De estas quince ediciones realizadas he tenido el privilegio de asistir como periodista a trece de ellas y para mi sorpresa, al entrar esta mañana en el recinto, me ha invadido la certeza de que el salón se encontraba a medio hacer. Se nota la ausencia de muchas empresas que antes se dejaban ver sin falta, y las que aguantan tienen poco que ofrecer.
Hubo un tiempo en que Renfe, Adif y Puertos del Estado contaban con paradas propias y estratégicamente ubicadas. Hubo un tiempo en que los puertos de interés general disfrutaban de sendos stands propios y presencia institucional al más alto nivel. Ahora, exceptuando los puertos grandes e interesados (Barcelona, Tarragona, Valencia…), ya no están. Como mucho los encuentras representados bajo el paraguas del ministerio de Fomento, junto a los trenes públicos.
Para hacer tal ridículo hubiera sido mejor que se quedaran en casa y que la ministra Ana Pastor no hubiera aparecido por Barcelona. Total, para decir obviedades mejor se queda en su casa. Hubo un tiempo que hasta el Jefe de Estado inauguraba el salón… Cualquier tiempo pasado fue mejor, dicen. Ahora abre el salón una licenciada en medicina encargada de solucionar las infraestructuras públicas.
Un buen amigo me explicaba hace unos días que el precio de los espacios es caro: hasta 25.000 euros por estar presente en el SIL. Este amigo pensó seriamente en asistir al salón con su empresa y stand propio. Hoy me lo he encontrado paseando por allí y, con tristeza me decía: “Menos mal que somos una empresa pequeña y no asistimos al SIL este año: habríamos perdido un dinero que podemos utilizar más adelante mejor invertido. No hay clientes, no hay contactos de mi ramo (se dedica a la manutención), las pocas empresas que asisten son de gran tamaño y muchas de ellas tienen compromisos previos con el salón para asistir. Así no vale la pena”.
De hecho, un evento que se dice profesional debería cuidar mucho mejor la entrada de los típicos jubilados que asisten a los cócteles de las empresas a arrasar con las tapas, los montaditos y el cava; como si esperaran el evento para comer a gusto. Ver esta imagen daña la retina de cualquier persona sensible.
Y la culpa no la tienen los responsables del salón a los que se debe reconocer que hacen un trabajo encomiable a lo largo de todo el año. Hay que atribuir la culpa a la clase política y a sus intereses partidistas. A la atomización de eventos de estas características a lo largo y ancho de la geografía española que hacen que el SIL haya perdido, al menos este año, la fuerza que tenía. Ese nacionalismo español que construye la red ferroviaria partiendo desde Madrid, un capricho ilógico e ineficiente, y que no puede tolerar que Ifema no tenga una feria y un salón más que los demás.
Después hay cosas en el SIL de Barcelona francamente mejorables. La primera de ellas son las mentiras piadosas. Una persona, como visitante que va al SIL, si entra y sale del recinto 4 o 5 veces lo contabilizan como nuevo visitante tantas veces como haya accedido. Señor Lacalle, por favor, no lo haga. A todos nos gustaría que hubiera 50.000 asistentes reales, pero si por cualquier razón asisten la mitad se debe decir esta realidad y, sobre todo, se debe poner remedio.
Para muchos el corazón del salón son las jornadas que en él se realizan. Yo he tenido la suerte y la desgracia de asistir cada año que he trabajado con motivo del salón a muchas de ellas, y puedo opinar, con relativa objetividad, que las que conllevan interés real no alcanzan el 10%. La prensa, sobre todo la especializada, podría dar fe de ello de no estar enmudecidos por la publicidad de algunas compañías asistentes. Pero, en este mundillo todo el mundo se conoce y cada año ves a compañeros de profesión con cara de agobio y cansancio.
En Múnich, Alemania, se celebra el principal salón europeo de este sector. De carácter bianual, como exige el sentido común. Copiar lo que hacen en la lejana Baviera y celebrar el SIL cada dos años permitiría crecer, llamar a más empresas a participar, congregar unos paneles con ponentes más potentes y sobre todo, que los visitantes profesionales del salón acudan con más ganas y más novedades.
La logística portuaria es un segmento que, al menos en Barcelona, será difícil que deje de crecer. El SIL debe saber aprovechar estas sinergias y devolver el salón al lugar que le corresponde. Hoy, allí, mirando a derecha e izquierda, se podía ver a los típicos empresarios que siempre asisten por el mero estar presentes y que se les vea. Pero se intuye poco negocio y las ferias están previstas para hacer negocios. Ahora bien, falta el apoyo público para lograrlo. Si ni el ministerio de Fomento apuesta por un salón del transporte, apaga y vámonos.