En 1949 el escritor británico George Orwell (junio de 1903-enero de 1950), publicó una novela con el título de “Nineteen Eighty-Four”, publicada en España en 1952 con el título “1984”, una vez la censura franquista levantó el veto impuesto al editor dos años antes. La obra se centra en el personaje de Winston Smith quien trabaja en el Ministerio de la Verdad, dedicado a modificar la Historia a su conveniencia para mantener a la sociedad controlada, hasta que decide rebelarse contra un gobierno totalitario, el Gran Hermano, que castiga incluso a aquellos que delinquen con el pensamiento. “Las estatuas, inscripciones, lápidas, los nombres de las calles, todo lo que pudiera arrojar alguna luz sobre el pasado, había sido alterado sistemáticamente”, escribe Orwell en la novela.
El comisionado de Programas de Memoria es un ente del Ayuntamiento de Barcelona que tiene espesas connotaciones orwellianas porque reverbera la semántica y la finalidad del Ministerio de la Verdad y de su Departamento de Registro (1984). Su rápida puesta en marcha, pocos días después de que Ada Colau tomase posesión de la alcaldía (junio de 2015), y el celo desplegado venían a confirmar que, para el poder político, la memoria de la ciudad, como la del protagonista Winston de la novela 1984, “fallaba mucho, es decir, no estaba suficientemente controlada”.
En ello están, reparándola, para que la memoria dizque democrática, ¡qué otra si no!, suplante lo que consideran malos recuerdos y ejemplos depositados como costras en el espacio público. No paran, a tenor de las decisiones y actividades que aparecen en su página web. Y no van a parar hasta retirar la estatua y el nombre del naviero Antonio López. Tienen especial fijación con él porque, una vez le han etiquetado como negrero, Barcelona no se lo puede permitir. Para ello, como con el cerdo traidor Snowbell, en “Rebelión en la granja” (Orwell, 1945), llevan tiempo linchándolo públicamente, socavando su base hasta la total demolición. Es la imagen más agredida de Barcelona.
Esta campaña de desprestigio, de larga duración e in crescendo, está reforzada por brotes de ignominiosos actos puntuales que recuerdan los Dos Minutos de Odio (1984) contra quien por excelencia había manchado la pureza de la ciudad. El viejo truco de canalizar el malestar. Si tantos dicen lo mismo que el Comisionado de Memoria y hay tantos que se movilizan en el mismo sentido, entonces la culpabilidad de Antonio López, por falsa que sea, pasa a ser verdad. La espiral de silencio hace el resto. Más orwelliano, imposible. Tan orwelliano como el propio comisionado, al menos, en este caso concreto que llevo meses investigando. Sé lo que digo. ¡Por fin!, alguien me recibió después de casi siete meses de pedir al Ayuntamiento los documentos e informes que pudieran avalar su decisión de retirar la estatua del emprendedor Antonio López. Me atendió el comisionado, y en su despacho. Me las prometía felices si no me hubiese encontrado allí, en la Sala 3 de un entresuelo, con un enorme agujero negro, de los de Orwell.
Acorde con los tiempos, la entrada tuvo sus controles y esperas; el ambiente era recoleto y aséptico; y el recibimiento con un apretón de manos y esa sonrisa business like que suele hacer de careta de interés personal y buena predisposición. Me senté y sin dilación pedí la información sobre el naviero Antonio López que desde finales de junio venía esperando en vano. Nada recibí, absolutamente nada de nada. Ni una mera fotocopia de algún legajo notarial. Expreso mi extrañeza y oigo que ya me enviaron un listado bibliográfico al respecto (NAUCHERgloblal, 6 de diciembre de 2017). Perplejidad. Repondo que la tengo estudiada y su contenido no justifica la retirada del monumento de Antonio López; y que he venido confiando en que tendría acceso a una documentación concreta y contrastada. También le indico que en esa bibliografía sólo el historiador Martín Rodrigo Alharilla aporta fuentes de primera mano, aunque con escasas referencias y desde pies de página, y sólo sobre negocios legales y conformes con los usos aceptados en la época que Antonio López pasó en Cuba.
Entonces, el comisionado saca a colación que también tal escritor…, pero le explico que éste no aporta documentación propia sobre Antonio López, sólo aporta un “dicen que…”. No insiste con otros autores. Le reitero que sólo Rodrigo Alharilla ha incorporado documentos originales, aunque éstos no demuestran que el empresario se dedicara a la trata de esclavos. Da igual, para el comisionado este historiador en un experto en la materia y, por tanto, ya le vale. Pregunto por el informe que, tiempo atrás y por teléfono desde un ente del Ayuntamiento me indujeron a pensar que existía. Me refiero, así me dijeron, al redactado por un “investigador de prestigio” sobre lo negrero y esclavista que había sido Antonio López. ¡Vaya por Dios!, tal informe no existe, me asegura. Entiendo que nunca existió. Ignoro si desapareció en el agujero negro de la memoria, o si ni siquiera llegó a los aledaños del mismo, porque ya no hace falta escribir ni destruir nada, tampoco para el Departamento de Registro, para el comisionado.
Como en 1984, los documentos sobre Antonio López bastan con que estén en la mente, en la memoria de los hombres, en la Memoria del comisionado. Que no espere yo nada en papel de esta visita a la Sala 1984. ¡Puf! Para superar el desasosiego, me aventuro a pedir las conclusiones que el comisionado habrá redactado para justificar la retirada de la estatua de Antonio López. Ni ese hueso me puedo llevar de allí. Respóndeme que el “Ayuntamiento no genera documentación”, a pesar de que puede leerse en la web que el objetivo del IPP, órgano del comisionado de Memoria, es “proponer contenidos y formatos de presentación adecuados y eficientes.” No entiendo nada. ¿Qué pasa?
