de Lezo y la defensa de Cartagena de Indias, por ejemplo, una hazaña que tal vez debiera ocupar más espacio y un relato de mayor enjundia.

La mayor crítica del actual Museo Naval es que su espacio resulta insuficiente para la exhibición tranquila de la fabulosa historia que acumula. Madrid ha dedicado al mundo del espectáculo numerosos espacios y recintos, algunos de ellos desmesurados y seguramente mal aprovechados. La cultura marítima, la historia de los buques, la ciencia de la navegación y las gestas de nuestros marinos, civiles y militares, merecen ser conocidos y reconocidos por la sociedad.
NOTICIAS RELACIONADAS
Qué han hecho con el Museo Marítimo de Greenwich