Lo que explicaba este rotativo es que los diez puertos españoles más rentables (Algeciras, Valencia, Barcelona, Bilbao, Tarragona, Cartagena, Las Palmas, Huelva, Gijón y Tenerife; por movimiento de mercancía, que no a nivel económico) podrían pasar a concesión privada durante un período de 50 años a cambio de que las maltrechas arcas del Estado ingresaran entre 6.000 y 8.000 millones de euros.
Personalmente, y aunque desde Puertos del Estado ya se han apresurado a negar este globo sonda, el cambio lo veo positivo, aunque no exento de complicaciones legislativas y fiscales.
Tras el bochornoso fracaso en la concesión de la gestión de Aena (Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea) a manos privadas -de hecho es como funciona en toda Europa excepto en España y Rumanía- Puertos del Estado podría ser la clave para generar ingresos. Si bien, se precisaría un cambio legislativo de magnitudes extraordinarias… aunque el Partido Popular ya tiene experiencia en las privatizaciones, con Telefónica, Iberia, etcétera en la etapa de Aznar, curiosamente también con mayoría parlamentaria.
Las claves están en qué ofrecen y a cambio de qué. Es decir: Barcelona, por más que mueva -en tráfico relativo, que no real- menos mercancía que Algeciras o Valencia, vendría a ser la gallina de los huevos de oro en una operación de estas características. Es, de las grandes, la Autoridad Portuaria peor tratada a nivel de tasas y, contrariamente a lo que piensan desde el nacionalismo más casposo, la que más dinero ingresa en las arcas estatales.
Como, aunque casposos, esto lo saben los ejecutivos del ministerio de Fomento, que se deberían inventar algo para seguir recibiendo dinero desde el principal puerto del Mediterráneo. El problema con que se encuentran es ¿cómo hacerlo para que haya una igualdad de trato entre Barcelona y Valencia? Hacer lo contrario sería abocarse a un suicidio colectivo. Vender el puerto levantino por menos que el catalán significaría reconocer la potencia de uno respecto al otro.
Las empresas también conocen el potencial del puerto catalán, y saben que, con una aplicación de tasas real y a medida de las compañías navieras y terminalísticas, amén de la conectividad ferroviaria con Europa y su cercanía respecto al centro del continente (un contenedor que viaja en buque desde Asia a Europa y después en tren desde puerto a la región de Baviera, por ejemplo, tardaría cuatro días menos desde Barcelona que desde Hamburgo o Rotterdam) podría hacer de la Ciudad Condal el nuevo Rotterdam, Bremerhaven o Hamburgo de Europa. Y esto sería demasiado para las huestes más anquilosadas de la capital del Reino. Más teniendo en cuenta el estado del proceso soberanista actual.
Pero no es cuestión ni de soberanismo, ni de brandy Soberano. Ni del rey Arturo ni de bigotes y tricornios. La cuestión principal es que los puertos crezcan y que con ello lo haga el país. Sea el que sea. ¿Nunca se han preguntado por qué razón la economía holandesa es tan potente? Su razón se llama Rotterdam (y toda la industria que mueve el transporte y la logística). ¿Y la economía danesa? Su razón se llama Maersk. Bremen y Hamburgo, en Alemania; Brujas, en Bélgica; Shanghai, Shenzhen o Guangzhou, en China; etcétera.
Y, ¿cómo lograr que España llegue a estos parámetros? Es muy sencillo: mediante sus grandes puertos. No hay que engañarse, como país España es mucho más avanzado que Italia o Grecia, sin ir más lejos. Falta competencia real, como ocurre en los landers alemanes. El Gobierno no quiso que existiera en el caso de Aena (¿cómo el aeropuerto de El Prat iba a ser más importante que el de Barajas?) y dudo que lo quiera en el caso portuario. Algeciras al margen, ¿cómo permitir que Barcelona sea más potente que Valencia (autodenominado puerto de Madrid)?
Todo es política, sin importar la bondad que una liberalización (mediante a la privatización o concesión de infraestructuras) pueda repercutir en el ciudadano a través una mejor gestión -privada-. Privatizar los puertos significaría mejorarlos. Ganar más dinero con ellos y poder repartirlo mejor a través de bonificaciones a los puertos deficitarios. Sin embargo, para algunos significaría una ruptura. Y -tristemente- muchos de estos trabajan para el Estado.
En su momento, privatizar Telefónica o Iberia era más fácil. Eran empresas estatales con vínculos inequívocos con la capital, y podíamos poner a compañeros de colegio y adeptos en sus respectivas presidencias. Ahora esto no pasa ni con Aena, ni con Puertos del Estado. Dar alas a regiones periféricas significaría una pérdida de poder político en Madrid y eso es algo inadmisible (para algunos).
Hay una cosa más que falla en este globo sonda. Actualmente hay 28 puertos de interés general pertenecientes a la red del ministerio de Fomento. Los compañeros de Expansión hablaban de los diez primeros. La pregunta es qué se haría con los 18 restantes. A lo mejor, y de una vez por todas, se podrían unir en fachadas marítimas especializando su mercancía. Es decir, copiar lo que hacen en los puertos más avanzados del mundo, en lugar de seguir viviendo en los años ochenta.