El Instituto de los Pasados Presentes (IPP) suena sospechosamente al doblepensar de 1984; maneja un neolenguaje en el cual no estoy iniciado. ¡Pasados Presentes! Quizás ese bodrio semántico consista en la orwelliana verdad de que los hechos del pasado tengan que coincidir con la versión oficial del presente. Demasiado complicado para un marino como yo que sólo quiere pruebas del pasado que justifiquen la presente acusación contra el marqués de Comillas. ¡Déjalo! Está visto.
El pasado de Antonio López y López es para el Ayuntamiento de Barcelona lo que diga la actual memoria organizada por sus instituciones. La verdad, la histórica y definitiva, es la del comisionado. No ha lugar a versiones y debates. No sea que tiempo después haya que volver a reinstalar la estatua del marqués de Comillas si quedan en el Ayuntamiento pruebas documentales que rebatir. Para colmo, induciría a pensar que la memoria del presente no está del todo controlada. De nada habría servido reconstruir el pasado de la ciudad, a modo de lo que hace en 1984 el Departamento de Registro y la Policía del Pensamiento, si se da cancha y facilidades a quien pida datos palpables relacionados con la condena de Antonio López. Porque, a lo Orwell, la falta de pruebas en contrario es determinante para que la verdad sea la aprobada por el comisionado. Ayayay…
¡Qué demonios hago yo en la Sala 3 de ese entresuelo! Hay que ser ingenuo para esperar allí facilidades en defensa de la imagen del marqués de Comillas. Debería haberlo supuesto. El control del pasado depende de que la memoria no se desparrame con versiones opuestas a la inquisitorial y consistorial verdad sobre Antonio López. Al contrario, al que pida documentación con una memoria defectuosa, que salga con las manos vacías de documentos y esperanzas a pesar de que haya entrado ufano a conocer la verdad constatada de cómo el Ayuntamiento había tomado la decisión.
Recapitulo. El comisionado ni recibió ni escribió documentación concreta respecto a Antonio López. Se valió de los libros de Martín Rodrigo Alharilla y aquí paz, allá gloria. Todo el resto y principal es una decisión política que ha tomado democráticamente el Ayuntamiento para ocultar su falta de trasparencia. Salgo de la Sala 1984 con la sensación de que el Ayuntamiento tiene una versión sobre Antonio López a la cual no me puedo oponer porque el comisionado me niega el acceso a los informes y documentos que debería disponer cuando deliberó y decidió laminar la imagen del insigne naviero.
Es paradójico que el comisionado de Memoria trabaje de caballo percherón para, dentro de sus posibilidades, entorpecer de facto las memorias alternativas, al menos, en mi caso. Tal proceder destapa el peligro latente que supone crear desde el poder político organismos públicos de la Memoria –de la Verdad, en 1984— que filtren los recuerdos, el pasado, con criterios políticos y opacidad administrativa. Como si la historia no es algo que se aprende, sino que se crea (Orwell) por quienes determinan que el pasado real es el que decida el presente.
El sesgo totalitario de este tipo de entes políticos es inevitable. Y más cuando el lenguaje discreto y correcto que recibí en la oficina del comisionado se complementa en el espacio público con acciones directas de violencia simbólica y de la otra. Horas después de salir de la Sala 1984 vi por primera vez pegatinas contra Antonio López. Estaban en la Universidad de Barcelona. Era otra lección magistral para educar la memoria colectiva contra él a fuerza de atosigarla con denigrantes campañas de opinión de nunca acabar (artículos, libros, grafitis, conferencias, Ruta de la Esclavitud, folletos para turistas…). Encima, el buscador de Google sirve para propagarlas, al tiempo que la abundancia de ellas coadyuva a enterrar las escasas versiones favorables al marqués de Comillas, pues el buscador no es neutral con la verdad. Puede ser un calumnioso mentidero de tanto atiborrarlo de cualquier basura. Es una descomunal máquina de la memoria que la carga el diablo a nada que se la manipule.
Ahora la campaña es con pegatinas de las que ignoro quién las paga y promueve. Hasta me barrunto mirándola cómo se desploma la estatua, si en vez de ir la grúa a retirarla va a suceder a las bravas, a lo anarquista de 1936, permitiéndose una canalla performance similar a la escenificada contra el dictador Franco en el Born. El golpe de efecto de la caída del pedestal sería innegable y a perpetuidad porque, por descontado, la escena de añicos se grabaría en vídeo, dado el poder de las imágenes con fechorías como esta; ejemplo, el Buda de Bamiyán. ¡Acabáramos! Para esto no hacía falta comisionado, salvo para socavar total y previamente desde el Ayuntamiento la imagen de Antonio López. Es lo que me temía. Y estoy más seguro de ello desde que vi el agujero negro de la memoria en la Sala 3 de un entresuelo municipal.
NOTICIAS RELACIONADAS
El callejero de Barcelona y la memoria histórica
Quieren suprimir la historia marítima de Barcelona
Los capitanes catalanes instan al Ayuntamiento a respetar el pasado marítimo
Antonio López: vida interior de las estatuas (1)
Antonio López: vida interior de las estatuas (2)
Antonio López: la memoria desprogramada
Antonio López: una ciudad de fantasía