Primero. Apenas hay bibliografía, en sentido estricto, sobre la historia del practicaje. Es posible hallar artículos, ponencias y notas dispersas, más o menos documentadas, que revelan las normas o las instrucciones con que habían de entrar las naves en parajes angostos y de compleja navegación, por ejemplo, el río de Sevilla o la ría de Bilbao. Documentos que hablan del nauchero con conocimientos de la zona, capaz de indicar a los capitanes y pilotos las aguas navegables y los mejores fondos para anclar el navío. De esos naucheros apenas se sabe nada, salvo, en ocasiones, el nombre o el apodo. Por la época en que se promulgaron esas reglas cabe en buena lógica concluir que se trataba de lugareños dedicados a la pesca o al transporte de personas en esquifes que recorrían o cruzaban la zona, de modo que sabían dónde había sonda y donde no; qué fondo era de piedras, rocas, fango o arena. Sin duda, esas historias muestran la necesidad de los barcos, cuando se acercan a tierra desconocida, de disponer de una persona que les guíe hasta un fondeadero seguro. Desde que el hombre aprendió a navegar y se lanzó a la mar ignota existe esa necesidad. Pero no considero que los escasos ejemplos conocidos y documentados constituyan, más allá de un simple precedente, parte de la historia del practicaje, como de igual forma, las áreas de fondeo frente a las ciudades, los ríos o las ensenadas, no constituyen parte de la historia de los puertos.
Segundo. El practicaje es un servicio reglado que, basado en la necesidad de asesorar a los capitanes de los buques el camino seguro para fondear el barco lo más cerca posible de tierra, o atracarlo a un muelle o pantalán, se configura como tal en paralelo al surgimiento de los puertos que, a su vez, se crean para atender las demandas crecientes del transporte de personas y mercancías fruto de la revolución industrial, esa transformación no sólo tecnológica (el vapor, el maquinismo…), también y sobre todo, económica y social. Y eso nos pone hacia la mitad del siglo XIX, con algunos ejemplos excepcionales durante la primera mitad.

Tercero. Construir la historia de una actividad, un territorio o la biografía de una persona exige algunas condiciones previas que es preciso observar con rigor si queremos que esa historia cumpla el papel que asignamos al conocimiento del pasado: mejorar el futuro aprendiendo de los errores y emulando los aciertos. No vale utilizar la historia para abultar las virtudes o esconder las deficiencias y las máculas. Ese camino oscurece nuestro entendimiento y nos lleva a la exaltación y al fanatismo; es decir al racismo, el nacionalismo y el embeleso (la autocomplacencia boba), entre otras excrecencias.
Cuarto. Parte importante de las historias son los hechos y las personas cuya trascendencia sirve para balizar el recorrido temporal en cuestión. Hechos y personas convertidos en referentes que, en general, resulta muy difícil no mitificar o convertir en leyenda. Referentes que han de ser tratados con el respeto a la verdad (no valen las mentiras ni las trampas tratadas en el punto anterior) si queremos que sirvan para asentar y confirmar la autoestima que toda sociedad (profesión, actividad o país) necesita para progresar en una realidad competitiva.
Quinto. La historia del practicaje en España puede contemplar los antecedentes medievales o incluso más antiguos, dejando constancia de que esas muestras sólo revelan una exigencia de la navegación: asegurar la expedición, las personas y los bienes, cuando la nave se acerca a una costa desconocida para el piloto. Pero si nuestro propósito es construir la historia del practicaje deberemos ceñirnos a documentar el momento en el cual la necesidad de una navegación segura por radas, ensenadas, ríos, puertos y bahías se convirtió en una profesión. Cuáles fueron las reglas iniciales, cómo veían los contemporáneos la forma de atender la necesidad, que ideas se barajaban y quienes las defendían, cómo evolucionó con el tiempo la seguridad marítima y cómo se adaptó la profesión… Es decir, relatar de forma documentada y veraz los avatares de la actividad y de sus protagonistas.

Sexto. La historia no es un lujo cultural prescindible. La historia de una profesión constituye una necesidad para conformar la idea que las personas, dentro y fuera de la profesión, tendrán de ella. Los esfuerzos dedicados a construirla resultan siempre muy rentables si se acometen con respeto a los hechos documentados.
Séptimo. Vienen a cuento las reflexiones anteriores por la iniciativa de la Corporación de Prácticos del Puerto de Barcelona de extraer del Libro Registro que relaciona, desde mediados del siglo XIX, los nombres de los prácticos y construir un gran panel a la vista de cualquier persona que visite la sede de la corporación. Una magnífica iniciativa que, además, pone en valor el tesoro que para cualquier estudioso o interesado supone ese libro registro. Sin ir más lejos, los datos que me suministró el práctico Rafael Cabal sobre la trayectoria de Ernesto Anastasio en los algo más de diez años que ejerció el practicaje en Barcelona los extrajo de ese valioso libro. Junto al panel recordando a los prácticos que han ejercido en Barcelona, la corporación ha decidido restaurar el libro, algo maltrecho por los casi doscientos años de existencia, y protegerlo debidamente para su mejor conservación.

Entre los prácticos que han ejercido en Barcelona se encuentra a Ernesto Anastasio Pascual sin duda el práctico más prominente de cuantos han ejercido en España, no sólo por su extensa y brillante trayectoria empresarial, también porque fue él quien fundó y presidió la Federación de Prácticos de España y lograda la unidad consiguió malbaratar los propósitos de buena parte de los navieros, con Ramón Sota a la cabeza, para que la Ley de comunicaciones marítimas (1909) estableciese la libertad de practicaje: para coger o no práctico; y para que cualquier persona pudiera fundar una empresa de practicaje. Junto a él aparecen nombres señeros de la historia marítima de Barcelona, capitanes que fueron profesores de la Escuela de Náutica, miembros eminentes de la Asociación Náutica Española, creada en enero de 1902, y de Fomento de la Marina Española, creada unos años antes a instancias de José Ricart y Giralt, uno de los personajes clave de la historia marítima española contemporánea, en opinión de Javier Moreno Rico, que comparto. Una extensa lista de nombres que la Corporación hace bien en recordar porque todos ellos, quizás con alguna excepción, merecen ese homenaje.
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