Ambos albergarían, según la delirante versión del señor Díaz, la intención de que el petrolero se destrozase contra las rocas para que el armador cobrase la indemnización de la aseguradora. Primero declara que “no me atrevo a decir sabotaje”, pero más adelante, enredado en su delirio, ya caliente la boca, afirma rotundamente que rompieron elementos de la máquina a posta, que fue un sabotaje. “Ese es mi concepto de las cosas”, añade.
Para justificar su particular concepto de las cosas, Díaz declara que el jefe de máquinas cerró una válvula de combustible, abrió un by pass de la bomba de circulación de aceite y otro tanto hicieron con las botellas de aire comprimido. En sus propias palabras “detalles para fracasar la misión en que iba yo”. Cualquier persona podría deducir de tales declaraciones que el señor Díaz necesita un psiquiatra que le trate la paranoia, porque como saben todos los profesionales de máquinas de la marina mercante, la fantasía de que él puso en marcha las máquinas del PRESTIGE, contra las maquinaciones saboteadoras del jefe y personal de máquinas del petrolero, constituye a todas luces una ficción, un imposible, una mentira propia de un necio que se cree el héroe de sus imaginaciones.
Ningún hecho documentado, ninguna declaración testifical o pericial, ningún análisis de los hechos sostiene semejante delirio, todo lo contrario, pero según parece el señor Díaz le ha cogido el gusto a ejercer de autoridad a la española y le traen sin cuidado las normas, las pruebas o la realidad admitida por todo el mundo. Qué le van a explicar a él, que según afirma “ha trabajado en los mejores astilleros del mundo”, todos españoles, por supuesto; que es capaz de poner en marcha la gigantesca máquina de un buque como el PRESTIGE, 26 años de parches y remiendos, en un abrir y cerrar de ojos; y que declara sin temor a que le crezca la nariz de pinocho que “ingresé en la Administración en 1968, por oposición”. Y que con todo detalle cuenta su intervención en los importantes siniestros del ILDEFONSO FIERRO (1975), URQUIOLA (1976), ANDROS PATRIA (1978), “ofreciéndose voluntario al Gobernador y al Subsecretario” [de la Marina Mercante, se supone] para hacerse cargo del barco, “que se había incendiado y había muerto el capitán, la hija y tres o cuatro tripulantes más” (grave confusión, el ANDROS PATRIA no se incendió y murieron todos los tripulantes menos los tres que se negaron a abandonar el buque, averiado en medio de un temporal), y MAR EGEO (se refiere, quizás, al buque griego AEGEAN SEA, 1992, aunque él sabrá), “para luchar contra la contaminación”, “porque yo, añade, quiero mucho a mi profesión” y por eso, dice, aceptó ir al PRESTIGE, jugándose el tipo y aguantando 26 horas sin comer ni beber. Bien es cierto que no recuerda qué oposición aprobó exactamente, que no recuerda con quien habló y se reunió cuando volvió del petrolero, y que tampoco puede decir por qué ocultó durante años una información valiosa que, supuestamente, le había facilitado el primer oficial del PRESTIGE, Irineo Maloto. Todo lo que se aparte de su cuento, él de protagonista venciendo a los malos, lo ha olvidado , o no lo recuerda ni le consta ni le interesa.
Díaz Regueiro ha dejado en su declaración ante el tribunal que juzga el siniestro del Prestige pruebas sobradas de su peculiar personalidad. Para reforzar su heroico papel en “la aventura del PRESTIGE”, según sus propias palabras, repitió varias veces que “estuvo 26 horas sin comer ni beber”, aunque a bordo sólo estuvo algo más de seis horas. También repitió a menudo que decía la verdad, que estaba bajo juramento, que era sincero, en fin eso que los abogados conocen como “justificación no pedida, acusación manifiesta”.
El interrogatorio del señor Díaz fue, por abreviar, penoso y desagradable. Penoso porque la sordera que le aqueja provocaba continuas muecas, gestos sesgados y miradas recelosas, y sobre todo porque sus respuestas iban por libre, como un disco rayado, sin relación con la pregunta que le hacían. Y desagradable, muy desagradable, por la extremada susceptibilidad que mostraba cuando las preguntas, es decir lo que en cada momento oyera o imaginara, atañían a su pobrísimo ejercicio profesional en la marina mercante, a su indigente nivel de inglés, o a sus problemas administrativos y judiciales en su condición de funcionario.
Menos de tres meses después de su heroica intervención en el PRESTIGE, cuando, declara, amenazó al jefe de máquinas con la Guardia Civil, o con llevarle a la cárcel, no está claro, y entonces se acabó el sabotaje, el señor Díaz fue premiado con el cargo de capitán marítimo de La Coruña, justa recompensa a sus inmensos méritos como paranoico delirante que aguantó 26 horas sin comer ni beber.