Francisco Bru volvió a la carga diez años después, está vez contra su sobrino Claudio López Bru, con el libro: “El marqués de Comillas, su limosnero y su tío” (1895). Eludiría esta obra lacrimosa y embrollada si no fuera porque contribuye, más si cabe, a deslegitimar sus acusaciones contra Antonio López y López: haberse enriquecido desvalijando a su familia política y contrabandeando esclavos.
Comienza con una “Carta abierta” a Claudio López Bru en la que recurre otra vez a la retórica de que no desea vengarse ni entrar en viejos agravios, incluso se siente agradecido por la ayuda recibida tiempo atrás por los Comillas. Pena que, tras exponer sus miserias, pues dice estar abatido por su edad “sin ilusiones ni esperanzas” y por la extrema pobreza, lance la adversativa: “Este libro es pura y simplemente una vindicación (…) que escribo con amarguísima tristeza pero sin la menor hiel.” Y como en sus obras anteriores apela a la opinión pública: “No pretendo zaherir, tampoco pienso juzgar; sólo narro y describo; que juzguen la conciencia de los otros.”

Hay que tener mucho resquemor para ponerse con 63 años a compaginar un libro de 200 páginas con tal de ajustar cuentas en público con su poderoso sobrino. La obra oscila entre la conmiseración por la difícil situación económica que está pasando, más propia de un Jeremías, y la acusación contra el segundo marqués de Comillas por haberle retirado las ayudas. Gracias a esta obra sabemos algunos aspectos de su vida que desmontarían las acusaciones que contra Antonio López había vertido en sus dos obras anteriores.
Para empezar, admite que le resultó contraproducente publicar “La verdadera vida de Antonio López y López”. Le supuso pasar varios meses en la cárcel porque carecía de pruebas y de testigos para avalar que López saqueara a la familia Bru-Lassus y se enriqueciese con la trata de esclavos. El resultado salta a la vista. Si en 1885 no admitía tener problemas económicos y se mostraba amenazante, una década después reconoce que vive en la indigencia e implora al segundo marqués de Comillas que le perdone su, según él, inmerecido delito relacionado con el caso Verdaguer y que le vuelva a resolver económicamente la vida dada su situación:
Viejo, achacoso, sin medios para vivir, fuera de los que el marqués me suministraba a guisa de limosna (…) Mi fábrica, cuya instalación nos costaba a mi esposa y a mí más allá de 40.000 duros, había pasado a manos de mis acreedores; mi crédito, es decir, la honra de mi casa, a manos del verdugo de la murmuración (…) Heme visto en la necesidad de ir vendiendo todas mis alhajas, todos mis muebles y aun todos aquellos objetos de más elemental aplicación en el hogar doméstico, hasta el punto de quedarnos mi familia y yo sin camas, sin colchones, sin sabanas…
Gran parte del libro es un melodrama patético porque ya no culpa de sus pesares a Antonio López por haber expoliado el fortunón familiar, sino a su hijo Claudio por retirarle tanto la pensión de 250 duros al mes como el dinero que para mantener su empresa recibía a través de Jacinto Verdaguer, el sacerdote/limosnero del marqués de Comillas:
Reconozco que en muchas ocasiones he sido verdaderamente protegido por mi hermana y por mi sobrino, que he recibido de ellos varias importantes sumas en distintas fechas y, sobre todo, que apenas me ha faltado nunca, en otro tiempo, mi pensión mensual para los gastos de familia; y confieso, además, que solo a mi nativa ligereza, a mi desinterés y a mis genialidades, se debe el que haya llegado a mis últimos años sin pan ni casa y sin más esperanzas de morir como un mendigo.
Y puestos a sincerarse asume que ha cometido más o menos fundados exabruptos contra los Comillas, en referencia a las acusaciones contra Antonio López, pero que esta vez no merece que le penalicen sin motivo, pues ni él ni Verdaguer son culpables del delito que les imputan. Pancho, por tanto, admite implícitamente que fue penalizado merecidamente por lanzar más o menos fundadas salidas de tono contra Antonio López. No entra en detalles, aunque de algún modo viene a desdecirse de sus acusaciones, como que su cuñado fue negrero, un caso que deja de lado.
El objetivo de su última obra es conmover a los marqueses de Comillas y a su hermana Luisa, para que le sigan ayudando. Queda claro a estas alturas de su vida, incluso antes de 1890, que la Casa Comillas le había perdonado las acusaciones vertidas en las otras obras (1857, 1885).
