La fiscalía y la abogacía del Estado, representantes del gobierno español, han basado sus acusaciones en presentar al viejo petrolero como buque subestándar, chatarra flotante que nunca debía haber iniciado un viaje cargado con un producto sucio como el fuel pesado, y en la afirmación de que el capitán Apostolos Mangouras conocía el mal estado de la nave y por tanto incurrió en un delito por imprudencia cuando aceptó el mando, la carga y las órdenes de emprender el viaje. Llevan más de diez años buscando desesperadamente alguna prueba, siquiera circunstancial o indiciaria, con que probar la mala condición del petrolero y demostrar el pleno conocimiento del capitán.
En esa búsqueda desesperada encontraron primero al capitán a quien Mangouras relevó, Eftratios Kostazos, un personaje, tipo cachalote, que dejó ante el tribunal de La Coruña una pésima impresión: altanero, contradictorio, falaz, capaz de decir aquí lo contrario de lo que afirmó en el malhadado juicio de Nova York, donde el Reino de España obtuvo una sentencia humillante.
Luego dieron con Georgios Alevizos, un directivo de Universe Maritime, la empresa que explotaba el PRESTIGE, con menos de un mes en la naviera cuando el petrolero sufrió una vía de agua, quien aceptó previo pago ponerse del lado de los abogados que representaban al reino de España en el proceso neoyorquino. Ante el tribunal de La Coruña, Alevizos dio un espectáculo memorable: acabó clamando que Mangouras era un héroe, la naviera una empresa ejemplar y que el culpable del desastre había sido el chino, el chino Lo, el inspector que por cuenta de sociedad de clasificación American Bureau of Shipping supervisó la reparación del buque en Cantón, entre marzo y mayo de 2001.
Y finalmente arrastraron al práctico Thuessen, que embarcó en el PRESTIGE para asesorar la navegación por los estrechos daneses. En teoría, Thuessen tenía que haber declarado que el buque estaba en mal estado, aunque con ello ensuciara su propia reputación, pues nada dijo en su momento, pero ante el tribunal de La Coruña el señor Thuessen sólo alcanzó a balbucear que el baño del camarote que le facilitaron mientras permaneció a bordo del petrolero estaba averiado. Una minucia irrelevante.
Poco más ha sido capaz de exhibir la acusación contra el PRESTIGE. Y esos mimbres han dejado en la sala la convicción de que son insuficientes para atacar el hecho incuestionable de que el PRESTIGE tenía los certificados en regla, un historial excelente, una única clasificadora durante toda su vida, la prestigiosa ABS, y que aguantó durante seis días, con una herida que se iba agrandando cada minuto, el impacto de más de cincuenta mil olas.
La ignominia cometida contra el capitán Mangouras nos pesará durante muchísimos años. El capitán del PRESTIGE tuvo un comportamiento ejemplar, de una profesionalidad intachable, durante la parte del siniestro que permaneció a bordo. Hizo todo lo posible por salvar el buque y lo hubiera logrado de no intervenir la autoridad marítima española con la orden disparatada, absurda y precipitada de alejar el buque “hasta que se hunda”. La invención de que conocía el mal estado del buque no precisa de muchos argumentos para ridiculizarla. Basta recordar el hecho de que el capitán se quedó a bordo del buque, cuando podía haberlo abandonado tranquilamente, porque tenía plena confianza en el estado de la nave. Y lo mismo hicieron los dos técnicos que le seguían en jerarquía y conocimientos: el jefe de máquinas y el primer oficial. Ambos, por cierto, imputados por la insensatez alarmante de unas autoridades que, muertas de miedo ante sus errores, optaron por disparar a todo bicho viviente, aquí te pillo, aquí te mato.
En los nueve meses de juicio se vivieron momentos de enorme bochorno, como la comparecencia de Fernández Mesa, y días de brillantes declaraciones, por citar algunas, los técnicos de Smit Salvage (los capitanes Huisman y Koffeman), Felipe Louzán, Tony Bowman o el profesor Al Osborne. Diás de infinita vergüenza, como el interrogatorio del fiscal al capitán Mangouras, y sesiones de una indignidad aplastante, la que provocó sin ir más lejos la delirante declaración de Díaz Regueiro. Dias de impagables lecciones de derecho marítimo, oyendo los alegatos de Ruiz Soroa y de Zabaleta, y días de miseria personal y jurídica, digamos las intervenciones del abogado Sabin.
Que este juicio penal nos lo tendríamos que haber ahorrado no lo duda, creo, ni el presidente del tribunal. Que el gobierno y la fiscalía han hecho trampas y, mirando a Nova York, han despreciado a la jurisdicción española, tampoco merece mayor comentario. También es evidente que la administración de justicia ha dado una muestra más de ineficiencia, de lentitud y de un burocratismo insoportable.
En el mundo marítimo, España padece en estos momentos una reputación al nivel de Nigeria, o un escalón por debajo. Hundimos por incompetencia un petrolero averiado. Nos hicimos con un rehén, el capitán Apostolos Mangouras, a quien hemos maltratado durante once años. Por si eso fuera poco, el gobierno se ha empecinado en mantener la acusación contra el jefe de máquinas del PRESTIGE, un hombre cuya inocencia clama al cielo. Y, también, hemos sostenido la acusación penal contra López Sors, autor de varios errores graves en la gestión del siniestro, pero dejando que otros responsables con mayor jerarquía sigan fatigando la vida y la hacienda de los ciudadanos españoles. Desastre sobre desastre.
Visto para sentencia. Confío que el tribunal sepa vencer la tentación salomónica de repartir culpas y muestre al mundo una resolución justa con los hechos y las pruebas acopiadas durante el proceso. Mangouras es completamente inocente de la primera avería, del primer derrame y, por supuesto, del desastre que organizaron y ejecutaron las autoridades españolas. Merece el reconocimiento de España y, ahora, del tribunal.