A MODO DE ENTRADILLA: Itsaso Ibáñez, piloto de la marina mercante, profesora y doctora en Náutica, ha publicado “La navegación astronómica. Compendio y cálculos” para facilitar el estudio de esta asignatura que ya arrumba hacia el pañol de conocimientos y prácticas tradicionales, en donde le esperan las velas y jarcias, sus viejas compañeras durante la era de los grandes descubrimientos e imperios ultramarinos.
TEXTO: Los profesores de Astronomía y Navegación llevan cinco siglos actualizando sus textos académicos conforme van cambiando las ciencias náuticas y las necesidades de los marinos. Ahora, ya tocaba. Décadas después que los mercantes estudiásemos esta materia con los textos de José Mª Moreu Corbera, Itsaso Ibáñez ha publicado “Navegación astronómica” (2016), aunque parezca anacrónico romperse la sesera con los triángulos esféricos, e incluso una provocación situarse trabajosamente por los astros cuando resulta cómodo y seguro guiarse por el firmamento de satélites. Nobleza obliga. Ella sigue una tradición académica secular, patente en el guiño de incluir “compendio” bajo el destacado título de su libro.
Podríamos remontarnos hasta Martín Cortés, profesor de Náutica en Cádiz, quien creó escuela con su obra “Breve compendio de la Sphera y de la Arte de Navegar” (1551). Pedro Manuel Cedillo (1717), Jorge Juan (1757), Miguel González (1883), entre otros, también recurrieron a titular sus obras con el vocablo “compendio” y se atuvieron a ello para que los futuros pilotos contaran con unas obras breves y prácticas sobre una materia de por sí extensa y compleja. Son textos donde teoría y ejercicios de cálculo se complementan para poder, primero, entender y luego aplicar conceptos con los que calcular la situación del barco en alta mar, amén de hallar la corrección del compás. Otros profesores de náutica recurrieron a conceptos similares a “compendio”, como “Curso de estudios elementales de marina” (Gabriel Ciscar) y “El imprescindible del marino” (García de Paredes). Y quienes optaron por los tratados de navegación (Fontecha, Estrada/Agacino, Ribera y Uruburu, Moreu, etc.) no olvidaron que lo primordial era compendiar al máximo la astronomía sin menoscabo de poder calcular la situación del buque en alta mar. Eso sí, contra más y perfeccionados medios iban llegando a bordo (sextante, almanaque, cronómetro, tablas, identificador de estrellas…) más posibilidades había de aprovechar la navegación astronómica y más complejos eran los cálculos que afrontaba el futuro marino. Fue la época dorada de la astronomía, con sus enrevesados y agobiantes cálculos de salón que ponían a prueba a quienes deseaban ser oficiales de puente. Se rizó el rizo con situaciones de una milla de error o mucho menos aún si el observador era preciosista, las condiciones atmosféricas óptimas y los medios técnicos adecuados.
Así hasta que a finales de los años setenta empezó a generalizarse la navegación satelitaria (Navsat/Transit, precedente del GPS). Ya no haría falta estudiar tanta ni tan embrollada navegación astronómica. Cuatro décadas después, se plantea cómo gestionar el ocaso de la navegación astronómica conforme ha caído en desuso y surgen nuevas tecnologías de posicionamiento independientes de los satélites (Enhanced Loran/eLoran) e incluso sin referencias externas al barco (INS inercial). Éstas darían la puntilla a la navegación astronómica como único medio alternativo de posicionamiento global al eficiente sistema de estrellas satelitarias GNSS (GPS, Glonass, Galileo, BeiDou). Entretanto, nadie desea cargar con el muerto de enterrar la navegación astronómica en las aulas de la marina mercante. Y menos cuando la astronomía náutica ha visto pasar a mejor vida varios sistemas de radionavegación que décadas atrás le hacían sombra (Gonio, Omega, Decca, Transit, Loran-C…). Ante esta disyuntiva, la profesora Ibáñez propone una alternativa.
“La enseñanza de la navegación astronómica debe, sin duda, adaptarse a los nuevos tiempos, ajustando los programas de las asignaturas en duración y contenidos, despojando de complejidad las explicaciones de sus fundamentos y reduciendo los métodos y los problemas expuestos al mínimo necesario.” (pág. 4).
Tal cual. “Al mínimo necesario” supone plegar más velas para que la astronomía náutica no naufrague, por ingrata faena y excesivo academicismo, en el acomodado océano de las nuevas tecnologías de posicionamiento marítimo. Se pretende que sea tan sencilla y práctica que lejos de suponerles a los marinos quebraderos de cabeza, les resulte hasta cierto punto atractiva y con muchísima suerte hasta divertida.
