No vale la pena abordar las mentiras y disparates que Francisco (Pancho) Bru vierte para acabar el libro “La verdadera vida de Antonio López y López” (1885). Es reiterativo. Pero no obvio el pie de página que antes de terminar el último capítulo hace referencia al “negro Domingo”, pues este apodo ha servido hasta la saciedad para probar que los barceloneses le llamaban así al marqués de Comillas porque fue negrero. Es pura ignorancia, o aún peor, una mentira interesada, que de tanto repetirla se ha convertido en verdad, la prueba definitiva, la sentencia popular, de que López fue tratante de esclavos. Y eso a pesar de que en los párrafos próximos a dicho pie de página no hay textos ni contextos que hagan referencia a la trata. Tampoco el autor afirma en ninguna parte que el “negro Domingo” tenga que ver algo con ella. A lo más, Pancho Bru jugaría con el equívoco. El mote parte de que éste pide a su hermana Luisa, viuda de Antonio López, que escuche lo que dice la gente sobre su marido:
“Deja que llegue hasta ti el puro ambiente de la verdad; oye al público, lee los periódicos y verás cómo el mundo, aunque sin tantos datos ni motivos, juzga como yo a tu marido; oye y lee y sabrás como a los pocos días de haberle la baja adulación levantado la estatua que mancha con su negra sombra el azulado horizonte de nuestro puerto, ya la gente del pueblo ocupada en las faenas de aquél la motejaba con un nombre burlesco que se ha hecho popular (1).”
Este pie de página señala que fueron los estibadores y sus collas quienes le apodaron a las primeras de cambio:
“(1) En efecto, entre los faquines y brigadas que se ocupan en la carga y descarga de los buques no es conocida la estatua con otro nombre que con la del negro Domingo.”
Conviene aclarar con creces este error, mentira o equívoco para asegurar de una vez por todas de que el mote a la estatua de López no tiene nada que ver con la trata de negros. Hasta doy por bueno explayarme en este asunto si el tan recurrido apodo “negro Domingo” deja de ser, a modo de veredicto popular, la sentencia que declara a Antonio López culpable de ser negrero.
MENTIRAS OFICIALES
Muchos han sido los articulistas que se han apuntado al tanto fácil de referirse al “negro Domingo” para denigrar al marqués de Comillas. Y ninguno de ellos, que yo sepa, explica el porqué. Lo aceptan como un cliché, de corta y pega, sin molestarse en comprobar el origen del mote. A lo sumo hay alguno que lo intenta, aunque sin éxito, lo cual es peor porque denota flojera, suya y de su asesor, por cuanto en su caso cuentan con sobrados medios para un tríptico de alardes en infografía y con apoyos públicos (CC.OO.-Fundación Cipriano García; Ayuntamiento de Barcelona; EUROM; Assoçiació Conèixer Història). BCNmemoria. Según este tríptico:
“El negro Domingo fue un personaje recurrente en obras teatrales del siglo XIX. De una de estas se popularizó en 1865 la “Canción del negro Domingo”, que aún en 1895 se publicaba en cancioneros populares españoles. Lejos de la interpretación incongruente de adjudicar este mote a Antonio López, es más probable que se tratara de una reinterpretación popular del monumento haciendo alusión al niño negro que acompaña la alegoría de la Compañía General de Tabaco de Filipinas.” (Véase la alegoría en la foto de portada)
No dan ni una. Para empezar el mote es muy congruente con Antonio López. Lo que no tiene sentido es relacionar al “negro Domingo” con el niño filipino, que no es negro sino de raza autóctona negrito. Incluso cuesta ver en el bajo relieve de mármol un negro en este niño de pelo crespo y nariz chata, pues éste muestra una complexión y altura impropias de su etnia que tiene, sin serlo, similitudes con la pigmea. Tampoco es de recibo vincularlo con la trata de negros en Cuba cuando el bajorrelieve de Francesc Pagès Serratosa es una alegoría de la Compañía General de Tabacos de Filipinas, patente en la rama de tabaco y en el turíbulo de mano que porta el niño negrito y en la joven que muestra al mitológico león/pez del escudo de armas colonial de Manila. Resulta claro que este mote popular no se sostiene con sólo indicios y reinterpretaciones y, menos aún, cuando en este caso no había esclavos en Filipinas y Antonio López acababa de morir cuando todavía no hacía un año que había llegado a Manila el primer alto ejecutivo para emprender la Cía. General de Tabacos de Filipinas.
