El Pasaje de la Paz es un sugerente sitio de Barcelona que está a trasmano del interés general a pesar de dar a la transitada calle Ancha (renombrada Alsem Clavé) y transcurrir paralelo a las concurridas Ramblas. Lo conforman una estrecha calle, que parte de la de Escudillers, y el pasaje propiamente dicho que merecería mucho más la atención si también hubiese sido remozado su interior y su fachada sur. La salvedad es que este parcial decaimiento le da un aire enigmático y de autenticidad a quien caiga en la cuenta de este inusual lugar ajeno a la Barcelona turística y de “Ponte Guapa”.
Pasa tan desapercibido que todavía no se ha contado su historia y, por lo general, solo llama la atención mediática por lo anecdótico de que el vocablo “pasage” figure sin jota en ambas fachadas, las de entrada y salida, conforme lo admitía la ortografía del siglo XIX con los galicismos, tal como ha quedado plasmado en forja u obra en otros pasajes de Barcelona (ej. pasage de la Concepción) y de otras ciudades españolas y de Hispanoamérica. La presunta falta de ortografía no tiene más recorrido que evocar esta inicial ambivalencia resuelta por la RAE con la regla de escribir con jota las terminaciones acabadas con sonido “aje”, salvo excepciones (ej. ambages).
Más grave es que se tenga poca y encima errónea información sobre este pasaje, pues nada tiene que ver con el Abrazo de Vergara (1839) ni con el general Espartero. La historia es muy otra, aunque también esté relacionada con las guerras carlistas. El final de la tercera de ellas (1872-76) fue tan festejado en Barcelona que los empresarios Coma, Ciuró y Clavell pidieron al Ayuntamiento ese mismo día (exilio del pretendiente Carlos VII, 28.02.1876), “a fin de perpetuar el feliz acontecimiento de la paz”, nombrar “Pasaje de la Paz” la calle en que ellos habían construido el pasaje y la mayoría de sus edificios. El consistorio aceptó de buen grado la idea del Pasaje de la Paz “en conmemoración de la que acaba de alcanzar España”. No contento con ello, levantó ese mismo año el Monumento a la Paz, aunque fue efímero porque se derribó en 1885 para en su lugar colocar el monumento a Colón, dejando su impronta en que dicha plaza se denomine Portal de la Paz.

Disparates aparte, mi interés por este lugar parte del emblema de las entrecruzadas tres anclas que lo jalonan. Figura en la parte superior del frontispicio del pasaje y en las pinturas al fresco realizadas en dos de los tres tramos de vuelta plana que por motivos higienistas cubren solo parcialmente el interior de éste. En el otro tramo, una desafortunada reparación de brocha gorda pintó de blanco todo el conjunto policromado de fondo crema donde debían figurar también las entrelazadas anclas.
Más revelador es que dicho emblema figure en la clave de arco de los dos portalones de acceso de los números 10 y 10 bis del armonioso conjunto arquitectónico de los edificios que dominan la calle y abarcan el propio Pasaje. También puede verse este emblema, al menos, en los zaguanes de ambos números, señal que detrás de este proyecto urbanístico había una empresa de altos vuelos relacionada con el mar o, más concretamente, con el comercio marítimo.
La mar de negocios marítimos
Y en efecto, los promotores de todo ello fueron Juan Coma Xipell, Erasmus Ciuró Auter y Jaume Clavell Isern, tres hombres de negocios que, en 1850, con la compra de una fábrica textil en Badalona fundaron una empresa dedicada principalmente a la compraventa y fabricación de tejidos y que en 1870 pidieron al Ayuntamiento de Barcelona urbanizar de nueva planta una calle, con un pasaje incluido, que acabó llamándose Pasage de la Paz. No hay duda de que el emblema se refiere a ellos, pues en la cruz de cada una de las tres anclas, que están entrelazadas en las claves de los portalones nombrados, aparece esculpida la letra “C” en referencia a estos tres socios cuyos primeros apellidos coincidió que empezasen igual. Y en la salida del pasaje que da a la calle Ancha aparece en la ornamentación de forja dicha “C”, esta vez englobando los tres apellidos de los promotores.
La empresa Coma, Ciuró y Clavell era ya un sólido conglomerado empresarial cuando en 1870 promovió la urbanización del Pasaje de la Paz. A sus negocios de hilados había sumado sus inversiones inmobiliarias en Barcelona y ferroviarias en la Península (líneas Córdoba-Málaga, Medina del Campo-Zamora), amén de su participación en las finanzas y banca, pues como grupo inversor llegó a codearse incluso con los Girona, los Batlló y los López-Güell, tanto en la patronal de Fomento del Trabajo como en la exclusiva sociedad del Liceo. Y, por supuesto, desde su creación tuvo crecientes intereses en el comercio marítimo. No solo porque gracias a él recibía las materias primas de algodón (Nueva Orleans), y lana (Andalucía), o remitía sus tejidos al resto de España, tal que a Galicia, también porque participaron directamente en algunas navieras y compañías de seguros marítimos.

