El 14 de enero de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, se produjo un curioso episodio cuyos detalles permanecieron en secreto durante 50 años. Se trata de la incursión de comandos británicos en el puerto de la ciudad que entonces se conocía como Santa Isabel de Fernando Poo (actualmente Malabo, República de Guinea Ecuatorial). El objetivo de la acción consistía en apoderarse de un gran mercante mixto italiano, el DUCHESSA D’AOSTA de unas 8.000 toneladas, y dos pequeñas embarcaciones de bandera alemana: el remolcador LIKOMBA de 200 tons. y la barcaza BURUNDI de 100 tons.
¿Qué pudo inducir a las autoridades del Reino Unido a llevar a cabo una acción que violaba la neutralidad española (aunque España, en aquel momento, no fuese estrictamente neutral sino “no beligerante”), en un periodo especialmente delicado, durante el cual casi la única buena noticia bélica que llegaba a la mesa de Winston Churchill era la entrada de Estados Unidos en el conflicto? ¿Podría aquella incursión, de objetivos más bien modestos, acabar de decidir al general Franco a intervenir en la guerra a favor del Eje?
La posible explicación se halla en la guerra submarina, que causaba estragos en la flota mercante aliada. Mensualmente, alrededor de cien mercantes, británicos, holandeses, noruegos y de otras nacionalidades, eran hundidos en el Atlántico por los U-Boote alemanes, amenazando estrangular los vitales suministros de alimentos y armamento al Reino Unido y las comunicaciones de la metrópoli con su vasto imperio colonial. El Almirantazgo inglés estaba obsesionado por descubrir posibles bases de reaprovisionamiento de los submarinos nazis, así como sus fuentes de información de los movimientos de la flota mercante aliada.
España, por su parte, había brindado asilo, tanto en la Península como en sus territorios ultramarinos, a numerosos mercantes alemanes e italianos a los que el estallido del conflicto había sorprendido en alta mar. A pesar de que la reglas de la neutralidad imponían la retirada o sellado de los equipos de radio de dichos buques, no siempre ello era cumplimentado por las autoridades españolas y ese, precisamente, era el caso del DUCHESSA D’AOSTA anclado en Santa Isabel. Por consiguiente, existía el riego de que los U-Boote operando en las costas del África Occidental y Atlántico Sur, recibiesen información o suministros de dicho barco o de los dos de bandera alemana surtos en aquel puerto de soberanía española.
Así nació la Operación Postmaster que, de hecho, fue la primera que realizó un grupo de comandos conocidos como Small Scale Raiding Force (SSRF) dependiente de un organismo llamado Special Operations Executive (SOE). Al frente del operativo, tres personajes dignos de una novela del Agente 007 (no en vano Ian Fleming, padre literario de James Bond, trabajaba en estos servicios secretos). Se trataba del mayor Gus March-Phillipps, y los capitanes Graham Hayes y Geoffrey Appleyard. Además, en Santa Isabel se contaba con el apoyo local de un agente infiltrado como empleado de una casa consignataria, Richard Lippett, y de un republicano español camuflado en la isla llamado Agustín Zorrilla.
Parte del comando, encabezado por March-Phillipps, zarpó de Inglaterra a bordo de un pesquero de 65 tons, el MAID HONOUR y en Freetown (Sierra Leona) se reunió con el resto, en total 32 hombres, tres de los cuales eran republicanos españoles exiliados. El plan consistía en penetrar en el puerto de Santa Isabel con dos remolcadores en una noche de luna nueva y abordar a los tres buques enemigos, cortar sus amarras en menos de quince minutos y llevarlos fuera de las aguas jurisdiccionales españolas antes de que las autoridades de Fernando Poo pudiesen reaccionar con sus míseros medios (apenas algunos obsoletos cañones de costa de poco calibre). Por su parte, los agentes locales, Lippett y Zorrilla, debían promover una fiesta en el casino de la ciudad y conseguir que la oficialidad en pleno del mercante italiano y los capitanes de las embarcaciones alemanas estuviesen presentes en el sarao y que la bebida corriese en abundancia.
La operación permaneció en suspenso desde septiembre de 1941 durante casi cuatro meses. Tanto el máximo responsable militar británico del África Occidental, el general sir George Giffard, que consideraba la misma como un acto de piratería, como la embajada británica en Madrid, que temía la reacción española, se oponían con firmeza a la acción. Finalmente, a principios de 1942, el Foreign Office la autorizó, siempre que sus ejecutores fuesen extremadamente cuidadosos en no dejar pruebas de la paternidad británica del ataque.