Más que reinterpretar, lo que les haría falta a los responsables de dicho tríptico es un poco de sentido común para no hacer elucubraciones. Lo correcto habría sido indagar quiénes eran los que, según Pancho Bru, le pusieron ese mote a López; a fin de cuentas, ese pie de página es de lo más coherente de sus tres libelos. Para ello habría que indagar, ¡uf!, qué trabajo, quiénes eran los faquines y su defensa cerrada de los derechos laborales.
Lo sorprendente del tríptico publicado por CC.OO. y el Ayuntamiento de Barcelona es que, aun así, trascriben los primeros versos de esa canción del “negro Domingo”, cuando ni siquiera el protagonista es un esclavo, sino un criado que se prestó a servir en una familia y ésta desea desembarazarse de él.
“Yo soy el negro Domingo / neguito de caliá / que quiero vivir en el campo / a toíta mi libertá / / Acábase usté ya e dir / acábeme usté e dejar / Mire usté que se lo pio con / mucha necesiá / Pachica la guachinanga / me dice que no soy ná / si yo consiento en mi casa / que un branco venga a mandá.”
Esta canción se hizo popular gracias al éxito que tuvo la obra de variedades “1864-1865” (José Mª Gutiérrez de Alba, música de Emilio Arrieta, 1865), en un acto y en verso, que introdujo en España la revista cómico-lírica- fantástica; un género sin un hilo argumental y con variedad de escenas y personajes. Esta obra trata del lujo, la moda… y aparecen el policía, el negro… La estrofa de los versos publicados en el tríptico sigue con un diálogo en verso entre 1864 y 1865 que deja claro que el negro Domingo no es un esclavo, sino un sirviente:
“¿Papá qué negrito es ese? / Es un tuno, un haragán / que todo lo que desea es comer sin trabajar. / Pues que se vaya y ayune. / Eso lo mejor será. / Quién diablos lo trajo aquí. / Lo pidió con tanto afán… / Yo sin darle una paliza / no lo quisiera dejar; / más temiendo que un escándalo / se mueva en la vecindad… / Un puntapié y a la calle, / por ingrato y desleal. (amenazándolo) / (el negro) No me pegues, no me pegues / que yo no te ha jecho ná.” (vase cantando).
EL ORIGEN DEL MOTE
Bastaba con trabajar un poquito más el tema para descubrir que el mote “negro Domingo” proviene de la zarzuela en tres actos “Robinsón Crusoe” (Francisco Asenjo Barbieri, 1870), inspirada en la ópera cómica “Robinsón Crusoe” (Jacques Offenbach, 1867) y ésta a su vez del libro clásico de aventuras “Robinsón Crusoe” (Daniel Defoe, 1719). Ninguna de las tres obras hace referencia a la trata de negros, ni en las tres hay esclavos sino servidumbre o criados. En la obra de Defoe, el personaje se llama el “negro Viernes” porque Robinsón Crusoe le hizo prisionero ese día de la semana; y ni era de raza africana, sino amerindio, pasando para su amo de ser prisionero a criado y lugarteniente.
El supremacismo racial del personaje Robinsón Crusoe y de su autor Daniel Defoe es evidente y desinhibido, pero sin trata de negros ni esclavitud. Jacques Offenbach recurre a la bufa y a la pantomima y apenas se atiene a la novela clásica. Más aún van por libre F. Asenjo Barbieri y su libretista D. R. García Santisteban, quienes, para engarzar la obra clásica con los gustos de las clases populares que tanto se divertían con las zarzuelas, parodiaron extemporáneamente la novela de Defoe componiendo una obra bufa de antihéroes (Robinsón Crusoe es un jugador endeudado que huye de su mujer Leona, de fuerte carácter; Capitán Tiburón…). Fue un éxito rotundo en su estreno en Madrid, el 17 de marzo de 1870. Pronto se representó en Barcelona y demás capitales de provincia y en las ciudades españolas con teatro. Todavía hoy se interpreta “Ya estamos en tierra”, Coro de marineritas (escena 16).
