Discúlpenme, lectores, que les haga una reflexión que me preocupa y que nada tiene que ver con la mar, pero sí con todos nosotros, marinos incluidos.
Asistimos, simultáneamente, a la vista oral por el accidente del Alvia en la curva de Angróis. Muchos muertos. Muchos heridos Un perito de la Agencia Europea de Seguridad Ferroviaria que explica al Tribunal que, al 99,99%, el accidente no se hubiera producido de tener el tren en activo el sistema ERTMS (European Rail Traffic Management System) que fuera inactivado para evitar un retraso. Una decisión que tomo “alguien” que no ha sido, ni siquiera, procesado.
Bastó una campaña brutal de los medios informativos contra el maquinista para canalizar la indignación popular. Incluso, el fiscal empezó preguntando al maquinista en la primera declaración en la instrucción que si había leído la prensa, oído la radio o visto la televisión en los últimos días (recordemos que fue ingresado en el hospital por fractura de costilla en el accidente) a lo que respondió que no y al fiscal -y no me extraña- se le escapó comentar. “menos mal”.
Y digo simultáneamente porque en estos días, también, estamos asistiendo a un escándalo porque Renfe había encargado a CAF la fabricación de unos trenes para la red de ancho métrico del mismo tamaño de los que actualmente prestan el servicio y CAF se ha dado cuenta de que los tendría que construir más estrechos. Lo que pasa es que a algún brillante gobernante se le ocurrió que Renfe absorbiera a FEVE (las líneas de vía estrecha no cedidas a las Comunidades Autónomas porque exceden su propia geografía), todo ello sin tener en cuenta que, al ceder FEVE a Renfe tenía que ceder las vías, la seguridad en la circulación y toda la infraestructura al ADIF, el operador de la infraestructura ferroviaria en España y que ambos debían homologar todas sus infraestructuras y todos sus trenes en la Agencia Española de Seguridad Ferroviaria.
Hay que indicar en este momento que la Unión Europea ha establecido un mercado único ferroviario (como un espacio aéreo único o una política común del transporte por carretera), y que ese nuevo mercado ferroviario viene caracterizado, en España y en los otros países miembros, por una autoridad homologadora e inspectora -la Agencia Española de Seguridad Ferroviaria- que tiene que homologar cualquier tren que vaya a circular por las vías. Que esa autoridad homologadora obedece a sus propias normas técnicas -a título de ejemplo, una bombilla para un semáforo ferroviario debe cumplir, más o menos, cuarenta requerimientos técnicos- y esas normas deben ser homologadas, a su vez, por la Agencia Europea de Seguridad Ferroviaria.
Alguien cometió un error al solicitar la fabricación de unos trenes como los actuales, pero modernos y con mejores prestaciones sin tener en cuenta los márgenes de gálibo libre de obstáculos de la vía y el gálibo del propio tren. Un error. Una precipitación. Nada más.
Afortunadamente, los técnicos de CAF advirtieron el error y se lo comunicaron a Renfe. Como los trenes solicitados son del mismo gálibo que los que prestan servicio actualmente, es evidente que caber, lo que se dice caber, sí caben por los túneles. Lo que sucede es que el margen no es suficiente para la normativa de la agencia. Solución: hacerlos más estrechos o cambiar la norma. La agencia española, para cambiar la norma, tiene que convencer a sus homólogos europeos y, para ello, necesita aportar antecedentes similares autorizados en otros países miembros o una memoria técnica que permita la excepción. Nada de eso se hace en diez minutos.
Versión popular: Renfe no sabe lo que pide y ADIF no sabe medir los túneles. Los vecinos de algún pueblo bajan a la caja de vía para medir con una cinta métrica la distancia entre los hastiales del túnel como para explicar a la humanidad cómo se mide un túnel. Conclusión: tienen que dimitir el presidente de Renfe y la Secretaria de Estado del Ministerio.
Pero ¿dimitió alguien de peso por el accidente de Angróis en el que sí se está acreditando una negligencia ante la sala por perito de la Agencia Europea de Seguridad Ferroviaria? Entonces, ¿cómo es que tienen que dimitir la Secretaria de Estado y en presidente de Renfe ahora?. La respuesta es clara: por el escándalo. Es más escandaloso lo del gálibo de los trenes que el accidente de Angróis o es que ahora no tenemos un maquinista a quien echar la culpa de un accidente y del pecado original?
Ahí es dónde me da en sospechar la presencia de la sombra de la oclocracia, el mal gobierno del pueblo, que ya definiera Polibio dos siglos antes de que naciera Cristo. Wikipedia no lo define mal: Oclocracia – Wikipedia, la enciclopedia libre.
Somos capaces de culpar hasta (casi) el linchamiento a un maquinista por un error sin contar con la ayuda del ERTMS (que es como si los marinos se vieran con el AIS y los sistemas de ayuda a la navegación desactivados: solos en el puente y con la única ayuda de un telégrafo de órdenes y el timón).
Somos capaces de suponer que los ingenieros y técnicos de ADIF no saben medir los túneles, y que los ingenieros de CAF se han dado cuenta milagrosamente… porque los de Renfe, empresa que esta abriéndose a la internacionalización y sufriendo la competencia de la misma en su territorio natural, tampoco saben lo que piden. Y nos lo hemos creído. Nos tenemos tanto respeto y tanto afecto que nos lo hemos creído. Nos consideramos a nosotros mismos como incompetentes con una facilidad pasmosa.
Incompetencia de los técnicos o ignorancia de la muchedumbre? La verdad es que la incompetencia de la muchedumbre es un hecho notorio, por tanto, no requiere de más prueba. La de los técnicos, habría que probarla. No se ha probado y ya se ha condenado.
Hoy se sientan en el banquillo un maquinista de Renfe y un técnico regional de ADIF. Se enfrentan a un procedimiento con muchos muertos en la Audiencia de La Coruña. Hoy ya han dimitido la Secretaria de Estado y el presidente de la compañía ferroviaria estatal. Los muertos de Angróis se pudren en los cementerios porque a “alguien” se le ocurrió dar la orden de marche el tren sin el sistema ERTMS activado. Ese “alguien” no ha sido procesado.
Con todo esto, ¿quién duerme más tranquilo? El presidente del Gobierno?… ¿El soberano pueblo español?… No lo sé. Yo, no.