Joan Salvat-Papasseit (1894-1924) nació en una familia marinera de Barcelona, se educó durante cinco años para ser hombre de mar en el buque-asilo TORNADO, sito en el puerto, donde con 21 años trabajó un tiempo de guardamuelles; su mujer y algunos amigos claves eran de la Barceloneta, barrio en el cual se casó y en ocasiones vivió, al que siempre estuvo ligado. Le agradaba pasear por las zonas portuarias y en sus narraciones y poemas, como hoy su estatua en el puerto, nunca dio la espalda al mar, recurriendo a él en sus poemas para evocar la libertad y la aventura, siquiera para largar amarras con los desengaños en tierra.
A lo Rafael Alberti, él fue otro Marinero en Tierra: “¿Por qué me trajiste, padre /a la ciudad? /¿Por qué me desterraste del mar?”, pues al desembarcar del TORNADO quedó al pairo a modo de un inadaptado expuesto a todos los oleajes y corrientes de la vida, incapaz, en su empeño de ser intelectual, de capear las necesidades básicas sin la ayuda de quienes le querían. De algún modo, quizás lo explicitó: M´han robat l´altre mundo i no m´han deixat viure en aqueste
Solo encontró puerto refugio a partir de 1917, cuando Eugeni D´Ors le recomendó a la familia Segura para trabajar en sus lujosas galerías Faianç, luego, Layetanas (Gran Vía de las Cortes Catalanas, 613). Sus exposiciones y mostradores, visitados por artistas e intelectuales, por burgueses y mecenas, fueron el malecón tras el cual él pudo, al fin, ser poeta con mayúsculas, al abrigo también de los espigones que formaban su madre Elvira Papasseit Orovitx (1863-1951), y su entonces novia Carme Eleuterio Ferrer (1894-1967).

Joan Salvat-Papasseit merece una biografía que no pase de puntillas por sus primeros tres lustros ni resalte con tanta parcialidad su vertiente de intelectual comprometido con la justicia sociolaboral y el nacionalismo. Solo se acierta de pleno al ensalzar sus excepcionales poemas en catalán. Ese entuerto no lo resuelve este artículo que, a lo más, contribuirá a conocer un poco mejor al poeta. Empezando por la importancia que tuvo su formación marinera y humana recibida en el Asilo Naval Español. Fueron un lustro, de los siete a los doce años (1901-1906) que, más el tiempo indeterminado que pasó en los salesianos, marcaron su vida, a la espera de investigar mejor qué hizo hasta que en 1911 conoce al librero de viejo Emili Eroles y participa en el Ateneu Enciclopedic Catalá. No basta con saber que trabajó de mozo en una droguería y de ayudante en un taller de esculturas religiosas, que recibió clases de Filosofía en los Estudis Universitaris Catalans (1913), que fue secretario en la biblioteca del Ateneu Enciclopedic Popular, donde tuvo ocasión de escuchar a notorios conferenciantes (Companys, Ortega y Gasset, Andreu Nin, Seguí, D´Ors).

Al puzle le faltan algunas piezas, otras no encajan. Es falso que nació en una familia humilde y que la corbeta TORNADO fuera un tétrico asilo para niños huérfanos. A esto contribuyó algo Salvat-Papasseit alardeando de autodidacta al decir: “Aún no hace siete años que aprendí a leer a trompicones mirando los anuncios de los escaparates”. Se esquiva que gracias a que tenía una formación previa, él pudo ser un autodidacta capaz de forjarse intelectualmente y formar parte de la bohemia libertaria de la Barcelona inmersa en los profundo conflictos de su tiempo. Sus primeros textos, si no hubo antes otros, datan de 1914 y denotan una notable calidad, de la que no se improvisa.
LA PLACA DE MÁRMOL
En 1994, apareció una placa de mármol en la fachada de la vivienda en la que murió el poeta (calle Argenteria-64) sin referencias a quien la puso. Tiene algo de estrambótico que, además de ignorar al padre, afirme con rotundidad que su madre, Elvira Papasseit Orovitx, era gitana, pretendiendo plasmar su origen humilde y marginal. Esta invención, que no es la única en dicha placa, tergiversa la figura de Salvat-Papasseit, quien nació en una familia trabajadora que podía permitirse vivir en la calle Urgell, no lejos de la Gran Vía. La madre había heredado algunas tierras en su pueblo natal, cuyas ventas le reportaron unos dineros, y su padre era palero/fogonero en el vapor MONTEVIDEO, de la naviera con los mejores salarios y más estabilidad laboral de la marina mercante. Su trabajo duro y peligroso conllevaba más sueldo, aparte de ciertos estímulos (por ejemplo más ración de vino).
La familia pudo, por tanto, vivir en una zona confortable y, como muestran algunos retratos, fotografiarse en el estudio de algún profesional. De humildes, nada hasta que el padre José Salvat Solanas murió a bordo en un accidente laboral que fue noticia (“La Publicitat”, 07.07.1901). Aun así, la viuda no debió pasar miserias, porque hasta diez años después no se cambió con sus hijos de casa a un barrio popular (calle Gignàs, paralela a la calle Ancha/Clavé, cerca de Correos).

