Nos referimos a Joan Larreu i Espeso, de quien la historiografía argentina modificó ligeramente el apellido, convirtiéndole en Juan Larrea y Espeso, considerado uno de los padres de la independencia de aquella gran nación sudamericana.
Su lugar de nacimiento, que tuvo lugar en 1782, no parece estar claro, pues mientras las fuentes argentinas lo sitúan en Mataró, algunas de las catalanas lo ubican en Balaguer. En lo que hay coincidencia es en que cursó estudios de piloto en la Escuela de Náutica de Barcelona, con sede entonces en la Llotja de Mar (Lonja de Mar)
Nada se sabe tampoco de su historial como marino. De lo que no cabe duda es que debió ser de muy breve duración, ya que en los primeros años del siglo XIX aparece ya instalado como próspero comerciante en Buenos Aires.
La ciudad porteña estaba experimentando un rápido desarrollo desde que, en 1777, la Corona de España crease el Virreinato del Río de la Plata, desgajando del Virreinato del Perú los territorios que, aproximadamente, hoy constituyen el norte de Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay. Con ello, el principal centro del tráfico marítimo atlántico entre España y gran parte de sus colonias sudamericanas —incluyendo el transporte hacia la metrópoli de la plata del “Cerro Rico” de Potosí, en la actual Bolivia— se trasladó del Callao a Buenos Aires.
Una de las consecuencias de la batalla naval de Trafalgar (1805) y, en general, de la desastrosa alianza del gobierno del rey Carlos IV con la Francia napoleónica, fue que España, por haber perdido los navíos de guerra que podían defender sus colonias, no pudo evitar los dos desembarcos británicos en el Rio de la Plata de 1806 y 1807. Sin embargo, ambos intentos ingleses para hacerse con el control de la colonia fracasaron gracias a la enérgica defensa organizada por los propios criollos y civiles residentes en la ciudad, mientras el virrey Sobremonte huía a Córdoba. Juan Larrea destacó ya entonces, como el hombre que, junto con el también piloto de mar mataronense Domingo Matheu y Jaime Nadal, encuadraron el llamado “Tercio de Miñones de Cataluña”, formado enteramente por residentes en la colonia originarios del Principado.
Al año siguiente, 1808, la colonia del Río de la Plata se encontró ante una nueva encrucijada, con la llegada de los enviados que, desde Madrid, traían la noticia de la abdicación de los Borbones españoles a favor de la familia Bonaparte. Aunque hubo unanimidad en rehusar prestar juramento a José I, ya en aquel momento se manifestó la división entre quienes abogaban por permanecer fieles a Fernando VII y, en su nombre, a la Junta Central de Sevilla y quienes se inclinaban por la independencia.
Tras casi dos años de pugna entre ambas facciones, se produjo la llamada “Revolución de Mayo” de 1810, que es considerada la fecha de la declaración de la independencia de lo que entonces se denominó como Provincias Unidas del Río de la Plata. Juan Larrea y Domingo Matheu fueron los únicos nativos de la Península que fueron designados como miembros de la primera Junta gubernativa del nuevo Estado que, ya entonces, dio muestras de una gran inestabilidad y sucesivos cambios de Gobierno por medios violentos. Sin embargo, vemos a Larrea presidir la asamblea legislativa en 1813. Los decretos legislativos de abolición de los títulos nobiliarios, de prohibición de la tortura, de creación de la primera Escuela Militar, de Aduanas y de designación del Himno Nacional que aún persiste, llevan su firma. A finales del mismo 1813 fue nombrado miembro del Triunvirato que constituía el máximo poder ejecutivo rioplatense, con lo que su carrera política llegó a las más altas cotas.
Ejerciendo también entonces las funciones de ministro de Hacienda, se le encargó la formación de la primera escuadra naval de la nueva república, lo cual hizo con cierta eficacia, empeñando (y perdiendo) su propia fortuna personal en ello, en la medida que los caudales públicos resultaban insuficientes. Gracias a sus esfuerzos y sacrificios, el almirante irlandés contratado por las autoridades republicanas, Guillermo Brown, derrotó decisivamente a los buques realistas enviados desde España frente a Montevideo, provocando la caída de dicha ciudad hasta entonces en manos españolas.
El nacimiento del nuevo Estado, cuya independencia se proclamó de forma ya definitiva en 1816, se vio desde el primer momento enturbiado por una dura y sangrienta pugna entre unitaristas y federalistas que se mantendría durante algunos lustros. En 1815, tras un nuevo golpe de mano militar, Larrea fue obligado a exiliarse con pérdida de sus bienes, residiendo alternativamente en Montevideo y Burdeos y dedicándose de nuevo a actividades comerciales. Regresó definitivamente a Buenos Aires hacia 1830, para suicidarse en 1847 a resultas del fracaso de algunos de sus negocios.
Un notable monumento erigido en la plaza Herrera de la capital argentina honra la memoria de este marino y comerciante catalán.
Nota. La imagen de portada forma parte del monumento a Juan Larrea en Buenos Aires