Se acabó la demagogia de preguntar a Mangouras por su sueldo, se acabaron las preguntas pueriles, final de un interrogatorio sin sentido y ajeno a la causa que se está juzgando en La Coruña. Tanto Consuelo Castro como Javier Suárez, abogados del estado, más respetuosos que el fiscal, se habían preparado la lección y ambos ciñeron sus preguntas al cauce de los hechos conocidos.
Como lo cortés no quita lo valiente, según reza el conocido modismo español, hay que decir a continuación que el abogado Suárez bien pudo en estos años subir a un petrolero y aprender cómo funciona el sistema de fondeo y andar hasta la proa por la pasarela tendida al efecto por encima de la cubierta principal. De esa forma se hubiera evitado el ridículo de preguntar al capitán de PRESTIGE cómo pudo llegar a la proa del petrolero y no pudo bajar a la popa, anegada de fuel y batida por las olas, para preparar el remolque de emergencia; o preguntar e insistir sobre la caída de ancla al dar fondo sin dañar la proa del buque. Preguntas que denotan un desconocimiento inadmisible de lo que habla o un teatro de sentina. Y no fueron las únicas. El interrogatorio sobre la corrosión de los elementos constructivos de los tanques de lastre demuestra que el letrado no ha visto en su vida las planchas para la construcción naval utilizadas por los astilleros y cree que una capa de óxido ya es suficiente para tildar de inseguro el elemento en cuestión. O sí las ha visto y simplemente está interpretando el papel de cochino marrullero que, en su inocencia, uno pensaría que mal se compadece con la condición de abogado del estado.
Y alguien debería haberle explicado también, con calma, hasta que lo entendiera, cómo funcionan las inspecciones de clase, las inspecciones vetting, y las ordenadas por la administración de la bandera del buque. De esa forma todos nos hubiéramos ahorrado el bochorno de escuchar cómo el abogado Suárez le preguntaba al capitán Mangouras por qué no había advertido al inspector de ABS sobre la corrosión de los tanques de lastre y cómo dejaba caer que la tripulación había obstaculizado la inspección al tener llenos de agua de mar los susodichos tanques.
La insistencia en la corrosión clama al cielo. Ganas dan de rogarle a Mangouras que retire lo que reconoció y diga aquello de “culo, he dicho culo”. Mangouras dijo haber visto corrosión en los tanques de lastre 3 Br y Er, sólo corrosión, y los abogados del estado se lo restregaron una y otra vez, como si con ello admitiera el capitán del Prestige que el buque estaba corroído, podrido, hecho polvo.
Dejando de lado estos detalles, nada irrelevantes si tenemos en cuenta que se está juzgando una petición de doce años de prisión para el capitán del PRESTIGE, el interrogatorio que llevaron a cabo los abogados del estado fue confuso, encaminado exclusivamente a obtener de la sólida posición profesional de Apóstolos Mangouras alguna palabra, alguna frase, un pequeño resquicio por donde pueda pasar siquiera el eco de una duda sobre la condición del buque y el buen hacer del capitán durante el tiempo del siniestro que permaneció a bordo. Así las preguntas sobre el momento exacto en que Mangouras vió salir fuelóleo de los tanques de carga, o sobre el calado y el francobordo, o sobre las causas que hicieron saltar las tapas butterworth.
En un momento del interrogatorio, Apostolos Mangouras afirmó que, antes del accidente, resultaba impensable fondear el Prestige, dadas sus dimensiones, en un lugar abrigado de la costa para capear el temporal. Debidamente amasada por los abogados, esa afirmación venía a decir que el petrolero no podía fondear aún sin ninguna avería. Ergo, con averías, imposible del todo punto fondear. Ergo la declaración de Mangouras de que tenía las anclas preparadas para fondear antes de que el petrolero encallara en la costa española, eran mentira o Mangouras no sabe lo que dice. Embustero y/o mal profesional.
Las preguntas del los abogados del estado partían de una visión del accidente que nada tiene que ver con la realidad que vivió el capitán del PRESTIGE desde las 15.10 horas del día 13 de noviembre de 2002 hasta las 20 horas, aproximadamente, del día 15.
