La técnica del caso concreto le permite a Luis Jar desplegar sus vastos conocimientos náuticos, su ironía sutil y respetuosa y su magnífico sentido literario. Muy difícil me resulta entender cómo es posible que, a estas alturas, la colección de sus brillantes artículos no esté publicada en forma de libro. Un libro que considero imprescindible, y soy consciente de que cada día se publican montones de obras perfectamente prescindibles.
La última entrega de Luis Jar, recientemente publicada en la Revista General de Marina, a la que sigue fielmente vinculado, cuenta la trágica historia del MORRO CASTLE, el correo con bandera de los Estados Unidos que se incendió durante la madrugada del día 8 de septiembre de 1934, cuando le faltaban sólo cinco horas para llegar a su destino, Nueva York, provocando la muerte de 137 personas, entre pasajeros y tripulantes, y que finalmente varó en la playa de Asbury Park, New Jersey, donde fue durante meses una morbosa atracción turística (ver adjunto en formato pdf).
El despliegue literario de los relatos de Luis Jar va siempre escoltado de una rigurosa reconstrucción técnica del accidente, de sus causas, desarrollo y consecuencias. Y la historia del siniestro del MORRO CASTLE (“El barco de los locos” titula Luis Jar el artículo), no es una excepción. Jar se pasa meses y meses buceando en la bibliografía disponible, buscando documentos, algunos auténticos hallazgos, que permitan aclarar un extremo del accidente o que iluminen la causa probable, leyendo, escudriñando, atando cabos que permitan coser firmemente el relato a los hechos conocidos. De modo que sus relatos superan los controles de calidad más exigentes, aunque, claro está, el lector no está obligado a compartir sus conclusiones. El arte siempre ha sido democrático. Lo demás, aunque se disfrace, es publicidad o propaganda.
El incendio del MORRO CASTLE, escribe Jar, mostró la absoluta ineficacia (que rozó el ridículo) de la tripulación y vino rodeado de unas circunstancias dignas de la mejor película de intriga. Irónicamente, el propio capitán apareció muerto siete horas antes de estallar un incendio cuya causa nunca pudo determinarse y que la oficialidad consideró provocado.
La verdad era que la naviera, la Ward Line, pagaba en sus buques salarios un 20% por debajo de la media del sector, y sometía al personal embarcado a jornadas extenuantes, alojaba en condiciones horribles, no dejaba salir a tierra y no concedía vacaciones. En estas condiciones sólo podía conseguir tripulantes mal formados y escasamente leales. De hecho, cada vez que llegaban a Nueva York buena parte de la tripulación pedía la cuenta, arruinando la cohesión y destruyendo la moral.
En la segunda parte del artículo, Luis Jar retrata a los personajes que por su cargo y posición tenían la responsabilidad de hacer frente a la emergencia: el capitán, el primer oficial, el jefe de máquinas y el radiotelegrafista. El resultado es demoledor: escasa profesionalidad, amargura irremediable, hipomanía, narcolepsia, paranoia, psicopatías… En fin, todo aquello que sólo o en compañía puede transformar un incidente en una gran catástrofe. Ese fue también el caso del MORRO CASTLE