No es frecuente que un colectivo profesional tenga tanta pulsión para contar sus vidas como lo hacen los marinos. Sorprende que lleven así dos siglos y todavía persistan con sus autobiografías, memorias narrativas y experiencias noveladas a pesar de que la vida a bordo y la navegación hayan perdido la patina de aventura, de riesgo… ese encanto ligado a la época de los descubrimientos, de las colonizaciones e imperios y del cambio de la vela al vapor. No hay modo. Necesitan publicarlo, mejor aún en escritura literaria, aunque su mar haya dejado de ser escenario de leyenda y en las naciones tradicionalmente marítimas apenas interese lo que suceda a la marina mercante desde que perdieron el predominio en el comercio marítimo y sus principales navieras, además de llevar pabellones de conveniencia, tienen preferentemente tripulaciones de marca blanca, intercambiables y sin estrecha relación anímica con ellas. Algo similar pasa con los demás marinos, desde militares a navegantes solitarios, aunque aquí el tema se circunscribe a los mercantes españoles y sus concordancias con los países occidentales en su numerosa literatura marítima, tal que “Salty” (2020) de Lon Calloway con sus 40 años de mar; “Supertanker” (2022) de Ray Solly…
Apenas se entiende este afán de los marinos por seguir publicando testimonios de puño y letra sobre sus vidas en el mar. Tanto esfuerzo y tiempo, tanto anhelo sin otra recompensa que la satisfacción personal de plasmar unas vivencias consideradas por ellos de suficiente interés como para acometer la ardua tarea de ser escritores primerizos ya entrados en años. Y no son unos cuantos. Sea en inglés o en español llevo leídos, solo en libros de memorias, biografías y vivencias noveladas, varias decenas y tengo referenciadas otras más. Las últimas obras son de dos capitanes madrileños, ambos con cuatro décadas dedicadas al mar.
Ignacio Tomás Zori Obeso (1957) publicó el pasado noviembre “Crónicas desde una jaula sin barrotes”, que vendría a ser una versión novelada de sus memorias de corte narrativo “59 minutos de pura vida” (2015). La otra novedad editorial es “Mirando hacia atrás la mar. Historias y aventuras de un viejo capitán de la mercante” (2021), de Francisco M. Noguerol Cajén (1948), quien repasa los cambios a bordo en sus cuarenta años de marino, los dieciséis últimos siendo práctico en Santa Cruz de la Palma. Por si fuera poco, no solo escribe sobre el mar, con sus barcos y puertos, también lo pinta en primorosas acuarelas.

Ambos capitanes son de vocación literaria tardía, como la mayoría de los actuales marinos que publican a modo de quien retoma inquietudes aprovechando la jubilación, o años después de haberse colocado en tierra, como Miguel López García en la torre de salvamento de El Musel. Una de sus novelas es “Una cumbia sobre la tumba del traidor (2019) y entre las muchas escritas está “Aguas Blancas”, sobre la vida a bordo. Resulta curioso los numerosos marinos que dejan de navegar, emprenden otra profesión relacionada o no con el mar, y cuando se ponen a escribir vuelven sobre sus pasos resaltando el haber sido marino, no su última etapa laboral. Sería el caso de Manuel Soler con sus memorias “¡¡¡Fondo Ferro!!!” (2010) y Herminio Rodríguez con “Los viajes de mar de Benjamín Sagarduy” (2003). Y cuando sus memorias abarcan toda su vida, destacan sobremanera su etapa de marino, tanto con el título, la portada y el número de páginas dedicadas a ella (“Memòria de navegacions”, David Jou, 2011).
Los hay que navegaron menos de una década, pero lo tienen muy presente al contar sus vidas. Es el caso de Francisco Rodríguez Consuegra con “La mar de Historias” (NAUCHERglobal) de su “Mi vida marítima” (2021). De hecho, casi predominan los marinos cuya vida laboral fue truncada por la crisis general de la marina mercante en los países de tradición marítima (1980-1990) y, a la postre, por la fuerte competencia de quienes se enrolaban aceptando menores sueldos y condiciones laborales.
