Vuelvo a Barcelona, vuelvo al monotema, a mi libro “En defensa de Antonio López”. Gracias que estoy curado de espanto ante lo que el historiador Francesc Cabana calificó de tontería refiriéndose a la retirada de la estatua del marqués de Comillas (Quina ximpleria, El Punt Avui, 13.03.2018). Aun así, me sorprendió el proyecto de un “contramonumento contra la eslavitud” (así de mal suena), propuesto por Jordi Guixé, historiador y director de Eurom, y por Nuria Ricart Ulldemollins, profesora de Bellas Artes en la UB, especializada en arte y espacio público, estrategias de la memoria, etc., en la órbita de los entes empeñados en denigrar a Antonio López (Ayuntamiento de Barcelona, Eurom, Conéixer Història).
La disparatada tontería, el “contramonumento”, consiste en “poner la estatua bajo las aguas mediterráneas recogidas directamente del Port Vell de Barcelona” (Eurom-L´Atlàntida). Supongo que dentro de un gran cubículo de metacrilato. O sea que, es otro paso de tuerca para exprimir la imagen del marqués de Comillas hasta sacarle el máximo provecho político, retorciendo oficialmente la memoria colectiva todo lo que haga falta. Lo que hicieron sacando a la calle la estatua ecuestre del general Franco, pues algo así, pero de performance permanente.
Viendo el Ayuntamiento que no le daba más réditos dejar la estatua en un almacén, la quiere amortizar al máximo volviéndola a colocar para escarnio público en el mismo lugar en que estaba, salvo que, quizás, la peana estaría coronada por el cubículo lleno de agua con la estatua sumergida y recubierta de algas y porquerías provenientes de las aguas del puerto. De rondón, las víctimas del racismo, de la xenofobia o de los abusos laborales contarían con este esperpéntico monumento de Antonio López para volver a convocar en esa plaza sus protestas y actos reivindicativos.
Para más INRI, a dicho contramonumento lo llamarían “L´Atlàntida” e iría acompañada por la estrofa, escrita por Jacinto Verdaguer, que empieza: “Per dar-li en lo sepulcre del mar inmensa llosa…” (Para darle en el sepulcro del mar inmensa losa, L´Atlàntida. L´enfonsament, 1878). Fatal. Es una ignominia recurrir a este poeta y sacerdote para humillar a su excepcional mecenas del que tan agradecido se mostró siempre. ¡Ya está bien! El maltrato a la imagen del marqués de Comillas toma visos de sevicia cuando todavía no se ha aportado ni una prueba ni un informe que avalen las acusaciones de que se enriqueció con la trata de esclavos. Y más aún si se contrapone su injusto vituperio con el trato relevante que da Vitoria al connotado negrero alavés Julián Zulueta.
Fue casualidad que estuviese de paso en Vitoria dos días antes de llegar a Barcelona. La capital vasca no cuenta con un Taj Mahal, ni tiene playas ni discotecas Coco-Bongo al estilo Cancún, pero ofrece placenteros paseos por su casco viejo medieval, aunque acorde a que no fue una gran ciudad ni hasta hoy tampoco capital: la catedral, palacios y casonas, algún maltrecho lienzo de muralla y el solo trazo de sus calles, pues la mayoría de sus edificios son posteriores. También es de reseñar el menú del día con ribetes de “a la carta”, a buen precio y mejor servicio. Y para lo que restaba de una tarde de verano quedaban suficientes puntos de interés, entre otros, el exterior del Palacio de Ajuria Enea, sede del Gobierno vasco, siquiera porque a mi mujer le hacía ilusión hacerse una foto allí.
Así que, deambulando, justo al doblar la verja que circunda al Parlamento vasco, aparece la estatua de Manuel Iradier Bulfy (Vitoria, 1854- Valsain/Segovia, 1911), explorador, africanista y colonizador, nuestro Henry Stanley a tono con los mínimos apoyos que podía ofrecerle España, si bien los compensó a su costa todo lo que pudo y más. Le salieron humana y económicamente muy caras las dos expediciones que realizó al golfo de Guinea Ecuatorial (1874 y 1884). Una ruina total y, peor, perdió una hija en la aventura, pues en la primera expedición le habían acompañado su esposa Isabel Urquiola, recién casada, y su cuñada Juliana (léase, por esclarecedor, “Isabel Urquiola: la viajera africana y esposa de Manuel Iradier Bulfy”; gasteizhoy, 25 de agosto de 2011).

Monumento a Iradier, en Vitoria
Años atrás, habría mirado su estatua de otro modo, sin más, pero ahora corren malos tiempos para la imagen de los colonizadores porque lo actual políticamente correcto les pasa viejas cuentas. Antes, sus gestas eran patrióticas, civilizadoras, cristianas y económicamente beneficiosas para todos o así se las tomaban hasta con alborozo los ciudadanos de sus respectivos países europeos; hoy se las relaciona con el imperialismo, la imposición cultural/lingüística, el proselitismo religioso y la explotación económica.
