Sube al puente en medio de la noche; ponte aquí, que no te deslumbre el candil de la bitácora, y levanta la vista. ¿Ves esa doble uve? Es Casiopea. Si la primera de las uves fuera un trabuco y lo dispararas, le darías a una especie de cazo: es el Carro. En la punta del mango está Mizar. ¿Cuántas estrellas puedes contar? ¿Dos? Bien, yo a tu edad también las veía. Ahora solo cuento una. Es una de las formas de saber qué marinero hará de serviola ahí arriba, en el carajo, cuando haya que andar prevenido, y cuál es el bueno para la caña.
En el extremo opuesto al Cazo hay dos estrellas. Síguelas, síguelas, síguelas hacia arriba. Ahí. Esa es la Polar. Te indica el norte, así como el Sol, la latitud, y la hora, la longitud. No necesitas nada más para saber dónde estás y adónde vas cuando no ves tierra.
Solo hemos empezado a llevar todos relojes a bordo cuando han sido lo bastante baratos, ya bien entrado el siglo diecinueve. Antes, calcular la longitud era un poco más complejo. Pero no nos desviemos del tema. Lo que quería decirte es que, así como ahora los barcos más grandes empiezan a montar instalaciones de telegrafía sin hilos, llegará un día en que llevaremos aparatos a bordo que nos permitirán viajar a la otra parte del mundo con solo decirles a dónde queremos ir. Eso está muy bien y será muy bueno, pero pase lo que pase no olvides nunca la Polar, que, diga lo que diga la ciencia y diga lo que diga la técnica, te permitirá a ti, —y recalco: ¡a ti!— saber siempre dónde está el Norte de verdad y seguir siendo el dueño de tu destino.
Las estrellas centellean, porque son las almas de los marinos viejos, nuestros maestros, que, como hicieron cosas buenas y cosas malas aquí en la mar, a veces brillan y a veces no. San Pedro, que era pescador, les permite escaparse del cielo de tapadillo para que nos guíen en las noches oscuras, cuando hace frío y tenemos miedo y… ¿No me estás entendiendo, ¿verdad? Es normal. Tonto de mí por contarte esto. Si puedes ver dos estrellas en Mizar… Hasta que no veas solo una no lo entenderás.
La Polar. La luz que estás viendo la emitió quizás antes de que Colón zarpara de Palos. No es una bóveda con puntitos pintados. Estamos utilizando para orientarnos la luz de estrellas que quizás murieron hace cientos de años. Y así como este barco viaja por la mar oscura, la Tierra viaja por el universo, por lo que la estrella que llamamos Polar será otra dentro de unos miles de años, así como otra fue en la antigüedad, pero siempre ha habido y habrá una Polar.
Es el hombre que más admiro, ¿sabes?, para mí el más listo de todos los tiempos: el primer piloto, aquel que se sentó una noche hace miles de años en la playa y se puso a mirar a las estrellas y a pensar. Vio que una estrella estaba quieta y que el resto daba vueltas a su alrededor. “Será la estrella reina”—le respondían a esto los sabios de la tribu, y el resto bailará a su alrededor, como nosotros lo hacemos en torno a la hoguera que simboliza nuestro hogar—. “Sí, vale —dijo el primer piloto—. Por supuesto todo eso será así, pero tiene que haber algo más, tiene que tener algún otro motivo que desconocemos, alguna utilidad.”
Y llamó al punto que señalaba esa estrella “Norte”. Creo que es el mayor genio de todos los tiempos. Inventó la navegación, la cartografía. Con un norte no solo puedes ir a los sitios; puedes apuntar dónde están y, luego, volver. Y así surgieron el comercio, la navegación de altura y todo lo que los marinos sabemos y hacemos.
Si este primer piloto apareciera aquí ahora, ¡cuánto me gustaría invitarle a un trago de vino! Toma, brindemos a su salud, que marinero que no bebe no es de fiar. Lo más impresionante es que podríamos ponernos a hablar con él de navegación y nos entenderíamos perfectamente. Sí, tenemos rectas de altura, y logaritmos y proyecciones esféricas de Martín Cortés, pero seguimos levantando la vista para buscar aquella estrella que aquel puto genio nos mostró.
Como te lo cuento. El día de mañana el puente va a parecer un laboratorio lleno de cachivaches —llegará el día en que nos echarán fuera a los marinos—, pero no olvides nunca, nunca, que ahí, ahí estará por siempre el Norte. Y al ladito estaré yo, refulgiendo a veces sí y a veces no, para acompañarte en la noche oscura. ¡Más vino!