Da la impresión de que indefectiblemente escriben sus años de mar por añoranza, en positivo, porque les marcó la vida a una edad joven propensa a ello, tanto que muchos la consideran su época estelar. El título de la serie de textos “Aquellos años maravillosos”, del marino y escritor Rafael Aguirre Grijalvo, define cómo recuerdan sus primeros enroles muchos de quienes salieron a navegar antes o en torno a 1970 y luego la crisis de embarques tardó en desarbolarles e incluso la capearon. Tuvieron ocasión de impregnarse de la magia del mar, con su inherente idealización de libertad y aventura, al extremo de contarla sin recurrir a la épica ni a la gloria que hasta ayer supuso navegar, desde los míticos Ulises, Simbad el marino… a los descubridores y modernos personajes de ficción.

Les basta con describir o novelar su cotidianidad de marino porque por sí misma ya es un argumento de peso. Gracias a ello, sus memorias y vivencias noveladas son de especial valor porque narran los estertores de un tipo de navegación iniciado con la propulsión mecánica y la revolución industrial. Y sus protagonistas, por suerte, formaron una excepcional generación de marinos tanto por ser numerosa como por su preparación intelectual y entusiasmo previos a echarse a la mar.
La fuerte apuesta franquista por el sector naval, los quince años gloriosos de crecimiento económico (1958-1973), los embarques masivos en las navieras nórdicas y de conveniencia (fuimos filipinos durante años) explican la eclosión de marinos escritores que, hasta hoy, les impele a narrar sus experiencias porque hasta las consideran románticas. Y no andan equivocados. Les tocó navegar el final de una época heredera de las ensoñaciones que se fueron a pique con el naufragio del velero buque-escuela alemán PAMIR (1957). Este buque había sido el último gran velero “cabohornero” que hizo un largo viaje comercial (127 días desde Australia-Reino Unido con cereal, 1949). En España, tuvo su réplica con el amarre del también velero buque-escuela GALATEA (1959) y de los motoveleros con los que algunos alumnos mercantes hicieron las prácticas (CRUZ DEL SUR, ESTRELLA POLAR). Queda todavía la goleta SALTILLO (1932) que conocí en la Escuela Náutica de Portugalete; poco más y, no era lo mismo.
Los mercantes nacidos hacia 1957, tal que Ignacio Tomás Zori Obeso, son los últimos que empezaron a navegar con sextante y cronómetro y con la remanente épica erosionada pronto por la navegación satelitaria. Salvo por ellos mismos, casi nadie les novelará. Han perdido interés para los demás al pasar sus vidas desapercibidas. Tampoco despiertan admiración. Sus memorias y libros de ficción los protagonizan marinos con atractivos perfiles, pero ya sin grandeza ni aventuras destacadas, a modo de obras costumbristas. Serían los casos de “Las horas de Mangbetú” (2000) de Pedro Munar (1948-2010) y de “El último candray” (2009), de Cecilio Pineda (1945-2022), cuyos periplos de capitán guardan algún paralelismo, el primero implicado en la Libia de Gadafi; el segundo, en la poscolonial Mozambique.
“Petrolero de fortuna” (2011) marca los límites de la novela ambientada en la actual marina mercante. Escrita por Juan Zamora Terrés, capitán y periodista que dejó de navegar hace décadas para embarcarse en la actualidad del mar con sus marinos, puertos y empresas (NAUCHERglobal), tiene la osadía de exponer unos ambientes y conflictos que resultan ajenos al conjunto de una ciudadanía que lleva décadas desinteresada por los sectores marítimos. Hoy no atrae ni evoca mucho al lector las actuales referencias a la marina mercante una vez que dejó de ser idealizada tras los cambios de toda índole, en especial, los tecnológicos. Este desapego sentimental, hoy generalizado, lo recogió hace un siglo el joven Fernando Pessoa al asomarse al Tajo en Lisboa:
//“Ah, os paquetes, os navios-carvoiros, os navios de vela!