Hay que tener buen corazón, ejercer más que de buen cristiano, para que Claudio López Bru sufragase a su tío Pancho sus gastos cotidianos y encima apuntalara sus negocios, si es que no le ayudó también a emprenderlos. Da que pensar si los Comillas le estarían pagando el silencio para que no volviese a acusar a Antonio López de negrero y robafortunas familiares. No parece el caso, porque en 1895, tras perder las ayudas, ni siquiera hace ademán de vengarse con ello.
Una explicación sería que para Claudio López su tío Francisco era una calamidad, un caso perdido por su despilfarro (ludopatía) y por su reiterada incapacidad para los negocios (“ideas imaginativas”, según Pancho). Lo cierto es que le quitó las ayudas, al menos, entre 1893 y 1895, sin que sepamos bien del todo las causas más allá de las confusas explicaciones publicadas por Pancho. Ignoramos si le volvieron a ayudar. Desde 1895 hasta su muerte no tenemos de él constancia alguna.

Los Comillas debían estar más que hartos de este pariente, último hermano vivo de Luisa, que llevaba cuatro décadas incordiándoles y no había modo de que estabilizase la vida ni con una pensión mensual ni con otras generosas ayudas. La genrosidad de Claudio Bru tenía sus límites, patente en el caso Verdaguer, y en mayo de 1893 cortó por lo sano con su tío. Hasta esa fecha contamos con cartas de Pancho que desvelan, desde enero de 1890, sus agobios económicos y sus relaciones problemáticas con la Casa Comillas, a través de su limosnero. Gracias a ellas sabemos que Mosén Verdaguer le hizo pasar por el aro, al igual que con el protestante que le pedía caridad y debió convertirse al catolicismo. Francisco Bru no tuvo más remedio, a finales abril de 1892, que confesarse, oír misa, comulgar y después, nunca tan gordas, casarse con quien estaba amancebado. Hasta le envío al poeta/sacerdote un resguardo de que había cumplido con los mandamientos de la Iglesia. No solo París vale una misa.
Con la ayuda de su sobrino Claudio, Pancho tenía un negocio en la Puerta del Angel nº 11-13 con el prometedor cartel: “Arte moderno. Escritorio, Dibujo, Pintura, Fotografía, Arquitectura.” Para que no le faltase de nada también contaba con la pensión mensual que recibía del limosnero Verdaguer. Ni con esas levantaba cabeza. Sus cartas son de apremio, agobios, reiteradas peticiones de dinero y hasta de amenazas y chantajes:
Pasado mañana a primera hora tengo el Tribunal en el almacén (…) No puedo detener más que hasta mañana la catástrofe [desahucio]. No puedo sufrir más. Me han apagado o mejor dicho, cortado el gas (…) Claudio que me perdone si en mi desesperación le he dado motivos para que esté ofendido … a un demente se le perdona y yo lo estaba. (…) Estoy cansado de recibir humillaciones. Antes de echarle el público a su respetable nombre [de Claudio] … le suplico que me señale día y hora para una entrevista … en caso de que no me la conceda, no me culpe si le ocasiono algún disgusto. (…) No me tome usted como amenaza lo que le manifiesto … estoy loco y de un loco no espere usted nada bueno… estamos dispuestos y pronto a algo desagradable.
Estos recortes de citas definen a Pancho: la situación desesperada en que vivía antes incluso de que Claudio le retirase las ayudas, y el pelaje que lucía para extorsionarlo. A finales de 1892, el marqués de Comillas le paga una buena suma para evitar un embargo. Otra vez en vano; su tío era un saco roto.

En 1953, Amparo Durán, a sus 80 años, estando de vuelta de todo, hablando de cuantas personas conoció en relación con Jacinto Verdaguer, sólo señala a Pancho por su maldad:
Era malo, era malo. Obtenía dinero del marqués por mediación de mosén Jacinto; lo gastaba, pedía más; volvía a gastarlo … Don Pancho era un vicioso … Tenía atemorizados con sus amenazas a mosén Jacinto y a don Claudio.” (Estas citas y las anteriores, recogidas de “El drama de Mosén Jacinto”, Jesús Pabón y el Duque de Maura, 1954).
