Joan Cortada es un escritor metódico, consciente de que la literatura ha de entretener, por supuesto, pero también enseñar, mostrar y plantear retos a los conocimientos y emociones del lector. Un escritor que, como Pérez Reverte y tantos otros, se documenta con rigor antes de redactar. El resultado, la novela, brilla entonces cuando el lector la recrea, aprende y la disfruta, pues todo encaja, la historia y la ficción, el relato y la geografía, los personajes y la vida. Confieso, en ese sentido, mi profunda admiración por la obra de Joan Cortada.
“Ojos que miran al cielo”, asequible en Amazon, cuenta una historia que hunde sus raíces en la Historia: el intento de esclavizar a los nativos de las islas del Sur, el paraíso que embelesó a Gauguin y que guarda los últimos días de Robert Louis Stevenson y su maravillosa isla del tesoro. Una historia que parte del artificio literario del viejo manuscrito hallado en el desván, utilizado por Joan Cortada para superar con maestría el eterno problema del narrador, el punto de vista del relato, ese factor en el que fracasan tantos marinos metidos a escritores sin los mimbres precisos.
La novela de Joan Cortada se lee con enorme placer. Su prosa limpia y directa -notable el esfuerzo del escritor por despojarse de adjetivos que ralentizan la lectura- nos lleva a vivir la codicia del esclavista, la infecta voluntad de quien todo lo sacrifica a su fortuna. Y también nos permite disfrutar del amor y de la bondad de quienes hallan la felicidad en el comportamiento generoso de ls personas que sufren con la injusticia y la maldad.
Pero como en obras anteriores (“El ciclón de 1492” o “Preludio a un amanecer de fuego”), tal vez lo mejor de las magníficas novelas de Joan Cortada sea la fascinación que sentimos por contemplar la historia con los ojos de un participante, de un peatón de la Historia que conducido por la pluma del autor aprende mientras se divierte y disfruta. Una maravilla.