El palacio de Viso da para otra reflexión porque exhibe varios de los fanales que Don Álvaro de Bazán cogió como trofeos de guerra a las naves capitanas del enemigo. Logró tantas victorias que tuvo fanales para sí y hasta para repartir porque eran solo de bronce. Incluso al Real Monasterio/Santuario de Guadalupe fue a parar el fanal de la galera capitana turca. Que el palacio de un almirante sea una alabanza sin ambages de sus triunfos, sin rastro de las miserias de la guerra ni tampoco del inhumano esfuerzo de los galeotes/chusma, confirma la vanagloria del vencedor muy propia de su tiempo y, por ende, del marqués. En eso poco hemos mejorado. Aunque, puestos a ser exquisitos tampoco es correcto para la sesgada memoria histórica, su retablo de Santiago Matamoros ni su estatua pasando por la quilla al turco, ni mucho menos que en sus batallas hiciera esclavos y se enriqueciera con ellos.

Quien busque alguna imagen que enaltezca a las dotaciones de las escuadras de galeras, que contribuyeron a la gloria del primer marqués de Santa Cruz, temo que no la encontrará en Viso del Marqués. Tendrá que ir a la Bazán de Cartagena, en cuyo carenero se les homenajeó en 1977 (“Un monumento muy desconocido”, Diego Quevedo Carmona, 12.10.2021). Aquí sí, los protagonistas con estatuas son los galeotes y tripulantes ignorados, mientras sus mandos don Álvaro de Bazán y Juan de Austria están relegados a crecidos bajorrelieves, al igual que Miguel de Cervantes, El Manco de Lepanto.

Supongo que la única prueba visible de derrota de la marina española en el palacio de Viso del Marqués es la campana del crucero de guerra REINA MERCEDES (1888), colocada en el patio. Haría de contrapunto a los fanales traídos hasta allí como botín. Detrás hay una historia. La armada estadounidense dio al traste a dicha fragata en el Desastre de Cuba (1898), luego la reflotó para pontón/residencia de oficiales en la Academia Naval de Annapolis y cuando la desguazó (1957) tuvo el gesto de entregar su campana a la marina española. Puesta donde está, es un toque de atención para que rememoremos no solo a los heroicos marinos que vencen, pues también los hay entre los valerosos que encararon a sabiendas la derrota.
Salgo de la visita guiada y ¡vaya por Dios!, no es posible sacar una buena foto que comprenda la estatua exterior de don Álvaro de Bazán y su palacio, salvo que él quede de espaldas. No parece normal poner a ambos enfrentados, salvo que la colocaran así para que él también, en su vanidad, se embebeciera contemplando su obra maestra. La erigida en Madrid (1891) al menos está de perfil a la Casa de la Villa a la que mira girando ligeramente la cabeza. Mejor está la que se colocó en el patio de estudiantes de la Escuela Naval Militar (Marín), la cual es mimética a la de Viso del Marqués, encargadas ambas a Francisco Asorey hacia 1950.
El que faltaba, el cocodrilo
La parroquia de Viso del Marqués, Nuestra Señora de la Asunción, no debería tener más historia que ser una discreta iglesia del gótico tardío, con una maltrecha y módica puerta renacentista y sin sus antiguos atributos por haber sido vandalizada durante la guerra civil, en lo que sería la fosa común del patrimonio religioso-histórico-cultural echado a perder en la zona republicana. ¡Pero mira por dónde! Tiene un famoso cocodrilo de cuatro y pico metros que trepa por las paredes con las fauces abiertas, no sabiéndo si buscando la comida o la salida de un recinto en donde lleva atrapado 460 años. Él no logra escapar, como tampoco pueden escapar de verle quienes acuden a visitar el palacio. Tal para cuales, y en medio el sacristán, ya un personaje a pesar de que allí el sacristán/organista y personaje de toda la vida, su padre, murió hace unos meses a los 96 años.

Él ha recogido el testigo, mejor sería decir el encargo, de explicar lo divino y lo del cocodrilo a cualesquiera que acudan. De lo ocupado que estaba con los que iban llegando, al final, tras algunos intentos, me fui sin preguntarle del todo. Me quedé así con la sorpresa irresuelta que me llevé cuando vi la galería de pequeños arcos de ladrillo visto con que se recreció la parroquia, al tiempo que también su torre. Por su disposición, tamaño y obra es un elemento arquitectónico renacentista, civil y religioso, de Aragón. Por lo demás, la iglesia parece una más de las que tuvo la Orden de Calatrava en la Mancha, patente en la cruz cincelada en la dovela clave de los arcos radiales de la bóveda. Y no es así. Sea por el cocodrilo, por el sacristán o por los autobuses y coches que aparcan allí mismo con turistas para el colateral palacio, el caso es que, exagerando, recibe más gente que algunas catedrales.
Hay que tener labia para narrar con encanto una iglesia que goza de interesante poco más que un enorme lagarto negruzco y henchido de paja; aparte del hueco vacío en un muro lateral que guardó en dos ocasiones el sarcófago de don Álvaro de Bazán. El sacristán aprovecha bien las microhistorias que contiene la parroquia para que los visitantes no se limiten a entrar, fotografiar el cocodrilo y salir como una exhalación. Cuenta que Alfonso VII de León murió en Viso o en sus alrededores (1157), que el cadáver de Isabel la Católica hizo escala en esa iglesia camino de su enterramiento en Granada (1504)… Mejor oírselo todo a él porque allí está la gracia, también lo del dichoso cocodrilo superviviente del terremoto de Lisboa, de los napoleónicos franceses y de los milicianos republicanos que acabaron con todo lo que contenía la parroquia, menos con este enorme lagarto traído de Egipto por don Álvaro de Bazán para impresionar a los viseños con algo más que un espectacular palacio.

Más que agotada la mañana y con la lluvia en los talones, antes de salir andando para Almuradiel no había nada mejor que volver a “Bilbao” a por una generosa tapa de tortilla de patatas con cebolla, jugosa hasta escurrir para chuparse los dedos, como solo las hacen y gustan mucho por el norte. Le dije a la dueña que dado el contexto marinero que trasmite el palacio-museo-archivo de la Armada, pegaría que entre las fotos de Bilbao estuviese el monumento a la Salve, levantado en el último recodo de la Ría en el que los marinos vascos veían desaparecer la ciudad al salir a navegar, o verla a su regreso. Era el lugar donde entonaban/rezaban una salve a la Virgen de Begoña para encomendarse a ella antes de adentrarse en el proceloso mar o para agradecerle el feliz regreso. No hubo tiempo para más y asombrado dejé a mis espaldas Viso del Marqués con un hasta luego, porque habrá que volver cuando recorra la Ruta del Quijote y visite a 20 km. de allí el escenario de la batalla de la batalla de Las Navas de Tolosa (1212).
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