Tampoco en este libro se olvida de su hermana Luisa, obviando las vejaciones que le provocó a ella la obra publicada diez años antes. Le pide que le ayude rebelándose contra la conducta de su inmisericorde hijo Claudio, y para conmoverla le recuerda “aquella ocasión solemne en que, teniendo su mano entre las mías, prestó al pie del lecho de muerte de nuestra santa madre el juramento de no abandonarme nunca.” Si esta escena fuera verdad, estaría desvelando que teniendo más de 30 años ya debía presentar problemas como para que su poderosa hermana mayor se comprometiera ante su madre a velar por él. Sería un indicio de que Pancho presentaba algún trastorno de personalidad.
Que la vida le sonriera de niño en la Barcelona más propicia y acabase, lo dice él, como “nave desarbolada y sin brújula en los mares de la vida, criatura sin notoriedad de ninguna especie”, no puede deberse solo a la mala suerte. La lectura de sus libros nos remite con probabilidad a que era una persona inestable, incapaz de encarrilar su vida. Viene a reconocerlo tras recibir el ultimo varapalo:
Se me aparecía mi pasado como un turbión lejano de lágrimas, goces y sucesos … en que me había visto envuelto siguiendo su vertiginosa carrera, sin conciencia de ellos ni de mí mismo (…) Si la verdadera vida consiste en la perfecta conciencia de nosotros mismos, yo no había vivido hasta que el marqués me puso inconscientemente con sus actos a dos dedos de mi muerte.
Lo sorprendente del libro es que Francisco Bru relacione su propia ruina con el caso Verdaguer porque, según él, ambos fueron víctimas de la decisión del marqués de Comillas de castigarles por el mismo motivo de fondo. De aquí que ambas caídas en desgracia las haga coincidir en la primavera de 1893, y compartan, según Pancho, un tejemaneje de dinero tramado por dos enigmáticas señoras. Esta obra sería para Pancho su particular “En defensa propia” contra los Comillas, publicado unos 90 días después que apareciera en “El noticiero Universal” (17.06.1895) el comunicado de Verdaguer, previo a la serie de artículos recopilados con el título “En defensa propia” (agosto de 1895; agosto-noviembre de 1897).
Aprovecha el caso Verdaguer para vindicarse ante su sobrino Claudio. ¿Oportunismo? Por de pronto, se vanagloria de lo mucho que conoce al limosnero de los Comillas porque acudía tanto a su piso de la calle Canuda para recibir allí las ayudas que hasta llegaron a empatizar. Y no contento con ello dedica munchas páginas a defender al poeta sin aportar otros enfoques y datos que lo publicado. Le vale todo. Los recortes de periódicos y los primeros artículos “En defensa propia”, que él trascribe íntegros en su libro. Sospecho que aprovecha las desgracias del poeta para sacar a la palestra su propio abandono por parte del marqués. No contento con ello compromete la honorabilidad de Jacinto Verdaguer en un túrbido asunto de decenas de miles de pesetas sonsacados a los Comillas.
Francisco Bru y su negocio de fotografia
Francisco Bru Lassús montó en agosto de 1889 un negocio en Puerta del Angel 11-13 (Barcelona). Ya solo el local, ocupado hoy por la cadena de moda Zara, prueba sus muchas pretensiones. También el rótulo de la tienda prometía: “ARTE MODERNO. Escritorio, Dibujo, Pintura, Fotografía, Arquitectura”; además contaba con un almacén y con una sala fija de exposiciones donde colgaban, según decían, cuadros/obras de mérito. La prensa cubrió con elogios su inauguración y dio los nombres y apellidos de los dos gerentes que atendían el negocio. Pero Pancho Bru no aparece ni en las noticias ni en los membretes de su negocio porque, se supone, no debía ser una buena carta de presentación cara a la clientela tras haber publicado el infamante libro contra Antonio López (1885) con su consiguiente condena de cárcel. Mejor así. El devenir de este comercio también retrata a este resentido e incompetente personaje cuya penosa imagen ya la dejó traslucir en sus dos primeras obras publicadas contra los Comillas.