Hubo otra versión sobre el mismo tema: “Robinsón Petit” (Josep Coll Britapaja, 1871), parodia en catalán, ambientada en Cataluña y autorizada por Barbieri, en la que también aparece el “negro Domingo”, pero que poco tiene que ver con la zarzuela “Robinsón Crusoe”. Lo mismo sucede con el “negro Domingo” de la zarzuela “Las Bribonas” (Rafael Calleja Gómez, libretista A. Martínez Viérgol, 1908). Ambas, al igual que la obra de variedades “1864-1865”, son ajenas a la estatua de Antonio López.
Con los años, la zarzuela “Robinsón Crusoe” quedó relegada por otras de Barbieri, si bien siguió en cartelera durante lustros y su canción el “negro Domingo” todavía era popular a mitades del siglo XX. El escritor argentino Alberto Manguel (1948-) escribió en El País:
“Mi madre solía cantar trozos de [esta] zarzuela bajo la ducha, Entre Un Mantón de Manila y La chica del diecisiete, recuerdo uno que decía así: “Aquí estar negrito. ¿Qué manda el señor? / Que ser su perrito…” (Robinsón Crusoe, Sección Cultura, 11.03.2007).
Sí, hay canciones que trascienden porque son pegadizas y sus temas gozan de popularidad: “Yo soy aquel negrito del África tropical” (Aurelio Jordi Dotras, 1955, anuncio de Cola-Cao), “Es una lata el trabajar” (Luis Aguilé, 1967), “La negra Tomasa” (Guillermo Rodríguez Fiffe, 1988. Versión de Compay Segundo). Por cierto, una y media de ellas podrían considerarse hoy políticamente incorrectas.
La canción el “negro Domingo”, aparte de que sería pegadiza, trata con gracejo la explotación laboral por parte de quienes abusan de predominio. Lo que hoy serían contratos basura, los abusos que soportan los trabajadores, los canta para su época el “negro Domingo”. Expone la plena disponibilidad del trabajador, sin limitaciones de tiempo y de tareas, en un sin parar, en un sin vivir, para cubrir las constantes exigencias, incluso caprichosas, del señor o empresario.
La escena 10 (Acto II) de dicha zarzuela empieza, depende del arreglista, con el loro insultando hasta a la esposa de Robinsón Crusoe: “Leona, marimacho; Matatías, judío…”. Y justo cuando el negro Domingo da con el loro para acallarlo, el amo le llama porque quiere ir a cazar viendo que ya ha amanecido:
“Domingo, Domingo, negrito de los demonios, ¿No oyes?
Aquí estar negrito, / ¿qué manda el señor?; / yo ser su perrito, / su fiel servidor. / Volar si me llama, / lo ve su mercé, / templarle la cama, / soplarle el café.
Yo ser peluquero, / yo darle jabón, / poner el puchero, / fregar el fogón, / hacer la paella / y fruta en sartén, / y de hombre y doncella / servirle muy bien. / ¡Ay, mi señor! / ay, banani / ¿De qué más quiere / que sirva aquí? / ¡Ay, mi señor!, / ¡ay, cucuyé! / Nada conmigo / le puede faltar.
Salir tempranito, / mucho antes que el sol, / cuidar del lorito, / dar lustre al perol; / con maña y con unto / limpiar brodequín, / y si hay algún punto / coser calcetín. / Son muchos servicios / los que yo tomé, / y tantos oficios me da su mercé / que temo que algún día, / si tienen un mamón, / ser yo ama de cría / con mi biberón / ¡Ay, mi señor!, / ay, bananí… etc, etc…”
La letra de esta canción es sugestiva, incluso impacta y alegra sin saber su tonadilla.
LA CONCIENCIA OBRERA DE LOS ESTIBADORES
Cuando en 1884 se erigió en Barcelona el monumento a Antonio López, aún se solía presentar por esos años la zarzuela “Robinsón” en los buenos teatros de esta ciudad (ej. en Novedades y Buen Retiro, en 1880). Y si recibían muchos aplausos se solía repetir algunas canciones. Para entonces la canción “negro Domingo” llevaba vigente muchos años y con imaginación se la podía relacionar con el primer gran monumento a un empresario que se erigía en Barcelona.