EN BARCELONA, MALEANTE; EN VITORIA, PRÓCER
No hay consenso en ello. Depende del lugar y sus concomitantes considerandos. Mientras en Barcelona la estatua de Colón lleva años sufriendo agresiones, la de Iradier sigue incólume a pesar de ser el último colonizador español y por tanto mucho más actual. Los vitorianos prefieren recordar a su famoso paisano tal como lo sentían los conciudadanos de la época. Sin problemas. Estos surgirían si desprograman su memoria colectiva y al colonialista alavés habría que retirarle del pedestal, del nomenclátor, del centro Iradier Arena (en honor a los cuatro iradieres famosos de la ciudad), del nombre de un centro médico, de una residencia de ancianos, de una sociedad excursionista, de un centro deportivo… Iradier en Vitoria es algo así como Güell en Barcelona. Y se dirá, con toda la razón, que aun aceptando que hoy es controvertida la figura del colonizador, Manuel Iradier fue también, explorador, africanista, geógrafo e inventor.
Cuando justo quedaba Iradier por la popa de mis cavilaciones me topo con la imagen de Julián Zulueta, ya familiar para mí porque, aunque favorecido por el pintor, semeja mucho la conocida por las litografías. Si de Ajuria Enea cruzas directamente a la acera de enfrente llegas a la entrada del Museo de Bellas Artes de Álava, ubicado en el palacio Augustin-Zulueta. Y en su puerta exterior de acceso está colgado el cartel que anuncia la exposición: “Julián Zulueta. Un retrato por Federico Madrazo”. Me resultó curioso ver cómo el negrero más conocido de Cuba parecía mirar desafiante a Ajuria Enea. Un efecto óptico a tono con la actitud prepotente que en ocasiones tuvo él con la Capitanía General de Cuba, sede del poder en la Isla.
Dejo para el final la exposición de Zulueta. El museo es ante todo una pinacoteca de obras vascas fechadas entre 1850 y 1950, resaltando a los pintores alaveses. Gusta ensimismarse con buenos cuadros, ni que fuesen golosinas que endulzan la vida y alegran las pupilas. Las obras expuestas reflejan sobre todo una visión tradicional, más bien bucólica, del País Vasco, así que eché en falta la industria, el hierro y el carbón de los altos hornos, astilleros, maquinaría, barcos mercantes… Y como venía de ver la réplica de la cueva de Altamira me acordé que Pablo Picasso había observado que sus moradores sólo pintaban lo que se comían o deseaban comer. Pues, los vascos, igual, si bien con una alimentación más variada y sana, a tenor de esos cuadros exponentes también de la agricultura, ganadería y pesca. Aunque claro, tiene un pase si los pintores son alaveses, alejados del gran Bilbao y de la entonces industrializada ría del Nervión.
El edificio del Museo de Bellas Artes de Álava ya es por sí mismo una bella obra de arte (arquitectura, maderas, cristaleras, capilla, exteriores…). Fue el palacio de Ricardo Augustin y de su esposa Elvira Zulueta Samá (apellidos negreros), una de los once hijos vivos que tuvo Julián Zulueta de sus tres matrimonios. Sin entrar en detalles, porque el tema aquí es otro, diré que data de 1912-17, fue adquirido por la Diputación Foral de Álava en 1941 y en gran parte conserva su hechura original, en especial, su planta noble donde bastaría con poner los antiguos muebles para que la vida familiar volviese a las andadas, incluso con su notable capilla, propia de la alta burguesía que por entonces tenía a gala mostrar su religiosidad así, a su manera. Impacta del interior del palacio el magistral trabajo de ebanistería/carpintería, no solo por su gran escalera, también por los parqués, barandas, paneles y artesonados.
Y paso a la sala que expone la vida y milagros (formidable empresario) y miserias (negrero sin ambages) de Julián Zulueta Amondo (1814-1878). El cuadro pintado por Madrazo está contextualizado por una decena de paneles explicativos que son ajenos a la parcialidad propia de la actual memoria revisionista sin rigor histórico. Vitoria, al contrario que Barcelona con Antonio López, no enfoca solo el lado oscuro de Zulueta, ni menos, visto con los ojos sesgados del presente.
Los responsables del Museo aciertan en exponer a este personaje y a su época como un todo inextricable. Tienen una memoria cabal y hasta atrevida porque tanto le califican a Zulueta de “uno de los personajes más interesantes de la historia alavesa del siglo XIX” como de ser “uno de los más importantes traficantes [de esclavos] del momento”. Es lo que tiene las personalidades controvertidas.