Dos años después de fundar la empresa textil, los tres socios contribuyeron en 1852 con 20.000 pesetas cada uno en la creación de la naviera Pablo María Tintoré y Cía, figurando entre los principales comanditarios. Otro tanto pasó en 1857 al ampliar esta naviera el capital. Juan Coma puso 50.250 pesetas y los otros dos, 28.475 cada uno. Entre los tres casi aportaron la mitad que el armador Pablo María Tintoré. ¡Casi nada! No es casualidad, pues, que en el retrato en pintura de los tres socios, replicando en parte el daguerrotipo que se habían hecho los fundadores firmando la creación de su propia empresa, aparezca a sus espaldas, resaltando sus intereses en la marina mercante, un cuadro con un vapor de porte y obra muerta de los años 1870.
Estos tres empresarios también fueron socios fundadores hacia 1862 de la compañía aseguradora marítima el Lloyd Barcelonés. Y después de adoptar el emblema de las tres anclas en el Pasaje de la Paz, aún participaron como accionistas en la creación de la naviera Cía. Catalana de Vapores Trasatlánticos (1881). Además, a pesar de sus múltiples intereses comerciales, su ligamen al puerto de Barcelona fue permanente. Su primera sede empresarial estuvo en la calle Marqués de Barbará, en el Raval, detrás de las Drassanes, hasta que en 1873 pasaron al pasaje de la Paz. No se trasladó al Ensanche (Nápoles/Diputación) hasta 1929 cuando la empresa hacía décadas que había perdido interés por el comercio marítimo conforme se fue centrando más y más en el sector textil (fábricas de Salt) y ferroviario (Gerona-Bañolas, el tren petit Palamós-Flaçà, y el popular tranvía Panerola (cucaracha en catalán) que unió Onda con el Grao de Castellón de la Plana desde 1888 a 1963…), además del hidroeléctrico, entre otros.
La propia configuración de su sede empresarial, en el edificio principal con dos puertas de acceso desde la calle “Pasaje de la Paz”, todavía atestigua la relación estrecha que tuvo con el puerto. Sus amplios portalones dan paso a unos zaguanes, con sus semisótanos y entresuelos al fondo, confirmando que dicho edificio servía también para almacén de mercancías relacionadas con el tráfico marítimo. Dicha servidumbre al trajín del puerto no cuadra con el tipo de distinguido vestíbulo que deberían haber tenido las ostentosas plantas superiores del edificio, residencia de los socios y sede empresarial, a las que se accede por unas discretas escaleras que arrancan a ambos lados justo pasar las dos puertas principales. El uso de los edificios para el comercio marítimo se constató, por ejemplo, cuando en marzo de 1899 la naviera Cía. Trasatlántica rescindió los numerosos alquileres de locales y plantas superiores que tenía arrendados en el Pasaje de la Paz a los herederos de la empresa Coma, Ciuró y Clavell, en especial en el edificio del nº 10-bis, llevándose parte de la gestión de Trasatlántica al edificio que había sido construido por Antonio López en plaza Medinaceli un lustro después de dejar definitivamente Cuba.

El arquitecto José Domínguez Valls sacrificó la suntuosidad a las necesidades comerciales de los tres empresarios a sabiendas de lo que hacía, pues era por entonces un prolijo y reconocido maestro de obras. En Cornellá había construido el Palau Mercader (1864-69, hoy museo) con sus impactantes salones árabes/orientalistas. Y cuando él se hizo cargo del complejo urbanístico del Pasaje de la Paz, también llevaba las obras de un edificio residencial para Llorenç Fradera (hoy Gran Hotel Havana, en Gran Vía de las Cortes Catalanas/calle Bruch), y la Casa de la Caridad (en San Martín de Provenzal) en tándem con Josep Oriol Mestres Esplugas, un arquitecto de gran proyección en Barcelona y el preferido por el primer marqués de Comillas.