Del hijo mayor, el futuro poeta, se encargó el Asilo Naval, y tiempo después, también ingresó en el mismo el hijo pequeño Miguel (1898-1972), pues dicho centro no admitía huérfanos de menos de seis años. Además, la viuda contó con la pensión de viudedad de la Institución Benéfica (montepío de la empresa) que ese mismo año, 1901, había creado la naviera Trasatlántica para sus trabajadores, a la que los éstos contribuían con una pequeña cuota y el resto lo ponía el armador, Claudio López, segundo marqués de Comillas. Por esto, al quebrar la Compañía Trasatlántica en 1932, la pensión de Elvira Papasseit la siguió pagando la Generalitat y el Estado.
No sería extraño que el pequeño Salvat-Papasseit ya supiera las primeras letras antes de ser admitido en el Asilo Naval, dado que las familias barcelonesas con algunos ingresos se las ingeniaban para que sus hijos no fueran analfabetos. De hecho, sus futuros amigos de la Barceloneta acudieron a clase desde niños. Y el analfabetismo en la Barcelona de 1915 rondaba el 50% porque lo cifraban, sobre todo, la gente mayor, las mujeres, los inmigrantes y los niños de extracción muy humilde. No eran los casos del futuro poeta. Desde 1909 la enseñanza básica era ya obligatoria hasta los 12 años.
UN ASILO NADA COMÚN
Es una fatalidad quedarse huérfano y a renglón seguido ingresar en un viejo barco-asilo. Pero no tan mal si el centro era el Asilo Naval Español (1878-1937). Hasta podía ser una bendición. Sin embargo, se le tilda de tétrico con relación a cómo lo pudo vivir Salvat-Papasseit. Vamos a ver. La idea de crear en Barcelona el Asilo Naval para huérfanos del mar provenía de Gran Bretaña que había habilitado antiguos barcos de guerra (el WORCESTER, por ejemplo) para cantera de futuros marinos de la armada y la mercante. Otros países copiaron esta idea que se balanceaba entre la beneficencia personal y la conveniencia nacional. No consistía en amontonar niños a la espera de que creciesen, sino en educarles y darles una formación básica, además de la profesional para contar con buenos marinos, también disciplinados.

Los asilos para huérfanos del mar (Depósitos) surgieron por la costa española, pues solo en la galerna del 28 de abril de 1878 murieron en el Cantábrico unos 300 marinos mercantes y pescadores, seis huérfanos de los cuales formaron parte de la primera promoción del Asilo Naval (acto inaugural, 24.10.1878). Y sin ir tan lejos, en las costas catalanas y valencianas se ahogaron 140 pescadores en cuatro días de 1911. Todavía hace medio siglo el mar se cobraba en España decenas de vidas al año (27 muertos al naufragar el pesquero MARBEL a la altura de cabo Sillero, 1978).
El insigne marino José Ricart Giralt, director de la Escuela Náutica de Barcelona, se puso al frente del proyecto, lo cual era garantía de eficiencia. Estuvo apoyado por entidades públicas, numerosos marinos, benefactores, Junta de Damas, Junta de Señoritas, amén de navieras, entre ellas la Compañía Trasatlántica a pesar de que ya contaba en Cádiz con un centro para los huérfanos de sus barcos y astillero. Luego estaban las donaciones, desde el Rey al indiano Tomás Ribalta, quien puso 2.500 pts. para acondicionar y traer desde Ferrol el alicaído MAZARREDO, primer buque del Asilo Naval. Y no le faltaron visitas de personalidades (Reina Regente, Cánovas del Castillo…), dada la ejemplaridad del centro.
Salvat-Papasseit pasó allí cinco años y de haber estado dos o tres años más habría completado sus estudios para optar a ser incluso oficial de la armada o de la marina mercante, aunque también se abría la posibilidad de que sus alumnos estudiasen el bachillerato porque, contra el parecer de Ricard Giralt, la Junta de Damas consideraba que “era una pena que unos chicos tan guapos tuvieran que ser marineros”.
El régimen que vivió Salvat-Papasseit era de internado, con sus ocho horas lectivas (básica, militar y marítima) y trabajos varios (mantenimiento y de régimen interno). Otro aspecto importante, propio de las Escuelas Navales, era los ejercicios de resistencia, de equipo, de valor y disciplina que forjaban el carácter (remar, subir cofas, etc.), algo que demostró tener Salvat-Papasseit cuando soportó con entereza tanto los sacrificios que le acarreaba ser escritor a toda costa, como la odisea de estar enfermo sus últimos seis años, compaginando el trabajo con largas estadías, alejado de la familia, en balnearios y sanatorios.