La espectacular estatua la pusieron frente a las narices, y en sitio de paso, de quienes trabajaban en el puerto o en actividades relacionadas con el comercio marítimo. Sin duda, la prepotente imagen de Antonio López estaba colocada a tiro fijo de la Barcelona obrerista, contestataria, revolucionaria, sindicalista, anarquista…, de las izquierdas irredentas. Este homenaje al marqués de Comillas se inauguró, pues, con suficientes enemigos en su entorno como para no dejarlo en paz. Meses después, ya le estaban agrediendo con un burlesco mote.
El monumento al marqués de Comillas era lo nunca visto en una ciudad que por entonces todavía no le daba por levantar estatuas ni a los santos. Incluso el monumento a Colón se inauguró en 1888, cuatro años después que el de Antonio López. Poner al magnate en un lugar preferente (conjunción de la avenida Isabel II con la todavía en ciernes avenida Colón), con una estatua inédita por ser de bronce a gran tamaño (bastante mayor que la retirada en 2018) y de un escultor afamado (Venancio Vallmitjana Barbany), debió ser considerada una provocación por las clases trabajadoras, en especial para quienes tuvieran una fuerte conciencia obrera, como era el caso de los faquines. Máxime cuando les estaba haciendo mella la crisis económica que siguió a la bonanza de la “Fiebre del Oro” (1876-1883).
Que fuesen los faquines quienes acertaron al poner el mote “negro Domingo” a Antonio López no se puede entender sin un inciso sobre este grupo, hoy denominado estibadores. Forman un colectivo forjado en Barcelona hacia finales del siglo XVIII que no sólo ha sabido preservar sus derechos laborales, sino incrementarlos conforme pasaban de gremio (Faquines) a cofradía (San Telmo), a sindicato (1884), a corporación (franquismo) y sorteaban con tino los avatares (Viejo Régimen, invasiones, monarquías parlamentarias, guerras, repúblicas, dictaduras) y los cambios de enorme calado en las operaciones portuarias.
Hasta que ayer mismo la Unión Europea, poco o mucho, les torció el brazo al liberalizar el sector de la estiba, había sido un colectivo irreductible en su control laboral de las operaciones de carga/descarga de los buques. Incluso ahora mismo sus miembros pueden ser considerados la aristocracia obrera del puerto, aunque sólo sea porque viven de las rentas de dos siglos y medio de luchar, imponerse y ganar posiciones.
Este triunfo se explica por su sólida conciencia de clase cimentada en seis pilares: reparto equitativo del trabajo (turnos rotatorios), disciplina/jerarquía (cohesión), profesionalidad (especialización), fuerte identidad de grupo (autoestima de ser estibadores), endogamia (la solidaridad empieza en casa) y control corporativo de su área laboral (autorregulación para evitar la precariedad, el intrusismo y la autoexplotación). Genio y figura, ayer y hoy y, por supuesto, también cuando les colocaron la estatua de Antonio López presidiéndoles el puerto y oteándoles de cerca sus puestos de trabajo.
Algo tenían que decir los estibadores y sus collas (unidad básica de trabajo) al ver a diario tan ensalzado al fundador de la naviera para la cual más habían trabajado y seguían haciéndolo. Y motivos tenían para poner un mote a la imponente estatua de Antonio López. Estaba cerquita, convivían con ella. Pasaban a su lado de camino entre su casa y el puerto y hasta podían verla omnipresente con sólo levantar la vista desde los barcos, los muelles y las tabernas portuarias en que se encontrasen.
Nadie pone mote a quien le es ajeno, sino a quien le resulta próximo y comparte faenas, convivencia o intereses con él (ej. naviero y estibadores). Además, el mote contra el magnate servía de espigón para la resistencia obrera y de revancha para resarcirse de las condiciones laborales impuestas. Que sea anónimo el autor del mote refuerza mucho más sus efectos de crítica ácida contra el empresario, pues entonces dicha bufa se vincula al sentir del conjunto de los trabajadores.
Otro aspecto del mote, que viene a pelo a “negro Domingo”, es la capacidad de los estibadores para reírse de sí mismos y de su suerte. Se veían representados en el papel del criado negro de la zarzuela Robinsón Crusoe metiendo muchas horas en el trabajo y expuestos a las variopintas exigencias del naviero. Su respuesta colectiva fue la metonimia de apodarlo con aquello mismo que el armador les imponía o esperaba de ellos, es decir, que fuesen tan dóciles, incansables y multifaenas como el criado Domingo de la zarzuela “Robinsón Crusoe” a costa de sus derechos y condiciones laborales
Si Antonio López se había tomado a los estibadores como si fueran ese personaje de zarzuela, pues qué mejor manera de devolverle el golpe que insultarle con el mote “negro Domingo”. Se desquitaban así culpándole de sus penurias y, por qué no decirlo, se echaban unas risas a costa de la estatua del naviero y de la desgracia que les habría tocado, según ellos, de ser explotados por él.
