Según Pancho Bru, su padre, Andrés Bru, era un hombre bueno, apocado y crédulo, que en 40 años hizo en Cuba una apreciable fortuna; y Antonio López era un taimado trepa que desea prosperar sin escrúpulos gracias al patrimonio de la familia Bru-Lassús, cuyos miembros no sienten la admiración del paterfamilias por este advenedizo. La esposa de Andrés Bru, Luisa Lassús le mira con recelo, y los hijos desconfían de él, incluso la hija mayor, Luisa rechaza los intentos de casarse con ella que Antonio López le propone a su padre. Este reparto de papeles resulta idóneo para los personajes de folletín con los cuales Francisco Bru escenifica las acusaciones contra su cuñado en su obra “La verdadera vida de Antonio López”. El guión tampoco desmerece en cuanto a ficción, dramatismo y enredos. Se podría llevar a un serial de Netflix.
El hazmerreír empieza cuando el autor pone a su padre Andrés Bru peleando contra las tropas de Napoleón en el sitio de Tarragona (1811), “siendo uno de los pocos que salvaron la vida, pero no su libertad; terminada la guerra y su cautiverio en Francia, pasó a Cuba”. En realidad, se salvaron allí más de la mitad de los combatientes españoles. Y si la guerra en España acabó en 1814 y él estuvo preso un tiempo, es imposible que Andrés Bru permaneciese en Cuba cuatro décadas. Serían unos 30 años. Lo cierto es que su padre fue ajeno al sitio de Tarragona, pues llegó a Cuba hacia 1803, al tiempo que su hermano José salía en 1804 para Montevideo. Puestos a mentir, Pancho ya lo hace por vicio, sin necesidad ninguna, simplemente para mitigar su odio enfermizo.
Además, calla cómo su padre hizo las Américas en Cuba, pues recurre a lo consabido, “gracias a la protección de un amigo, a sus costumbres de sobriedad y economía, así como a su incesante trabajo de 40 años pudo adquirir la considerable fortuna que hemos dicho”. Vamos, la cantinela del impecable indiano enriquecido, incluso en su caso, sin tener haciendas, ni esclavos, ni trapichear con la trata de negros, sin casa comercial propia y, encima, siendo “honrado, bondadoso y caritativo”. Si tan rico y honorable era su padre, bien podría desvelar el origen y monto de su fortuna, al menos para justificar el enorme saqueo de su familia que él atribuye a Antonio López. No explica cómo se enriqueció tanto su padre con las escasas cualidades que el mismo le adjudica para hacer las Américas:
Antonio olfateó a mi padre, y ningún trabajo le costó conocer que era un hombre honradote, sencillo, crédulo, candoroso, débil de carácter y sin iniciativa; porque mi padre llevaba escrito todo eso en su rostro rebosante de franqueza e ingenuidad. No se equivocó, no. Mi padre era más idóneo para ser mandado que para mandar; más apto para ser dirigido que para dirigir.
¡Vaya hijo!, es capaz de subestimar mucho a su padre con tal de resaltar la maldad de López. Su libro no es una fuente fiable ni siquiera cuando perfila la vida y los milagros económicos de su padre.
La intriga surge cuando, según F. Bru, Antonio López aprovecha diariamente al anochecer las horas de esparcimiento para ganarse la amistad y confianza de su padre y a partir de ahí poner cerco a la hija mayor y al patrimonio de la familia:
El círculo que formaba mi padre con sus amigos se reunía invariablemente en aquel tenducho [el baratillo]. De aquí que el conocimiento, por extraña fatalidad, fuese desde los primeros días tomando condiciones familiares.
Y atribuye a Antonio López el afán de ganarse a Andrés Bru mediante el halago, la consulta sobre los negocios, los consejos sobre sus planes… secundado por su hermano Claudio y “ese sobrino o lo que sea” (José Fernández Gayón), pues “los tres aparentaban considerar a mi padre como un ser extraordinario a quien veneraban profundamente.” Es más probable que Gayón llegase a Cuba cuando la familia Bru-Lassus ya residía en Barcelona. Tiene un pase este posible error, no el que ignore al asturiano Antonio Domingo Valdés que financió a lo grande las iniciativas de A. López en Santiago de Cuba. Y nada dice de la casa de comercio que Antonio López fundó en 1844 ni de que Andrés Bru le nombrase apoderado de los bienes e intereses que dejó cuando salió de Cuba con toda su familia para residir en Barcelona, señal de la plena confianza personal y profesional que tenía en Antonio López. Sin embargo, Pancho todo esto lo achaca a las malas artes del joven cántabro con su padre.