Su hermano Miguel, cuatro años menor, confirmaría que los huérfanos salían bien preparados del Asilo Naval. Trabajó con su hermano Joan en las Galerías Layetanas, se casó en 1920, señal de que tenía posibles, y dos años después emigró a Cuba, donde montó un sólido negocio de papelería e imprenta. Para que luego digan no sé qué de un barco tétrico que mantenía a los huérfanos en la ignorancia.
Los niños del Asilo solían ser noticia porque su banda de música tocaba en ciertos acontecimientos de la ciudad, competían en las regatas del puerto o celebraban vistosas fiestas e inauguraciones de curso (enternecedoras fotos en internet). Cinco años allí, sin lujos pero bien atendidos y formados en lo esencial, fueron suficientes para que luego el futuro poeta no se conformara con trabajar para vivir. Aspiró a más porque no se sintió constreñido. Tenía ambiciones. Lo propio de un niño preparado y tenaz.
El barco-Asilo TORNADO solía estar fondeado o atracado en la Barceloneta, por popa (lo normal para entonces), y los huérfanos tenían sus momentos o días de esparcimiento para salir a tierra, más las vacaciones y las visitas de sus familiares. En cualquier caso, no estaban condenados a galeras. Bastó que le reclamase su madre, para que el futuro poeta dejase el TORNADO. Que se sepa, él no lo pidió y nunca criticó al Asilo Naval, aunque quienes pasan por tales centros de beneficencia tiendan a escamotearlo. El periodista Jesús Hermida (1937-2015), también huérfano de un fogonero que murió en el mar, obtuvo ayudas para abrirse paso.
A MERCED DE TODAS LAS CORRIENTES
Poco se sabe del periplo que hizo Salvat-Papasseit desde que pasó por los salesianos hasta que publicó su primer artículo periodístico (22-08-1914), haciéndose notar un año después al nombrarle Eugeni D´Ors en sus glosas. Al parecer, trabajó en varios oficios sin asentarse en ninguno porque siendo adolescente apostó por todo o nada en el mundo intelectual. Se hizo un voraz lector, si no lo era antes, aprovechó el Ateneu Enciclopedic Popular y entabló amistades con jóvenes de similares inquietudes que decantaron su vida: siempre contestatario de izquierdas, nunca con el mismo rumbo. Quedó, pues, a merced de las corrientes que le abatían según las modas y las amistades. Normal. Se dirá que tampoco el anarquista Salvador Seguí hizo estudios superiores, pero este fue un hombre de acción que se doctoró en la calle, allí donde mejor aplicó su ideario. Poco que ver con Salvat-Papasseit, un subversivo de papel y pluma, excelente literatura, que no participó, que se sepa, en manifestaciones ni actos reivindicativos. Ni era líder, ni hombre de acción.