Tiene su gracia que los también reconocidos arquitectos/diseñadores Enric Miralles (1955-2000) y su esposa Benedetta Tagliabue optaran en 1985 por residir y trabajar en las plantas nobles del edificio nº 10-bis del Pasaje de Paz, hoy sede de la Fundación Miralles-Tagliabue, respetando y resaltando el hermoso legado (suelos, techos, balcones, puertas, azulejos, pinturas al fresco…) concebido por José Domínguez. Normal que cuando se la entrevista, ella siempre se enorgullece del patrimonio arquitectónico que ha recibido y sabido potenciar para sacarle partido.
Un pasaje de la historia del puerto
El Pasaje de la Paz es a su vez un pasaje de la historia que trascurre en esa zona aneja al viejo puerto comercial de Barcelona hoy desaparecido. Su urbanización había empezado en 1837 con la desamortización del extenso convento de San Francisco que abarcaba desde lo que hoy ocupa la Capitanía Militar hasta buena parte de la plaza Medinaceli. De hecho, el primer muelle para pasajeros en la zona del hoy Portal de la Paz data de 1844. El impulso definitivo lo dio en 1850 la desamortización del convento de los capuchinos (Rambla de Capuchinos, Plaza Real y aledaños), el posterior derribo de la muralla de mar y en 1868 la creación de la Junta de Obras del Puerto.
Los emprendedores lo aprovecharon tomando posiciones. Los Girona y Antonio López, entre otros burgueses, pronto afincaron sus residencias en plaza Medinaceli. Y el indiano Ramón Casas, padre del pintor homónimo, enriquecido en Matanzas (Cuba) y casado con una adinerada del sector textil, hizo lo propio en 1861 construyendo su residencia en las inmediaciones (calle Nueva de San Francisco). Este contexto explica que a los socios Coma, Ciuró y Clavell se les permitiese en 1870 construir “detrás de Correos” un complejo residencial con una calle y pasaje de índole privados entre la vía Dormitorio de San Francisco (tramo de la futura calle Ancha) y el pasaje de Escudillers.

El proyecto inmobiliario y arquitectónico del Pasaje de la Paz, también se diseñó como selectos edificios residenciales de alquiler, no solo para pequeñas estancias tan dignas como populares, al fin de cuentas sus promotores eran a su vez inversionistas/rentistas. Este plan urbanístico podría haber servido de punto de arranque para crear en su entorno más viviendas de calidad para las clases medias y burguesas que tuviesen relación con el puerto o el comercio marítimo. No fue así más allá de algunas construcciones en la calle Ancha. Al contrario, esa zona concreta de Ciudat Vella tendió a degradarse como zona residencial y pronto sus avenidos burgueses de postín fueron dejando el barrio. Empezando por la familia del indiano Ramón Casas, que se mudó al Paseo de Gracia (edificio donde estuvo la tienda Vinçon desde 1929 a 2015). También Antonio López hizo lo propio al dejar la plaza Medinaceli con la idea inicial de residir en el solar del chaflán Besós del Paseo de Gracia/calle Aragón, idea que desechó a pesar del proyecto ya presentado por el arquitecto Oriol Mestre, al apostar al fin por el aristocrático Palau Moja, en las Ramblas. Tiempo después, incluso Manuel Girona Agrafel acabó dejando su residencia allí toda vez que estaba claro que para los pudientes había en Barcelona muchas mejores zonas para residir que junto al puerto.
La degradación del Pasaje de la Paz quedó patente cuando incluso llegó a tener tintes de mala nota por ser zona de tolerancia acorde a la proximidad del puerto y también a la población flotante que lo visitaba, no solo marinos. Incluso uno de sus prostíbulos llegó a ser célebre, también por sus odaliscas y decorados moriscos (Chalet del Moro, 1910-1956, de estilo neomudejar, derribado en 1991). A pesar de todo, la zona mantuvo su atractivo, por ejemplo, para los bancos o entes financieros. Es el caso del ahora Museo de Cera (1973), cuyo edificio fue inicialmente la sede de la Cía. General del Crédito (“El Comercio), luego del Crédito Mutuo Fabril y Mercantil (Caixa Vilurama, 1892) y después fue pasando de manos de un banco a otro, al Banco de Barcelona (1914), al Crédito y Dock (1922)… Situado a espaldas del Pasaje de la Paz, tiene su entrada desde las Ramblas por el Pasaje del Comercio (o de la Banca) y también sucumbió durante décadas a la degradación como lo deja entrever el aviso en la pared hoy difuminado, casi borrado, en que se multará de 3 a 5 pesetas a quien ensuciase ese lugar.
