Qué mal cuerpo se te queda al leer la noticia del accidente en la bocana del puerto de Ibiza.
Pongamos que el fallecido se llamara Pepe. Quizás meses de encierro teletrabajando con los críos que te roban la conexión de Internet para chatear con los amigos. La empresa va mal, rumores de ERE. Ya no recuerdas la última vez que quedaste con los amigos, ya no digamos para tomar unos algos simplemente por no verles la cara tapada por la mascarilla, por no poder darles un abrazo y quedar así, con cara de tonto, a dos metros de distancia.
Parece que la cosa mejora. Ya vacunado, decides darte una alegría. Llenas el cubo con hielo y cervezas, dos bocatas de mortadela y te lanzas a soñar que sigues siendo aquel niño que leía a Salgari, a surcar ese mar lleno de piratas y sirenas. Dejas en tierra los problemas y te sientes… no te sientes, eres de verdad ese capitán que no pudiste ser por amor a una mujer y a unos niños que te ataron a una silla de oficina.
Y entonces, nada.
No soy capitán, solo un patrón de tercera. Recuerdo cuando estudiaba el RIPA. En teoría, un velero tiene preferencia sobre un petrolero de trescientos metros de eslora. Suerte tuve que, nada más pisar la bañera, los mejores maestros me pusieron de guardia de dos a cuatro de la madrugada para que disfrutara de las estrellas y fuera pillando la idea de qué bonito es navegar.
Todo navegante sabe que el orgullo y razón de ser de los correos es su fiabilidad. Navegan por rutas establecidas y con un horario tan regular que puedes poner el reloj en hora al verlos pasar. Es de ley dejarles paso. La prensa insiste en la reflexión del cumplimiento del reglamento.
Seguro que Pepe era un regatista de narices, que simplemente bajó un momento la cabeza al escuchar un pop-pop raro en el motor. Da igual. Pedro Marinero te va a abrazar seas grumete o almirante. Sin embargo, me preocupa la facilidad con que se permite salir a la mar a quienes, como yo, nos hemos limitado a memorizar unas luces y saber a qué distancia de tierra podemos lanzar la basura. El PER permite llegar de Barcelona a Mallorca con un barco de 12 metros. Tiene un sentido: se busca favorecer un sector náutico que crea mucho empleo, y eso es bueno.
Ahora todos ustedes estarán pensando que voy a hablar mal de la autoridad y pedir más controles. No. Voy a pedir algo que no se lleva, que casi tenemos que buscar en el diccionario: responsabilidad, concentración, conciencia de que la mar no es tu amiga, aunque sea tu amante.
Tengan cuidado ahí fuera —como decía el sargento Esterhaus—, tanto aficionados como pros. Con GPS y AIS pensamos que navegar es un videojuego y podemos olvidar la mayor lección que enseña la mar: Estás solo ahí fuera, y no hay examen de septiembre si suspendes. El más bregado, el mejor, puede caer en un segundo. Revisa todo mil veces antes de salir y, una vez fuera recuerda que el patrón nunca duerme, y que en su litera solo descansa el sextante. Si algún amigo de Pepe está leyendo esto que sepas que yo también estoy llorando, ahora, mientras escribo. No lo conocí, pero era mi hermano en la mar, y pienso en otros a quien tanto daría por poder verles la cara, aunque fuera tapada por una mascarilla.
Y ya que habéis leído hasta aquí, por favor, de corazón, os lo pido de rodillas. Poneos la mascarilla y la dichosa vacuna. Vale, Kill Gates ha puesto un virus en la jeringuilla que controla internet. Aunque eso fuera cierto, sé un héroe. Ponte la vacuna, aunque no sepas cuales son los efectos, solo por ayudarnos al resto. Por generosidad, por amor al mundo. Y corre ahora mismo a decirle a quien amas que la primera vez que lx viste sentiste que tu vida tenía un sentido, que es el viento-bajo-tus-alas.