Es un tema delicado intentar hablar con la razón cuando el corazón sangra. Cada día, algunas personas desesperadas mueren en la mar. Han puesto su vida en embarcaciones precarias, armadas por mafias, en busca de una vida para ellos y sus hijos. Catón el Viejo terminaba sus discursos en el Senado romano declamando aquello de Ceterum censeo Carthaginem esse delendam. Si usted y yo fuéramos seres humanos deberíamos terminar cada conversación de ascensor, cada saludo al cruzarte con un conocido diciendo hay que evitar la muerte violenta de esas gentes.
Quiero dejar una cosa clara: cada palabra de este artículo está escrita intentando reflexionar en favor de esas personas abrumadas por la miseria. Los medios de comunicación celebran actividades individuales, como por ejemplo los sedicentes rescates del remolcador OPEN ARMS, como si con esto el problema estuviera resuelto. Sin querer entrar en el corazón de quienes sin duda actúan pensando en el bien, quiero hacerle ver que esto no basta. Que lo que nos ofrecen los medios de comunicación simplemente es vender una bonita noticia. No. No es eso. Estamos corriendo el riesgo de favorecer a mafias que se lucran con el viaje sin ofrecer a los que tocan nuestra tierra más que una manta para vender pacotilla (favoreciendo a otras mafias), o condenándolos directamente a la delincuencia.
UN EJEMPLO: MI CIUDAD
Quien suscribe tiene raíces. Eso me retrata como mal hombre de la mar, que buen marino y mal hijo mueren lejos, como dice el refrán. Mi abuelo tuvo que dejar San Fernando y marchar a muchos kilómetros, llevando a un niño de la mano. Al cabo de unos años diría éste a una catalana: bonitos ojos tienes. Cuando mi padre zarpó por siempre no quiso volver adonde abrió sus ojos, y duerme en Hospitalet por siempre.
Ya nos llamaba el Quijote Espejo de Cortesía. La gran Barcelona se ha nutrido tradicionalmente de nouvinguts. La revolución industrial, la posguerra, el siglo XXI, tienen algo en común: no nos importa de dónde viene la migración, pero sabemos dónde van: sus hijos serán los nuestros.

Barraquismo actual en Barcelona
Parece, de alguna manera, que algo estamos haciendo terriblemente mal. De ser una ciudad con la delincuencia que no hay más remedio que aceptar en las grandes urbes, Barcelona ha pasado a considerar el orden público como su principal problema. Y que nadie se escandalice ante la verdad: buena parte de la delincuencia está provocada por personas extranjeras recientemente llegadas.
¿Quiere esto decir que los inmigrantes son delincuentes? Tendría que afirmar para eso que mi padre lo fue. Un poco de cordura: no son más o menos buena o mala gente que los aquí nacidos. ¿No será, quizás, que les obligamos?
No se veían barracas en la ciudad desde finales de los años sesenta del pasado siglo, y los robos con violencia ya ni son portada de la prensa. ¿Quiere usted adobar su cigarrillo con algo que no venden en el estanco? Solo tiene que preguntar al pobre hombre que vende latas de cerveza en la calle, de madrugada (un establecimiento legal no puede vender alcohol más allá de las 23:00 horas).
Desde este pasado verano comienza a notarse una disminución de los denominados manteros. Por si hubiera vivido usted los últimos diez años en una caverna, permítame que le explique en qué consiste este fenómeno: un pobre hombre llega a una ciudad, en este caso Barcelona, bien tan ricamente en avión como turista (la mayoría), bien en una patera. Una ley, quizás poco humanitaria, le impide ganarse la vida honradamente. Si nuestro amigo viene de determinados países (pongamos Venezuela o Colombia) lo mejor que puede hacer es pedir asilo político, aun sabiendo que le será denegado. Eso le da una temporada de cancha.
Veamos el caso de los rescatados en la mar. Si es menor de edad le ofreceremos una oportunidad. Si es mayor, al cabo de poco se vuelve invisible. Bien sabe el policía que patrulla las calles que ese grupo de pobres gentes que les esquiva no tienen papeles, pero poco puede hacer. Nuestros centros de acogida están saturados, y lo mejor es buscar otro sitio donde pueda hacer mejor servicio. Sus posibilidades de ser cabo pasan por no traer más problemas al cuartelillo.
Así pues, felicidades. Ha abonado un dineral (para sus posibles) con el objetivo de llegar a la tierra de promisión. ¿Y ahora qué? Probablemente le prometieron que bastaba mirar al lado de los contenedores de basura (nada de rebuscar) para encontrar electrodomésticos en buen estado, que los locales simplemente abandonamos por ser de la temporada pasada.

Recogidos en el mar
Bueno, busquemos trabajo. Valientes, solidarios, comprometidos, todo corazón, los locales nos limitamos a mirar a otro lado. Nada más noble que un perrito, pero me maravilla ver como apoyamos a un partido animalista cuando la gente padece hambre en las calles. Pero no pasa nada. Esta tierra maravillosa ofrece oportunidades. La primera, una mantita y a vender pacotilla falsificada. Suelen ser hombres jóvenes, decididos, que ahora con el tontismo ilustrado llamamos subsaharianos y en mis tiempos llamábamos, probablemente con mucha más dignidad, negros. Camisetas del Barça, bolsos Lotusse, gafas Rayban. Por supuesto, todo imitación. Permitiendo eso conseguimos dos cosas: primero, un perjuicio para las marcas y para los comercios locales, a los que crujimos a impuestos; segundo, financiar a mafias.
¿Solo eso? Bueno, evidentemente, el trabajo de mantero –que es inclemente y duro- no cotiza a la seguridad social. Ahora, estos pobres hermanos nuestros consiguen un mísero jornal para pagar un catre en un piso patera. Cuando sean viejos… ¿Quién se hará cargo de ellos?
Es sorprendente que una persona como Ada Colau, con una valiente trayectoria a sus espaldas en la lucha contra los desahucios, permita semejante hipocresía. Su partido es una amplia plataforma que defiende los tradicionales valores de la izquierda. Puedo comprender que un Ayuntamiento llega hasta donde llega. Pero lamento profundamente que esté subvencionando generosamente y colmando de medallas a organizaciones como Proactiva Open Arms… y después dejando en la calle a los rescatados. No se equivoque, señora: nada me duele pagar la sanidad de un pobre hombre que solo huye de la pobreza. Y lo que haga falta para que no tenga que ganarse el pan trabajando para traficantes de droga, proxenetas o mafias de falsificaciones. Lo que me duele es pagar la poltrona y prebendas de los que solo esconden el problema bajo una manta. Y perdone otra vez por el triste chiste sin gracia. ¿Realmente lo estamos haciendo bien?