Si dice ignorar los inicios empresariales de su futuro cuñado y los negocios que enriquecieron a su padre, al menos Francisco Bru debería saber mejor los asuntos de familia, en especial, lo relacionado con la boda de su hermana Luisa con Antonio López. Pues tampoco es creíble en esto. Mucho enredo y melodrama, incluso “Antonio se desmayó” al enterarse por Andrés Bru que su hija mayor le había rechazado como pretendiente. Eso no fue óbice, según el relato de Pancho, para que el joven comillano hiciera el papelón de no sentirse agraviado y perseverara en los buenos sentimientos de afecto y desinterés con Andrés Bru.

Escribe Francisco Bru que su padre “estaba enamorado” del joven cántabro, mientras que sus hijos “le teníamos una especie de aversión”, su esposa “le miraba también con repulsión” y la pretendida hija, Luisa, se negó “rotundamente a aceptar a López por esposo”; hasta que “nos establecimos en Barcelona, y pronto dejó de hablarse entre nosotros de aquel tipo tan repugnante.” Con rencor, sin pruebas y cuatro décadas después, él podía decir de todo y como le plazca sobre cuestiones familiares.
Poco menos de un año había transcurrido [desde que residían en Barcelona] cuando en 1850, si mal no recuerdo, una noche llaman a nuestra puerta, entra un criado de una fonda de primera clase y nos entrega una tarjeta respaldada [con nombre, profesión, empresa]. Todos quedamos estupefactos. Antonio López nos anunciaba se llegada e iría a vernos al día siguiente. (…) López se presentó vestido de caballero, en nuestra casa, y con un lujo que nos dejó a todos más parados que la tarjeta.
Mentiras, incoherencias y contradicciones
Pancho Bru tenía 53 años cuando publicó estas líneas y por qué será que no recuerda la fecha clave que marcó su vida: 1846, cuando en la primavera de ese año salió de Cuba con su familia. Y López no se presentó en Barcelona en 1850, sino en mayo de 1848. Estos no son los errores propios de un olvidadizo, sino tergiversaciones para comprimir, en dos años, el tiempo durante en el cual, según Pancho, el empresario comillano se enriqueció a lo grande en Cuba.
Al partir nosotros de Cuba, Antonio López pensó con su intrepidez, tenacidad y osadía acostumbradas a sacar partido de nuestra ausencia para hacer su negocio todavía más redondo. Su idea fue buscar dinero, volver a España, embaucar a mi padre, casarse con mi hermana, y apoderarse de todo lo nuestro en Santiago de Cuba para tomarlo como base de su prosperidad.
Este es un guión autocumplido en su folletín porque a renglón seguido Pancho Bru se encarga de ello para desprestigiar a su cuñado. López, según el envidioso cuñado, seguía siendo baratillero en 1850.
¿Pero cómo hallar dinero suficiente para engañar a mi padre haciéndole creer en un cambio de posición [social]? (…) Se pasaron muchos meses, sin resultado apetecido, hasta que por fin valiéndose de un engaño, consigue 5.000 duros y se embarca para España. Una vez aquí se provee de buenos trajes y joyas, adopta aquel aire de caballero…
Todo esto es más increíble que la mentira del “insignificante baratillero”. Incluso sería irrelevante si no fuera porque son párrafos claves de un libro que contribuyó en Barcelona a tirar abajo la imagen de A. López gracias a quienes lo aprovecharon para mostrar una ciudad políticamente correcta, sin empresarios ni marinos a la vista.
Evito al lector la martingala que se inventa Francisco Bru para explicar la boda de su hermana con Antonio López, a la que dedica más páginas que en tratar de negrero a su cuñado. Resumiendo: su padre impuso a su hija Luisa por las bravas el compromiso matrimonial con Antonio López a pesar de la oposición cerrada del resto de la familia:
Desde aquel día nuestra casa empezó a ser un infierno (…) No se oían sino disputas, gritos, lágrimas, amenazas, imprecaciones. Mi padre juraba que el matrimonio se haría, porque no podía ni debía desairarse a un hombre con tales y tantas prendas; y mi madre y mi hermana [Luisa], después de mucho llorar y gemir, oprimidas y desvanecidas por aquel ataque tenaz y violento, no tuvieron más recurso que ceder. López logró su objeto, se casó y su fortuna quedó hecha.
Este dramatismo es por seguro malicioso y el autor recurre con frecuencia en sus libros a este recurso teatral para conmover al lector en contra de Antonio López. Lo usa al narrar la brutalidad de éste con quienes tenían deudas con su suegro, y no digamos nada cuando describe la sevicia con los esclavos. A mayor mentira, más exageración al describirla, no sea que no le crean por quedarse corto.
Pancho Bru no tiene escrúpulos, el odio le corroe. Sigue mintiendo al afirmar que su cuñado se apresuró a salir para Cuba no fuera que descubrieran el fraude, el montaje hecho para dárselas de ricachón, e incluso rechazó la dote de su mujer para convencer a su suegro de que él andaba sobrado de dinero.
