Apostolos Ionnais Mangouras, el Capitán del PRESTIGE, ha sido condenado por el Tribunal Supremo, como autor responsable de un delito imprudente contra el medio ambiente en la modalidad agravada de deterioro catastrófico a la pena de dos años de prisión, con la accesoria de inhabilitación especial de derecho de sufragio pasivo durante el tiempo que dure la condena; doce meses de multa a razón de una cuota diaria de 10 euros y un año y seis meses de inhabilitación para el ejercicio de su profesión como capitán de buque, así como al pago de una doceava parte de las costas de la primera instancia, además de la responsabilidad civil. Además, ha sido absuelto del delito de desobediencia a la autoridad (el único por el que había sido condenado) y el Alto Tribunal ha ratificado la absolución respecto al delito de daños a espacios naturales protegidos y de daños respecto de los que ya había sido absuelto por la Audiencia Provincial de La Coruña.
La verdad es que no es probable que al capitán Mangouras le preocupe mucho no poder presentarse como candidato a las elecciones españolas durante los dos próximos años (inhabilitación para el sufragio pasivo), ni que le preocupe que le priven del ejercicio de su oficio de Capitán de la Marina Mercante cuando está ya jubilado, ni es probable que los diez euros diarios de multa, que por un año son 3600 €, salvo que se declare insolvente o concurse, caso en que no los pagaría nadie, o que se haga cargo la aseguradora. Mayor será la preocupación de entrar en prisión pero, con el Código Penal vigente en el momento de producirse los hechos, le bastaría probar su insolvencia , y con su edad y la magnitud de la pena, la ejecución de la condena sería inmediatamente suspendida. No es eso lo más preocupante. Lo más preocupante es Khun.
En síntesis, el Tribunal condena al Capitán Mangouras por no haber hecho todo –absolutamente todo- lo posible para evitar el desastre y que hubiera sido –según se desprende de la motivación de la sentencia- no aceptar el mando del buque en San Petersburgo, aún pese a estar correctamente certificado. Quedémonos con ese “todo lo posible” que es “todo –todo- lo posible”.
Este modesto escribidor glosó la sentencia de la Audiencia de La Coruña como “una sentencia razonable” en estas mismas páginas (ver artículo relacionado) y se encuentra sorprendido con esta sentencia del Supremo -188 folios de sentencia- dictada el pasado día catorce de enero y conocida en la tarde ayer. Tras una primera lectura, el recuerdo trae al filósofo Kuhn, y trae la reforma del Código Penal que entró en vigor el pasado verano por la que, entre otras, se consagra la responsabilidad penal de las personas jurídicas en caso de no adoptar protocolos internos para la evitación de delitos en su seno o por su medio, reforma basada en la trasposición de directivas comunitarias y de normas de Derecho comparado. Nada tienen ambas cosas que ver, salvo la sombra de la reflexión de Kuhn.
Si cruzamos los dos hechos: una condena por no haber hecho todo –todo- lo posible, y la tipificación como delito el no hacer todo –todo- lo posible, nos daremos cuenta de que hemos entrado en una época de nuevos paradigmas. De la indolencia de décadas pasadas en que la cárcel era la segunda residencia del lumpen y la inmigración irregular, estamos pasando –en la pluma del legislador y en la del juzgador- a ser policías de nosotros mismos y de nuestros vecinos, y a ser responsables por no denunciar la ilegalidad aunque nadie nos premie la denuncia, ni nadie nos proteja de haber denunciado en el crudo mundo de la realidad. Pretender que un capitán se niegue al mando de su buque, previamente aceptado, estando éste correctamente certificado para la navegación es pretender un imposible. Pretender que un capitán no adrice un buque escorado y con mala mar es pretender desde Madrid –conocido puerto de mar- que un naufragio es realidad virtual. Lo peor: pretender que el comportamiento de Apostolos Mangouras en tan dura experiencia sea delito es empecinarse en –simplemente- no comprender la realidad.
Hay mentores de la cosa que ven en la sentencia del Supremo un último minué del baile político / mediático con que se trató el asunto en el momento del naufragio y en las fechas inmediatamente posteriores (todos con el PP versus todos contra el PP). Sería tanto como afirmar que los magistrados, en su sentencia, no han hecho todo –todo- lo posible para ser justos. El escribidor, en su ingenuidad no piensa eso. Piensa que ya lo avisó Kuhn: ahora somos todos policías de todos, pero nadie nos da carácter de agentes de la autoridad ni protección ninguna, ni frente a la Ley, ni frente al armador o –lo mismo da- frente a la cruda realidad.
El problema de esta sentencia no es los dos años de condena, es que es la condena –a Apostolos Mangouras y a todos los demás ciudadanos- a la soledad, y eso aunque en su redacción no esté expresamente escrito.