Este enfoque confirma que Itsaso Ibáñez, profesora de Ciencias y Técnicas de Navegación de la ETS de Náutica y Máquinas Navales de la Universidad del País Vasco, afronta un problema didáctico diametralmente distinto al que tuvieron durante siglos sus predecesores. De entrada, poco menos que tiene que justificar que se siga estudiando esta asignatura alegando la vulnerabilidad de los GPS. Y además rebaja el listón de lo que considera suficiente conocimiento de astronomía para no atiborrar a los alumnos con lecciones que rara vez tendrán que aplicar a bordo. No porque lo decida sólo ella. El Plan Bolonia ha reducido los créditos de las asignaturas de navegación astronómica y la OMI (Organización Marítima Internacional) se conforma con que los pilotos sepan el mínimo común denominador para cumplir el STCW-78 (A-II/1, 2) y sus enmiendas (Manila, 2010).
Resulta extraño defender la vigencia de la navegación astronómica después de haber sido durante siglos tan incuestionable que no se concebía estudiar náutica sin darle total prioridad. Es lo que hay. Se arguye que, si fallan los satélites, los receptores GPS o la corriente eléctrica, siempre se podrá contar a bordo con la astronómia náutica, porque para hallar la posición y la corrección del compás no necesita el barco ningún elemento externo ni siquiera una simple pila voltaica. Sextante, cronómetro, almanaque y tablas, no más. La observación/cálculo de los astros sería, pues, la única alternativa real contra la supuesta vulnerabilidad de la navegación satelitaria. Sin embargo, ésta última es sólo cuestionada por casandras que auguran guerras mundiales, catástrofes siderales, piratas digitales y hasta náufragos medio muertos sobre una balsa con sextante. Nada de eso ha sucedido en medio siglo, y los únicos problemas reseñables que, por mi parte, he tenido con el GPS han sido en ciertas áreas del mar Adriático donde en ocasiones daba errores por razones que aún se me escapan.
Tampoco es previsible que de golpe y porrazo en un barco mercante caiga la planta, fallen las baterías y no arranque el generador de emergencia durante horas. De hecho, los marinos han asumido tanto la seguridad incontestable del GPS que los veteranos olvidaron hace tiempo la navegación astronómica y los jóvenes, una vez aprobada esta asignatura, ni se molestan en practicarla.
Esta realidad choca con el requerimiento de IMO para que los pilotos sepan, al menos, calcular por los astros la posición del buque y la corrección del compás. Pero nada ayuda a ello que los estrictos inspectores vetting obvien con harta frecuencia revisar los instrumentos, libros y registros relacionados con las observaciones astronómicas, desde el diario del cronómetro al cuaderno de cálculos. Saben lo que pasa y pasan de todo. Ellos mismos desdeñan este tipo de navegación mirándola apenas de soslayo. Encima, está el contrasentido de algunas navieras. En teoría exigen que sus pilotos usen el sextante, por aquello de la doble comprobación, al tiempo que les proponen incentivos a quienes lo cumplan, en vista de que les resulta ingrato e innecesario hacer incluso sencillos cálculos más allá de hallar las correcciones del compás y de la giro. No hay modo.
La navegación astronómica hace hoy las veces de los estays que durante décadas arbolaron más que a palo seco (ni siquiera velas recogidas) los primeros buques de vapor por si fallaba la máquina. Pero con menos razón, porque el GNSS es una tecnología segura, madura y más que consolidada. De aquí el deseo de reducir al mínimo, y sólo por si acaso, el estudio de la astronomía. Y esto no es tan fácil, como se comprueba en el esfuerzo de Itsaso Ibáñez por simplificar dichos conocimientos y cálculos. Sus antecesores tuvieron durante siglos un problema algo similar. Al compendiar la navegación astronómica debieron resumir también la cosmología, geometría. trigonometría y aritmética que impartían porque sus alumnos carecían de estudios medios. Esto último ya no sucede. Pero sí lo de siempre. Mal se puede enseñar la navegación astronomía de manera fácil y práctica sin abordar las nociones generales, los fundamentos teóricos y las tecnologías básicas con que entender lo indispensable. Y estos conocimientos tienen una complejidad y aridez inherentes. Así sucede con los tipos de horarios, de horas y de horizontes; los triángulos esféricos; los errores y correcciones que aplicar; el manejo de diversas tablas y tablillas; la composición y uso de los instrumentos náuticos; los términos astronómicos y símbolos astrales, entre mágicos y abracadabrantes…