Un autodidacta puede llegar a ser poeta y escritor si lee y práctica mucho y además tiene cualidades para ello. Para enfocar los aspectos políticos y los problemas sociolaborales, se necesitaría algo más, un canon, fruto también de una formación académica de la que Salvat-Papasseit casi careció. No basta con tener entusiasmo, pasión e inconformismo, tampoco con mostrar empatía y compromiso con quienes sufren injusticias, salvo que se pretenda ser un panfletario con estilo aprovechando las ideas ajenas que le cuadren. Ese pudo ser Salvat-Papasseit.
Dejó sus conocimientos de terminología náutica, de hacer nudos y timón, de arriar botes y leer el barómetro… sin tener bastante bagaje para opinar sobre la Guerra Mundial, el socialismo… Incluso sobre las injustas condiciones de quienes trabajaban en unas fábricas que él nunca pisó ni tampoco sus amigos de la bohemia anarquizante y pintores de brocha fina Joaquín Torres García y Rafael Barradas (“Humo de fabrica”, artículos).
Quede claro que se aprende a escribir opinión y ensayos calcando ideas de otros y sin tener que haberlo vivido en personas, siempre y cuando haya aportaciones propias y el autor se atenga, al menos, a lo que la realidad le trasluzca. De lo contrario, casi todo se quedará en agitación y propaganda, con guiñadas de orientación política según le dé el viento, hasta que asuma lo inútil de su trabajo y acabe desengañado. Fue lo que le pasó a él. No así a sus amigos de la Barceloneta Tomás Garcés y Joan Alavedra que, además de poetas, prosperaron en áreas de la política porque tenían más formación intelectual. Así tantos otros, entre quienes Salvat-Papasseit trató, como los hermanos David y José Antonio Ruiz Rodríguez (biografiado por Mª Teresa Ruiz Martínez).

Salvat-Papasseit, según Josep Pla, fue “un perro sin collar”. Pasó en una década por el cristianismo social al pie de la letra, por el socialismo, por el filo-anarquismo (“Divina acracia”) y por el fanatismo nacionalista. Y sus aportaciones al respecto interesan a pocos más que a quienes desde la izquierda o el secesionismo ensalzan sus ideas parcialmente estucadas. Sus carencias de índole intelectual para temas políticos y sociolaborales quedaron en evidencia con su bochornoso supremacismo xenófobo contra España y los españoles.
Era un veinteañero y todavía tenía tamañas lagunas: “Hay pueblos que solo son un estorbo: España. Los jóvenes de España sois un hato de eunucos y de imbéciles. Hay que hablaros así para que reaccionéis” (“Juventudes canallas”). “Los [jóvenes] dedicados a la pornografía son solo españoles (…). [Los jóvenes catalanes, en cambio] se dedican a combatir y luchar”. Y contraponía a los catalanes “separados como estamos del resto de España por nuestra cultura superior y ardiente”. Son perlas cultivadas que más valdría que siguiesen inéditas. Valen aquí para constatar que su apasionamiento le jugaba malas pasadas porque había áreas que, por su escasa preparación, no eran lo suyo. Mantuvo su exaltación nacionalista (“Les Conspiracions”, 1922), aunque fue dejándolo para volcarse en lo que sí estaba preparado y era un maestro: la poesía.
MECIDO POR TODAS LAS CORRIENTES
Si en temas políticos, y en parte de su vida, estuvo al pairo, como escritor y poeta se meció en casi todas las corrientes. Salvo en el novecentismo. Salvat-Papasseit se dejó llevar por el modernismo, vanguardismo, cubismo, futurismo, el haiku (poesía japonesa breve y con caligramas). Sucedió que su extremada sensibilidad se ayuntó con su entusiasta influenciabilidad, no exentas de ingenuidad y sinceridad. Le pasó en los temas políticos y sociolaborales (Emili Erodes, Gorki, Josep López-Picó, Daniel Cardona…) y, por lo mismo, en literatura (Joan Maragall, Marinetti, Apollinaire…).

