Rafael Algarra se ha convertido con los años en un autor de culto, admirado por quienes conocen su obra, una tribu escasa, y marginado por todos los demás. Su prosa, cargada de adjetivos hacinos y derrotados, molesta a quienes cultivan mitos y supersticiones y a quienes venden quimeras envueltas en aventuras marítimas, o sea, la inmensa mayoría.
Rafael Algarra presentó el pasado viernes en Barcelona su enésima novela –Algarra escribe sin pausa desde 1972-, “Las lunas de Júpiter” (Nautical Works Editorial, Tarragona 2013), una mirada desolada sobre un buque mercante y su tripulación, engañada por la avaricia del armador, que les carga una caja con armas consignada como “maquinaria agrícola”, destino Monrovia. Liberia se desangra en el tiempo de la novela en varias guerras civiles, confusas e intermitentes, cuyos combatientes necesitan armas para matar. Con ese trasfondo, un viaje a los puertos de África occidental y un cargamento maldito, construye Algarra un paisaje humano de tripulantes atrapados en el mercante INDICO, bandera española, carga general.
El autor traza los rasgos de los tripulantes del INDICO con tinta negra, inmisericorde. Abunda la estulticia, la marranería, la estúpida codicia, el egoísmo de los hijos de puta y la maldad de los prisioneros que han perdido la esperanza. Contemplado todo ello desde los ojos omniscientes de un agregado joven e inexperto que añora la tierra por donde pisan los bueyes.
El capitán, buen profesional, lleva toda la vida asilado en la mar, lejos de la incomprensión de la esposa. El primer oficial es un bárbaro mojigato que disimula su recia fimosis con la cacareada moralina de los años del cólera. El segundo oficial, sin duda el personaje más entrañable de la novela, se ha pateado todos los prostíbulos portuarios y con un lenguaje culto y barroco alardea de una lengua capaz de remover placeres y alegrías. El jefe de máquinas aparece como un tronco cargado de prejuicios, igual que el radio y algunos maquinistas. Los marineros huelen mal y nadan en envidias, resueltas a medias por el contramaestre y el segundo oficial.
Parte de esa tripulación es el alumno de máquinas, Topito de sobrenombre, el muchacho tímido que se enamora de una putilla de Abidjan, con quien se casa tras perder el barco.
Esa tripulación, objeto de la mirada afligida del autor, se revelará en la parte final de la novela como un conjunto de hombres capaces de darlo todo por amor, de ser solidarios y valientes, de crecerse en la adversidad.
Bajo la apariencia de un relato tormentoso, “Las lunas de Júpiter” esconde una novela de amor, contada en forma realista, sin inútiles adornos. Historias de amor que derriban barreras, prejuicios y represiones. Amores que redimen la maldad y que salvan a los tripulantes del INDICO de todas las miserias de una profesión dura, salvaje y doliente.
Sin concesiones a la galería. Real como la vida misma en un buque de los años setenta u ochenta del pasado siglo, discurre la prosa desconsolada de “Las lunas de Júpiter”, de Rafael Algarra Bernabeu.