Rafael Algarra Bernabeu estudió Náutica en la Escuela de Barcelona allá por los años sesenta del pasado siglo, y navegó largo y tendido antes de recalar en los primeros tiempos de la Generalitat de Catalunya: una vida común de marino que ha perdido la gracia del mar.

Que se sepa, Rafael Algarra escribe poesía, teatro y novela desde principios de los años setenta, o sea hace más de cincuenta años. Algunas de sus obras de ficción se han publicado en pequeñas editoriales y han recibido premios y honores. Otras han sido publicadas a su costa. Y la mayoría permanecen inéditas. Las editoriales rehúyen la publicación de novelas marítimas pues suelen tener poca salida. Prefieren publicar la última tontería escrita por un famosillo, el peñazo vomitado por una celebrity de cartón piedra o el manual de ayuda para todo pergeñado por una influencer de pacotilla. Eso deja beneficios, que es, al fin, lo que interesa a la empresa editorial.
Las obras de Algarra, buenas o menos buenas -las opiniones son libres- huelen a sal y yodo y tienen la textura de las planchas oxidadas de la cubierta de un buque. A esas cualidades, añade el autor una especial sensibilidad por los problemas sociales, los abusos de los poderosos y la maldad de la miseria humana. Más allá de defectos puntuales, estrictamente literarios, el resultado se lee con interés y, en mi caso, con placer.
Menos conocida que su teatro o su prosa, la poesía de Rafael Algarra se caracteriza por su realismo crítico. Poesía a veces amarga, a veces triste, áspera y cruda, casi siempre certera en su grito contra la iniquidad y los desmanes del poder.
Publicamos hoy uno de los últimos poemas de Algarra, un ejemplo de poesía intimista, entre la derrota y la nostalgia. Versos con los que muchos de nosotros, hombres y mujeres del mar, de los puertos y del mundo, podemos emocionarnos porque, bien pensado, en muchos momentos también nosotros navegamos en un barco sin destino.
YO NAVEGO EN UN BARCO SIN DESTINO.
Yo navego en un barco sin destino
que recala en los puertos del fracaso,
y recorro entre sombras, al ocaso,
ilusiones que al tiempo las confino.
Ya no sueño con ser, ni aun adivino
la vida que me espera paso a paso.
Y sin sueños del hoy, apuro el vaso
del instante que cierra mi camino.
Perdido en claroscuros de quimeras,
yo navego entre mares, sin sosiego,
y vivo el desaliento en las esperas
con humo en las alforjas de mi ego.
Qué valor de lo efímero es lo que era
si al polvo he de entregarme, aunque me niego.
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