//Vão rareando -ai de mim!- os navios de vela nos mares
//Eu o engenheiro, eu o civilizado, eu o educado no estrangeiro,
//Gostaria a ter outra vez ao pé da minha vista só veleiros e barcos de madeira,
//De não saber doutra vida marítima que a antiga vida dos mares
//Porque os mares antiguos são a Distancia Absoluta,
//O Puro Longe, liberto do peso Atual (…)
//E ah, como aquí me lembra essa vida melhor
//Esses mares, maiores, porque se navegava mais devagar.
//Esses mares, misteriosos, porque se sabia menos deles” (“Oda Marítima”, 1915).
Tal cual. Las sociedades de tradición marítima se han quedado emocionalmente ancladas en la época de la vela y del vapor. Leen sobre todo los clásicos del mar, tipo Conrad, los remotos desastres y batallas navales, ven películas de piratas… y los cuadros de barcos/marinas que embellecen sus paredes no tienen portacontenedores ni, siquiera megacruceros, por muy imponentes que sean, sino sugerentes veleros con arboladura o buques de vapor con sus puntales y penachos de humo. Del mismo tenor son los motivos náuticos estampados en sus ropas… haciendo referencia a los barcos y personajes de pasadas glorias marítimas.

Pasa igual al comprar libros. No hay color entre uno de corsarios, negreros o naufragios a otro que novele el mar y los barcos contemporáneos. Pío Baroja corroboró esta creciente pérdida de atractivo para los lectores al escribir, entre 1911 a 1930, sus cuatro novelas de marinos ambientándolas en décadas atrás, con exóticas aventuras y trata de negros, a pesar de que todavía era una época de gestas marítimas (Ernest Shackleton y su tripulación del ENDURANCE, 1915). Y eso que conocía, también por sus allegados, los ambientes marineros de su tiempo. Esta preferencia por el pasado la justificó en un ensayo: “Hoy hace pensar que el mar y la vida del marino han perdido elementos para la novela. Le quedará, en cambio, motivos eternos para la poesía lírica” (“El mar y el marino”, 1935).
Sin embargo, E la nave va. El mar y la vida del marino siguen siendo noveladas aunque no tengan aquellos mismos elementos. Tampoco hacían falta. Al menos, habrá quienes tras vivirla no renuncian a escribirla sin otro aliciente, aparte de las distinciones, que la satisfacción de contar, idealizando o versionando, los años a la postre extraordinarios que les tocó navegar. De aquí, la contradicción de muchos tripulantes que se quejan de ser marinos, de su aislamiento y rutina, al tiempo que siguen enganchados a ese tipo de vida. Son los que una vez en tierra se sienten inadaptados o/y acaban finalmente rememorando el mar con ensoñaciones de su puño y letra.
“Nostromo”, otra vez sin aventuras
Cecilio Pineda tuvo una excelente idea al promover el concurso literario “Nostromo. La aventura marítima”. Por un precio módico, hoy de 6.000 euros, menos aún para el ganador tras la mordida de Hacienda, se cuenta con un premio específico para recabar novelas originales relacionadas con el mar en toda su amplitud temática: desde la comercial a la del ocio; de la militar a la deportiva, pesquera, histórica, medioambiental… En el gran pañol cabe todo. Un repaso a las 25 ediciones de “Nostromo” confirma esta lograda variedad de aspectos.
La pega es que, contra la idea inicial, esté poco representada la marina profesional con sus barcos, tripulaciones, tráfico/logística, puertos, lonjas, estibadores, consignatarios… No tiene apenas a quien la premie “Nostromo” porque esos ambientes marítimos han quedado estancos al interés general y han sido diezmados los marinos mercantes y pescadores, las navieras, las agencias y demás entes y profesionales del sector. Sería, por tanto, una aventura premiar a las novelas relacionadas con ellos. Solo cuatro obras en 25 años. “Derrotas cruzadas” (Miguel Ángel Lucas, 2020) “Riquelme, el círculo infinito” (Juan Díaz Cano, 2019), “Siete eslabones” (Josep Fontcuberta, 2003) y “El estierco del diablo” (Manuel Blanco, 2002) abordan el contexto de los buques mercantes y el tráfico marítimo, es decir, casi tantas como las relacionadas con barcos negreros: “Dinero negro”, “Memorias difusas de Isidro Blanco” y “El barco errante”. Queda claro. Prevalece la rentabilidad comercial de las obras de buques negreros a la enorme relevancia del tráfico marítimo. Por la misma, han obtenido más premios las obras contextualizadas en los legendarios barcos de vela que en los actuales buques mercantes.