Los Coma, un prototipo de saga empresarial catalana
Juan Coma Xipell, el socio predominante de la sociedad Coma, Ciuró y Clavell, es el patriarca de una saga de empresa familiar. Ya su padre era un fabricante, pero fue él quien marcó la pauta siendo socio de la empresa de compraventa de tejidos Jubés, Coma y Cía (1847), la cual se disolvió en 1850 al tiempo que él fundaba la sociedad Coma, Ciuró y Clavell dedicada preferentemente a la fabricación textil algodonera sin renunciar a toda clase de negocios. Murió en 1896 después de haber triunfado en los múltiples negocios e inversiones que acometió. Así lo atestigua una foto suya tomada siendo anciano sentado en su suntuoso salón sobrecargado de atributos de gran burgués, con puro habano, incluido.

El exitoso periplo de Juan Coma Xipell marca el arranque de un prototipo de empresa familiar catalana. Diversificó sus intereses sin olvidar nunca los sectores marítimos y ferroviarios, si bien desde sus inicios, y más desde que en 1866 desembarcó en Salt (Gerona) con la compra de la fábrica de tejidos Oliveras i Cía., destacó sobre todo en el textil. De hecho, fue éste el legado principal que dejó a su hijo Joan Coma Cros años después de que la empresa Coma, Ciuró y Clavell se fuera desdibujando a partir de 1871 al entrar como nuevos socios algunos parientes de los fundadores.
Los Coma, de la mano del heredero Joan Coma Cros (1850-1937), terminaron siendo a partir de 1910 toda una institución en Salt cuando se hicieron con los activos de la sociedad original, fundada en 1850, y se centraron cada vez más en la industria de tejidos en Salt, donde acabaron por comprar el resto de las fábricas de hilados de la zona. Tras capear la crisis de 1917, modernizaron sus fábricas en los años veinte y se las prometieron felices hasta que al estallar la Guerra Civil su emporio fue colectivizado, primero por las milicias antifascistas de Salt CNT-FAI y luego por los poderes republicanos.
No recuperaron las fábricas y el pulso empresarial hasta que el desarrollismo franquista se lo puso en bandeja, a los Coma al igual que a la mayoría de las clases adineradas y burguesas de Cataluña, algo que a duras penas admitirán y hoy nunca agradecerán. Por contra, el actual revisionismo woke les pasa cuentas por las condiciones sociolaborales en sus fábricas. Es el caso del libro “El Cuadern de fil” (2015, texto de Eva Vázquez, fotografías notables de Josep Mª Oliveras) que incide demasiado sobre la explotación laboral por parte de los Coma incluso de mujeres y niños; y sin embargo obvia la escabechina que perpetraron las milicias republicanas en el personal gestor de las fábricas, si bien Joan Coma Cros pudo huir por piernas a París.

Esta capacidad de superar el vaivén de imponderables es un rasgo más de los Coma como prototipo de empresa familiar catalana. También lo son en cómo terminaron sus industrias, en especial las textiles. Todavía en 1950 los Coma oteaban un prometedor horizonte cuando para conmemorar sin tacha el centenario de la empresa publicaron «Sucesora de J Coma Cros, SA (1850-1950» . La industria textil de Salt volvía estar entonces en plena expansión y (supongo) que sus trabajadores empezaban a gozar de mejores condiciones sociolaborales. Casi veinte años después, los Coma traspasaron su industria textil al Grupo Torras (1969) y está, tras nuevos cambios de manos (Burés/KIO), cerró a finales de siglo, haciéndose cargo la Generalitat del patrimonio remanente, no solo arquitectónico, sirviendo hoy sus instalaciones para la Factoría Cultural Coma, gestionada por el Ayuntamiento de Salt.
Los Coma también hoy siguen siendo un prototipo del más que centenario devenir de las sagas familiares de la burguesía catalana. Han dejado la producción industrial a cambio de la gestión de activos y empresas. Su cara más conocida es Joan Coma-Cros i Raventós que preside el negocio inmobiliario Fisa 74 en el que participan también familiares de la misma saga más otros notables de la burguesía empresarial catalana. Genio y figura de una clase burguesa que pervive siquiera con perfil bajo o, ya puestos a opinar, con la discreción de quien quizá evita comprometerse abiertamente.
FUENTES:
– Archivo histórico de Salt (Gerona)
– Archivo histórico de Barcelona
– Línea de Vapores Tintoré, blog de Joaquín Mª Tintoré Blanc
– “Tejidos catalanes en el mercado andaluz en la segunda mitad del siglo XIX” (Àngels Solà i Parera y Benet Oliva Ricos, 1997)
– El Palau Mercader, Barcelona Redescubierta. Gabriel Jaraba
– “Sucesora de J. Coma Cros S.A. (1850-1950)”. Libro del centenario.
– Entrevistas concedidas a la prensa por Benedetta Tagliabue.