En marzo de 2021, la editorial Planeta publicó un nuevo libro de Martín Rodrigo Alharilla: «Un hombre, mil negocios. La controvertida historia de Antonio López, marqués de Comillas». Martín Rodrigo, profesor de Historia contemporánea en la Universidad Pompeu Fabra, ya había publicado, veinticinco años antes, un libro sobre Antonio López, cuyo título resultaba suficientemente clarificador: Antonio López y López (1817-1883) primer marqués de Comillas: un empresario y sus empresas (Madrid: Fundación Empresa Pública, 1996). En la obra actual, el autor expone las actividades de Antonio López y López desde que emigró a Cuba hasta su regreso a España y hasta su fallecimiento, haciendo hincapié en su infundada vinculación con el tráfico de esclavos, así como las circunstancias que le llevaron a crear algunas de sus principales empresas: la Compañía Trasatlántica Española, el Banco Hispano Colonial y la Compañía General de Tabacos de Filipinas. Martín Rodrigo afirma que ha tratado de contestar a la pregunta: ¿quién fue, en definitiva, Antonio López y López, primer marqués de Comillas? En cualquier caso, una pregunta difícil de contestar.
El tercer capítulo se titula Antonio López y el comercio ilegal de esclavos y explica que en 1850, el cónsul británico James Forbes acusó de trata ilegal a los armadores de la goleta DESEADA; el capitán general de la isla, José Gutiérrez de la Concha (1809-1895, marqués de La Habana, grande de España), y el gobernador de Santiago de Cuba, general José MacCrohon (1803-1860, senador vitalicio, ministro interino de guerra, teniente general del ejército), determinaron tomar declaración a la firma Vinent Hermanos y al joven cántabro Antonio López y López, quien afirmó no tener relación alguna con la carga de la DESEADA y que, en relación a los hechos denunciados, podía informar que su actividad se limitaba a comprar esclavos criollos (legales) a los hacendados que precisaban desprenderse de ellos para, a su vez, venderlos a aquellos que los pudieran ocupar. Antonio López había nacido en 1817, es decir que cuando fue llamado a declarar tenía 33 años; calificarlo como joven podría entenderse como un intento de culpar a la inexperiencia que habría llevado a López a cometer errores de otra forma difícilmente disculpables.
Martín Rodrigo afirma que las autoridades decidieron dar carpetazo al asunto. Exactamente escribe:
…únicamente con las declaraciones autoexculpatorias de los acusados y con la mera revisión ocular de unos pasaportes, las autoridades españolas dieron pronto carpetazo al asunto».
Según el Diccionario de la Real Academia (DRAE, edición del Tricentenario), carpetazo se define como “… dejar tácita y arbitrariamente sin curso ni resolución una solicitud o expediente”. Es decir, Martín Rodrigo acusa de prevaricación a los funcionarios españoles de Santiago de Cuba. Recordemos que, de acuerdo con la definición de la RAE se entiende por prevaricación “el delito consistente en que una autoridad, un juez o un funcionario dicte a sabiendas una resolución injusta”, pudiéndose dar prevaricación también cuando “un juez se niega a juzgar a una persona o un delito sin justificación”.
Se trata pues de una acusación grave, que resulta menos comprensible cuando se consulta el apartado 4 del propio libro de Martín Rodrigo, en la que se reproduce la nota que Manuel Bertrán de Lis (1806-1869, diputado por Córdoba en 1844, ministro de Marina, ministro de Estado y ministro de Gobernación), envió el 27 de marzo de 1851 al embajador británico en Madrid, Lord Howden (segundo Lord Howden, 1799-1875, ministro plenipotenciario en Madrid de 1850 a 1858): After the most escrupulous investigations into the subject, no evidence was found of the correctness of the denuntiation (Según las más escrupulosas investigaciones sobre este tema, no ha sido posible demostrar que la denuncia fuera correcta).

Resulta asombroso que Martín Rodrigo, junto al menosprecio que manifiesta por las autoridades españolas, no oculte la admiración que le causan las británicas. Naturalmente, no hace referencia alguna al escándalo que causó en Madrid la decisión de Lord Howden de jubilarse sin derecho a pensión y de hacer construir en Murcia una casa (la Torre Caradoc) para su amante Joaquina Plana, una actriz nacida en Cartagena.
