España es un país que tiene unos 8.000 kilómetros de costa contando los archipiélagos balear y canario, así como el litoral de Ceuta y Melilla. Un 80% del contorno español está rodeado por mar y el sector marítimo ocupa el tercer lugar en la economía española, representando un 4,5% del PIB, con una capacidad laboral que oscila entre los 500.000 y 700.000 empleos directos y más de 2.000.000 de empleos indirectos, además. En 2020 fuimos el segundo país constructor de buques en Europa y el décimo a nivel mundial.
Si tenemos en cuenta que el 93% de las CGT (GT compensado) corresponden a pedidos de armadores extranjeros, principalmente de la Unión Europea, es evidente que estamos ante una industria exportadora de proyección internacional.
No podemos olvidar que la navegación marítima tiene una importancia estratégica sustancial y cada vez mayor, hasta el punto que los expertos consideran que el dominio del mar es la clave del dominio de la economía mundial. l.

El sector marítimo, complejo y poliédrico, ha de planificarse no sólo desde el punto de vista estratégico, sino también como una única industria de gran proyección internacional compuesta de cinco áreas: la construcción naval, navieras, pesca, puertos y náutica deportiva. De esta manera evitaríamos la actual dispersión, que ha convertido al sector marítimo en un híbrido de tres ministerios. Craso error que debilita nuestra presencia y obstaculiza el progreso de la industria marítima.
Causas que motivan la poca influencia política de la industria marítima
Teniendo en cuenta que el sello característico del político es obtener el poder y desde él dominar y mandar, lo que implica controlar lo máximo posible la estructura que esté bajo su influencia, resulta evidente que todo aquello que se oponga a ese objetivo de dominación sufrirá un rechazo y será apartado de su agenda política.
Es el caso de las navieras, organizaciones complejas dirigidas, salvo excepciones, por avezadas personalidades difíciles de manejar por los poderes públicos, acostumbrados en general al trapicheo de quienes esperan obtener algún beneficio propio.
Además, el negocio naviero se mueve en un medio hostil e inestable (los barcos son de madera y los marineros son hombres, escribió el bardo en “El mercader de Venecia”) que crecer año tras año, lo cual aumenta la probabilidad de accidentes. Si éstos causan algún tipo de contaminación se desata un vendaval de opiniones y juicios, poco informados pero muy apocalípticos, que pueden salpicar la trayectoria política de quien está a cargo del ministerio e incluso al propio gobierno. No es de extrañar, por tanto, que los políticos sientan aprensión hacia el sector marítimo, del que lo ignoran casi todo y del que temen serios problemas en su carrera política, de modo que dejan los problemas del sector a los directores generales, cargos sin apenas poder de decisión, obligados a consultar con el secretario o secretaria general, con la secretaria o el secretario de estado y con los numerosos filtros y asesores que rodean al o a la ministro, cualquier decisión con una mínima importancia. Así el o la titular del ministerio puede dedicarse a ganar portadas de periódicos, fama y prestigio para seguir engordando su currículo político.

Llegados a un Ministerio, los políticos buscan el aplauso, acceden a dar conferencias huecas y falaces, leídas ante un público pendiente de sus intereses particulares, que la mayoría de las veces ni se entera.
La creación del Ministerio de la Mar.
En la actualidad, las competencias marítimas del Estado están, en lo fundamental, repartidas entre entre tres Ministerios, cada uno a su bola, sin molestarse en gobernar con coherencia, o al menos de forma coordinada, lo que provoca situaciones jurídicas y operativas graciosas, chistosas incluso, pero de pésimas consecuencias para el progreso del tráfico marítimo, los puertos, la pesca y la náutica de recreo.
La solución lógica a este estado de cosas casi kafkiano pasa por la creación de un Ministerio de la Mar, o de Asuntos Marítimos, con atribuciones plenas –exclusivas o compartidas- en materia de Marina Mercante, construcción naval, política portuaria y náutica deportiva. Sin olvidar la pesca, un sector y una industria de gran valor para España, ya que representa el 20% de la producción total de la Unión Europea y el 0,6% del PIB.

El Ministerio de la Mar estaría en disposición de regular de forma congruente la diversidad de materias que afectan a las industrias marítimas: seguridad, medio ambiente, nuevos combustibles, tipos de pesca y cuotas, exportaciones, puertos, inversiones, etc.
Para llevar a cabo esta profunda reforma del sector marítimo sería necesario que algunos de los partidos con posibilidad de gobernar, o de formar parte del Gobierno, la introdujeran en sus programas políticos. Y cumplirlos, ¡claro!
Si seguimos en la actual situación, España perderá relevancia y poder en las instituciones internacionales y pasará de ser una potencia marítima a estar subordinada a los intereses de otros.
Impedimentos operativos a esta reforma, tal como está configurada la actual política española.
Lo expuesto es razonable y sencillo, pero se complica cuando se entra en la arena política real. Las y los políticos que logran un Ministerio llegan ya lastrados y marcados. Han de obedecer a quien les ha nombrado, han de contentar al partido que sostiene al Gobierno y además han de cuidar su propia imagen política. O sea que no les queda tiempo ni ganas de emprender iniciativas y reformas; mejor no me muevo, mejor me callo, mejor aguanto, que como dijo Camilo José Cela, resistir es ganar. ¿Para qué fueron nombrados? No se acuerdan, si es que algún día lo supieron.
Los que se dedican a la política saben que los programas son parte del atrezzo, retórica para incautos. No quieren cambios, que desencadenan tensiones y conflictos, dentro del Gobierno y en la sociedad. Como mucho, para hacerse notar, cambian el nombre del Ministerio y piden la creación de una nueva Secretaría de Estado y de alguna Dirección General, en verdad innecesarias, pero que lanzan el mensaje de que el ministro o la ministra hacen algo.
Pero no perdamos la esperanza.
NOTA DEL EDITOR. La foto de portada es una acuarela del capitán Alberto Sánchez Ros