La diferencia radica en que mientras esta confluencia le fue estéril en cuestiones de índole ideológica, favoreció tanto, sin embargo, su formación creativa que acabó madurando en un gran poeta en catalán (“La gesta dels estels”, 1922; “Poema de La rosa als llavis”, 1923; “Ossa Menor”, 1925). Supo aprovecharlo. Lo engranó a su tensionada vida tan útil para la creatividad. Ni que fuese porque manejó el eclecticismo de adoptar revolucionarias formas de expresión, al tiempo que mantenía en la mayoría de sus textos los temas de toda la vida: el amor, la nostalgia, la sensualidad, la vida cotidiana… incluso prosaica, bellamente expresada. Especial mención merecen los poemas relacionados con el mar, el puerto y sus gentes, recopilados por el Puerto de Barcelona en un hermoso libro (“Poemes de mar”, Ed. Proa, 2006), que refleja la clara relación de Salvat-Papasseit con la vida marinera de Barcelona. Motivo más que sobrado para haberle levantado la estatua que tiene en el muelle de Bosch i Alsina desde 1992.
ENTRE GOLPES DE MAR, UNO DE SUERTE

Salvat-Papasseit no paró de recibir golpes de mar desde que quedó huérfano con siete años hasta que su hija pequeña Nuria falleció siete meses antes de morir él. Se sintió explotado durante años y enfermó de tuberculosis, justo cuando la vida le sonreía por primera vez a lo grande tras haberse casado, asentado en el empleo y en las Letras e ido a vivir a la Plaza de España, lejos de la agitada calle San Miguel (Barceloneta). Fue un espejismo de felicidad que a duras penas aguantó hasta el nacimiento de su primera hija, Salomé (1919-1945).
Él sabía lo que era trabajar de vigilante nocturno en el muelle de la Madera y empujar carretones en el puerto por cuatro chavos al día. Y como muchos jóvenes de hoy, supo lo que era levantarse a las cinco y media de la mañana para buscar trabajo, presentarse ante un empresario que le exigía demasiado a cambio de miserias, hasta el punto de que al escritor le llevaron los demonios y despotricó hasta quedarse a gusto: “Las cinco y media son y he vestirme deprisa, aunque no quiera, para buscar trabajo…” (08.07.1916). Eso es toparse con la dura realidad, aun habiendo escrito de ella. Por algo, había empezado a publicar casi dos años antes en la revista Los Miserables y hasta 1917 firmó con el seudónimo Gorkiano(gorki, significa amargo), en honor a su admirado escritor ruso.
Tampoco le resultó fácil sobresalir entre el grupo de amigos contestatarios que se reunían en el Bar del Centro (en las Ramblas), pues por timidez o contención tendía a quedarse atento, pero al margen de los debates. Y hasta, como Kafka, tenía que hacer “vida de maniobras”, acogiéndose en casa de la novia (julio, 1916) para poder escribir sin que su madre se enterara, señal que le lanzaba quejas por pasarse las horas entre poemas en vez de intentar ser “un bon xicot”, es decir, un hombre de provecho. Lo de “profesión de Poeta que soy” no colaba en su casa materna, no daba para vivir. Tampoco las colaboraciones que hizo, siempre para la prensa marginal, debieron reportarle apreciables ganancias, máxime cuando las opiniones se pagan según quién y dónde las diga.

Y entre tantos malos golpes, le vino uno de suerte cuando en 1917 entró a trabajar para Santiago Segura. Lo dejó notar, al escribir sus cartas personales con el membrete de las Galerías Layetanas. Tenía un trabajo que, aparte de apropiado a sus gustos y cualidades, le permitía leer antes que nadie las revistas francesas e italianas punteras en vanguardias artísticas. Además, entre sus clientes, esnobistas o no, estaba lo granado del mundo cultural barcelonés, y los ricos coleccionistas de arte (Plaidura, Badiella). Nunca tuvo mejor ocasión y puesto para darse a conocer entre los intelectuales (muy pocos le leían), para publicar (las Galerías tenían editoriales), y para trabar amistad con quienes podían ayudarle.
Tenía el mejor de los mundos, y encima con quince días de vacaciones al año. Seguiría, subvirtiendo con la pluma y, a la vez, dicharachero con su clientela burguesa. Imprimió 18 números de la revista “Un enemigo del pueblo”, cabecera con connotaciones de denuncia, mientras se fotografió a lo burgués con sombrero y bastón. Lo podía hacer porque en el fondo era un escritor cuya revolución estaba en la poesía, la que componía al socaire de las Galerías, sin embates, hasta que pronto empezó a recibir los de la tisis. Para cuando la enfermedad carcomió sus fuerzas, ya era un poeta afianzado. Lo logró, a pesar de todo.
NAUFRAGIO Y RESCATE
La vulnerabilidad crónica que padeció Salvat-Papasseit despuntó cuando vivía mejor que nunca y menos lo esperaba. Sus jefes le enviaron a regir una tienda de antigüedades que habían abierto en Sitges y al poco notó los primeros síntomas serios de tuberculosis. Vuelta a la precariedad. Esta vez, de salud. A partir de allí se le fue desmoronando todo menos su impulso poético, al que siguió aferrándose hasta fallecer con sus manuscritos bajo la almohada. Por suerte, contó con el apoyo de sus amigos y mecenas; y sobre todo estaba avezado a sufrir:
“El único secreto de mi optimismo es que he sufrido mucho, nada más. Al ir dejando atrás las penurias, he podido amar la vida y sus cosas como el que se enamora por primera vez (…) Sin padre y con mi madre enferma, me han explotado de mala manera… pero amo tanto que lloraría de tanto amor”. (carta a Josep López-Picó).
Con esta divisa cambió de residencia hacia las afueras de Barcelona y pasó temporadas en alejados sanatorios (Escaldas, Arlés, Fuenfría), todavía entonces tan de boga, fuesen balnearios o simples lugares de reposo. Sus mecenas cubrían dichos gastos, también el viaje de dos meses a París en la primavera de 1920. Podría decirse que la enfermedad y las convalecencias sacaron lo mejor de Salvat-Papasseit. Alambicaron sus poemas, decantando muchos de los artificios de su época vanguardista y futurista. Quedó lo más directo y puro, caso del poema de “La rosa als llavis”, fruto de una infatuación idílica o de algo más en algún balneario.