Pero lo cierto es que Rodrigo no tiene duda de que “Antonio López, su hermano Claudio y su socio Domingo Valdés aprovecharon la legalidad de la institución de la esclavitud para legalizar la introducción en Cuba de unos esclavos traídos clandestinamente desde África”, aportando, para demostrar su acusación, una actualización de las operaciones de compra-venta de esclavos recogidas en su primer libro:
- En 1847, Ramón Valdés otorgó poder a la firma Valdés y López para negociar 12 esclavos.
- La relación con Angel Bernardo Pérez y Pérez se inició el 10 de enero de 1848, cuando Ramón Valdés (es decir, Valdés y López) le envió un (primer) esclavo.
- En la notaría de Soler y Regüeiferos constan diversas transacciones efectuadas en 1848: una de 34 esclavos, otra de 21, otra de 72 y otra de ocho, es decir, en total, 135 esclavos
- En la escribanía de Juan Giró y Rafael Ramírez, se registraron transacciones de 116 esclavos en 1850 y de 399 esclavos, en 1851.
- En 1850, Juan Mena Garibaldo vendió a Antonio López y Hermano, 47 esclavos.
- Martín Rodrigo también describe con todo detalle la tragedia de la esclava Balbina que, en abril de 1850, por mediación de la firma Antonio López y Hermano, fue embarcada contra su voluntad, en el vapor GUADALQUIVIR.
- En 1853, Antonio de la Torriente compró 55 esclavos a Antonio López y Hermano.
Es decir, entre 1847 y 1853, las empresas participadas por Antonio López, descartando la operaciones en las que se conoce el nombre del vendedor, tramitaron la compra-venta de 719 ladinos (es decir, una media de 120 esclavos legales por año, con un máximo de 399 en 1851), lo que era una actividad legal y corriente en la isla de Cuba. Pero tiene importancia el que, según el historiador Ismael Sarmiento Ramírez («Cuba: una sociedad formada por retazos». Caravelle: Cahiers du monde hispanique, 2003, 116-146), entre 1820 y 1853 llegaron a Cuba 271.659 esclavos introducidos pública y clandestinamente, y entre 1821 y 1860, 375.602 según datos de Manuel Moreno Fraginals («El ingenio. Complejo económico-social cubano del azúcar». La Habana: Ciencias Sociales, 1978). Por lo tanto, las supuestas operaciones de las empresas de Antonio López a lo largo de seis años no pudieron afectar anualmente a más del 1,12 % de los bozales desembarcados en Cuba. Estos datos desmienten la supuesta actividad delictiva de Antonio López que le atribuye Martín Rodrigo.
Pero a fin de cuantificar la importancia del negocio negrero parece adecuado referirnos a Julián Zulueta y Amondo, alavés afincado en Cuba y propietario de más de 20 buques, quien durante el boom negrero de 1859 utilizó vapores capaces para 1.500 esclavos, y quien, en 1861, transportó 1.105 negros de Dahomey a Panamá con su vapor CICERÓN. El año siguiente, la Royal Navy apresó el NOC DOQUI con un cargamento de negros en la costa de Cuba y en la misma época, el CICERÓN transportó más de 1.100 esclavos de Dahomey a Panamá. También sería posible hablar de Ramón Pelayo de la Torriente, primer marqués de Valdecilla, cuyas plantaciones azucareras ocuparon hasta 8.000 esclavos (obreros, dicen en Wikipedia), o de Francisco de Arango (1765-1837), famoso político nacido en La Habana, que supo aprovechar la coyuntura económica para fomentar la trata de esclavos y la consolidación del sistema esclavista (Gomáriz J. Francisco de Arango y Parreño, «El discurso esclavista de la ilustración cubana». Cuban Studies, vol. 35, 2004).
Parece evidente que si un hombre con la capacidad empresarial de Antonio López se hubiera decidido a participar en el negocio negrero no se hubiera limitado a transacciones insignificantes, poco más de un centenar de esclavos por año durante un período de tiempo bien limitado.