La alternativa sería echar por la borda la parte teórica y hacer tipeos y sencillos cálculos por pura rutina, sin tener pajolera idea conceptual de lo que se está haciendo. Incluso sin realizar una operación aritmética a mano ni molestarse en abrir el almanaque. Porque, aparte del GPS, para algo están los ordenadores en que introduces cuatro datos y obtienes la situación del barco y la corrección de aguja. Si en 1975 la calculadora de bolsillo Tamaya NC2 Astro Navegation resolvía los principales cálculos de astronomía náutica, no digamos nada las maravillas que ofrecen hoy los actuales programas informáticos. Como con casi todo a bordo. No hace falta saber cinemática desde que se puso el Arpa, ni mareas disponiendo del programa Easy-Tide, ni cálculos de estiba gracias a las avanzadas versiones del LoadMaster, ni descifrar el tiempo observando el cielo y el barómetro pues es mejor mirar el Wind-Guru en Google…
La vida. ¡Qué le vamos a hacer! En cuanto se use el sextante sin necesidad de saber sus principios teóricos, sólo para obtener una altura observada que introducir en un programa informático, entonces se habrá dado el carpetazo a las últimas clases de astronomía. De aquí el empeño de Ibáñez por enseñar navegación astronómica a pesar de los satélites y calculadoras. ¡Lo que haga falta! Si para hacer su asignatura menos árida hay que poner pocas fórmulas trigonométricas, pues, nada, sólo las justas. Se coloca la primera en la página 146, creo, las siguientes a partir de la página 235, porque con los triángulos esféricos no hay más remedio que entrar a saco en senos y tangentes…, y sanseacabó. Y a la autora no se le caen los anillos por ello a pesar de pertenecer en la ETS de Náutica, de Portugalete, a la misma cátedra de don Ramón Inchaurtieta, quien se jubiló con 70 años en 1975 tras impulsar, desde 1941 contra viento y marea, la Navegación Astronómica al máximo nivel de estudio y de exigencias. Uno no sabe si es una ironía del destino que una de sus sucesoras rebaje “al mínimo necesario” el listón de dicha asignatura o, por el contrario, de casta le viene al galgo, Itsaso Ibáñez hace lo que puede por enarbolar lo más alto posible el pabellón de la navegación astronómica, al estilo de don Ramón, cuando empieza a ser toda una hazaña defender y mantener a flote dicha asignatura. ¡Quién lo iba pensar cuando en 1971 estudiaba Astronomía y Navegación en la Escuela de Portu!
El libro de Ibáñez supone más que un cambio de rumbo respecto al planteamiento académico de quienes antes impartieron su asignatura. Cierra un ciclo iniciado hace tres siglos cuando el profesor de náutica Pedro Manuel Cedillo publicó “Compendio de Navegación” (1717). Esta sencilla obra puede considerarse previa a la revolución de la navegación astronómica de la segunda mitad del siglo dieciocho (octante/sextante, cronómetro, almanaque, tablas náuticas y de distancias lunares). Cuarenta años después, Jorge Juan i Santacilia, su discípulo de cuando fue director de la Academia de Guardias Marinas, publicó su propio “Compendio de Navegación” (1757) dando un revolcón a quien fue su profesor.
Ibáñez, a su vez, ha publicado su obra cuando dicha revolución dieciochesca ha sido suplantada por la revolución de las telecomunicaciones aplicada a la navegación marítima. Hoy se vuelve a navegar a lo Pedro Manuel Cedillo: sin sextante, ni cronómetro, ni tablas ni almanaque náutico… Aunque, por supuesto, sin el “punto de fantasía” porque ya no hay a bordo ni la aproximada situación de estima, gracias a unos adelantos insospechables para él y para los ilustrados alumnos que le superaron. Es curioso que los libros de Cedillo y Jorge Juan se lleven cuatro décadas, y otro tanto entre la jubilación de Inchaurtieta y la última obra de Ibáñez, quien por pocos años no fue su discípula. Dichos periodos vendrían a marcan los flujos de pleamar y de bajamar de los dos siglos de oro de la navegación astronómica. Fin de ciclo.
El último compendio, el de Itsaso Ibáñez, hasta se parece al primero en que sus textos no tienen color ni alardes visuales. Es en blanco y negro, con pobres concesiones a la fotografía y a los didácticos recursos infográficos. Al contrario que los libros publicados para la náutica deportiva, patrones y capitanes de yate, como, entre otros, las últimas ediciones de “Navegación Astronómica” de Luis Mederos. Genio y figura de los profesores de la Náutica profesional. Fieles a la tradición de ceñirse a textos claros, concisos y útiles. La novedad es que esta última obra rompe moldes por haber sido escrita por una mujer piloto y doctora de la marina mercante, cuando desde siempre los autores de semejantes libros de astronomía náutica habían sido hombres y, salvo excepciones, oficiales de la Armada.