Como poeta, murió en plenitud. Los restos del naufragio los pusieron sus familiares. La desolación debió ser total para su esposa tras la muerte en meses de su hija pequeña y de su marido. Para que saliera adelante, la familia Segura la colocó en Galerías Layetanas a pesar de que era una modista sin apenas cultura, y la mantuvo allí hasta que se jubiló con 64 años, coincidiendo con el cierre del establecimiento (1958), superado hacía tiempo por la Galería Parés. Para más desgracias, su hija mayor también murió de tuberculosis en 1945. Cuentan que tanto desengaño le indujo a quemar los papeles y manuscritos de su marido, a quien había conocido en 1912 y cortejado cinco años, para enfermar él poco después de casarse en la iglesia de Sant Miquel del Port. Carme Eleuterio nunca se benefició del trabajo literario de su esposo, tampoco el resto de la familia. Para cuando se publicaron con éxito, también musical, sus libros y poemas, habían muerto todos sus familiares.
La madre Elvira Papasseit también fue víctima de la muerte de su hijo mayor. Se quedó más desasistida porque su hijo pequeño había emigrado en 1922 a Cuba con su esposa y su hijo David. El desamparo de Elvira se agravó con la edad y la posguerra. Y coincidiendo con la muerte de su nieta Salomé, en 1945, antiguos amigos del poeta consiguieron de las autoridades franquistas que a sus 81 años la ingresaran en la Casa de la Caridad. Más tarde su hijo Miguel la acogió en Cuba con la ayuda de la Compañía Trasatlántica, que le ahorró el pasaje por ser viuda de un tripulante muerto en servicio, excepto las comidas que las sufragó el Casal Catalán de Cuba. Falleció allí con 88 años; su hijo Miguel murió en 1972.
El final feliz lo puso el rescate de la figura y obra de Salvat-Papasseit, popularizadas al entrar en los temarios de estudios de Cataluña, y al ser cantados o recitados numerosos poemas suyos, entre otros, por Ovidi Montllor, Juan Manuel Serrat, Montserrat Caballé, Nuria Espert. ¡Casi nada! Y se han prodigado las exposiciones, placas y conferencias en honor del poeta. La estatua en el puerto es el homenaje más conspicuo. También sobresale en Barcelona el mural con su haiku “Les Hormigues” que está en la calle Rec/Paseo del Born. Desde luego, no pasará desapercibido el cercano centenario de su muerte. Sus poemas en catalán mantendrán a flote una eternidad a este poeta relacionado con el mar, con el puerto y con sus gentes.
BIBLIOGRAFIA
– “Joan Salvat-Papasseit, 1894-1924”. Ferrán Aisa, Mei Vidal, 2010.
– “El poeta Joan Salvat-Papasseit”, Homenots, Quarta serie, 1961.
– “Poemes de mar”, Port de Barcelona, 2006.
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