Major Gus March-Philipps
Así, la noche del 14 de enero, los remolcadores VULCAN y NUNEATON, procedentes de Lagos, penetraron en la bahía de Santa Isabel poco antes de de la medianoche, al mando, respectivamente, de March-Phillipps y Hayes. Uno se dirigió al mercante italiano y el otro a los barcos alemanes. Algún guardián les dio el alto, siendo contestados por los españoles republicanos, en perfecto castellano, de que aquellas embarcaciones conducían a los oficiales italianos y alemanes. La operación de reducir a las tripulaciones y hacer volar con cargas explosivas las cadenas de las anclas tomó algo más de tiempo de lo previsto, treinta minutos en lugar de quince. Además, las explosiones despertaron la lógica alarma en la ciudad y, tan pronto como fue posible, se pusieron en marcha los grupos electrógenos de la iluminación pública que, por la escasez de combustible, eran cada día apagados a las once de la noche. Demasiado tarde ya, pues cuando “la luz se hizo” los tres barcos del Eje habían desaparecido mar adentro. Sólo fueron hallados, flotando en las aguas del puerto, algunos gorros de marinero francés, con su típico ponpon rojo, que los asaltantes habían dejado allí, para despistar. El único buque de guerra español de servicio en la colonia era el cañonero DATO y éste se encontraba en Rio Muni, en la Guinea continental. Por la mañana, se despachó un pequeño avión de Iberia a reconocer las aguas cercanas, pero la búsqueda resultó infructuosa. Fuera de las aguas españolas, los remolcadores habían sido sustituidos por la corbeta de la Royal Navy HMS VIOLET cuya única misión era simular que había apresado en alta mar a tres buques enemigos que regresaban a sus respectivos países. Esa fue la versión que el Almirantazgo y el Foreing Office británicos mantuvieron sin pestañear cuando las autoridades españolas empezaron a protestar.
Porque, como resultaba inevitable, la reacción española, espoleada por la prensa falangista, no tardó en producirse. El ministro de Asuntos Exteriores, el “cuñadísimo” Ramón Serrano Suñer, describió la operación como “Un intolerable ataque a nuestra soberanía; ningún español puede dejar de sentirse indignado ante este acto de piratería cometido en abierto desafío a todo derecho en aguas bajo nuestra jurisdicción. Que nadie se sorprenda si respondemos, como el caso lo exige, con las armas” Se reclutó una limitada fuerza, en teoría de voluntarios, que se despachó a Guinea para reforzar su defensa. Durante la travesía desde España, se declaró a bordo del barco que les conducía, el cual no disponía de médico, una epidemia de fiebre amarilla que acabó con la vida de la mayoría de dichos efectivos. Cuando los supervivientes llegaron a Fernando Poo, el incidente ya había sido casi olvidado. Richard Lippett fue interrogado por la policía colonial pero, ante la falta de pruebas de su intervención, fue dejado en libertad al cabo de un par de semanas, con prohibición de abandonar la isla, lo cual no le impidió escapar a Camerún en una canoa. Agustín Zorrilla, por su parte, también prefirió poner tierra de por medio y desapareció de la colonia.
A la humillación sufrida de manos de la Pérfida Albión, Serrano Suñer tuvo que soportar también las iras de sus amigos alemanes e italianos, por no haber sabido proteger adecuadamente a sus buques. Italia llegó a demandar judicialmente al gobierno español por la pérdida del DUCHESSA D’AOSTA y su valioso cargamento, estimado éste en un cuarto de millón de libras esterlinas.
Los líderes del raid fueron condecorados, el mayor March-Phillipps con la Orden de Servicios Distinguidos y los capitanes Hayes y Appleyard con la Cruz Militar. Los dos primeros disfrutaron de su gloria durante sólo algunos meses. Ambos intervinieron en otra acción encubierta en otoño del mismo 1942 en las costas de Normandía que fue abortada por los centinelas alemanes. March-Phillipps murió acribillado en la playa —la misma que veinte meses más tarde se haría mundialmente famosa como Omaha Beach—mientras que Hayes logró escabullirse y llegar a la frontera española. Apresado por la Guardia Civil, fue entregado a la Gestapo, que le mantuvo prisionero unos meses y le fusiló en julio de 1943, casualmente el mismo día en que Appleyard resultaba muerto al ser derribado el avión que le conducía a otra arriesgada misión.
El éxito y la impunidad resultante de la Operación Postmaster animaron a los británicos a emprender otras acciones similares. La más conocida fue la Operación Creek, en marzo de 1943, contra tres mercantes alemanes en el puerto de Goa, entonces enclave portugués en la India, cuyo desarrollo presenta bastantes similitudes con la llevada a cabo en Fernando Poo, sarao en tierra incluido. Su particularidad radicó en que fue ejecutada por oficiales en la reserva, hombres ya maduros, procedentes de Calcuta. Su epopeya dio lugar a una conocida película protagonizada en 1980, entre otros, por Gregory Peck, Roger Moore y David Niven.