Tanto el señor Suárez, como la señora Castro, entraron en el tema del remolcador. Ambos dieron una visión del episodio del remolcador desfigurada y falsa. Aunque Mangouras les repitió una y otra vez que él no vio el remolcador acercarse al PRESTIGE hasta las nueve de la noche, cerrado ya el contrato privado entre Smit y Remolcanosa con el armador del petrolero, la abogada insistía en que Mangouras había desobedecido a la autoridad y retrasado la operación de remolque durante tres horas. Los abogados saben, o deberían saber, que la actuación del RIA DE VIGO en esas horas constituye un escándalo, un caso de probable corrupción ante la que el gobierno ha preferido mirar a otro lado y silbar al aire. Los abogados saben o deberían saber, que casi un mes después del siniestro, el 10 de diciembre, el ministro Cascos se dirigió al Congreso de Diputados e informó que había abierto un expediente informativo sobre la más que sospechosa actuación del remolcador de salvamento durante el siniestro. También saben, o deberían saber, que nunca más se ha vuelto a saber nada de ese expediente.
También saben los abogados del estado, y no deberían silenciarlo, que a Mangouras se le detiene al descender del helicóptero que le había rescatado del buque bajo una acusación de desobediencia inventada. Durante meses el aparato de propaganda del gobierno presidido por el señor Aznar López se dedicó a extender urbi et orbi que el capitán Mangouras había desafiado a las autoridades españolas al decir aquello de que “yo sólo obedezco las órdenes de mi armador”, frase que Mangouras nunca pronunció. Lo que dijo el capitán del PRESTIGE es que “el remolcador obedece órdenes del armador, no mías”. Como así fue. El RÍA DE VIGO, obedeciendo órdenes de su armador, esperó a prudente distancia del petrolero que se firmara el LOF entre SMIT y el armador del PRESTIGE, contrato del que el RIA DE VIGO era parte esencial a pesar del papel público que aparentemente había de desempeñar y del contrato oneroso que lo ligaba al salvamento marítimo español. Los abogados saben todo eso, o deberían saberlo, pero en su interrogatorio persistían en la falsedad de atribuir a Mangouras una desobediencia mientras ocultaban la verdad del RIA DE VIGO.
Con el mismo desparpajo se pusieron los abogados, del estado, a cuestionar la orden de abandono de buque. Que si Mangouras no valoró correctamente el riesgo, que si dejaba el buque a la deriva, que sin con ello impedía la operación de remolque. Etcétera. Las muecas continuas de la letrada Castro y las arrugas permanentes en la frente revelaban incomodidad y nerviosismo, como si esas arteras insinuaciones le salieran del lado oscuro en pugna con la nobleza y la inteligencia. Desde un punto de vista profesional, la actuación de Mangouras fue intachable y en este punto concreto completamente acertada. Seguramente, la abogada Castro lo sabe y lo mismo le consta al abogado Suárez.
Para tener un cuadro completo sobre la penosidad de los interrogatorios hemos de añadir a la ignorancia real o aparente de los letrados y a la confusión sobre lo que preguntaban, los problemas y dificultades causadas por los saltos lingüísticos e idiomáticos. Pregunta el abogado, de forma absurda e innecesaria, sobre la reducción del francobordo cuando aumenta el calado. La pregunta es de una obviedad aplastante, puro relleno para parecer que se pregunta algo, pero Mangouras se encoge de hombros y responde que no sabe. Problemas de traducción del lenguaje y los conceptos del mundo marítimo, evidentemente. En las ocasiones más palmarias en que Mangouras no podía entender lo que le preguntaban por defecto de la pregunta o error de la traducción, el abogado defensor del capitán del PRESTIGE, José María Ruiz Soroa, profundo conocedor de cuanto afecta a la marina mercante y al transporte marítimo, salía al quite para iluminar la cuestión. Pero hete aquí que el peculiar presidente del tribunal que juzga a los marinos del Prestige, le cortó de forma agresiva, advirtiéndole que no toleraría más interrupciones. El peculiar presidente del tribunal también, al parecer, confunde la gimnasia con la magnesia y una aclaración imprescindible con una interrupción inoportuna. Confiemos que él no confunda la corrosión con la putrefacción.
Y es así como la nave va.