He aquí el último relato cocinado por Luis Jar Torre, el gran relator de accidentes marítimos, único en su especie, un deleite para los muchísimos admiradores que leemos con fruición sus magistrales reconstrucciones de naufragios históricos. Esta vez, la embarrancada del acorazado de Su Graciosa Majestad HOWE, uno de los seis acorazados de la clase Admiral, en la ría de Ferrol, el 2 de noviembre de 1892.
El lector tiene adjunto el relato completo en formato pdf, lectura que nos excusará de entrar en detalles sobre el contenido y nos permitirá algunos comentarios sobre la técnica literaria y los procedimientos forenses que Luis Jar aplica a sus relatos.
Lo primero es elegir el objeto del próximo relato. La mies es mucha y el tiempo escaso, hay que decidirse por uno de los numerosos buques civiles y militares que han engrosado la lista de siniestros marítimos. ¿Con qué criterios, en base a qué razones, escoge Luis Jar su próximo relato? A cuenta de lo que el autor nos explique algún día adelantemos algunas hipótesis: que el accidente tenga cuerpo y no aparezca como el resultado simple del infortunio; de gravedad reconocida y con suficiente literatura documental; y que, por lo que sea, despierte su curiosidad. Ya tenemos el buque, esta vez, la varada del orgulloso acorazado británico HOWE, una historia con polémica, emoción nacionalista -una emoción peligrosa- y causas al gusto de cada cual.
A continuación viene la fase de búsqueda y rescate. Hay que indagar en libros y archivos cuanto se haya escrito sobre el suceso: informes, noticias de periódico, crónicas, anuarios, etc. A medida que avanzan las lecturas se complica la historia, aparecen personajes que es necesario conocer, anécdotas a desarrollar y confirmar, detalles que surgen y que precisan de nueva investigación para comprender su significado respecto al suceso. Esta fase incluye el archivo de fotos, planos, cartas náuticas, biografías y demás datos que pudieran ser relevantes para el relato. Luis Jar disfruta y aprende en esta fase. No tiene ninguna presión externa, trabaja al ritmo que le marca su deseo de averiguar y seguir aprendiendo, cada hallazgo constituye una alegría, el más pequeño avance una gran satisfacción.
Ya contamos con una montaña de datos, de notas, de fotos, de documentos examinados con lupa y trabajados para su comprensión por un lector actual. Y ya tenemos una idea clara de las cinco, seis, diez o quince líneas de material con los que construirá Luis Jar el relato. Ahora toca escribir, quizás la parte más ardua de todo el proceso.
Luis Jar puede permitirse el lujo de escribir de forma reposada. Coge la idea, selecciona los materiales y construye una, dos o tres frases. Las lee, las retoca. Tacha, añade, cambia un verbo por otro, aquí pone un adjetivo, más allá suprime un adverbio. Y así, sin prisas, aprendiendo, siempre aprendiendo, va completando el relato, cuyo título tiene decidido desde hace ya algunas semanas o meses, probablemente, en este caso, desde el momento en que cayó en la cuenta de la importancia de llamarse Plantagenet cuando uno pretende hacer carrera en la Royal Navy y salir indemne de una varada escasamente honorable.
Luis Jar Torre premia a sus relatos con un aporte de datos técnicos bien apoyados en ilustraciones y cartas náuticas, una labor erudita que combina, en mi opinión de forma justa y pertinente, con opiniones, fundadas, sin duda, pero que no suelen formar parte de los informes periciales al uso. Las pinceladas que nos ofrece de los nobles británicos involucrados en la embarrancada del HOWE (Hasting, Seymour, Fairfax), los errores técnicos de las construcciones de los acorazados de la serie Admiral, que Jar presenta sin mayor alharaca, constituyen ejemplos de esas pinceladas de color que aumentan en mucho el valor de los relatos. En esas opiniones, Luis Jar se muestra siempre compasivo, comprensivo con las pasiones, los errores, los vicios y los defectos de quienes en la cubierta, en el puente y en la sala de máquinas deciden la desdicha del buque. Con esa empatía, Luis Jar humaniza el relato y nos enseña que el mal -el siniestro- suele ser el resultado de los prejuicios, las supersticiones y los fallos de las personas. La decisión de condenar que las sufran los jueces; él investiga como un forense, para entender cómo y por qué. Y lo cuenta con prosa limpia y clara, que resiste con apenas daños las innecesarias comillas semánticas cuyo uso el autor no logra esquivar.