Por recomendación del marino y escritor en agraz Fernando Basteiro, he estado leyendo estos días La Guardia, la única novela escrita por el poeta Nikos Kavadias, ahora publicada por Trotalibros Editorial con traducción revisada (¿?)de Natividad Gálvez. La impresión, impecable; la traducción, infame desde el punto de vista marítimo. Estoy cansado de aguantar ediciones de libros sobre barcos, navegantes y singladuras que confunden el puente con las cubiertas, los mamparos con tabiques, las estachas con cuerdas y las sirgas con cordeles; que hablan del puesto de proa para referirse al sollado, que desorillan la proa del muelle cuando el buque abre la proa, que llaman escala de cuerda o de viento a la escala del práctico, que confunden los eslabones con los grilletes de la cadena y enredan los rangos y oficios a bordo hasta convertirlos en un galimatías. Abogo desde hace años, sin éxito, por abrir una vía de denuncia de esos editores que ensucian una obra literaria por ahorrarse la molestia, la simple molestia, de acudir a una asociación de marinos en demanda de ayuda. Conozco unos cuantos capitanes que hubieran hecho gratis la revisión de La Guardia, a cambio de un ejemplar publicado.
El editor de La Guardia, Jan Arimany Puig, confiesa en la nota que introduce al final del libro de Kavadias su afición por el mar y su amor por la buena literatura. Le felicito, he leído con gusto su nota, por eso le pido que cuente con algún marino experto (la Asociación Catalana de Capitanes de la Marina Mercante tiene un buen surtido) cuando decida publicar otro libro de mares, buques y marinos.
Kavadias, griego pero nacido en enero de 1910, en Manchuria, navegó durante los años 30 y 40 del pasado siglo como radiotelegrafista. En 1954 publicó su primera y única novela, una obra que he leído fascinado por la amplitud de problemas, conflictos y situaciones que el autor introduce en la vida de un marino embarcado. Y que he admirado por el lenguaje rotundo, limpio y salvaje con que está escrita. Ha sido volver a respirar aire fresco en una sociedad y en un momento histórico desquiciado, donde prima la estupidez buenista y el idioma es baqueteado sin descanso por la ignorancia adquirida con cuatro euros de ideología, a escoger entre el género, el número y el caso.
Mientras leía iba anotando las frases que me habían impactado. A la mitad del libro ya me había dado cuenta de que necesitaría muchas páginas para referirme a ellas, y que además la mayoría deberían ser explicadas para que el lector de este comentario pudiera aquilatarlas. Frases como: El lucero (del alba) parecía el ojo de una puta satisfecha. El otro ojo se lo había saltado el chulo con el dedo; o como Mira que eres gilipollas. Las mujeres no cuentan. Son simples agujeros. Agujeros y nada más; o este otro Dos ojos. Uno es verde como una esmeralda. El otro, rojo como un rubí. Los llaman luces de navegación, luces de banda. Pero son ojos. No conducimos nosotros a los barcos, son ellos los que nos conducen.

Nikos Kavadias nos muestra la vida de los barcos en la última etapade la navegación heroica, cuando los marinos constituían una hermandad y el tequila más alcohólico era el agua de fuego. La época en que los buques pasaban días y noches en los puertos y los tripulantes podían casarse con la mujer que les había hecho llorar de placer y que estaba allí, a su lado, cuando arreciaban los problemas. La mujer que después abandonaban porque lo único que el marino tiene es el mar. Cuando los marinos nos decíamos la verdad, a solas, y aun así nos asustaba. Cuando las mujeres de cintura para abajo no tenían patria. Esos años canallas vividos con intensidad y emoción desconocida en tierra, días violentos, días de chancro (buena parte de la novela gira en torno al chancro del agregado Diamandís), de temporales, sueños y pesadillas. Tiempos de otro tiempo que no volverá. La carga se transporta hoy en contenedores que se cargan y descargan en pocas horas, en un muelle blindado a años luz de la ciudad. Adiós a la aventura. Adiós.
Los marinos ya no sueñan (como el oficial Panayís) que se acostaban con su madre, que en gloria esté. Después no era mi madre, era mi hermana, que también está muerta. Mierda de oscuridad— Todavía no me he recuperado. Tampoco los tripulantes de hoy caminan con las piernas abiertas, ni van por el puerto con las camisas arrugadas y la ropa sin planchar. Y es probable que, a diferencia de los marinos de antaño, los de hoy cambiarían sin dolor la vida a bordo por el el lecho seguro y sueño tranquilo de la vida terrestre.
En fin, La Guardia es un título a añadir a El espejo del mar, La línea de sombra (Conrad), o El último candray (Cecilio Pineda), libros imprescindibles para atisbar el alma de los marinos que fueron.