Este trasfondo económico podría explicar que el último premio literario “Nostromo” se lo haya llevado la novela histórica “Elkano”, del historiador Enrique Santamaría, que viene a ser más que nada una biografía del marino vasco que completó la primera vuelta al mundo. Así pues, la XXV edición se ha decantado por una obra para la cual no estaría previsto este certamen, sino los dedicados a biografías. Es lo que hay a falta de textos de mayor ficción y, por ejemplo, relacionados con la marina mercante, la actual a ser posible.
Esto último es lo que cabría esperar. El propio nombre del galardón hace referencia a una obra de Joseph Conrad, quien noveló la navegación comercial de su tiempo; y también al cargo de contramaestre que hace cuatro décadas aún era usual en la marina mercante que se le llamase coloquialmente nostromo. Además, este año el premio estaba dedicado a Richard Henry Dana, un joven estadounidense que se embarcó de marinero por problemas de la vista y luego escribió su experiencia en “Two years before the mast” (1840), traducido sin sentido “Dos años a pie del mástil”, cuando “before the mast” (la parte a proa del mástil) significaba en la jerga marinera la zona de sollados para los subalternos, es decir, el título vendría a ser “Dos años de marinero” en un buque mercante.

Tanto daba Conrad, Dana, Nostromo y la marina mercante, el premio ha sido para una documentada obra sobre los aspectos personales/familiares de Juan Sebastián Elcano, y no tanto sobre su vertiente de marino. De no corregir el rumbo, este certamen volverá a desanimar un poco más a quienes pretendan ganar el premio novelando la actual aventura del mar siendo marinos escritores frente a profesionales de la literatura, caso de Javier Santamaría (de biografías). Lejos de alentarles a escribir, promocionándoles, se les viene a decir que el premio “Nostromo” sigue tomando en cuenta la temática comercial, sea con barcos negreros o grandes navegantes. Quienes premian no quieren aventuras. Una lástima, dado el protagonismo que tienen los marinos para dar a conocer la aventura del mar tanto o mejor que nadie, siquiera porque lo han vivido.
Ignoramos quienes aportaron el relato matriz de las navegaciones, reelaboradas en obras maestras, de “La Odisea”, de “Simbad el marino”…, pero no sería descabellado pensar que fuesen vivencias contadas por los propios marinos. ¿Quién mejor que ellos las conocían de primera mano? Obviando muchas obras precedentes y sin ser preciso, la primera novela moderna relacionada con marinos fue la del náufrago “Robinson Crusoe” (Daniel Defoe, 1719), aunque la específicamente referente a ellos sería “El pirata” (Walter Scott, 1821). A partir de aquí, también los marinos empezaron a novelar la aventura del mar. Dos oficiales de la Armada, de Estados Unidos y de Gran Bretaña, abrieron fuego con sus respectivas obras, “The pilot” (1824, de James Fenimore Cooper, también autor de “El último mohicano”), y “Frank Mildmay” (1829, Frederick Marryat).
En España contamos con el ilustrado oficial Baltasar Villarino, exponente de una saga familiar de la Armada, cuya novela/relato costumbrista “El marinero africano” (Barcelona,1844) ha sido ignorada por quienes han tratado, tanto la vida de los marinos de aquellas épocas como los barcos negreros (ej. en la campaña contra el naviero Antonio López).