Las 28 cartas que entre 1890 y 1892 escribió Pancho a Jacinto Verdaguer, más una a su sobrino Claudio López Bru, se conservan en la Biblioteca Nacional de Cataluña y revelan que su negocio pronto estuvo en apuros y aguantó casi dos años y medio gracias a las ayudas de los Comillas, sonsacadas incluso con amenazas y chantaje emocional. Lo corrobora en su libro posterior (1895). Su acaudalado sobrino Claudio le ayudó a abrir el negocio de la Puerta del Ángel y le cubrió sus gastos corrientes a través del limosnero Verdaguer. No fue suficiente. Todas esas cartas son de apremio pidiendo más y más dinero, la mayoría de ellas de manera angustiosa. En la primera (9.04.1890) le dice a Verdaguer que “pasado mañana a primera hora tengo al Tribunal en el almacén (…) suplico Reverendo padre en mi obsequio lo que le sea posible”. Cinco meses después, envía a su sobrino una carta que empieza “Querido Claudio” y que termina “tu tío que te quiere”, cuyo motivo es que le ayude otra vez con préstamos a devolver en cinco o seis años, y muestra su temor a ser el “ridículo y burla de toda Barcelona”.

Son cartas reiterativas que conforme pasan meses son más acuciantes y agresivas. Poco menos que exigía ayudas de varias decenas de miles de pesetas. Debió ser insoportable para sus parientes que llevaban sufriéndole cuatro décadas. Acabaron dándole la espalda. Francisco Bru se quejaba de que su sobrino Claudio hacía tiempo que ni respondía a sus suplicatorias cartas. De hecho, el marqués cada vez vivía menos en Barcelona y más en el lujoso edificio de Plaza de la República Nº 5 (Puerta de Alcalá, Madrid), lejos del lúgubre/antiguo Palacio Moja, del acoso de su tío y, sobre todo, de su capellán metido a exorcista. “San Claudio”, como le llamaba su amigo Evaristo Arnús, evitaba en lo posible ser del todo mártir. También mosén Verdaguer acabó harto de Pancho, desde el Palacio Moja le daba largas todo lo que podía, no siempre respondía a sus cartas ni le recibía a la demanda en su piso de la calle Canuda.
A quien nunca nombra Pancho en estas 29 cartas es a su hermana Luisa, viuda de Antonio López, propio de quien había roto los puentes con ella después de vejarla hasta el hartazgo en el libro de 1885. Con Verdaguer, por aquello de ser el cura limosnero de los Comillas, se permitía desahogarse, incriminarle, chantajearle… contándole todos los calvarios que estaba pasando a causa de su desastroso negocio y por la retirada de algunas mensualidades de ayuda. De su descontrol con el dinero, de sus adicciones, de lo manirroto que era, Pancho no le confesaba nada. Eso sí, de tal necesitado que estaba de ayudas, ablandó a Verdaguer cumpliendo con los mandamientos de la Santa Madre Iglesia: “Me hallo purificado”, le escribe, después de confesarse en la Catedral y de haber comulgado (25.04.1892).
Así es como iba tirando, pues a pesar de los desplantes y humillaciones que Francisco Bru afirma sufrir, la Casa Comillas le seguía socorriendo para no dejarlo caer. Hasta que Claudio López lo dio todo por perdido. Cortó por lo sano. En la última carta datada que Pancho envía a Verdaguer (14.12. 1892 le anuncia la quiebra de su negocio y el desahucio de sus bienes. Y las dos últimas misivas de este epistolario dirigidas a Verdaguer son durísimas con éste y con su sobrino Claudio. Les acusa de hipocresía, maldad… y les dice “que de mí no teman ustedes nada, no les pediré favor alguno, ni un céntimo más … no iré a cobrar la limosna mensual”. Y la emprende, en especial, con Verdaguer: “Me casó prometiéndome felicidades, ¿se cuidará usted de atender a aquella desgraciada [su esposa] bautizada por usted? … Desde hoy, olvídenme ustedes que yo les olvido a todos”. La siguiente y última carta correlativa, sin fecha, es abiertamente amenazante.
Tres años después, Francisco Bru publicó su tercera obra contra los Comillas. Vuelve a pedirle ayuda a su sobrino Claudio, reclama la intercesión de su hermana Luisa, revela asuntos de su negocio “Arte Moderno” quebrado y expone su calamitosa situación. Queda claro. Pancho fue una persona inestable que dio tumbos por la vida, un fracasado capaz de chantajear y mentir con tal de beneficiarse de sus ricachones parientes. Unas veces infamándoles, otras suplicándoles, nunca mostrándoles cariño o, por lo menos, respeto. Un aprovechado que no reconoció sus carencias a costa de culpar a los Comillas de sus desgracias.