La mar duerme la larga noche del solsticio. Ronca con ronquidos de sueño profundo y reparador. El negro de la noche y la negrura del mar han borrado la línea del horizonte para que mirar mar adentro sea como asomarse a la inmensidad y darse cuenta de ello.
En tierra, lucecitas de colores adornan las calles, gentes disfrazadas de Papá Noel tocan campanas con aburrimiento infinito. Las calles están llenas de parados, de pensionistas, de auditores de cuentas, de auditores de prevención de riesgos laborales, de auditores de blanqueo de capitales, de auditores de protección de datos… San José era carpintero: santo y carpintero. Nadie sabe si en tierra, debajo de las lucecitas, hay algún santo o algún carpintero.
Seguramente, habrá muchos santos que alcanzan la santidad con la palma del martirio de cada día. Seguramente, no habrá ningún carpintero. Los oficios se perdieron con la industria y la industria se perdió con la internacionalización: cosas del poder transnacional y sus guiñoles del geocho, del geveinte, del geequis, y así.
Los niños piden aparatos electrónicos, informáticos, telemáticos… a Papá Noel y a los Reyes Magos. No hay quien distinga la divisoria entre la ilusión y el interés. Son felices de la felicidad suministrada por la televisión, una felicidad hecha de muchas, muchísimas cosas. El recuerdo de la pobreza fue el impulsor del consumismo, la expectativa de la miseria no consigue, aún, evitarlo.
La mar ronca mientras sueña profundamente. Bastaría un golpe de mar para apagar todas las lucecitas de la costa y para ahogar las ilusiones y los intereses, pero la mar es como un animal grande y dócil que sólo se enfada de vez en cuando y, cuando lo hace y pierde los estribos, arrasa con un solo lametón de su lengua de agua todo lo que se encuentra. La mar es noble y no quiere hacer daño: no anda en guerra contra la tierra firme. Es más: no le interesa nada la tierra firme, sólo son vecinos que por respeto o desinterés, se ignoran mutuamente.
Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Paz en la mar a los hombres de buena voluntad que saben porque intuyen, que intuyen porque saben, que la mar es Dios: origen y final de la vida en una inmensidad sólo comparable con la del cielo.