El 29 de mayo, se cumplieron los cincuenta años de una de las hazañas marítimas más importantes del siglo XX. En tal fecha del año 1970, el santanderino Vital Alsar, junto con tres compañeros más —un francés naturalizado canadiense, un canadiense y un chileno— se hacía a la mar en una almadía de troncos de una madera tropical llamada, precisamente, “balsa”. Los cuatro aventureros salían de Guayaquil con la intención de cruzar el Pacífico hasta Australia y demostrar así que las etnias y culturas americanas prehispánicas podían haber frecuentado y poblado muchos de los archipiélagos e islas de aquel inmenso océano en tiempos remotos.
Vital Alsar había ya realizado un intento fallido en 1966, pero su balsa se hundió cerca de las islas Galápagos. Al parecer, había escogido mal sus troncos de balsa; era preciso utilizar árboles hembra, de madera mucho mas ligera que la de los árboles macho. Además, procedía talar dichos árboles de la selva ecuatoriana durante la luna llena, que es cuando los vegetales son más ricos en savia, la cual bloquearía la absorción de agua de mar una vez construida y puesta a flote la primitiva embarcación.
La segunda expedición fue un éxito total. Merced a un cuidadoso estudio de los vientos y las corrientes dominantes, Alzar logró alcanzar Australia al cabo de 160 días de navegación, 8.500 millas náuticas recorridas y sobreviviendo a varios temporales sumamente violentos en la zona de Samoa y a los letales arrecifes coralinos del extremo occidental del Pacífico. De hecho, “pulverizó” el récord de Thor Heyerdahl que, dos décadas antes y con una finalidad similar, había viajado en su balsa de totora “Kon Tiki” desde el Perú hasta la Polinesia francesa, sólo unas 3.800 millas de navegación.
Es importante señalar que Vital Alsar no era marino profesional y de sus tres compañeros, solo el francocanadiense Marc Modena tenía experiencia náutica, como timonel de la Marina militar francesa. Sin embargo, Alsar, profesor mercantil de formación profesional, había estudiado Astronomía y Navegación de forma autodidacta y se manejaba perfectamente con el sextante, las tablas náuticas y el cronómetro para calcular su posición.
Como hemos indicado, “La Balsa” —pues este era el nombre de la embarcación— tenía una eslora de sólo 14 metros. Estaba formada por siete grandes troncos de longitud decreciente y unidos por cabos de sisal (no se utilizó ni un sólo clavo metálico), que soportaban una plataforma transversal de madera y, sobre ésta, una cabaña de bambú trenzado como único y precario refugio de la tripulación, así como un mástil para izar en él una sola vela cuadra. En lugar de timón, una serie de varias quillas móviles, a modo de orzas, situadas a proa y popa, permitían gobernar la embarcación con bastante eficacia. Para su alimentación durante una travesía de varios meses, los osados aventureros confiaban, principalmente, en la pesca y el agua de lluvia, pues la capacidad de almacenaje de víveres a bordo era mínima.
No contento con el éxito de tal hazaña, Vital Alsar repitió la experiencia tres años más tarde, esta vez con tres balsas. Repitieron los mismos tripulantes, más la incorporación de algunos estadounidenses, mejicanos y canadienses adicionales, hasta llegar a la cifra de doce, cuatro por cada balsa. En esta segunda expedición, algo más larga en singladuras de mar, se cubrieron 9.000 millas hasta la costa australiana.
En su momento, las aventuras de Alsar tuvieron, como es lógico, bastante repercusión, pero así como la expedición de Thor Heyerdahl —repetimos, de alcance bastante más modesto— convirtió al noruego en una celebridad mundial hasta su fallecimiento, las del santanderino cayeron pronto en un injusto olvido. Es cierto que su ciudad natal bautizó a un grupo escolar con su nombre y que “La Balsa” de 1970 y unos pequeños galeones que posteriormente construyó se conservan también en Santander, pero creo que Vital Alsar no ha recibido el reconocimiento público que merecía, al menos en el grado suficiente acorde con sus méritos. Es de suponer que en ello influye sobremanera la habilidad de cada cual para “venderse” bien. Sin haberle, por supuesto, conocido y sólo en base a las pocas noticias publicadas, me atrevería a decir que este gran navegante es, o quizás y por desgracia era, ante todo un soñador, un poeta de la mar sin un destacable afán de protagonismo mediático.
En 1980, Alsar promovió la construcción de una réplica de la nao de Cristobal Colón en un proyecto de nombre bastante expresivo: “Mar, Hombre y Paz”, para llevar una bandera blanca desde Veracruz, donde él ha vivido desde su matrimonio con una mejicana, a diversos puertos del mundo.
Esa faceta humanística, poética y pacifista de Alsar se puso de manifiesto con la última expedición, con su protagonista contando ya setenta y seis años. Me refiero a la denominada “El Niño, la Mar y la Paz”, de los años 2009-2010. En un trimarán de madera que llevó el nombre de “Zamná”, deidad maya del conocimiento, el navegante cántabro quiso hermanar dos antiguas culturas, la griega clásica y la maya, mediante el viaje protagonizado por un niño de esta última etnia como miembro destacado de la tripulación del barco y portador de un mensaje universal de paz, desde Cozumel hasta Grecia y regreso, con escala en diversos países y puertos.
La noticia más reciente sobre un Vital Alsar de ya ochenta y seis años, la he podido localizar en un periódico local de Santander, mediante una carta al director fechada en agosto del pasado año, en la que un ciudadano mejicano dice haber coincidido con él y su esposa en un hospital de la capital federal mejicana, donde Alsar habría estado sometido a quimioterapia para luchar contra un cáncer de muy mal pronóstico. Cabe desear que esta grave situación haya sido superada, pues no hay noticia alguna publicada en sentido contrario.
Sea como sea, creo que la efeméride del cincuenta aniversario de la primera travesía del Pacífico por este valiente y sagaz navegante no debería pasar desapercibida por la comunidad marítima española y por las autoridades públicas, en especial las de Cantabria, su región natal.