Temeroso de que por gente o por carta llegadas de Cuba, mi padre descubriera la verdad, se apresuró enseguida a hacer los preparativos de su regreso a Santiago de Cuba, excusándose de que había pasado mucho tiempo en España, y que hacía falta en su establecimiento. Mi padre ofreció arreglar inmediatamente los intereses dotales de mi hermana. Pero él [López] lo desechó, aparentando desprendimiento y generosidad. Nada necesitaba, según decía. Tenía capital de sobra, y su suegro podía guardar el suyo, y disfrutar tranquilamente de él.
Trascribo esta larga cita porque sirve para resaltar la felonía de Pancho Bru, pues contiene tres mentiras incontestables. Las desdicen los protocolos notariales. Los López-Bru siguieron en Barcelona unos cinco meses desde que se casaron el 29 noviembre de 1848 hasta darse a la vela hacia Cuba en abril/mayo de 1849. Firmaron sin prisas las capitulaciones matrimoniales (07.01.1849). Y Antonio López se llevó consigo la dote de su mujer, nada menos que 10.000 duros. Dote similar a las que por esos mismos años recibieron el banquero Manuel Girona, casado con Carolina Vidal-Quadras; y el ingeniero Ildefonso Cerdá, casado con Clotilde Bosch. Ambas, hijas de pudientes banqueros/empresarios.

Francisco Bru pretende mostrar a su cuñado como si fuera un fugitivo que huye tras haber hecho una mala acción. Sucedió al revés. López permaneció en Barcelona más de lo normal para quien tenía negocios en Cuba. Y Francisco Bru omite que hubo capitulaciones matrimoniales y su padre le entregó la dote. Miente porque un baratillero no paga a un notario para que protocolice los acuerdos dotales y, menos aún, recibe del suegro una dote de 10.000 duros. Contar la verdad le suponía a Pancho admitir que su cuñado era rico, es decir, negar que tuvo que arramblar con engaños 5.000 duros para embaucar a la familia Bru-Lassús. Dichas capitulaciones matrimoniales las hacían las personas, por lo menos, acomodadas. Y dotes de 10.000 duros estaban al abasto de pocos en Barcelona.
Lo de negrero se utiliza para satisfacer los prejuicios ideológicos
Es una mentira tras otra. Afirma, que, tras la boda, Andrés Bru Puñet nombró a su yerno apoderado de sus bienes en Cuba, cuando en las escribanías figura que lo era desde 1846. Y miente al decir que estando en Barcelona “López nos había hecho creer que había fundado una casa de comercio, lo cual era falso.” No fue así. La tenía públicamente desde marzo de 1844; y pudo oficializarla después de regresar de la Península al ser ya mayor de edad, más de 25 años. Doy por sentado que varios años antes ya tenía casa de comercio, aunque de manera informal, pues el Código de Comercio de 1829 no se aplicó en Cuba ni pronto ni a rajatabla y, en todo caso, dejaba márgenes de licitud.
El libro es infumable, puro fango, y sólo merece la pena perder el tiempo leyéndolo porque ha constituido el pilar de donde parten las calumnias contra el naviero Antonio López López. No contiene una verdad ni por equivocación. Según F. Bru, su cuñado fundó la casa de comercio al volver a Santiago de Cuba:
Porque si antes no disponía de capitales, ahora contaba con todos los necesarios. ¿Cómo, se me dirá, si había renunciado a aceptar la dote de su mujer? Muy sencillamente. Sabía él que muchos conocidos de mi padre le debían a éste grandes cantidades y en otros conceptos importantes sumas y se proponía, sirviéndose de los grandes poderes que llevaba, arrancárselos a la fuerza, aunque les costase la ruina.
Si nos atenemos al autor, la primera fortuna importante la consiguió Antonio López, a partir de 1850, extorsionando y despojando a quienes tenían en la Isla cuentas pendientes con su suegro: “Todo Santiago de Cuba anduvo lleno del escándalo de aquellas brutalidades porque no se estaba acostumbrado a ver eso (…) Entonces fundó verdaderamente su casa comercial, con la razón social de López y Compañía”, momento en que “había introducido a él [su padre] en la compañía, con carácter comanditario.” Y la maldad de Antonio López, según su cuñado, era mayor, porque empleaba todas esas rentas en su comercio y “mandaba a mi padre lo que quería (…) embaucando a su suegro con la expectativa de negocios fabulosos.”
Un novelón al respecto tendría mayor veracidad que este libro de Pancho Bru. La fortuna de Antonio López no despuntó expoliando a su familia política tras la boda con Luisa Bru, data de bastante antes. Nadie se ha creído la versión del origen de su primera fortuna, ni quienes han retirado su estatua en Barcelona aceptan que él fuera un representante despiadado ni un apoderado desleal. Aceptan solo que López fue negrero porque ello satisface sus prejuicios ideológicos y se puede instrumentalizar para echar abajo al marqués de Comillas.