Conviene hacer un inciso sobre “El marinero africano” porque, aunque es una obra de ficción, está bien documentada, y no por cualquiera. Baltasar Villarino fue autor de notables manuales de náutica (“Ancla de leva” para guardiamarinas), promovió el Instituto Hidrográfico y el plan de Faros, y antes de publicar “El marinero africano” estuvo destinado en Cuba entre 1828 a 1831, y volvió en 1837 a La Habana, donde un familiar suyo era capellán de la Armada. Sabía de lo que hablaba.

La segunda parte de su novela, ya sin ilustraciones, consta de cuatro capítulos: “El esqueleto”: Episodio marítimo de la costa de África, “El negrero cazado”, “El Caballo marino” [nombre de una corbeta negrera] y “El interior de un barco negrero”. Sin embargo, mientras a él se le ignora se da credibilidad a la farsa de la propaganda antiesclavista “La interesante narrativa de la vida de Olaudah Equiano” (1789) en la que su autor describe, solo por encima y con detalles consabidos, cómo fue raptado con once años en África y llevado a América en un barco negrero, cuando todo indica que nació en EE.UU. (Vicent Carretta, 1999). A lo que iba. La novela “Moby-Dick” (Herman Melville, 1851) prendió el boom de las novelas y relatos marítimos con célebres autores hasta bien entrado el siglo XX. Unos fueron, como Melville, marinos en mayor o menor grado (Conrad, Jack London, Sue, Salgari, O´Neill…) y otros no (Stevenson, Verne, Kipling, Baroja, Hemingway, Pérez-Reverte…). Conforman un género literario de moda que, pasada su edad dorada, persiste en parte porque se escribe de rentas con historias basadas en épocas pretéritas, de la navegación a vela o de vapor, a lo Patrick O´Brian. Sería el caso de algunas de las obras premiadas por “Nostromo” y publicadas por la Editorial Juventud, especializada más que otras en literatura marítima. Muchas velas e hitos seculares.
A modo de explicación. La deriva del certamen “Nostromo” parte de sus limitaciones. Está abierto a quienes conozcan los aspectos básicos del mar y sus modernos ambientes marítimo y portuario, y también a la vida a bordo no exenta de cambios profundos, conflictos y pasiones. Y no digamos nada de lo que sucede con el narcotráfico, las pateras, la contaminación (“Ojo de pez”, premio “Nostromo” 2016), el tráfico de armas… ¿Acaso el mar no sigue rodeado de granujas, piratas y negreros de nuevo cuño? Pero para novelarlo hay que vivirlo o, en todo caso, empeñarse en investigarlo a fondo a cambio de un posible modesto premio. Es demasiado pedir. Lo fácil es narrar y premiar obras marítimas que aborden épocas y personajes legendarios. No hace falta que las viva el autor, ni suponen riesgos editoriales porque son un valor seguro dada su arraigada popularidad. Viene al caso la novela “Elkano”.
Hay una dificultad añadida para novelar la aventura marítima de los actuales barcos mercantes. Cada vez hay menos marinos y los nuevos no embarcan como antes con media maleta empachada de libros, sino con portátiles conforme a una generación seducida más por las pantallas que por la lectura. Aun con todo, siguen saliendo novelas y relatos marítimos de actualidad porque hay un nutrido número de marinos que escriben ficción a partir de sus vivencias, tal como lo reflejan algunos premios “Nostromo”. Pero no basta, pues su voluntarismo e incluso buen oficio tienen poca repercusión al editar sin pretensiones por falta de apoyos o al autoeditarse sin más; algo muy propio de marinos: valerse por sus propios medios. Además, la mayoría de ellos se iniciaron en la literatura peinando canas y, por tanto, son menos atractivos para las editoriales, sabedoras del largo recorrido que exige lograr la excelencia en obras de ficción. Razón de más para que el premio “Nostromo” se deje de tantas historias y, lejos de apostar por lo seguro, se aventure a favor del mar de hoy, sea animando a concursar a los marinos y demás profesionales del sector, o a quienes más se ciñan a la actualidad marítima.