También resulta importante el que Martín Rodrigo, para demostrar la implicación de Antonio López en el tráfico de esclavos, se refiera únicamente a un buque negrero (la DESEADA), cuando, según Javier Moreno, entre 1845 y 1861 entraron en el puerto de La Habana alrededor de 1.500 barcos al año (Moreno Rico J. «Hombres y barcos del negocio negrero en España, 1789-1870». Drassana, 2017:25:66-89).

Lo cierto es que, a partir de 1810, Gran Bretaña había iniciado una lucha sistemática contra la trata, en la que los buques negreros españoles se convirtieron en uno de sus objetivos principales. Además, a partir de mediados del ochocientos, comenzaron a agravarse los conflictos con la Armada de Estados Unidos, que se dedicaban también a perseguir a los buques españoles en África. Por todo ello, tras consultar documentos relacionados con buques negreros en el Archivo Histórico Nacional, se constata que entre los años 1850 y 1860 se produjeron 34 expedientes, algunos de ellos relativos a buques negreros ingleses o americanos. En todo caso, acusar de negligencia a las autoridades españolas debería documentarse con mayor cuidado y profesionalidad.
Tras la revisión de las actividades de Antonio López en la compra venta de esclavos criollos, Martín Rodrigo Alharilla dedica de nuevo su atención al hecho de que el 24 de enero de 1851, Antonio López y López adquirió en Filadelfia un buque a vapor al que le puso el nombre de GENERAL ARMERO, en honor del general Francisco Armero Peñaranda, responsable de las fuerzas navales de las Antillas.
En su libro, el profesor Rodrigo “se inclina a pensar, aunque no puede ser más que en forma de hipótesis” que, de acuerdo con lo afirmado por José Antonio Piqueras, el general Francisco Armero era tal vez un corrupto al que pusieron su nombre en la amura del barco en agradecimiento de la ayuda que le había prestado (Piqueras J.A. «La esclavitud en las Españas». Madrid, Catarata, 2011). Una insidia propia de periodistas de la prensa amarilla, inadmisible entre profesionales de la Historia.
No es preciso meditar demasiado para afirmar que las expresiones dubitativas están fuera de lugar cuando se formulan acusaciones tan graves como las mencionadas, pero aparte de ello, será preciso revisar, aunque sea brevemente, la biografía que Eduardo Ybarra Hidalgo (1923-2014), abogado y miembro de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, dedicó a Francisco Armero, primer marqués del Nervión (Ybarra Hidalgo E. «Notas biográficas de Don Francisco Armero, primer marqués de Nervión». Sevilla, Asamblea Provincial de Cruz Roja Española, 1990).
Armero (1804-1866) consiguió plaza de guardia-marina en el departamento de Cádiz a los 16 años y, en ocasión de los sitios de Bilbao (1836), obtuvo el nombra-miento de teniente y cuatro años después fue ascendido a capitán de navío. En 1840 alcanzó el título de Brigadier de la Armada Española y en 1844, la reina le nombró Teniente General de los Ejércitos Españoles y, en mayo del mismo año, Ministro de Marina, Comercio y Gobernación de Ultramar. En dicho año se le concedió la Gran Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica. En mayo de 1848 fue ascendido a comandante general del Apostadero de La Habana. Cuando tomó el mando, el Apostadero tenía una deuda de más de un millón de pesos; Armero estableció un riguroso control de cuentas con lo que consiguió que, un año después, se saldaran todas las deudas. Disponía de solo 30 buques en relativo buen estado: la satisfactoria marcha de la economía le permitió incrementar dicha fuerza de forma considerable (12 fragatas, 6 corbetas, 18 bergantines), con lo que pudo enfrentar con mayor éxito las incursiones de los corsarios británicos. En 1851 regresó a España, siendo nombrado Ministro de Marina, cargo del que dimitió un año después por discrepancias con el primer ministro. En 1853, la reina nombró a Armero vicepresidente del Senado.