UN RECURSO DEL INGENIO POPULAR
Quienes hayan convivido con los trabajadores de menor grado de estudios formales ya sabrán cómo las gastan a la hora de apodar certeramente a sus jefes, capataces y compañeros. No fallan. Les sobra ingenio para reírse de sí mismos y de los demás si les son próximos. Son apodos que engrasan la convivencia y hacen más llevadero el trabajo gracias a la ambivalencia de que nunca queda del todo claro si se ríen del moteado, o solo se ríen con él. Eso sí, cuando lo precisan recurren al mote mordaz para hacer una crítica colectiva a sus superiores, como sería el caso contra Antonio López. ¡Solo faltaba que los currantes no tuviesen pegada!
El recurso para motear al marqués de Comillas fue la cultura popular, en este caso la zarzuela. Este género, al contrario que la ópera, está muy pegado a la vida cotidiana de las clases no adineradas. Barbieri lo sabía y conseguía contactar con un público interclasista sin rehuir el mundo del trabajo y de los desfavorecidos. Él era cliente del exclusivo restaurante/pastelería Lhardy (Madrid, 1839), se codeaba con los políticos y militares de gran renombre (O´Donnell, Serrano, Cánovas…) y tenía amistad con muchos intelectuales y artistas (Gaztambide, Gayarre…), pero era puntilloso con los libretistas para que sus zarzuelas reflejaran las inquietudes y preocupaciones de las clases populares. La escena el “negro Domingo” constata que lo lograba con creces como para que los faquines de Barcelona se viesen reflejados en dicho personaje y de retranca se burlasen de la estatua de Antonio López.

Monumento a Antonio López erigido en 1884
Queda claro que el mote el “negro Domingo” no hace referencia a que Antonio López fue un tratante de negros sino a que, según los estibadores, explotaba a los trabajadores. Es más, de aquellos años no he visto por ahora referencias que relacionen “negro Domingo” con negrero; tampoco en “La Campana de Gracia” y en “El Diluvio”, prensa catalana contestataria o crítica sin paliativos con las clases pudientes. Tiempo después, sí.
Y es mentira que los barceloneses, ya no digamos de este siglo, conociesen este mote ligado a la explotación laboral, circunscrito al sector portuario y en un contexto hoy desaparecido (ni el puerto ni los estibadores están en el mismo entorno que en 1884). En cualquier caso, el mote antecede a las acusaciones escritas por Francisco Bru de que su cuñado Antonio López era negrero.
Fue propaganda falaz la coletilla, publicada durante la campaña para retirar la estatua a Antonio López, de que los barceloneses conocían el mote de “negro Domingo” y que éste se relacionaba con la trata de esclavos. Resultó una profecía autocumplida de tanto repetirla. Se afirma miles de veces que la gente sabe algo y, claro está, la gente sabe ese algo de tanto escucharlo o leerlo que la gente lo sabe. Se logró así que se aceptase como cierto que la estatua de Antonio López era popularmente conocida como “El Negro Domingo” por haber sido negrero. Hasta se personalizó del todo el mote incluyéndole el artículo y sustantivando el adjetivo negro. Una patraña que coló a tenor de lo mucho que se recurrió a ella para denigrar al marqués de Comillas.
NOTA DEL EDITOR. Este artículo forma parte del apartado primero del capítulo II de un libro de próxima aparición en el que Eugenio Ruiz Martínez lleva trabajando varios años y cuyo título provisional es “En defensa de Antonio López”. El capítulo II está dedicado a demoler las falsedades sobre la vida del naviero y empresario, tanto las mentiras académicas como las procedentes del sectarismo de algunos medios oficiales y las que vertió su cuñado Pancho Bru en tres panfletos infames.
Artículos relacionados
https://www.naucher.com/cultura/la-gran-mentira-sobre-el-naviero-antonio-lopez-y-lopez/