Mientras el Ayuntamiento de Barcelona trocea a López para dar carnaza a sus intereses políticos, la Diputación Foral de Álava mantiene a Zulueta como un poliédrico personaje que perdería su integridad si se le desmonta por piezas. Ya no digamos si, como en Barcelona y sin razón con el marqués de Comillas, todo quedase en que fue un execrable negrero. Vitoria no manipula la memoria, y la tiene tan buena que no se olvida de nada. Su museo ha puesto grandes y densos paneles explicativos para las diversas facetas de Zulueta. Si uno lo dedica a “El hacendado”, el de al lado y de igual tamaño es “El traficante de esclavos”, rotulado con letras grandes para dejar claro que, en absoluto, obvia el rasgo más impresentable de Zulueta. Con los textos, lo mismo, siendo estos los principales:
“Julián de Zulueta fue uno de los más importantes traficantes [de esclavos] del momento. Dirigió y organizó durante más de 20 años el comercio esclavista. Expediciones que, mayormente desde África, transportaron a miles de personas en régimen de esclavitud hacia Cuba, logrando grandísimos beneficios.”
“Julián de Zulueta era el principal accionista de la compañía ‘Expediciones a África’ dueña de una veintena de barcos.”
“Zulueta fue uno de los promotores en introducir trabajadores chinos, que llegaban con un contrato de trabajo pero que, en realidad, vivían en un régimen de semiesclavitud.”
Exponer este tipo de párrafos en un panel de igual tamaño que el dedicado a sus otras vertientes (El comerciante, El hacendado, El político, El militar) deja muy clara la intención de valorar sin inhibiciones ni covachas interesadas a este personaje. Como tampoco escabulle el Museo que Zulueta fue un vasco español de pro, a pesar de la actual hegemonía nacionalista en Euskadi. Anteponen el rigor histórico y el próvido enfoque moral a cualesquiera otras consideraciones interesadas del momento.
El reproche que se puede hacer a la exposición es que no carga las tintas. Que recuerde, por ningún lado no aparece “negrero”, la acepción más dura para referirse a los tratantes de esclavos. Más cuestionable es la visión idílica que ofrece de los esclavos. La brutalidad de la trata solo está representada por uno de los planos de carga del barco negrero Brooks, recreado en exceso con fines propagandísticos por los abolicionistas británicos (1789), alejada de la trata en la época de Zulueta. La exposición, en cambio, podría haber incluido alguna tenebrosa imagen referente al tráfico de esclavos a partir de 1830. Pero optó por reflejar solo la cara amable, que la tuvo, tan cotidiana y real como la denigrante, de la esclavitud cubana.

Casa de calderas del ingenio Álava
Especial mención merece la litografía “La casa de calderas del ingenio Álava”, lámina perteneciente al esplendoroso álbum “Los ingenios de Cuba” (Eduardo Laplante/Jesús Cantero, 1857). La producción de azúcar en este ingenio de Zulueta plasma la alta tecnología, el orden y el control, la limpieza… Representa la eficiente mecanización, robotización diríamos hoy, que relega a los esclavos a ser unos diminutos puntos negros vestidos de blanco impoluto, que ni sufren ni padecen a modo de liliputienses figurantes y cuya importancia está esquinada conforme a su situación marginal, a un lado de la litografía; mientras los blancos (hacendados, técnicos) son de mucho mayor tamaño y están en primer plano y en el centro de la litografía. Nada aparece del trabajo esforzado, enorme e imprescindible del esclavo, ni del agobiante sudor y demás penalidades de producir azúcar a la fuerza por estar encadenados a la esclavitud. Esta lámina debería estar contrarrestada por otra que mostrase a carne viva los abusos cometidos masivamente por los esclavistas que se aprovecharon en Cuba de personas ignorantes, benévolas e indefensas.
No se me ocurre otra crítica acerada a esta exposición, por lo demás, impecable; y más si la comparamos con la horrible imagen que desde hace años el Ayuntamiento de Barcelona lleva dando de Antonio López. ¡Qué trato tan dispar! Basta con contraponer los más de 20.000 euros que el 4 de marzo de 2018 se gastó la alcaldesa Ada Colau en retirar la estatua del marqués de Comillas, obra del exitoso escultor Frederic Marès (1944), con los 20.000 euros, sin IVA, que pagó dos mes y medio después la Diputación Foral de Álava para adquirir el cuadro de Zulueta pintado por Federico Madrazo, renombrado retratista. Y, por supuesto, esta obra de arte no irá a parar al depósito del Museo, ni en los jardines de este palacio la van a sumergir en un depósito de agua sucia para que se entere todo el mundo del siglo XXI lo que se merece un negrero de hace casi dos siglos. Vitoria/Barcelona, Julián Zulueta/Antonio López… MEMORIAS CONFRONTADAS.