Siguiendo con su insidiosa argumentación, Martín Rodrigo se refiere al balance definitivo de la sociedad Antonio López y Hermano, balance que recoge una pérdida de 5.030 pesos fuertes de cuenta mitad con Eusebio da Guarda, de A Coruña, quien
… a partir de 1854 asumió la dirección de la coruñesa casa de comercio que se había dedicado al tráfico de esclavos y que cabe presumir que seguiría haciéndolo bajo su dirección (negritas mías).
En el mencionado balance final, de junio de 1863, se hablaba de esas expediciones que no se habían podido liquidar y que
… seguramente tenían que ver con el comercio trasatlántico (e ilegal) de africanos esclavizados. Las expediciones se saldaron al final con una pérdidas superiores a los 5.000 pesos fuertes, a causa probablemente del apresamiento de alguno de aquellos buques negreros por la armada británica (negritas, mías).
Hay que tener en cuenta que un peso fuerte de Cuba equivalía a 5 pesetas de la metrópoli. Por lo tanto, 5.000 pesos valían 25.000 pesetas. Aquí, habrá que recordar que según Pío Baroja, fletar un barco exigía una inversión de 100.000 duros, una cantidad muy superior a los 10.000 pesos que, según Martín Rodrigo representaba la pérdida de un buque. Además, estos datos coinciden con los que proporciona Además, estos datos coinciden con los que proporciona Miguel Blanco Herrero, acerca de los aspectos económicos de la sociedad cubana en el siglo XIX (Blanco M. «Política de España en Ultramar», Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1888). En consecuencia, puede considerarse que una pérdida de cinco mil pesos estaba lejos de lo que podía representar la mitad de la pérdida de un buque negrero. La profesionalidad de Martín Rodrigo estaba obligada a valorar con mayor precisión los datos con los cuales pretende tachar de negrero a Antonio López y López. Tengamos en cuenta, además, que el nombre de Eusebio da Guarda no figura entre los numerosos tratantes de esclavos de A Coruña.
Respecto a la campaña difamatoria de Alharilla contra el naviero Antonio López, interesa reseñar las opiniones publicadas en Drassana y en la acreditada revista de información marítima Naucherglobal el 28 de agosto de 2020 y el 28 de febrero de 2021 respectivamente. En la primera, Eugenio Ruíz Martínez afirma que:
La pátina académica encubre en este caso las ligerezas de unos profesores que acusan con expresiones dubitativas […]. Nadie les llevará la contraria siendo historiadores de referencia sobre la esclavitud en Cuba.
En tanto que en el segundo artículo encontramos del autor citado una opinión devastadora:
… el nuevo libro de Martín Rodrigo y Alharilla supone una ocasión perdida para eliminar el borrón que echó al acusarlo de negrero. Al revés, lo emborrona todavía más al no aportar dos décadas después ni una prueba que demuestre el origen ilegal de la fortuna del naviero cántabro.
Por otra parte, el 8 de marzo de 2021, Martín Rodrigo Alharilla, con el propósito de promocionar su libro, concedió una entrevista al diario La Vanguardia; a continuación, algunas frases de esta conversación:
Emigrante a las indias, entiendo.
Sí, a la América española, a Cuba, en el caso de Antonio López, cuando aún Cuba era de España, y allí hizo una fortuna… sospechosa.
¿Con las telas… o con otra cosa?
El tráfico de esclavos era legal… si el esclavo era criollo, es decir, nacido en la isla: ladinos se les llamaba, por hablar español.
¿Hijo de esclavo de origen africano?
Sí, y en Santiago iban baratos, López los compraba y llevaba a puntos de la isla con demanda, con un buen margen de beneficio.
¿Se hizo rico de un modo inmoral… y legal?
Bueno, quizá no del todo legal.
El periodista Victor M. Amela concluye que a ojos de hoy [Antonio López] fue un negrero (por eso yace su estatua en un almacén municipal).
A los dos participantes en la entrevista les convendría leer lo que escribió Blasco Ibáñez en la novela histórica A los pies de Venus, palabras que sin duda conservan hoy toda su validez:
Los que juzgan el pasado con arreglo a su mentalidad moderna -siguió diciendo- se equivocan de un modo lamentable y no pueden comprender el alma de los hombres de aquellos tiempos.
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