Hace unas semanas se estrenó en la plataforma de entretenimiento Netflix una serie (un serial, mejor), con el título de “Alta mar”. Un proyecto paradigmático de lo que podríamos calificar de basura catódica o bazofia digital. Nada en la serie es veraz y la mayoría ni siquiera es verosímil. Empezando por los actores. El neófito Jon Kortajarena demostró en los primeros episodios que la interpretación no es un oficio sencillo que se aprende en cuatro días. Reconociendo que a medida que avanza la serie, su trabajo mejora, el resultado global es lamentable. Incluso un actor con la experiencia y la sabiduría de José Sacristán se ve arrastrado por la mediocridad general y por momentos se le ve desganado, como si se preguntara qué hago yo aquí.
La serie pretende recrear el viaje en un trasatlántico, el BÁRBARA DE BRAGANZA (¿a quien se le ocurriría semejante nombre?), que a veces parece un buque de principios de siglo, tal que un TITANIC, y a veces se convierte en un paquebote de los años cincuenta, un BELEN o un CABO SAN ROQUE, sin ir más lejos. Una recreación penosa, irritante, construida sin respeto alguno a la realidad de la vida y el trabajo a bordo de un buque de pasaje. La relación entre los personajes que aparecen, capitán y primer oficial, nada tiene que ver con las relaciones entre estas categorías profesionales. El diseño del puente de gobierno del buque constituye una broma de mal gusto. Han puesto en escena un amplio salón, que pudiera pertenecer a una casa con posibles o a un castillo del siglo XVII, y le han añadido un par de objetos náuticos puramente ornamentales. Las escenas que en ese puente tienen lugar resultan inenarrables. Mencionan rumbos fabulosos, velocidades mágicas, órdenes imposibles. Ya digo, una falta de respeto a la realidad que inspira una gran tristeza.
La trama, como era de esperar, utiliza el barco como mero decorado. Pero, aun así, el guión cae en contradicciones sorprendentes. Aparece un gran temporal que obliga al buque a cambiar el rumbo para dirigirse hacia el vórtice de la borrasca. Una tempestad que, naturalmente, no afecta al barco: ni un simple balance, ni un ligero cabeceo, nada. Y aparece un tripulante impostado que no se sabe bien si va de engrasador, mecánico o camarero, pues aparece en situaciones que parecen aludir a esas funciones. Ese inefable personaje -encarnado por uno de los pocos actores salvables- resulta casi al final del serial como un Mc Guffin, un increíble señuelo que parece una cosa y al final se destapa como algo que nada tiene que ver con lo que nos han contado. Una estafa.
Tan descerebrado guión, firmado según leo en Wikipedia por Ramón Campos y Gema R. Neira, no olvida meter en la serie algunas escenas y algunos diálogos que remiten, sin pudor ni talento, a la historia que nos contó James Cameron en su oscarizada “Titanic”, una película cuyos defectos náuticos (recordemos la famosa escena de los amantes en la proa), tenían al menos una excusa emocional y estética. El trabajo de Campos y Neira, por el contrario, no tiene excusa. La serie corrompe la promesa del título, “Alta mar”, y constituye un trabajo bobalicón y cochambroso. Amenazan con una segunda temporada. Si cumplís la amenaza, guionistas y director, por favor documentaros con un poco de rigor, contratad a un marino para que os explique qué es un barco, cómo navega y cuál es el papel de cada tripulante. Os costará poco dinero y evitará que sigáis haciendo el ridículo.